El 14 de abril de 2014, por un decreto del entonces presidente de Ucrania en funciones, Oleksandr Turchinov, que meses después comenzaría a ser conocido en Donbass como el pastor sangriento por sus…
slavyangrad.es
Del conflicto político al conflicto militar
14/04/2023
El 14 de abril de 2014, por un decreto del entonces presidente de Ucrania en funciones, Oleksandr Turchinov, que meses después comenzaría a ser conocido en Donbass como el
pastor sangriento por sus tendencias religiosas y belicistas, Ucrania comenzó lo que bautizó como
operación antiterrorista, con la que pretendía acabar con los grupos armados que comenzaban a aparecer en varias ciudades de los
oblasts de Donetsk y Lugansk, pero también con las protestas que amenazaban su control sobre la zona. El precedente de Crimea y la facilidad con la que Ucrania había tenido que aceptar que carecía de argumentos políticos o militares para responder a la rápida actuación rusa estaba aún demasiado reciente. Y ante la posibilidad de la repetición del mismo escenario, Kiev reaccionó rechazando a golpe de decreto toda posibilidad de una resolución dialogada a un conflicto que siempre fue político. El camino a esos 13 y 14 de abril, cuando se gestó y se puso en marcha la decisión con un fallido intento a las agrupaciones armadas en Kramatorsk y Slavyansk por parte del Ministerio del Interior muestra el origen del conflicto y cómo, de una forma que pudo ser evitada, la situación llevó a la guerra.
Las protestas habían comenzado en las grandes ciudades de Donbass, al igual que en otras regiones de Ucrania, tras el cambio de Gobierno que se había consolidado en febrero en Kiev. Sin embargo, fue solo en Donbass y en las ciudades de Járkov y Odessa donde ese estallido de rechazo a un gobierno que parte importante de la población veía como ilegítimo y nacido de un golpe de estado se convirtieron en movimientos sociales con continuidad en el tiempo. Aunque similares en los puntos de partida, las protestas de las diversas ciudades siguieron caminos diferentes tanto por no existir un movimiento unificador -la idea de Novorrusia nunca lo fue- como por las diferentes condiciones en las que se produjeron, que en algunos casos, dieron a Ucrania la oportunidad de aplastar con rapidez todo movimiento opositor.
En Odessa, la oposición al cambio de Gobierno se consolidó alrededor del campo de Kulikovo, donde activistas de muy diversos orígenes políticos -remanentes del Partido de las Regiones, comunistas, anarquistas, nacionalistas rusos o sindicalistas- buscaban recoger firmas para exigir un referéndum de federalización del Estado. Esa idea se presentaba como posible forma de protección de las regiones, y también de los clanes regionales que dominaban cada zona, ante la inestabilidad y los cambios políticos en Kiev. Este aspecto era especialmente importante en aquellas capitales regionales que, como Járkov o Donetsk, contaban con clanes político-empresariales importantes y que, con el cambio de Gobierno, habían quedado situados en el bando opositor.
En el caso de Járkov, el movimiento anti-Maidan fue inicialmente mucho más potente y aparentemente cohesionado que en Donetsk. Las protestas se centraron en la defensa del monumento a Lenin que presidía una de las plazas principales de la ciudad. Más militante que en Odessa, el grupo opositor al nuevo Gobierno en Járkov contaba con al menos una pequeña parte dispuesta a enfrentarse físicamente a la extrema derecha. En aquel momento, las protestas de Donetsk, puramente civiles y desarmadas, se limitaban al asalto al edificio de la administración regional del
oblast y a las concentraciones frente a él. Al margen de las dos pequeñas carpas del Partido Comunista de Ucrania, que desaparecieron rápidamente en cuanto la dirección del partido dio orden de no apoyar manifestaciones que pudieran tener un tinte separatista, no había en esas manifestaciones un liderazgo claro ni, sobre todo, presencia política conocida. Al contrario que en Odessa, donde algunos diputados como Vyacheslav Markin del Partido de las Regiones, que perdió la vida el 2 de mayo, tomaron posiciones de liderazgo, las protestas de Donetsk fueron siempre sorprendentes y más difíciles de controlar debido a la falta de interlocutores a los que cooptar o partidos a los que demonizar.
Muchas son las principales diferencias entre la situación en Járkov y en Donetsk, dos ciudades industriales cercanas a Rusia y de lengua y cultura mayoritariamente rusa que, en teoría, podrían aparentar ser similares. Aunque cohesionado y organizado su núcleo más militante, el movimiento anti-Maidan de Járkov pronto se encontró con contradicciones internas y la falta de claridad sobre cuál debía ser realmente el objetivo, lo que minó las posibilidades de enfrentarse con garantías a unos oponentes que, frente a su debilidad en Donbass, tenían un peso político importante. Esas diferencias que rápidamente aparecieron en Járkov no lo hicieron en Donetsk y Lugansk, donde a pesar de comenzar como menos importantes, las protestas tuvieron la oportunidad de crecer a medida que pasó el tiempo y las autoridades de Kiev se centraban en controlar la situación en las ciudades que consideraba prioritarias: Járkov y Odessa.
