En el camino del amaperrismo

Clavisto

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10 Sep 2013
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Era un sábado por la noche, la cosa estaba tranquila en el bar y, como no tenía a nadie mejor, me puse a hablar con "el topo".

Es un tipo curioso; cincuentón, prejubilado por no se qué (yo creo que, simplemente, por flojeras), soltero, entero y feo, aunque lo más característico es que ve menos que una platano liá en un trapo, con unas gafas que hay que verlas para creerlas y unos ojillos aburridos de haberles tocado en suerte semejante sujeto.

Bueno, al tema. Estaba bebiéndose su copazo de rigor (esto es, un dedillo de dyc con una coca-cola) cuando inicié "la conversación":

- "¿Qué tal?"
- "Bieeeen..."
- "(jorobar)...está la noche floja..."
- "Síiii..."
- "(Estupendo)...esto...¿sigues saliendo con la bici?"
- "Nooo...el otro díiia me dió un dolor en el peeecho y me tuve que parar y volverme andando. Lo pasé muuu mal, Kufisto...me asusté."
- "Vaya...¿y ya no haces nada?...eh...quiero decir...¿reposo absoluto y tal? (flojeras)"
- "Nooo...bueno...caaasi...el médico me dijo que no era nada, pero que no haga esfuerzos, que camine tranquilo y esooo..."
- "(No te explotarán las pelotas, no. Bendito sea tu médico.) Ya...hace tiempo que no cojo la bici, entre el trabajo, las resacas y que la tengo averiada no encuentro nunca el momento, pero eso sí, salgo a andar muy a menudo...(¡ATENCIÓN!), ¿conoces algún camino que esté bien?, no sé, por no hacer siempre la misma ruta."

Me miró raro.

- "Síii...(atinó a decir) conozco uno..."

Me miraba raro.

- "Venga, pues dímelo."

Creí ver como le crecían los colmillos y se le afilaban las orejas.

Me lo dijo.

La gente empezó a llegar y tuvimos que dejar nuestra apasionante tertulia, la cosa acabó como de costumbre y a la mañana siguiente desperté con las maldiciones y juramentos habituales.

Me asomé a la ventana; hacía una tarde maravillosa, soleada, con ese calorcito tan bueno después del largo y pestoso invierno, y ahí estaba yo, tambaleándome, más muerto que vivo, con un cenicero por lengua y un ejército de enanitos aporreándome la cabeza. "Tengo que salir a andar, como cueza la resaca no me hago vivo en todo el día". Así que fuí a potar, cagué, no quise ni mirar lo que eché, me duché, me afeité, me vestí, pillé unas nueces, una botellita de agua fría y salí al encuentro del doctor sol.

Al principio todo eran mareos, náuseas, eructos...un cuadro; tres o cuatro veces estuve a punto de darme la vuelta, pero no lo hice, sabía que en casa sólo me esperaban las paranoias y los malos rollos, así que continué caminando.

Rompí a sudar, eso es lo mejor que te puede pasar para curar una resaca, me sentía mejor, abrí unas cuantas nueces, bebí un poco de agua fresca y me puse el mp3, algo de música clásica, tranquila, relajada...mejor, mucho mejor...recordé el camino que me dijo el "topo"...hacia allá me fuí.

Como me dijo ese cabrón pasé por debajo de la autovía, "Al salir verás 3 caminos, ve por el central, no importa que tenga un par de pivotes cortando el paso y un letrero que lo prohiba, tú sigue, a la derecha del camino hay un riachuelo y tal, está muy bien...". Efectivamente, encontré los pivotes, y ví un letrero bien rellenito que rogaba "NO PASAR"; yo pasé, claro, me lo dijo el hijomio del "topo", el paseo estaba muy bien y mi cabeza no tanto, bueno, sigamos la linde, como los simples...

Yo me encontraba cada vez mejor, quité radio clásica y puse a los Zeppelin a toda leche, tan contento, rockeando por el campiri, tralarí, tralará, "¿dónde vas, kufis?", "no lo sé, tronko", "¡lonely, lonely, lonely time!", charáaan, charánnn, chán, charán, charán...de guay.

En estas iba, a mi fruta bola, sin ver a nadie más que luz y pajarillos, cuando, de repente, y a pesar del volumen de los auriculares, oigo unos tremendos LADRIDOS a mis espaldas...Me giro y a unos 5 metros veo a no menos de 5 cortesanazos enseñandome los dientes.

No me cagué en los pantalones porque ya lo había echado todo afuera una hora antes.

