El MENSAJE del FIN de los TIEMPOS

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
ACTUALIZACION: ACTUALIZACION: El Libro III/Secuela (incluye un NUEVO MAPA y NUEVOS DIBUJOS) en las pags 6 y 7 a partir de este post además de en Omegangelion Libro III – COMPLETA

Omegangelion, el Mensaje del Fin de los Tiempos, es una novela filosófica de fantasía oscura. No escribo para ganar fama o dinero, sino para transmitir un Mensaje de Dios a todos los Hijos de Adán. Doy mi bendición para que este libro sea distribuido libremente a condición de que sea sin ánimo de lucro e indicando origen (Licencia Creative Commons).

Al modo de los astrólogos decimonónicos he resuelto tomar un nombre angélico. Uriel es el Ángel del Diluvio, del Fin del Mundo Primordial. Asociado a Uriel está Sariel-Azrael, el Ángel de la Muerte que libera a los mártires de su agonía y quiebra el yugo de los tiranos.

La ambientación, salvando las licencias artísticas, se inspira en Bizancio. No el cesaropapismo absolutista de la historiografía occidental, sino la sinfonicidad anarcomonarquista de historiadores ortodoxos como Kaldellis y Romanides.

Una de estas licencias es el continente ficticio de Ykumini. Las cuatro naciones que lo conforman simbolizan las cuatro naciones espirituales del cristianismo: Rumeli (ortodoxos), Frangia (occidentales), Kift (monofisitas) y Assur (nestorianos). Así, la Conquista Franga de Rumeli evoca la Cuarta Cruzada, así como la influencia de la teología occidental, que siguiendo al falso profeta Agustín de Hipona, profesa que Dios es la Causa del Mal.

La muerte de cierto personaje simboliza como incluso la Iglesia Ortodoxa ha capitulado ante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, renunciando a su Autoridad Espiritual al someterse al Poder Temporal de la Bestia (el Estado), lo que fuerza a los individuos de alma pneumática a buscar a Dios siguiendo el Sendero Místico por su cuenta y riesgo.










La Omega, Icono del Esjatón, se une al Punto de la Manifestación para formar un sigilo que invoca, en el Nombre de Cristo, la Liberación Eutanásica de ese Enfermo Agonizante e Incurable que es la Creación Material. Esta escrito: «Tal como el Mundo Antiguo pereció en el Agua, los Cielos y la Tierra que son ahora están destinados al Fuego en el Día del Juicio» (2 Pedro 3:6-7).

Dedico mi obra a los mártires en estos tiempos apocalípticos. Orad conmigo, hermanos:
Que el Reino del Diablo sea consumido por la Luz, Amén.​

Prólogo

Antes de la Creación, solo existía el Dios Eliun, que es Luz Increada. Y todo lo que no era Eliun, era Oscuridad. Pero la Oscuridad estaba sellada, pues no puede manifestarse en la Luz. Eliun retrajo entonces Su Luz para crear a Paradisos, el Mundo Antiguo, y allí despertaron los ángeles.

Y los ángeles eligieron como Príncipe a Adamas, y Dios confió a Adamas la Corona Astral, la piedra angular de la Creación. Pero la Oscuridad se manifestó en el corazón del ángel Elelefs, que usurpó la Corona y dijo “sobre los ángeles de Dios levantaré mi trono, y seré semejante a Eliun”. Así, la Creación quedó maldita, y Elelefs se convirtió en el Diablo, la Causa del Mal. Esclavizado por el deseo de unirse con su lado femenino, Adamas engendró a los mortales, que se multiplicaron por Paradisos. Y Elelefs enseñó a los mortales el Sendero Oculto, que a nada conduce, y los mortales le adoraron.

Y fue la Edad de Tauro, el Tiempo de la Tierra. Al término de esta Edad, el mago rebelde Uriil halló el Árbol de la Iluminación, comió e invocó el Diluvio. Y el Diluvio sepultó a Paradisos, y cuando las aguas bajaron emergió el Nuevo Mundo, Ykumini, y solo la parentela de Uriil sobrevivió de entre los Hijos de Adamas. Pero Elelefs no es de carne mortal y, pasado el Diluvio, regeneró su cuerpo y siguió a los mortales hasta Ykumini, y erigió su corte en Vavel, en el corazón del desierto, en la Tierra de Assur.

Y la Edad de Tauro pasó, y fue la Edad de Aries, el Tiempo del Fuego. En el curso de esta Edad, la lengua común de los mortales cambió y el Adameo, la lengua de Paradisos, se convirtió en una lengua arcana.

