Alemania (y Europa por ende) está en estado de metástasis avanzado.
Yo lo veo de otro modo, si me permite. Alemania fue en su día la fruta más cara del burdel. La fruta más eficiente y la más lozana. La fruta más complaciente y más obediente de todas. La de berzas más tugentes y ojo ciego más duro. La que mejor se movía y tenía el shishi más apretado, pese a lo vapuleado que había sido. La que más clientes se hacía. Alemania siempre se levantaba por la mañana, fresca como una lechuga, pese a que en la noche anterior, la refriega fuera enojosa y cansina. Por eso, miraba al resto de pilinguis por encima del hombro. Por eso, el resto de pilinguis, más obesas, más groseras y menos dispuestas al trabajo, la miraban con envidia y rencor. Un día, Alemania, decide que ya está bien de amar y comer regazo, que quiere ser la dueña del burdel. Para eso pide dineros y matones que hagan de chulos, a un muy buen cliente que tiene, que la prefiere a ella, por su eficiencia y porque le hace precio, un cliente al que el resto de pilinguis temen, pero que Alemania sabe, es muy manejable si se le complace en lo básico. Pero, Alemania, no es consciente de que el burdel ya tenía dueño. Su cliente-amigo, un hombre de las estepas, se lo trata de hacer ver: Mira Alemania, princesa, si quieres yo puedo echar al pimpollo que dirige el cotarro, el cabrón analfabeto y grosero que te domina, aunque tú no lo sepas. Y tendrás clientes y pasta para aburrir, y serás la Madame más independiente y poderosa de todo el burdel Europa. Pero... A Alemania no le gustó lo que escuchó, no le gustó que le dijeran que estaba sometida a un amo que, ella creía, era su otro cliente-amigo; aunque con este no se corría, como si le pasaba a menudo con el estepario. Entonces... Alemania decidió. Y decidió mal. Apostó por su cliente del oeste, y tarde, como todas las verdades dolorosas, comprobó que no sólo no era un amigo. Es que era un tirano. Y su cliente-amigo del este, avergonzado de haber preferido a Alemania, siendo esta tan lerda, se largó a otros burdeles, donde había pilinguis más jóvenes y más lozanas. Y Alemania se miró al espejo y vio a una fruta vieja y ajada, sin fuerzas ya ni para abrirse de piernas. Y comprobó como empezaba a perder clientes, y como el resto de pilinguis le perdían el respeto. Y el burdel Europa, sin ese atractivo imán y reclamo que era aquella Alemania joven y trabajadora, empezó a ir de capa caida y de mal en peor. Y ahora las pilinguis son unas comadres viperinas, que se clavan tortas entre ellas, y que se critican y tratan con desconfianza, que odían la juventud y lozanía de las pilinguis jóvenes de los burdeles nuevos y que se arrepienten, sin atreverse a decírselo unas a otras, por haber atendido tan bien al cliente del oeste, por haberle puesto la alfombra roja siempre y haber cedido a todas sus perversiones, creyendo que era un amigo y comprendiendo que es sólo un macarra egoista, pueblerino y con dinero. Y ahora, las pilinguis pagan, para que el cliente del oeste, el único que se acerca a ellas, no les escupa en la cara.