En el colegio de los curas

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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El padre Emilio era uno de los mayores hijos de la gran fruta que he conocido. Y también era el director del colegio. De origen andaluz, forzaba el poco acento que le quedaba cuando quería hacerse el gracioso; servil hasta la naúsea con los hijos de papá, pasivo con el resto y terrible con los "tordos" (seminaristas). Se decían cosas muy antiestéticas de lo que ocurría cuando entraba a alguna habitación de los internos. Muy antiestéticas. "Ese es uno de a los que mete mano" me susurraba mi amigo David, un "tordo" que sabía de lo que hablaba; mirabas al pobre infeliz, siempre con la cabeza gacha, la mirada huidiza, triste y reconocías que tu colega te estaba diciendo la verdad. Poco después lo expulsaron y no supe más de él; le había soplado una buena leche a ese cabrón. El personal dijo que David tomaba drojas y que le dió un ataque de furia. Y una platano. Yo sabía el por qué. Ese lechón fue a meter la mano en el cajón equivocado y recibió su merecido. Mi amigo era un tío con 2 narices. Un par de años antes me pasó algo con ese pervertido. Yo tenía 13 años. El puñetero lgtb tenía la antiestética costumbre de meter la regla de madera (palmeta, creo que la llamaban, de 50 cms con la que te golpeaba las palmas de las manos cuando le apetecía. Había que ver la cara que ponía: repruebo, rencor, envidia e impotencia afluían a su cara convirtiéndola en una mueca horrorosa) en las pelotas de los chicos; estábamos aplicados en nuestra tarea, llegaba el hijomio y te metía la jodida regla entre tus pelotas y el asiento. Y te miraba. Quizá esperaba que le bajaras la cremallera y le chuparas la platano (eso hacías con los internos, ¿verdad, perversos?). A mí me lo hizo una vez. Aquella noche no pude dormir por la rabia. Ni una más. Pasaron los días. Siguió con su jueguecito en otras pelotas. Una mañana veo que se acerca hacia mí chocando la palmeta en su mano. "Verás...". El tío se me acerca e intenta hacerme la bromita, le arranco la palmeta de las manos, se la parto en su fruta cara y la tiro a sus pies. El tío se quedó blanco, como si lo hubieran capado. "¡A la calle!. ¡Ya hablaré con tus padres!". Cuando llegué a casa mi progenitora me estaba esperando; no sé que le contaría ese cabrón, pero me echó una buena bronca, me pegó con la zapatilla y me mandó a mi habitación sin cenar. "¡Y espera que venga tu padre!". Yo no le temía a mi padre. Nunca nos pegó ni a mí ni a mis hermanos. Cuando hacíamos algo malo de verdad o le sacábamos de sus casillas nos daba unos buenos azotes en el ojo ciego que nos dejaban baldaos, pero palizas u palos en la cara jamás. Nunca. Mi padre llegó. Fué a mi habitación: "¿Qué ha pasado?". Entre un mar de lágrimas se lo conté, todo, la vez anterior y la de ese día; mi padre me escuchó en silencio. Cuando terminé, me acarició la cabeza y me dió un beso: "Duérmete". Aquella noche dormí como un niño, como lo que era. Ese cabrón no me molestó más.

El padre Ángel ("Chivo" le llamábamos todos) era un hombre joven, delgado en extremo, con barbas, gafas y de mirada alucinada. Nos daba francés. Su hora era un puñetero cachondeo, nos reíamos de él todo lo que queríamos y más; a veces perdía la poca calma que tenía y se liaba a palos con toda la clase, pero como no sabía pegar y lo hacía mal, nos reíamos más todavía. El pobre tenía serios problemas psicológicos. Una tarde la cosa llegó demasiado lejos. Era viernes, la última hora y todos estábamos como locos por largarnos; la clase había sido un despitorre, como de costumbre, faltaban 10 minutos para salir y ya estábamos eléctricos. Normalmente ese día nos dejaban salir 5 minutillos antes, pero nos habíamos portado tan jodidamente mal que el pobre hombre decidió darnos una lección y aguantar hasta el final. Cuando faltaban 5 minutos aquello ya era un pandemonium: "¡VAMONOOOOOOSSSSSSSS!", a voces empezamos a gritar como posesos "¡CHIVO, CHIVO, CHIVO!"...y entonces pasó algo increíble y de lo que aún hoy me avergüenzo. El pobre hombre se plantó en mitad de la clase con su libro de francés en una mano y se puso a LLORAR; en silencio, se pasaba los dedos bajo las gafas y se quitaba las lágrimas. Nos quedamos mudos. Durante 10 minutos vimos llorar a ese hombre bajo un silencio mortal. Finalmente consiguió musitar: "Podéis marcharos". Estuvo de baja casi un mes. Me arrepiento de muy pocas cosas en mi vida, y ésta es una de ellas. Los niños, a veces, pueden ser muy crueles, y este pobre hombre no se merecía algo así.