Y la Edad de Aries pasó, y fue la Edad de Piscis, el Tiempo del Agua. En esta Edad Ihthys, el Avatar de la Luz de Dios, fundó la Logia para enseñar el Sendero Místico a los mortales. Esto enfureció a Elelefs, que lo crucificó como ofrenda para la Oscuridad. Los Adeptos de Ihthys, guiados por Su Espíritu, se alzaron y vencieron a Elelefs, separando su espíritu del plano material con el Espejo de Daat. En el proceso, la Corona Astral se escindió en la Corona Lunar y la Tiara Solar, de modo que sus Portadores, los Adeptos, se convirtieron en Arconte y Hierofante, y en la Tierra de Rumeli fundaron Vyzantion. Pero la sombra de Elelefs, su oscuro espíritu, siguió influyendo en el corazón de los mortales…


Libro I – Capítulo I – Caída en Desgracia

Ya era de noche, una noche de finales de Septiembre, en los albores del otoño, y un chico delgado y pálido llamado Azrail soñaba despierto mientras vagabundeaba por las calles de Edessa, una ciudad fronteriza. Tenía trece años, pero no aparentaba más de diez. El cabello, que le llegaba hasta los hombros, era rubio oscuro. Con sus grandes ojos verdegrises y sus facciones suaves, Azrail habría sido un niño muy guapo de no ser por el aire enfermizo que le daban sus incorregibles ojeras.
Vestía harapos grises, pues como huérfano no tenìa otras ropas, y vivía con Sariil, su hermano gemelo, en una casa a las afueras de la ciudad. Dos años atrás, cuando los frangos invadieron Rumeli conquistando una ciudad tras otra, sus padres se habían marchado abandonándolos a su suerte. Tal desenlace no había sorprendido a los gemelos, que nunca se habían sentido ni comprendidos ni amados por quienes les ataron a la existencia.
De pronto, un maullido sonó a sus espaldas. Azrail, que siempre había sentido afinidad por los gatos, salió de su ensimismamiento y giró la cabeza. Un gato espectral, blanco a excepción de una enigmática mota en la frente, le miraba fijamente desde las sombras. Sus ojos eran grises, pálidos como la luz de la luna. Azrail sintió como un vínculo telépatico unía su consciencia con la del gato, y supo que algo no marchaba bien en casa.
Azrail corrió por las calles de Edessa hasta llegar frente a su casa, un destartalado edificio de dos plantas. La puerta estaba entreabierta.
Dentro de la casa, todo parecía normal. La luz del candil estaba prendida, el pan que Azrail había «tomado prestado» para la cena aún seguía en la mesa.
Pero se respiraba un ambiente extraño. Azrail sacó una pequeña daga que llevaba prendida del cinturón y avanzó sigilosamente. Notaba una presencia extraña al fondo del pasillo, frente al.umbral de la habitación en la que dormían los gemelos.
Advirtiendo de inmediato la presencia de Azrail, el desconocido se giró en su dirección y salió de entre las sombras. Era un hombre lampiño, de cabello castaño-rojizo y ropas negras. En su mano izquierda aferraba un libro, que Azrail reconoció como el grimorio que, poco antes de la Invasión Franga, había «tomado prestado» a petición de su gemelo, mientras con la derecha empuñaba una espada curva con la que amenazaba el cuello de Sariil. El siniestro personaje dedicó a Azrail una sonrisa aviesa.
-Me llamo Aetios, y soy un cazaherejes al servicio de la Arconte Varlaami. El uso de un grimorio deja… cierto rastro y os sitúa fuera de la ley. Esto significa que puedo hacer con vosotros lo que quiera, de modo que, por tu propio bien, tira la daga.
-¿Y dejarme dar de baja de la suscripción de la vida como un cordero? No, gracias -replicó Azrail fríamente.
El sicario miró al niño con interés.
-Veo que tienes agallas, a diferencia de este… intelectual que comparte tu apariencia. Eso me gusta, así que te daré una oportunidad de demostrar lo que vales -Aetios envainó su espada, se guardó el grimorio e hizo un gesto a Azrail, retándole-. Vamos chaval, intenta matarme. Si lo consigues, seréis libres. Si no…
Dejó que la amenaza flotara en el aire, indefinida.
Azrail sabía que Aetios estaba jugando con él, pero también sabía que, si lograba apuñalarle en el cuello, sangraría y moriría como cualquier otro hombre, por mucho que le superara en fuerza, tamaño y experiencia. Deshechando toda vacilación, Azrail corrio hacia Aetios, fintó y ensayó una puñalada, pero en el último momento Aetios aprisionó su muñeca con una mano mientras que con la otra le cogía del cuello y le estampaba contra la pared, dejándole sin resuello.
-Eres débil -siseó Aetios mientras lo miraba con desprecio-. ¿Sabes por qué eres débil? Porque te falta repruebo. Por eso te voy a llevar a un sitio en el que aprenderás a reprobar. Cuando pierdas tu humanidad, cuando seas capaz de dar de baja de la suscripción de la vida a sangre fría a cualquiera que se interponga en tu camino, te buscaré para terminar nuestro duelo. Y ahora, o sueltas la daga o te rompo la muñeca.
A regañadientes, Azrail dejó caer la daga. Intuía que tendría que proteger a su frágil gemelo en el lugar al que Aetios les iba a llevar, y difícilmente podría hacerlo con la muñeca rota.