Járkov y Donetsk no solo compartían su naturaleza de ciudades industriales, sino también la presencia de potentes grupos regionales que dominaban gran parte de la política y la economía. Ambos, el vinculado al alcalde Gennady Kernes en Járkov y a Viktor Yanukovich en Donetsk, estaban directamente vinculados al derrocado Partido de las Regiones, en aquel momento en rápido proceso de descomposición. El control económico y político de figuras vinculadas a Yanukovich era prácticamente absoluto en la región de Donetsk, con Rinat Ajmetov como principal figura empresarial e industrial. Sin embargo, la situación en Járkov era más matizada, lo que obligaba a los líderes políticos y económicos vinculados al Partido de las Regiones a buscar un acomodo en un terreno aparentemente más hostil, pero que siempre derivó en acuerdos. Esa experiencia de compartir el poder que se había dado en la región con la convivencia de un alcalde del Partido de las Regiones y un gobernador de Batkivschina, el partido de Yulia Timoshenko, se tradujo en 2014 en un acercamiento entre dos figuras antes abiertamente enfrentadas: Gennady Kernes y el exgobernador Arsen Avakov.
Aparentemente de posiciones ideológicas opuestas, Kernes y Avakov colaboraron en la primavera de 2014 para impedir un escenario que hubiera podido parecerse al que más adelante se daría en Donetsk. Eso se tradujo en una mayor represión contra los movimientos prorrusos, federalistas o anti-Maidan y, sobre todo, en el uso de la extrema derecha para controlarlos.
Aún recientes los hechos ocurridos en Maidan y sin poder contar con las fuerzas Berkut, chivo expiatorio de los asesinatos de Maidan y disueltas por el nuevo Gobierno, las autoridades de Járkov apelaron para mantener la seguridad y el control de la ciudad a Arsen Avakov, entonces Ministro del Interior de Ucrania. Avakov, que había hecho gran parte de su carrera en la ciudad, donde contaba con todo tipo de conexiones con la extrema derecha, buscó entre sus contactos a las tropas que consideró más fieles. En los enfrentamientos con los sectores más organizados del movimiento anti-Maidan participaron activamente grupos vinculados tanto a Avakov como a Andriy Biletsky. Fue en Járkov donde se crearon y comenzaron a actuar, siempre con el consentimiento del Ministerio del Interior y de Arsen Avakov y Anton Geraschenko, los
hombres de oscuro, uno de los núcleos de lo que posteriormente llegaría a ser el batallón Azov. La mayor diversidad ideológica y presencia del nacionalismo radical ucraniano, armado y organizado, en Járkov, ausente en Donetsk marcó la diferencia en el desarrollo de los acontecimientos en la primavera de 2014.
Aunque inicialmente menos numerosas y organizadas, las protestas de Donetsk y Lugansk nunca tuvieron que enfrentarse a grupos organizados de la extrema derecha nacionalista, que no contaban con la fuerza suficiente contra unas protestas que ganaron relevancia a medida que quedó claro que no había intención del Gobierno de negociar un acomodo territorial. Los líderes políticos y económicos, que se escondieron durante semanas sin apoyar ni rechazar activamente las protestas de la población tampoco supieron actuar con la rapidez de Gennady Kernes, que rechazó el papel de líder opositor nacional en favor de mantener su primacía en Járkov aliándose con algunos de los sectores más radicales del nuevo régimen en busca de su supervivencia política y económica. Sus equivalentes en Donetsk y Lugansk, que no vieron esa oportunidad o esperaron a utilizar las protestas como herramienta de negociación para lograr una mejor posición, quedaron atrás.
Cuando, semanas después, Rinat Ajmetov quiso convocar a las masas a protestar contra lo que pronto sería la República Popular de Donetsk la ira de la población se había extendido a su figura. Esa primavera, las recién creadas milicias tuvieron que proteger la vivienda del magnate ante lo que parecía un inminente asalto de la población, que había extendido sus protestas para incorporar también a las viejas élites locales. Sin embargo, pese a la retórica antioligárquica de 2014, la relación entre Ajmetov y Donetsk no se rompió del todo: la facilidad con la que las tropas ucranianas recuperaron Mariupol, feudo del oligarca, o su presencia en Donetsk siempre dieron a entender que los canales de comunicación permanecían abiertos. La relación no se rompió hasta 2017, cuando la RPD finalmente exigió a las empresas registrarse y colaborar con el pago de impuestos en la República, no en Ucrania. Hasta entonces, Ajmetov, que había retirado al equipo de fútbol de la ciudad nada más estallar la guerra, aportaba fondos para las Fuerzas Armadas de Ucrania que bombardeaban las afueras de Donetsk mientras utilizaba el Donbass Arena como lugar de entrega de ayuda humanitaria. Las contradicciones siempre fueron parte de esta guerra.
