El viaje del Papa a Irak: al encuentro de Nimrod

Mateo77

Laico católico
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El próximo 5 de marzo el Papa comienza una visita de tres días a Irak bajo el lema “todos son hermanos”. Pienso que este peligroso viaje se enmarca de lleno en el presente signo de los tiempos. Es un viaje a la tierra de Nimrod, de Babel y de Abraham. El primer día el Papa acudirá a “Nuestra Señora de la Salvación” tras un encuentro con los católicos iraquíes. El segundo, tras visitar la llanura de Ur, el fuego de los caldeos del que fue liberado Abraham, celebrará una misa en la catedral de San José. El tercer día se desplazará a la tierra de la antigua Nínive, una zona que fue ocupada por el ISIL.

Ante la reedición de la torre de Babel (el Nuevo Orden Mundial) el Papa acude con un mensaje que parece destinado a combatir la confusión de las lenguas: “todos son hermanos”. Este viaje a la tierra en la que se estableció la primera tiranía tras el diluvio recuerda la bajada de Cristo a los infiernos y su predicación a los espíritus encadenados. Cristo nos dice “mi hermano es quien hace la voluntad del Padre” (Mateo 12,50), y también que son “bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9), y tras la Resurrección le confía a los apóstoles la administración de la paz (Juan 20,19-23).

El precio puesto para la conclusión de la torre de Babel es la hermandad de los seres humanos, entiendo que en torno al mensaje de tolerancia y relativismo. La cuestión es si esos cimientos son lo suficientemente sólidos para sostener todo el edificio. Es decir, si basta con el segundo mandamiento de Cristo (amor al prójimo) desligado del primero (amor a Dios sobre todas las cosas). Dios bendice a la humanidad en sus proyectos, da lluvia a justos e injustos (Mateo 5,45). Dios da vestiduras a Adán y Eva cuando estos han de abandonar el Paraíso como consecuencia de su elección de rechazar a Dios. En la parábola del hijo pródigo, el Padre le da su parte de herencia al hijo que quiere emprender la vida por su cuenta. Dios no se opone a nuestras decisiones, al contrario, el fracaso no se produce por falta de su bendición. Sin embargo, sin Dios no hay posibilidad de ningún bien duradero porque los cimientos son demasiado endebles. “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mateo 12,30). No es una amenaza, es una enseñanza.

Las consecuencias espirituales de este viaje pueden ser muchas, muy profundas y de diverso signo. De poco sirve especular, pero creo que este viaje merece toda nuestra atención.

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