El sicario llevó a los gemelos hasta la verja de un orfanato de aspecto siniestro. Una mujer hombruna, de nariz rojiza y cabello caoba recogido en un moño, salió a recibirlos. Apestaba a aguardiente, y en la mano tenía una porra de roble.
-Vengo a traeros a estos niños. Adiós -atajó Aetios.
Sin esperar respuesta, el cazaherejes dió media vuelta y desapareció entre las sombras.
La mujerona miró a Azrail e Sariil de arriba a abajo.
-Sóis idénticos. jorobar, hasta ahora nunca me habían traído gemelos. Soy Gorgo, la matrona de este hogar para niños perdidos. ¡Vuestros nombres! ¡Rápido, pequeños delincuentes!
-Azrail… Mi gemelo se llama Sariil -dijo Azrail.
-¿Oh, y que le pasa a Sariil? ¿Es mudo o algo así? -inquirió Gorgo burlonamente.
-Es… tímido -repuso Azrail diplomáticamente.
-¿Tímido? ¿Y como es que tú no eres tímido si sóis gemelos? ¡Tu «tímido» hermanito va a responder a mi fruta pregunta por las buenas o por las malas! -Gorgo alzó la porra sobre Sariil, amenazante-. ¡Por última vez, mocoso malcriado, dime tu puñetero nombre! ¡Te azotaré en la cara, no me importa!
Sariil se quedó paralizado de miedo. Gorgo descargó la porra, pero Azrail se interpuso y la detuvo, agarrándola al vuelo (tuvo que usar ambas manos, pues la mujerona era mucho más fuerte que él). Roja de ira, Gorgo agarró a Azrail de la pechera y le levantó a pulso, retorciéndole la camisa hasta casi asfixiarle. Sus ojos beodos estaban inyectados en sangre como los de una perra rabiosa.
-S-Sariil -dijo una vocecita-. M-me llamo Sariil. P-por favor, no matéis a mi hermano…
Gorgo soltó a Azrail, que se tambaleó, mareado. Sariil le prestó su apoyo para que no cayera.
La matrona puso los brazos en jarras.
-No iba a matarle. Detesto a los críos, pero detesto aún más el trabajo, y el Estado no me paga por los huérfanos muertos, solo por los vivos. Eso sí, más vale que espabiles o tus compañeros se te van a comer vivo. Y en cuanto a ti -añadió refiriéndose a Azrail- Como vuelvas a desafiarme te azotaré hasta que sangres. ¿Ha quedado claro?
-Cristalino -respondió Azrail fríamente.
Gorgo sacó una petaca, echó un trago y eruptó.
-Adentro.
Los gemelos pasaron al interior del orfanato, tras lo cual Gorgo cerró con llave.
-El dormitorio está en el piso de arriba, la primera puerta a la izquierda. Tendréis que compartir cama, porque solo tengo una libre. Esfumáos.
Gorgo, que tenía que hacer un verdadero esfuerzo para pasar el día relativamente sobria, estaba deseando finiquitar la jornada para poder embriagarse a gusto antes de dormir. Apenas los gemelos subieron las escaleras, la mujerona fue hasta la cocina y abrió un armario lleno de botellas de aguardiente. Con una en cada mano se fue hasta el salón y se tumbó en el sofá mientras empezaba a beber.
-Te lo has ganado, Gorgo -se dijo a sí misma-. Ha sido un día duro, y a partir de mañana habrá dos puñeteros críos más a los que aguantar.


Capítulo II – Cautividad

Pasaron las semanas, hechas de jornadas todas iguales. Por la mañana, Gorgo despertaba a gritos a los huérfanos y les daba un panecillo y un vaso de agua como desayuno. Media hora después, les obligaba a pasar seis horas hacinados en una habitación con pupitres y rejas en las ventanas, memorizando machacones discursos, frases y consignas. Este lavado de cerebro tenía como objetivo «hacer de vosotros verdaderos hombres, trabajadores y soldados al servicio del Estado». Para empeorar las cosas, Gorgo exigía atención continua y estaba dispuesta a imponerla descargando un porrazo sobre los hombros de cualquier chico al que pillara distraído. Por la tarde, después de una magra comida consistente en un nauseabundo caldo de col, Gorgo mandaba a los chicos al patio, rellenaba su petaca y empezaba a entonarse mientras contaba las horas para que, tras servirles las sobras de la comida a modo de cena pudiera mandarlos al dormitorio y beber aguardiente hasta quedarse dormida.
Pasado un mes y medio, Sariil tomó una decisión que llevaba meditando desde su primer día de orfanato.
Los gemelos eran introvertidos e individualistas por naturaleza. Ambos acusaban la falta de libertad y soledad a la que estaban sometidos, pero Sariil, más sensible que su gemelo, no podía evitar llorar cuando la porra de Gorgo hería no solo su cuerpo, sino su alma. Azrail no podía protegerle de Gorgo, como tampoco podía impedir que sus compañeros, una jauría de estúpidos bravucones que se vanagloriaban de aguantar las palizas «como hombres», se mofaran de él acrecentando su tormento.
No podía soportarlo más, ni tampoco podía seguir siendo una carga para Azrail. Si seguían así, ninguno de los dos superaría el invierno, cuando la muerte blanca, la tuberculosis, llegaba para llevarse a los niños delgados de ánimo melancólico.
Con cuidado de no despertar a su gemelo, Sariil se deslizó fuera de la cama y salió del dormitorio sin hacer el menor ruido. Silencioso como una sombra, bajó las escaleras y fue hasta la cocina. Tras abrir cuidadosamente algunos cajones halló lo que buscaba: el cuchillo con el que Gorgo cortaba la carne que ella comía y que vedaba a los huérfanos.
Sariil se sentó en el suelo y dejò que la luz de la luna, que se colaba por la ventana, bañara su rostro por última vez. Desde el salón, a unos metros de distancia, llegaban el eco de los ronquidos de Gorgo. Sariil esbozó una sonrisa amarga: pronto dejaría de oírlos. Palpándose el cuello, se tomó el pulso para localizar la yugular y deslizó el cuchillo con firmeza abriendo un profundo surco. La sangre empezó a manar como el agua de una fuente, empapándole la ropa y formando un charco en el suelo. En pocos segundos el niño empezó a perder la consciencia y sonrió.
«Desde ahora, ambos seremos libres. Adiós, hermano».
En ese instante, un gato blanco de ojos grises y carne azulada, espectral, surgió de un haz de luz lunar y caminó hacia Sariil…