El padre Fausto era peligroso. Viejo, fuerte, siempre de mala leche, tenía unas manazas antiestéticas de grandes. Estaba de la fruta olla. Nos daba Física y Química. Tenía las manos rápidas a la hora de pegar. Una tarde debíamos llevarle unos minerales (él nos decía donde comprarlos, una papelería religiosa hasta el extremo, toda llena de imágenes de vírgenes, cristos, santos y tal. Seguro que se llevaba tajada.) y la cagamos. La clase fue un desastre. Casi ninguno había hecho lo que él quería. Estaba de muy, muy, muy mala leche. Entonces llamó a Nieto. Éste era un repetidor de 2 años, tenía 15 y era el amo de la clase, hacía lo que le salía de la platano. Esta vez metió la gamba. "¿Qué es esto?" le preguntó don Fausto, "los minerales que pidió, padre". Eran tres piedras que había cogido del pretil antes de entrar a clase. Era demasiado. El cura se levantó de la silla y le sopló un hostión a mano abierta que lo tiró al suelo. Cuando se levantó vimos que echaba sangre por la boca y que le faltaba una pala. "¡A tu sitio!" y Nieto se fue a su pupitre llorando como una magdalena, la cara hinchada y un diente menos.

El padre Calixto llegó de Roma, se había ordenado allí; era del tipo "buenrollito". Los más peligrosos. Hoy en día es el director. No falla. Para ser director de algo, de lo que sea, tienes que ser un hijomio. Joven, fuerte, bien parecido...un lobo disfrazado de cordero. Nos engañó durante un tiempo, se aprovechaba de la confianza que nos inspiraba para sonsacarnos lo que quería, luego iba al director (el pedófilo Emilio) y le chivaba todo. Se comentaba que se pasaba por la piedra algunas mamás. No me extrañaría. Por aquella época ponían "El pájaro espino" y las casadas aburridas y malfolladas se ponían cachondas con el iluso de Chamberlain. El sueño de esas mujeres era amarse a un cura guapo. Y algunas seguro que lo consiguieron.

El padre Miguel nos daba Literatura. Feo, rellenito, alopécico, con gafas, fofo...se corría de gusto cuando recitaba al puñetero Rubén Darío. Desde entonces le tengo repruebo a la poesía. No la soporto. Era un puñetero pedante de cosa, afeminado, con una vocecilla ridícula, que andaba como si llevara un pepino metido en el ojo ciego. Seguramente lo llevaba. Nada más que decir de ese flojeras.

El padre Serafín me caía bien. Jamás ví a un cura que lo pareciera menos. Bajo, fuerte, indolente...llegaba a clase con el periódico (ABC), nos decía que estudiáramos la lección tal (daba Lengua) y él se ponía a leer y a fumar. Se estaba tirando a la de parvulitos, una casada feúcha, y lo sabía todo el mundo, hasta el marido de ella. Una mañana apareció el 850 del padre con la 4 ruedas rajadas; se comentó que había sido el cornudo, pero como no tenía narices a partirle la cara a Serafín (ya os digo que estaba fuerte y, en su juventud, había sido boxeador) la había pagado con el automóvil donde su mujer se la chupaba al cura. El padre era asiduo cliente de un pilinguiclub de la zona, nosotros lo vimos entrar un montón de veces, pero a nadie le importaba. Él pasaba de nosotros y nosotros de él. Nos respetábamos en nuestra mutua indiferencia. Me caía bien.

Si hay un cielo a la izquierda del Padre tiene que estar sentado el padre Maximino. Nunca he encontrado una persona más buena que él. Con él rompieron el molde. Viejo, alopécico, con gafas, inocente...era un niño de 60 años. Nos daba Latín y Griego. Y nosotros con 15 añitos y las hormonas enloquecidas. Os lo podéis imaginar. En B.U.P. la cosa ya era mixta, así que descubrimos a las chicas. El pobre padre también, era un show verlo ruborizarse cuando le hablaba a alguna de aquellas lolitas. Una vez un iluso se pasó de más con Maximino, el pobre se entristeció mucho, de verdad. En el recreo lo pillé por banda (yo entonces era un macarrilla): "como te vuelvas a cachondear así del padre te inflo a palos". No lo hizo más. Yo tenía un chollo con el padre. Ya entonces apenas estudiaba, me dedicaba casi a tiempo completo a divertirme y a perseguir a las chicas, pero mal que bien iba aprobando, pero Latín y Griego...jorobar! es que para aprobar eso tenías que estudiar!. Llegaban las notas: "Kufisto (me miraba como si le estuvieran rajando el corazón): 1´5". Cuando terminaba la clase me acercaba al padre y le contaba la película: "es que tengo que trabajar en el bar...no me da tiempo a estudiar...mi padre se va a enfadar..." lo típico. El pobre Maximino me escuchaba con auténtica angustia: "Mira Kufisto, eres un buen chico y no eres simple. ¿Por qué no te esfuerzas un poco más?. Si tuvieras un 4´5, un 4, un 3´5...pero es que está fatal!. Te he puesto un 1´5 por no ponerte un cero y avergonzarte..." "Sí padre, tiene vd razón" y, compungido, miraba al suelo. Cuando recibíamos las notas para enseñárselas a nuestros padres miraba la de Latín y Griego: "Suficiente". Donde quiera que esté, padre Maximino, jamás lo olvidaré. La bondad hecha carne.

