En la la República.- «No critico el Régimen, pero quien atropelle mi Sagrario será pasando por encima de mi cadáver» (beato Vicente Izqdo., pbro.)

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El padre Vicente Izquierdo Alcón


Mártires de la República

«Yo no critico el Régimen, pero el que atropelle mi Sagrario será pasando por encima de mi cadáver»
Al padre Vicente lo pasearon públicamente por la Pobla, intentaron que gritara en voz alta los pecados de la alcaldesa y acabaron fusilándolo


José V. Bonet Sánchez
Madrid 19/07/2022 Actualizada 04:00


Una de las lagunas de los libros de historia de la II República y la guerra civil españolas afecta a la persecución religiosa de Valencia, que, de modo incomprensible, apenas ocupa unas líneas en los textos importantes. Pero, una vez que, en nombre de la memoria democrática, la guerra vuelve a estar de actualidad, y que nos hallamos sentimental y políticamente más cerca de 1936 que de 1975, el recuerdo, esta lucha contra la desmemoria, se convierte en un ejercicio obligatorio de decencia.
Fe sin beatería
Quiero hablarles de un modesto librito, inédito en España, que en 1941 publicó en Venezuela la hermana de un sacerdote asesinado, al que la ciudad evoca, sin saberlo, cada vez que pasea la imagen actual de la Virgen, restaurada de las llamas de la guerra. El opúsculo contiene algunas cartas (sueltas, a mi parecer) que se conservaron de un período de dos décadas. Se ve en ellas, porque el género epistolar daba mucho de sí, que Vicente Izquierdo Alcón –primo de mi abuela paterna– era socarrón, bienhumorado, locuaz, cariñoso sin estridencias, vertebrado todo su carácter aragonés por la fe en Cristo, el amor a la Virgen y a la Iglesia. Pero una fe sin beatería, que no abusa de los superlativos ni se desliza en el sentimentalismo.
Su tono se transforma súbitamente en gravedad sombría en la carta que escribe en septiembre de 1932 como cura Párroco de Bicorp: «Nos hacen ir vestidos de paisanos. Al enero próximo nos acaban de quitar la paga y yo tendré que renunciar al cargo. Nos han prohibido las procesiones y los entierros y en muchos pueblos el Viático y tocar las campanas. Se encarcelan muchos sacerdotes» (omito los puntos suspensivos y mantengo posibles erratas). Y termina premonitoriamente con algo que ya entonces se debía mascar en el ambiente: «No extrañes que cualquier día te escriba desde la guandoca o te digan que he muerto mártir de Cristo».


«Sabe todo el pueblo que yo ni hablo mal públicamente ni critico el Régimen, pero el que atropelle mi Sagrario ha de ser pasando por encima de mi cadáver» (Vicente Izquierdo Alcón).


De 1933 (las fechas son importantes) nos quedan tres misivas escritas igualmente desde Bicorp. En la tercera, de agosto, se cuenta lo que sigue: «Cada día peor. Por el Norte, Galicia, etc., muchos incendios de Iglesias y encarcelamientos de Párrocos. Por el Sur, incendios de fincas y templos. En los pueblos circunvecinos a este no dejan hacer entierros ni siquiera tocar las campanas a Misa». Relata a continuación una reunión de siete párrocos cercanos, multados dos de ellos por el Gobernador. Alguien acusa de tibieza a Vicente, que responde contando cómo burla él la prohibición del Alcalde de la cruz en los entierros, y añade significativamente cosas que no debieran ser noticia: «lo demás (les dije) nada me lo han prohibido, ni me insultan ni hacen nada durante las funciones en la Iglesia porque sabe todo el pueblo que yo ni hablo mal públicamente ni critico el Régimen, pero el que atropelle mi Sagrario ha de ser pasando por encima de mi cadáver».
La siguiente carta la escribe Izquierdo Alcón desde la Pobla de Farnals, su nueva parroquia, acaso en 1934. Ninguna mención a asuntos políticos de los que, como dirá más tarde, ni siquiera quería enterarse. El autor ha recobrado su locuacidad y se extiende en las gestiones para reparar con esfuerzo altares del templo en medio de apuros económicos que fueron constantes, a los que parece haberse adaptado.
La lista de conventos de monjas evacuados a la fuerza se alarga de día en día. Pero lo que más impresiona es la normalización del furor anticlerical José V. Bonet Sánchez

