afectopuro
Madmaxista
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RAÚL DEL POZO
Utopía del repollo
EL RUIDO DE LA CALLE
He escrito alguna vez que José Luis Rodríguez Zapatero me parecía el político más de izquierdas desde la Segunda República. Tal vez estuviera equivocado, porque si realmente hubiera sido un hombre de izquierdas tendría que haber hecho lo que Nicolás Salmerón antes de firmar una sentencia de muerte: dimitir. El miércoles quedó como Cagancho en Almagro. Se tiró de cabeza al callejón apenas lo miró de frente el morlaco de la recesión y luego le creció la barba en el burladero del Banco Azul. Dio trato de garrote al Estado de Bienestar. En 24 horas sustituyó el Estado Social de Derecho por el capitalismo puro. Dejó a su Gobierno tambaleándose, sin base de sustentación ideológica, después de hurgar en la viga maestra de su política social.
Algunos analistas y políticos le sugieren que convoque elecciones. No lo hará, porque las perdería. Ahora parece un sonámbulo bailando sobre un precipicio. Ha tenido que quemar lo que adoraba. Ya no puede mirar por encima del hombro a la derecha que le puede contestar diciendo: «Nosotros congelábamos los sueldos, vosotros saqueáis la nevera».
ZP puede remontar, porque queda mucho tiempo para las elecciones, ese sistema de marketing para elegir dos partidos con las mismas recetas económicas, pero le han dinamitado el discurso.
Hasta ahora se había comportado como un socialdemócrata posmoderno apelando al gasto social y a las libertades civiles. Digo social- demócrata, que significa, protestar contra la guerra detrás de las pancartas y luego aprobar los créditos para enviar más soldados que nunca a un frente, movilizar agitadores con las tibias de los muertos y desnudarse en el metro para defender los derechos de las focas.
Ahora quedó claro no sólo que ha cogido el olivo como Cagancho en Almagro, sino que la izquierda que representa es retórica electoral, aunque no todo el mundo sabe que hace mucho tiempo que renunciaron a la lucha de clases o a derrumbar el capitalismo. Se conforman con arreglarle las averías. Otra vez se han quedado en pelota (sin ese) junto a unos sindicatos y una izquierda que, como ya no tienen metalúrgicos que defender, se dedica a proteger a las ballenas, a los toros bravos, a los personajes, a los galgos y a los ratones.
No digo que todo eso esté mal, pero en vez de luchar contra los papas y los reyes, critican sus vestidos. Los ecologistas radicales exigen que el Papa renuncie al armiño, sin decir nada de la pederastia. Al grito de «¡Pieles tortura!» le van a montar el pollo al Pontífice para amparar los derechos de un pequeño carnívoro, de piel suavísima, símbolo de la pureza, del papado y la monarquía.
El armiño prefiere la captura antes de mancharse en el cieno. Los que adoraban la revolución mundial veneran a la Madre Tierra. La nueva utopía es un repollo.
Utopía del repollo
EL RUIDO DE LA CALLE
He escrito alguna vez que José Luis Rodríguez Zapatero me parecía el político más de izquierdas desde la Segunda República. Tal vez estuviera equivocado, porque si realmente hubiera sido un hombre de izquierdas tendría que haber hecho lo que Nicolás Salmerón antes de firmar una sentencia de muerte: dimitir. El miércoles quedó como Cagancho en Almagro. Se tiró de cabeza al callejón apenas lo miró de frente el morlaco de la recesión y luego le creció la barba en el burladero del Banco Azul. Dio trato de garrote al Estado de Bienestar. En 24 horas sustituyó el Estado Social de Derecho por el capitalismo puro. Dejó a su Gobierno tambaleándose, sin base de sustentación ideológica, después de hurgar en la viga maestra de su política social.
Algunos analistas y políticos le sugieren que convoque elecciones. No lo hará, porque las perdería. Ahora parece un sonámbulo bailando sobre un precipicio. Ha tenido que quemar lo que adoraba. Ya no puede mirar por encima del hombro a la derecha que le puede contestar diciendo: «Nosotros congelábamos los sueldos, vosotros saqueáis la nevera».
ZP puede remontar, porque queda mucho tiempo para las elecciones, ese sistema de marketing para elegir dos partidos con las mismas recetas económicas, pero le han dinamitado el discurso.
Hasta ahora se había comportado como un socialdemócrata posmoderno apelando al gasto social y a las libertades civiles. Digo social- demócrata, que significa, protestar contra la guerra detrás de las pancartas y luego aprobar los créditos para enviar más soldados que nunca a un frente, movilizar agitadores con las tibias de los muertos y desnudarse en el metro para defender los derechos de las focas.
Ahora quedó claro no sólo que ha cogido el olivo como Cagancho en Almagro, sino que la izquierda que representa es retórica electoral, aunque no todo el mundo sabe que hace mucho tiempo que renunciaron a la lucha de clases o a derrumbar el capitalismo. Se conforman con arreglarle las averías. Otra vez se han quedado en pelota (sin ese) junto a unos sindicatos y una izquierda que, como ya no tienen metalúrgicos que defender, se dedica a proteger a las ballenas, a los toros bravos, a los personajes, a los galgos y a los ratones.
No digo que todo eso esté mal, pero en vez de luchar contra los papas y los reyes, critican sus vestidos. Los ecologistas radicales exigen que el Papa renuncie al armiño, sin decir nada de la pederastia. Al grito de «¡Pieles tortura!» le van a montar el pollo al Pontífice para amparar los derechos de un pequeño carnívoro, de piel suavísima, símbolo de la pureza, del papado y la monarquía.
El armiño prefiere la captura antes de mancharse en el cieno. Los que adoraban la revolución mundial veneran a la Madre Tierra. La nueva utopía es un repollo.