Poco después del alba, un grito de terror resonó por todo el orfanato. Azrail despertó al instante y notó la ausencia de Sariil. Intuyendo lo que había ocurrido, saltó de la cama y corrió hacia el lugar desde donde había partido el grito. Los otros muchachos, animados por la disrupción, siguieron a Azrail escaleras abajo hasta llegar a la cocina.
Gorgo estaba de pie, lívida, contemplando el cadáver de Sariil. Una costra de sangre seca cubría sus ropas y parte del suelo. Su mano aferraba el cuchillo con el que se había cortado el cuello. Loco de dolor, Azrail intentó zarandear a Sariil en un absurdo intento de «despertarlo» pero, apenas tocó su cuerpo este se desintegró, quedando solo las ropas vacías sobre el suelo.
-¡Mirad tíos, el fiambre del rarito está tan seco que se ha hecho polvo! -exclamó Kurgos, un chico robusto de cabello erizado. Azrail cogió el cuchillo y le dirigió una mirada asesina.
-Búrlate de mi hermano solo una vez más y…
Gorgo, despertando de su aturdimiento, se interpuso, con una actitud conciliadora impropia de ella.
-Vamos, Azrail, no te pongas así. Suelta el cuchillo, sé un buen chico -dijo con una falsa amabilidad que no engañó a Azrail. En el fondo, Gorgo se alegraba de no tener que pagar un entierro que costaría más de lo poco que había ganado por acoger a los gemelos.
Azrail consideró sus opciones: podía apuñalar a Gorgo y luego ir a por los demás, pero ellos eran nueve, y su mente racional sabía que era imposible que consiguiera matarlos a todos: le desarmarían y le lincharían, o huirían y avisarían a la policía, los perros de presa del Estado. Además, durante el tiempo que había pasado en el orfanato había ido explorando el edificio sin que nadie se diera cuenta, y había descubierto algo interesante, algo que hoy mismo había pensado comentar con Sariil.
Lentamente, Azrail dejó el cuchillo en la encimera, y Gorgo se apresuró a cogerlo y ponerlo fuera de su alcance.
-¡Vamos, que estáis mirando! ¡Id al salón, que tengo que limpiar todo esto y preparar el desayuno antes de empezar las clases!
Azrail dirigió una última mirada a lo que había quedado de Sariil antes de seguir a sus compañeros. Al tocar el cadáver, Azrail había oído en su mente las últimas palabras de su gemelo, como si fuera un mensaje telepático, una suerte de nota de suicidio.
«Gracias, hermano, por darme la determinación que me faltaba» -pensó Azrail-. «Te he fallado, pero juro que esta noche vengaré tu muerte y romperé mis cadenas».

LEER LA NOVELA COMPLETA EN: Omegangelion – COMPLETA
LEER POR CAPITULOS EN: Omegangelion – Indice
 
Última edición:

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
Capítulo III – Éxodo

Tal como hiciera su gemelo la noche anterior, Azrail salió del dormitorio y bajó las escaleras mientras todos los demás dormían. Ignorando los ronquidos de Gorgo, Azrail pasó de largo el salón, la cocina y el baño para llegar hasta una puerta, una que no se usaba nunca, y que los huérfanos tenían prohibido abrir. Tras la puerta había un pasadizo, oscuro como la boca de un lobo. Azrail entró y, con cuidado, cerró a su espalda, sonriendo cuando dejó de oir los ronquidos.
Tras parpadear durante unos segundos, los ojos de Azrail se acostumbraron a la oscuridad. Aunque no llegaba a tener la visión nocturna de los gatos que tanto le gustaban, sus ojos eran más agudos que los de la mayoría de los humanos.
Sin vacilar, Azrail descendió por una escalera y dobló un par de recodos hasta llegar a una puerta doble, hecha de acero, que siempre estaba cerrada con llave. En apariencia, las puertas traseras de la villa eran un obstáculo mucho más formidable que la puerta de madera que constituía la entrada principal, pero Azrail, al examinarla unos días atrás, se había dado cuenta de que algo que había pasado por alto la persona que las fabricó, y que hacía que quizá no fueran tan inexpugnables por dentro como lo eran por fuera. Era solo una posibilidad, pero tenía que intentarlo.
Azrail adelantó una pierna, echó un brazo hacia atrás y golpeó la cerradura con el talón de la mano derecha. Se oyó un ruido metálico y las puertas de acero se abrieron, franqueando el acceso un desatendido jardín plagado de ortigas y malas hierbas.
Esbozando una media sonrisa, Azrail salió al exterior y comprobó que, como había sospechado, el pestillo de la cerradura, una vez desencajado de su molde, impedía volver a cerrar la puerta. Esto implicaba que el truco solo servía para una vez.
Cruzando el jardín con cuidado de evitar las ortigas, Azrail escaló la verja, que medía más de dos metros y terminaba en una hilera de afiladas puntas de lanza. Con agilidad felina, Azrail pasó por encima y se descolgó de un salto, aterrizando en la calle con las piernas flexionadas, indemne.
El chico recorrió las desiertas y silenciosas calles de Edessa tan apresuradamente como permitía el sigilo, siempre alerta y ocultándose en las sombras cada vez que sentía que una patrulla de policía pasaba cerca. Al fin llegó hasta su objetivo: la casa de un tal Rasnis, un espadachín que vivía de lo que ganaba apostando su vida en la arena. Conteniendo la respiración, el niño se coló a través de un estrecho ventanuco que había en la fachada y llegó hasta el interior de la casa. En la pared, sobre un soporte, estaba lo que buscaba: la espada de Rasnis.
Azrail desenvainó y admiró la hoja, esbelta y de doble filo. Ensayó algunos cortes y estocadas, confirmando que era un arma ligera y rápida, bien equilibrada, ideal para sus propósitos. Satisfecho, guardó la espada en su vaina y, tras mirar por el ventanuco para asegurarse de que no pasaba ninguna patrulla, saltó a la calle con la espada en la mano.

Cuando sus pies tocaron de nuevo el jardín del orfanato, Azrail recogió la espada, que había pasado previamente por el hueco de la verja, y caminó apresuradamente hasta la puerta del pasadizo. Abrió con cuidado, solo una rendija, y aguzó el oído para asegurarse de que Gorgo seguía dormida, roncando como una lechona. El chico entró, cerró la puerta a su espalda, desenvainó lentamente y fue hasta el salón, deteniéndose justo frente al sofá en el que Gorgo dormía. El musculoso cuello de la mujerona se hinchaba como el de un sapo al ritmo de su respiración.
Azrail alzó la espada. Había llegado el momento de la verdad. Su hermano había tenido el valor de segar su propia vida. ¿Tendría él valor para segar la de sus victimarios, aunque para ello tuviera que asesinarlos mientras, vencidos por el sueño, yacían indefensos? Por mucho que Gorgo mereciera morir, por mucho que él tuviera derecho moral a vengar a su gemelo, dar de baja de la suscripción de la vida así no era honorable. Aún tenía la opción de volver a saltar la verja y seguir su camino sin hacer daño a nadie.
La voz de Sariil resonó de nuevo en la mente del niño:
«Desde ahora, ambos seremos libres. Adiós, hermano».
Recordando su juramento, Azrail enterró sus escrúpulos y deslizó la afiladísima hoja por la garganta de Gorgo, cortándo piel, grasa y músculo como si fueran mantequilla. De inmediato, la mujerona abrió los ojos y miró a Azrail con una mezcla de miedo y repruebo. Intentó gritar, pero la sangre que no salía de su cuerpo le encharcaba los pulmones, ahogando su voz. En menos de diez segundos, sus ojos beodos se apagaron y su cuerpo quedó inmóvil. Gorgo, la matrona alcohólica y maltratadora, estaba muerta.
Azrail, conmocionado. miró la sangre que goteaba de la punta de su espada. Sentía que algo había cambiado en su interior con este acto de asesinato. Su memoria evocò la voz de Aetios:
«Eres débil. ¿Sabes por qué eres débil? Porque te falta repruebo. Cuando pierdas tu humanidad, cuando seas capaz de dar de baja de la suscripción de la vida a sangre fría a cualquiera que se interponga en tu camino, te buscaré para terminar nuestro duelo…»
Azrail rió con amargura, acusando la ironía de haber hecho exactamente lo que quería su enemigo: dejar que el repruebo consumiera todo escrúpulo moral, dar de baja de la suscripción de la vida a sangre fría, perder su humanidad. Con todo, no se arrepentía. Había hecho lo que tenía que hacer.
Sin la menor vacilación, Azrail sacudió la sangre de su espada, subió las escaleras y entreabrió cuidadosamente la puerta del dormitorio. Las respiraciones de los nueve muchachos, regulares y acompasadas, revelaba que estaban sumidos en un profundo sueño.
Esbozando una media sonrisa, Azrail se acercó a la cama más próxima y degolló al chico que dormía en ella tal como había hecho con Gorgo.
Sin ni siquiera esperar a que terminase de morir, Azrail se deslizó, como una sombra, hasta la siguiente cama y repitió la operación, una y otra vez, hasta que, tras cortarle el cuello al octavo, oyó un grito ahogado a su espalda. De inmediato se volvió, dió una zancada y apoyó la punta de su acero en el plexo laríngeo de Kurgos.
-P-porfa tío -suplicó el matón, que había empezado a sollozar-. N-no me mates, tío. V-vale que al rarito, digo, a tu hermano, le hice algunas bromas y le di algunas collejas p-pero era la Gorgo la que daba las palizas…
-Todos vosotros -cortó Azrail, su voz rebosante de helada cólera-, os reíais cuando mi gemelo lloraba, todos vosotros le intimidábais, todos vosotros, en mayor o menor medida, contribuísteis a atormentarlo hasta que no pudo soportarlo más. Por eso, todos vosotros sóis tan culpables como Gorgo, y por eso merecéis compartir su destino. Hasta nunca.
Azrail clavó la espada y la sacó con un elegante giro de muñeca. El matón cayó al suelo, muerto.
Saciada, por el momento, su sed de venganza, Azrail sacudió la sangre de su hoja y envainó. Un instante después tuvo un vahído, y tuvo que apoyarse en la pared para no caer. Estaba exhausto. Sabía que no podía seguir allí mucho tiempo, que tenía que huir cuanto antes, pero también sabía que si no se acostaba ahora no tardaría en desmayarse de agotamiento. Tambaleándose, se acostó y en apenas un minuto perdió la consciencia…