Bien distinta es la misiva de 14 de abril de 1936, donde glosa ya las consecuencias de la victoria del Frente Popular en las recientes elecciones del 12 febrero: a la semana, cuando dimite el Gobierno de Portela Valladares, le instan a huir sin demora a Valencia, desde donde escribe. «Hemos tenido que abandonar las parroquias, 52 curas, por amenazas o persecución. Más otros 12 por incendio de sus casas o Iglesias». Una cuenta que amplía en la carta del 23 de mayo: «en Alcira volaron el martes pasado 18 Iglesias y en Carcagente 12, en total aproximado ya van unas 700 en España». La lista de conventos de monjas evacuados a la fuerza se alarga de día en día. Pero lo que más impresiona es la normalización del furor anticlerical: así, cuando su prima, Estrella Edo Alcón, regresa discretamente al pueblo el 21 de febrero a recuperar algunos enseres, «una mujer al verla con dos sillas se las quitó y rompió, le pegó y le insultaron todo lo que quisieron y tuvo que salir protegida por otras buenas mujeres». Los curas no se atreven a vestir con sotana «pues ven a alguno y lo insultan». Comen mal. «Veas si puedes alcanzar algún socorro, pues nunca más necesitado que ahora he estado. Dios te lo pagará», le pide a su hermana en mayo.
Denunciado por alguien a quien ayudaba
Nada de lo dicho hasta aquí puede imputarse al golpe militar del 18 de julio. Distinto es el caso del incendio de la catedral que tuvo lugar solo tres días más tarde. A iniciativa de Vicente, con la ayuda de un guardia civil llamado Manolo (cuyos apellidos debo aún recuperar) y quizá de otros, rescataron la imagen de la Virgen de su Camarín, despojada de joyas y ropas, «entre una nube de humo, agua y fuego», según escribiría su prima. Con consentimiento del Alcalde de Valencia, Cano Coloma, levantaron esa misma tarde/noche una pared falsa en el Archivo General del Ayuntamiento que escondería la imagen durante toda la guerra. Vicente se lo había visto venir, diciéndose dispuesto, en la carta de mayo, a «defender la Virgen de los Desamparados hasta que tenga la suerte de sucumbir en su defensa.»
Lo ejecutarían al mes, el 18 de agosto, denunciado por «alguien del pueblo» que lo vio; alguien a quien el cura ajusticiado daba dinero diariamente para que comprara leche a sus hijos. Desde el punto de vista social, acaso fuera eso lo peor de la contienda: la indignidad jovenlandesal y cívica de las delaciones que con tanta frecuencia se dieron en ambos bandos y que los vencedores prolongarían en una posguerra interminable. En fin, al padre Vicente lo pasearon públicamente por la Pobla, le instaron a contar en alta voz los pecados de la alcaldesa («en mala piedra pegáis, no lo conseguiréis nunca») y acabaron fusilándolo junto a Rafelbunyol, no sin que antes proclamara al cielo: «Señor, perdónales como yo les perdono».
Los católicos seguiremos celebrando cada 22 de septiembre la victoria que tuvo lugar en el alma de estos 233 testigos de Cristo: la del perdón sobre el repruebo, el miedo y el resentimiento José V. Bonet Sánchez

Su fama de santidad y martirio fue inmediata. El Papa Juan Pablo II lo beatificó, con otros 232 mártires valencianos, en 2001, con una homilía carente del menor contenido político. Para mi mayúscula sorpresa, la opinión pública progresista condenó unánimemente el acto. Según el subdirector del periódico Levante, la mayoría de las detenciones tuvo lugar «sota sospita d’espionatge i intolerància»; una palmaria justificación de los arrestos y fusilamientos sin defensa ni juicio. Y que viva la sospecha como motivo para dar de baja de la suscripción de la vida.
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Por más años que hayan pasado desde la fin del dictador, quienes se proclaman herederos del Frente Popular se niegan a hablar de persecución religiosa o a reconocer la responsabilidad de sus marcas políticas, que mantienen con indecoroso orgullo. Entre líneas, la suerte de arbitrariedades que mencionan las cartas nos recuerdan algo que Ortega y Gasset o Gregorio Marañón afirmaron sin ambages: que la II República no fue una democracia ejemplar, sino un régimen de excepción crónica que izquierdas y derechas gobernaron siempre bajo leyes de orden público inconstitucionales, como la Ley de Defensa de la República, que denegaban la tutela judicial ante los actos gubernativos. Frente a tal amnesia, que hoy parece irrecuperable, los católicos seguiremos celebrando cada 22 de septiembre la victoria que tuvo lugar en el alma de estos 233 testigos de Cristo: la del perdón sobre el repruebo, el miedo y el resentimiento.


1658246040358.png «Yo no critico el Régimen, pero el que atropelle mi Sagrario será pasando por encima de mi cadáver»
 
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No hombre, pero si la segunda repúbica fue una idílica época en la que La Paz, la armonía, y la hermandad entre españoles fue ejemplar.
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