Me quedé loco. Cosa rara, ni me paré, ni eché a correr, ni nada por el estilo, seguí caminando al mismo ritmo, con mucho cuidado me quité los auriculares y poco a poco los ladridos fueron quedándo atrás.

Cuando dejé de oirlos me entró una cosa por el cuerpo...¡me acuerdo de la progenitora que parió al copón!...¡NO LOS HABÍA VISTO LLEGAR!, entraron por la izquierda entre la maleza, yo iba mirando el puñetero río, escuchando la maldita música y no me enteré de nada...sólo cuando los tuve casi debajo de mis pelotas reparé en ellos. Imaginé a los perros: "¿Pero que hace este iluso? ¿no se da cuenta de la jauría de perros que estamos acechándole? ¿estará loco?". Recordé los documentales que había visto, por una vez me habían servido para algo, aunque fuera inconscientemente, "si te encuentras con un oso, un tigre, un león o cualquier otra bestia salvaje...no huyas, no grites, mantén la calma y tal...". me acuerdo de la leche fruta...si los llego ver llegar salgo echando palos a buena marcha y me hubieran devorado; simplemente no los ví, no los ví...eso fué lo que me salvó, no verlos.

Continué caminando, rezando por encontrar otro camino de regreso. No lo había. Llegué al final del sendero. Tenía que regresar por el mismo sitio. El sol se iba, se iba...tenía que hacerlo. No llevaba el móvil para llamar, nadie sabía que estaba allí...no me quedaba otra opción.

Me tranquilicé. Cuando sólo hay un camino la calma viene en tu ayuda, los nervios aparecen cuando tienes que elegir.

Agarré una rama y una piedra de unos tres kilos. Pensé: "Esta cosa de rama la rompo con el primer palo que dé", pero no había nada más contundente. La rama en la derecha y la piedra en la izquierda. Dos kilómetros por delante. Eché a andar. No pensaba en nada. Ni en nadie. Simplemente eché a andar, con los ojos bien abiertos y los oídos en guardia..."¡vamos kufis! ¡no te acojones! ¡de peores has salido!". Ya...

Cuanto más cerca estaba, más concentrado iba. Sentía mi corazón bombeando sangre a toda leche. Miraba la maleza, el río, el silencio mortal del campo, la luz que se iba...llegué a la zona cero.

No ví ningún perro.

Ahora estaban en la otra orilla del riachuelo. Dos. Tumbados. Mirándome en silencio. Hubieran podido alcanzarme sin problemas, el río apenas llevaba agua. No hicieron nada. Me miraban. jorobaeerrr...

Cuando llegué al inicio del camino, a los pivotes, al puñetero letrero, me dieron ganas de reír como un loco pero me contuve porque un ciclista tan listo como yo iba a emprender el mismo camino aprovechando la media hora de luz que quedaba. No le avisé. No le dije nada, no por maldad, simplemente estaba confuso.

Pasé por debajo de la autovía, de regreso a la bendita civilización, con mi piedra y mi palo que aún no había tirado. A unos 200 metros los tiré, ¿qué creéis que pasó 30 después? exacto, otro cortesanazo suelto, neցro, con collar, "¡me acuerdo de TÓ LO QUE EXISTA!", rápidamente pillé otra piedra, ésta pesaría unos ocho kilos, ya me daba igual, estaba decidido a reventarle la cabeza cuando, de repente, se oye la voz de una astuta, "Max, Max, ven aquí...". Me vió la piedra. "Tranquilo, no hace nada". Si no maté a ésa tía en ese momento es que no soy capaz de apiolar a nadie. No dije nada.

Cuando dejé atrás el maldito campo tiré la fruta piedra. Rendido, hasta los narices, llegué a mi fruta casa. De la resaca no quedaba ni el recuerdo. Mi gato, mi queridísimo gato, salió a recibirme, como siempre. Me dieron ganas de comérmelo a besos. Bendito gato, bendito gato.

Fuí a trabajar, estuve alegre, risueño, bromista, con un subidón increíble. Terminé bebiendo con mi gente. Al cerrar nos fuímos por ahí, de fiesta, hasta el amanecer, contentos, felices...

Al puñetero "topo" no lo ví en quince días, cuando lo hice no dije nada, era un pobre hombre, es un pobre hombre, no puedes pegar a un pobre hombre, es más, seguí igual con él, como si no hubiera pasado nada.

Recuerdo como la miraba a ELLA cuando aún estábamos juntos...lechón envidioso, joróbate, estuvo conmigo un montón de años, sus mejores años... conmigo, no contigo.

Tú no tienes narices.
 
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