He dejado para el final al único Maestro de verdad que he tenido en mi vida. El padre José era un hombre mayor, feo, descuidado en el vestir, fumador empedernido y excéntrico. Una leyenda. Empezaba a dar clase a partir de 6º de E.G.B.; cuando estábamos en 5º, poco antes de terminar el curso, se pasaba por la clase de sus futuros alumnos para verles las caras. No se oía ni el silencio. Había auténtico pavor. La primera clase que tuvimos con él (Matemáticas) resultó inolvidable. Se acercaba la hora y todos teníamos un nudo en la garganta, creíamos que nos iba a comer vivos. Llegó, dió la clase y se quedó con todos nosotros. Jamás le ví dar una leche o una paliza; daba capones, te zarandeaba, te estimulaba, te ridiculizaba...lo suyo era psicológico. Todos dábamos lo mejor de nosotros mismos en sus clases. Un chico se da cuenta enseguida de cuando lo quieren engañar o cuando alguien se muestra tal y como es. Y en esas edades lo único que realmente cuenta es la sinceridad, puedes ser un macho cabríoazo, pero, al menos, no lo disimules.
Don José llegaba, en silencio total le mirábamos como se rulaba un cigarrillo de "caldo de gallina" (Ideales), con una majestuosa parsimonia lo encendía con una cerilla y le pegaba un buen par de caladas. Aquello apestaba. Si estaba de buen humor se acercaba a cualquier notas y le echaba el humo a la cara; el pobre infeliz se pasaba tosiendo toda la mañana y los demás nos partíamos la platano. Otra especialidad suya era que cuando alguien no estaba dando todo lo que podía, se acercaba a él, mirándolo fijamente, en silencio, el tío apestaba a sudor, no sé cuando shishi se lavaría y empezaba a rascarse la cabeza como un mono, cayendo una lluvia de caspa sobre los libros y cuadernos del petulante de rigor, que luego con cara de indecible ardor de estomago limpiaba como podía.
Yo era muy bueno con las Matemáticas. El mejor. Ahora no me saques de las 4 reglas que me pierdo. Es el precio a pagar por tantos años de privar sin control. Cuando don José se enteró de que iba a escoger Letras Puras en B.U.P. (no se daban Matemáticas en esa rama) me llamó durante un recreo:

- "Kufisto!"
- "Sí, padre"
- "¿Qué narices te pasa?"
- "¿Qué me pasa de qué, padre?"
- "No te pases de listo conmigo, muchacho. ¿Es verdad que has escogido Letras para el año que viene?"
- "Sí, padre"
- "¿Por qué?"
- "Porque quiero ser periodista, padre"

Me miró como a una cosa

- "¿Periodista? ¡Tú eres un MATEMÁTICO petulante! Qué quieres, so simple...¿ser como el augusto de Hermida? ¿como la Mayra ésa del un, dos, tres? Eres una nenaza Kufisto. Tú eres un MA-TE-MÁ-TI-CO, no un puñetero periodista de cosa.
- "Sí, padre"
- "Sí padre, sí padre...yo no soy tu padre, gaia!. ¡qué decepción, qué decepción!"

Se fué. Hice Letras Puras y la cagué. Hace unos días don José estuvo en mi bar. Vino con una pareja de cuarentones supongo que familiares suyos. Me alegré al verle. Salí de la barra y le saludé:

- "¿Como está don José?"
- "Bien, hombre, bien" me dijo su boca, pero sus ojos, esos ojillos vivarachos e inteligentes me decían: "Pues no me ves, iluso, viejo y cansado, al borde de irme al otro lado".

Se bebió dos ginebras con coca-cola, lo invité. Cuando se marchaban salí a despedirme.

- "Espero verle de nuevo pronto, don José"
- "Yo también, Kufisto, yo también"

Cuando iba a salir por la puerta se volvió:

- "Kufisto!"
- "¿Sí, padre?"
- "Tuviste que hacerme caso"
- "Lo sé, padre"
- "Adiós Kufisto"
- "Adiós, don José"


Él tenía razón.


Él siempre tenía razón.
 
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