Capítulo IV – Socios

-Has montado una buena carnicería.
La voz, que Azrail reconoció como la de Rasnis, lo despertó al instante y lo hizo saltar de la cama, tenso como un felino y con la espada desenvainada. Rasnis, el espadachín, era un hombre apuesto y pálido, de cabello oscuro y ojos glaucos.
-Tranquilo, muchacho. Yo solo…
Sabiendo que quién ataca primero tiene ventaja, Azrail se abalanzó sobre Rasnis presto a dar muerte. Con la gracia de un bailarín, Rasnis esquivó la arremetida y desarmó al chico. Azrail comprendió entonces que nunca había tenido posibilidad alguna. Igual que con Aetios.
-Matádme -imploró el niño, con lágrimas de impotencia corriendo por sus mejillas-. Matádme, pero no me denunciéis. No temo a la muerte, pero sí a pasarme la vida en una jaula, esclavizado, a merced de gente cruel.
-¿Quién soy yo para arruinarle la vida a nadie? -replicó Rasnis-. Si quisiera denunciarte no te habría despertado para hablar contigo. Habría salido a hurtadillas tras ver los cadáveres que has dejado y habría avisado a la policía para que ellos de ocuparan del asunto. Supongo que tendrías tus motivos para hacer lo que has hecho, y en cualquier caso no es de mi incumbencia. Ahora que he recuperado mi espada, eres libre de seguir tu camino.
-¿Camino? ¿Qué camino? -replicó Azrail con la voz rebosante de amargura-. A ojos del Estado soy un criminal, y sin un arma ni siquiera tengo una posibilidad como proscrito.
-Si no tienes adonde ir -dijo Rasnis afablemente-, podrías vivir en mi casa y aprender mi arte. Pareces tener un talento natural para la espada.
-¿Por qué queréis instruírme? ¿Qué ganáis vos? -inquirió Azrail con desconfianza.
Rasnis titubeó.
-Si te lo cuento, quizá tenga que matarte.
Azrail se encogió de hombros.
-No me importa morir.
-De acuerdo. Poco después de que Kanavos, el Verdadero Arconte, se convirtiera en piedra, dos espadachines criados como eunucos en la corte conspiraron para dar de baja de la suscripción de la vida a la Usurpadora y a Gross, su perro guardián, a fin de descabezar a los frangos y prender la llama de la rebelión. Sus nombres eran Narsis y Aetios.
Los ojos de Azrail relampaguearon de ira al oir el nombre del autor de su desdicha.
-…Mientras Narsis se enfrentaba a Gross -prosiguió Rasnis-, Aetios debía ocuparse de Varlaami. Pero Aetios traicionó a Narsis, inclinándose ante la Usurpadora y ofreciéndole sus servicios como cazaherejes. Narsis huyó de Vyzantion y sobrevivió ocultándose bajo un nombre falso…
Azrail esbozó una media sonrisa.
-Comprendo. No tengo tengo razones para rechazar vuestra generosa oferta, Narsis. También yo tengo cuentas pendientes con Aetios, y también yo creo que los tiranos merecen poca cosa. Transmitidme vuestro arte y os ayudaré. Eso sí, no esperéis que sea vuestro sirviente. Si me he rebajado a dar de baja de la suscripción de la vida a sangre fría es para ser libre, no para cambiar unas cadenas por otras.
El eunuco revolvió el cabello del muchacho.
-No te preocupes por eso. Tú y yo somos socios, compañeros, camaradas unidos por por una causa común. Sin jerarquías. Eso sí, no vuelvas a llamarme por mi verdadero nombre. Nunca se sabe quién puede estar escuchando…
Rasnis se interrumpió y miró por la ventana.
-Esta a punto de amanecer. Sugiero aprovechar estos últimos minutos de oscuridad para incendiar este sitio y largarnos antes de que venga la policía. Que los escombros carbonizados guarden el secreto de lo que aquí ha ocurrido.
Azrail sonrió maquiavélicamente. Con todo el aguardiente que Gorgo había acumulado a lo largo de los años, solo tenían que romper un candil en el lugar adecuado para convertir el orfanato en una tea.