Sin líderes provenientes del
establishment político a los que seguir, las protestas de Donetsk y Lugansk siempre fueron extrañas para los observadores extranjeros como los periodistas, que no conseguían describir el sentido de las ruedas de prensa rebeldes, una mezcla de obreros y profesores universitarios que no lograban comprender. Al contrario que en Járkov, donde la acción policial con el apoyo de los grupos de fuerzas especiales de Avakov se produjo de inmediato, las protestas de Donetsk no se enfrentaron a la policía local ni a las fuerzas especiales enviadas desde Kiev, que rechazaron asaltar el edificio de la administración regional. El apoyo de las autoridades policiales a las protestas es una más de las diferencias entre Donetsk y Lugansk y Járkov u Odessa, pero refleja también un mayor apoyo de la población y la inexistencia de un grupo lo suficientemente importante y organizado de sectores pro-Maidan dispuestos a repetir en Donetsk lo conseguido en Kiev.
El 12 de abril de 2014 apareció en Slavyansk un grupo armado que no superaba el medio centenar de personas. Con Igor Girkin,
Strelkov, al frente, el grupo capturó con facilidad la comisaría y el edificio administrativo de Slavyansk, una pequeña ciudad al norte de Donetsk. Grupos similares, formados fundamentalmente por residentes locales que se hicieron con armas en lugares como Artyomovsk o que, como en Lugansk, asaltaron el edificio del SBU o bases militares locales (algo imposible sin apoyo desde el interior) comenzaron a aparecer también en otras ciudades. Poco a poco, el movimiento de protestas comenzó a armarse y a formar milicias locales que, en ocasiones, no tenían comunicación alguna con los centros más importantes. Para entonces, el movimiento anti-Maidan, federalista o prorruso de Járkov había sido prácticamente derrotado. Al contrario que en Donbass, en Járkov se aceptó rápidamente la propuesta de Vladimir pilinguin de retrasar los referendos de independencia que se habían planteado también en dicha región. En Odessa, las autoridades policiales acabarían la primera semana de mayo el trabajo iniciado por los radicales de extrema derecha el 2 de mayo atacando al movimiento de Kulikovo en la Casa de los Sindicatos.
La desorganización y descoordinación que se observaba en aquellas semanas de abril en las milicias de Donbass era prueba suficiente para negar que estuviera repitiéndose lo ocurrido en Crimea. Durante esa primavera se estaba produciendo también el proceso de Ginebra, en el que Rusia ya había dejado claro que su intención no era repetir en otras zonas de Ucrania un escenario similar al de Crimea. En la península Moscú contaba con una situación geográfica favorable, tropas sobre el terreno y una serie de operativos políticos en los que confiaba, como Aksionov. Ninguno de esos elementos, a los que habría que añadir el escaso valor estratégico que Rusia daba entonces a Donbass en comparación con Crimea, estaba presente en el sur de Ucrania.
Apenas 24 horas después de la aparición del grupo de Strelkov en Slavyansk, las fuerzas de Avakov realizaron su primer intento de derrotar a esa facción armada de una rebelión de Donbass que aún era mayoritariamente civil. Para ese momento, tras una reunión en la que participaron figuras importantes del nacionalismo radical ucraniano como Andriy Biletsky o Dmitro Korchinsky, el núcleo de lo que pronto sería el batallón Azov había sido ya incorporado al Ministerio del Interior como batallón policial. Su misión era precisamente actuar en este tipo de operaciones.
La noche del 13 de abril, tras una reunión del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa, el mismo que en el caso de Crimea había recomendado no tratar de resistir militarmente a Rusia, se dio a conocer el decreto de inicio de la
operación antiterrorista. Hace ahora exactamente nueve años, en una entrevista concedida a
France 24, el entonces primer ministro Arseniy Yatseniuk, el hombre de Victoria Nuland, afirmaba que Ucrania ya estaba en guerra. Frente a la solución dialogada que se buscaba en Ginebra, Kiev ofreció a la población de Donbass una operación antiterrorista que pronto se traduciría en el envío de vehículos blindados y helicópteros militares a Slavyansk. Como haría durante los años posteriores, Ucrania y sus aliados occidentales se escudaron entonces en el enemigo externo para negar legitimidad a las protestas de la población. Esas protestas que Samantha Power veía como “orquestadas desde Moscú” buscaban inicialmente garantías de mantenimiento de los derechos lingüísticos y culturales y cierta autonomía económica. La respuesta de Kiev fue negar toda legitimidad al malestar de la población, acusarla de actuar a modo de títeres de la Federación Rusa y el envío de equipamiento militar en lugar de buscar el diálogo. La guerra nunca fue inevitable. La escalada que supuso el inicio de las operaciones militares, que coincidieron con la masacre de Odessa, logró radicalizar a la población, obligada ya en aquel momento a posicionarse a favor de uno de los dos bandos encontrados en lo que era ya una situación revolucionaria. En ese contexto, el decreto del 13 de abril y el inicio de la
operación antiterrorista marcaron el punto de inflexión definitivo en el tránsito de un conflicto político, que Kiev negaba entonces y sigue negando ahora, a un conflicto militar.
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