Eróstrato, el pirómano que quemó el templo de Artemisa para hacerse famoso

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EL FUEGO DE LA FAMA
Este personaje convirtió el Artemisión de Éfeso en una pira con tal de ver su nombre asociado a la popularidad. Aunque hay otras teorías sobre la destrucción de una de las siete maravillas del mundo antiguo

Eróstrato en un grabado de los siglos XVII-XVIII conservado en el Rijksmuseum

Eróstrato en un grabado de los siglos XVII-XVIII conservado en el Rijksmuseum
Dominio público

Julián Elliot
06/09/2023 07:00
Hoy no tendríamos que conocerlo. Nadie debería saber absolutamente nada de Eróstrato. Esa era la idea cuando, en 356 a. C., se lo torturó, ejecutó y condenó incluso más allá de la fin. Así lo habría ordenado un emperador persa entre furibundo y asombrado por el delito que este supuesto pastor había perpetrado en Éfeso.
El aqueménida Artajerjes III Oco, cuyo linaje era dueño de esta ciudad de la Jonia griega desde hacía generaciones, prohibió dejar registrado el nombre de este individuo, bajo pena de fin. Había que hacer como si no hubiese existido. El motivo era que Eróstrato habría llevado a cabo su delito en busca de fama. Pretendía que su nombre no se olvidase jamás. La autoridad lo castigó, por eso mismo, con exactamente lo contrario: un anonimato a perpetuidad.
Relieve del emperador persa aqueménida Artajerjes III en Persépolis