Capítulo V – Renacimiento

Sariil abrió los ojos. Yacía en un lecho, al lado de un anciano que lo miraba afablemente. El anciano vestía una túnica de lino, tan blanca como su cabellera, e iba tocado con un gorro de mago, hecho de lino púrpura, con un disco de plata sobre la frente: la Tiara Solar.
El anciano se llevó una mano al pecho y un aura de santidad y sabiduría lo rodeó como un nimbo.
-Permite que me presente. Soy Palamas, Hierofante del Templo de Vyzantion.
-El Templo ya no existe -replicó Sariil fríamente-. Fue arrasado por los frangos…
-Lo sé. Esto es solo un reflejo, una réplica creada mediante la magia en el interior del Espejo de Daat.
-…¿Como he llegado hasta vos?
-Es un misterio. Hace unas horas sentí una perturbación en la Cámara del Espejo y te hallé desnudo e inconsciente, así que te puse una túnica y te llevé hasta mi cama.
Sariil notó entonces que ya no vestía sus harapos de huérfano, sino una túnica semejante a la del anciano. También notó que en su cuello no había ni rastro del corte, ni siquiera una cicatriz.
-¿Tenía alguna herida cuando me encontrásteis?
-No.
El niño se quedó callado un largo rato, pensativo.
-Es extraño que no tenga sed -comentó-. Antes de desvanecerme perdí mucha sangre.
-Eso puedo explicarlo -dijo Palamas-. El interior del Espejo pertenece al plano espiritual. Al morar aquí estamos exentos de las necesidades que aquejan a nuestros cuerpos en el plano material.
«Nada de esto tiene sentido» -pensó Sariil-, «Sé que me corté la yugular, que estaba muriéndome…»
Entonces recordó al gato espectral. Un gato blanco de ojos grises surgido de un haz de luz lunar. Esa extraña criatura debía haber cerrado la mortal herida y teletransportado a Sariil al interior del Espejo, dejando atrás sus ropas ensangrentados.
-Quizá podría ayudarte a resolver el enigma si me contaras tu historia -repuso Palamas adivinando sus pensamientos.
La crónica de su desdichada existencia manó de la boca de Sariil tal como la sangre había manado de su cuello. Palamas lo escuchó en silencio, pacientemente, mirándolo con profunda compasión. Al concluir su relato, el niño se sentía exhausto, pero también desahogado.
El archimago notó entonces que Sariil le miraba inquisitivamente, y recordó que había prometido ilustrar al niño a cambio de su historia.
-Nunca he visto a ese… gato espectral pero si, como supones, es quién te ha traído hasta mí, entonces es probable que sea un ángel, pues solo así se explica que haya podido superar mi barrera mágica, barrera que ni siquiera Varlaami ha sido capaz de penetrar.
-Quizá podría usar el Espejo para contactar con él -propuso Sariil.
-Olvídalo -replicó Palamas-. Solo yo, como Hierofante puedo usar el Espejo, y jamás lo haré. Si usara el Espejo, la barrera que separa este plano del plano material se abriría y este Templo dejaría de ser un refugio seguro.
Sariil estrechó los ojos.
-¿Debo asumir que no soy libre de marcharme de vuestro Templo?
Palamas titubeó, intentando encontrar las palabras adecuadas.
-…Por desgracia es así. No obstante, me gustaría que me vieras como tu amigo, no como tu carcelero. Aunque no pueda dejarte salir, compartiré contigo todo lo que tengo y no te mandaré, ni te obligaré, ni te pegaré, sin importar cuan travieso seas.
-No soy travieso y nunca lo he sido -cortó el chico fríamente.
-Ya lo imaginaba. Los niños como tú, tímidos e inteligentes, no suelen ser problemáticos… Lo que he querido decir es que tengo la convicción de que, si los niños fueran gigantes, los adultos no les pegarían, lo que demuestra que no les pegan porque se porten mal, sino porque son demasiado débiles para defenderse. Quienes agreden a seres indefensos profesan, lo admitan o no, la Filosofía del Diablo, la falacia pagana y herética de que la Fuerza hace el Derecho.
Sariil asintió.
-Desde mi primer día en el orfanato deduje que las peroratas de Gorgo sobre como «la disciplina te hace un hombre», no eran sino una burda inducción al masoquismo. Incluso una borracha estulta como ella debe ser consciente de que, mientras duerme, es vulnerable. Por desgracia para ella, la propaganda no siempre funciona, y estoy seguro de que mi aparente muerte habrá dado a mi gemelo el empujoncito que necesitaba para ajustarle las cuentas…