Relieve del emperador persa aqueménida Artajerjes III en Persépolis
AR VLD / CC BY-SA 4.0
En aquel entonces se pensó que no merecía menos alguien que había quemado hasta los cimientos, solo por vanidad, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo. La más bella, en la opinión de Antípatro de Sidón, que había visitado las siete.
Después de sus viajes por tres continentes, el poeta griego compuso versos que se cuentan entre las primeras transmisiones de la célebre relación de monumentos. “Cuando vi la casa de Artemisa encumbrada hasta las nubes, aquellas otras maravillas perdieron su esplendor, y dije: ‘He aquí que, aparte del Olimpo, el sol no ha contemplado jamás algo tan grandioso’”.
Una diosa inmemorial
El templo de Artemisa en Éfeso era un auténtico portento. Su belleza y su majestad podían opacar, como atestiguó Antípatro, desde las pirámides de Guiza, los jardines colgantes de Babilonia y la estatua de Zeus en Olimpia hasta el Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnaso y el Faro de Alejandría.
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Dada su extrema antigüedad, nadie recordaba el origen del santuario. Según los especialistas actuales, los peregrinos acudían a esta ciudad costera de la Anatolia turca desde tiempos remotos para adorar a una diosa que, a partir de cierto momento, sufrió un proceso de helenización hasta convertirse en la Artemisa efesia.
No se sabe cómo era la figura original de la diosa, la razón de ser de los sucesivos templos de Artemisa levantados en el lugar (el segundo de ellos sería la maravilla de los períodos arcaico y clásico que habría incendiado Eróstrato). La estatua que suele difundirse en el presente como de la deidad local es muy posterior a la fundación del santuario, ya de época griega. Hablamos de la adornada con muchos pechos femeninos, bemoles avícolas o testículos de toro, en cualquiera de estas tres interpretaciones, antiguos símbolos de fertilidad.
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Únicos restos en pie del templo de Artemisa en Éfeso, Turquía
Terceros
Esta característica distinguía a la Artemisa efesia de su perfil habitual en el culto de la Grecia clásica (también adoptada por los romanos como Diana). En Éfeso se entremezclaba con una divinidad primigenia de Asia Menor, más en la línea de una Deméter o Ceres.
La Artemisa de Éfeso, pues, protegía la caza, los animales y la naturaleza silvestre, entre otras áreas, sin desatender su faceta oriental de gran progenitora fecundadora. Todo esto hizo doblemente aberrante e incomprensible el crimen de Eróstrato.
¿Pirómano o chivo expiatorio?
La historia sirvió de inspiración a muchos escritores además de los antiguos: desde el narrador medieval de los Cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer, hasta Gracián, Cervantes y Lope en el Siglo de Oro, los decimonónicos galos Víctor Hugo y Julio Verne o el portugués del siglo XX Fernando Pessoa. Sin embargo, a día de hoy se desconoce si el episodio del destructor narcisista del famoso templo es una crónica o una leyenda. No hay pruebas concluyentes sobre la autoría del incendio.
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De Eróstrato se ignora prácticamente todo. Pudo ser tanto un pastor como un aspirante a sacerdote de Artemisa rechazado o un simple vagabundo trastornado, y confesó bajo tormento. Lo más probable es que hubiera cantado lo que fuese con tal de librarse de más suplicios. Por otro lado, incluso voces contemporáneas barajaron causas alternativas del célebre siniestro.
El templo de Artemisa, o Artemisión, era el edificio más importante de la ciudad y de toda la región, lo que es decir mucho en una metrópolis admirada por sus abundantes construcciones de mármol de diferentes canteras. Situado extramuros, cerca de la lujosa capital, el Artemisión era un monumento de inmenso valor patrimonial.
Ruinas de Éfeso en Turquía. A la izqda., la biblioteca de Celso
Otras Agencias
Atraía peregrinos y viajeros de todo el mundo antiguo, entre ellos, reyes y mercaderes que dejaban allí donaciones y ofrendas fastuosas, además de dinero en la vecina Éfeso en concepto de hospedaje y alimentación. Por ello, un vasto dispositivo de guardia velaba día y noche, fuertemente armado, por la seguridad del recinto.
El templo más admirado de Grecia
De ahí que se haya aducido que el fuego quizá fue obra de los propios religiosos del santuario. Por ejemplo, para construir después un templo aún más colosal gracias a los ingresos llovidos desde todos los confines como reacción al siniestro.
También pudo ocurrir que el desastre lo causara un fenómeno natural, como un rayo. El propio Aristóteles se contó entre los partidarios de esta hipótesis. Sin embargo, la explicación tradicional de Eróstrato como un pirómano sediento de fama hasta sitúa el incendio la misma noche del 21 de julio de 356 a. C. en que nació el discípulo más ilustre de este filósofo: Alejandro Magno. Toda una paradoja. El tufo a propaganda de esa alusión al Magno vuelve a hacer sospechar del relato clásico sobre el trágico fin de la maravilla más maravillosa de las siete.
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HISTORIA Y VIDA
El Artemisión está documentado con mayor solidez gracias a la arqueología. De acuerdo con los indicios, después de una serie de altares y luego santuarios pequeños en un lugar sacralizado desde la Edad del Bronce, hubo un primer templo en el siglo VIII a. C. Ya fue una obra imponente, el primer recinto de su clase rodeado por columnas en Asia Menor y quizá en toda Grecia. No obstante, una inundación destruyó en el siglo siguiente esta construcción. Tenía el suelo de arcilla.
Así fue como, hacia 550 a. C., comenzó a levantarse el edificio legendario. Cofinanciado por el acaudalado rey lidio Creso, fue firmado por el arquitecto cretense Quersifrón y su hijo y continuador Metágenes. Habría sido el primer templo griego hecho en mármol, además de medir el doble que la media. Tenía 115 m de largo por 46 de ancho, con dos filas de columnas de 13 m de altura rodeando el perímetro.
Del silencio al mito
Tras el incendio del templo en 356 a. C. por la causa que fuese, el mismísimo Alejandro Magno se habría ofrecido a reconstruirlo. Sin embargo, los efesios lo rechazaron educadamente y solo hubo obras a partir de su fin, en 323 a. C. El nuevo recinto fue aún más grande. Medía 137 de largo por 69 m de ancho, con 18 m de altura gracias a más de un centenar de columnas.
Vaso griego que representa al rey lidio Creso, a punto de ser incinerado en una pira por orden de Ciro.
Dominio público
Esta vez duró seis siglos, pero también acabó mal, arrasado por godos en 268 d. C. Las campañas paleocristianas contra el paganismo terminaron de sentenciar el edificio helenístico en el siglo V, cuando, en probable mal estado desde los bárbaros, habría sido clausurado.
En cuanto a Eróstrato, queda claro que la prohibición imperial de mencionarlo no hizo más que ruido historiográfico. No funcionó en la práctica. Teopompo de Quíos, un historiador jonio y contemporáneo del incendio, contó el relato de los hechos sin omitir a su supuesto protagonista.
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EUGENIO SERRANO
Más tarde, otros cronistas, como el también heleno Estrabón o el romano Valerio Máximo, continuaron amplificando el nombre que no había de decirse jamás. Claudio Eliano en el siglo III y Cayo Julio Solino en el siguiente, otro tanto de lo mismo.
Llegado el siglo XX, la psicología bautizó con el nombre del presunto pirómano el complejo consistente en querer alcanzar fama a cualquier precio, aunque sea de un modo destructivo. Es así como el personaje, mitificado por completo, ha pasado a integrar el imaginario colectivo, escapando a su destino de desaparecer de la historia por siempre jamás.
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