Palamas trazó en el aire la Señal de Ihthys, horrorizado. Un niño de trece años no debería tener que cargar con tanto repruebo, ni ser tan cínico y calculador.
-Escucha Sariil, no debes permitir que la Oscuridad infecte tu corazón. No olvides que estamos llamados a seguir el ejemplo de Ihthys, que expiró en la cruz perdonando a sus asesinos, pues sabía que lo blando es más fuerte que lo duro, que el agua es más potente que la roca, que el Amor es más vigoroso que la violencia…
-Habéis prometido compartir conmigo todo lo que tenéis -atajó Sariil-. Enseñadme magia. He muchos libros, pero nunca he tenido un maestro, y no puedo limitarme a ser autodidacta cuando sé que la Logia prohíbe a los Iniciados revelar por escrito la esencia de su arcano arte.
-En efecto, y la razón es que la magia te puede llevar muy lejos por senderos equivocados… ¿Por qué quieres aprender magia? -inquirió el archimago.
-Porque necesito saciar mi sed de conocimientos esotéricos -respondió Sariil-. Para mí la magia es un fin, no un medio.
Palamas suspiró, aliviado de que la sed que Sariil quisiera saciar con la magia fuera de conocimiento y no de venganza.
-En ese caso te acepto como aprendiz. Y ahora, como maestro tuyo que soy, tengo algo importante que enseñarte sobre la magia. Incluso si un día te rebelas contra todas mis enseñanzas, te ruego que no olvides esto.
Sariil lo miró en silencio, expectante.
-La magia -empezó Palamas adoptando tono didáctico- nace del corazón, que es la sede del alma. Si tu corazón es puro, tu magia también lo será, una bendición para ti y para tu prójimo. Pero si tu corazón es impuro, y tus deseos malévolos, producirás una magia oscura. El mago blanco es ascético, humilde y casto, las ideas de Amor y Bien son siempre el motor de sus acciones. El mago oscuro inicia su camino con el derramamiento de sangre humana, el crimen y el endurecimiento por la obstinación para erradicar definitivamente los remordimientos. Luego recoge los logros materiales perseguidos de manera pecaminosa y que son indignos de cualquier persona honrada. El precio que pagará a la larga será un alma oscura, incurablemente enferma, condenada a arder en la Luz Increada a cuya eterna contemplación todos estamos destinados…
-Entiendo maestro pero, ¿que pasa con la magia gris, que en teoría permite utilizar tanto la Luz como la Oscuridad como fuentes de maná, de energía espiritual? -inquirió Sariil.
-El gris y el oscuro son los dos extremos del espectro de las sombras, en contraste con el blanco, que es ajeno a ese espectro. La magia gris es la trampa con el que el Diablo caza almas como la tuya -sentenció Palamas-. No me mires así, ya sé que eres un buen chico, pero cuando miro a través de ti percibo cierta fascinación con el lado oscuro del corazón humano. Tienes que elegir, gatito -añadió afectuosamente.
-Ya he elegido -replicó Sariil-. Puede que sienta cierta… curiosidad por las tinieblas, pero sé que son indignas de confianza. Además, desprecio la impureza y la crueldad tanto como desprecio la estulticia y la ignorancia. Por estas razones, mi lealtad está con la Luz.

Cinco años después…

Omegangelion – COMPLETA
 

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
Libro II – Capítulo I – El Precio de la Hombría

Azrail sacudió su esbelta hoja, salpicando de sangre la arena del coliseo mientras su rival caía al suelo, ahogándose en su propia sangre merced a un hábil sesgo de su espada. Las gradas estallaron en vítores, eufóricas. El árbitro se acercó para proclamarle ganador y entregarle una bolsa de mil monedas de oro.
Azrail envainó, cogió el oro y salió del coliseo sin pronunciar palabra. Detestaba al ruidoso populacho, y detestaba aún más el sol cenital que le forzaba a pelear con la capucha echada a fin de no quedar deslumbrado.
Rasnis, su amigo y maestro, le esperaba fuera.
-Excelente espada. Aún te falta experiencia, pero poco más puedo enseñarte en lo que a técnica se refiere. Por cierto, he comprado una botella del mejor vino resinado para acompañar a la comida de hoy. No todos los días cumple uno dieciocho años.
Azrail esbozó una media sonrisa y se apartó un mechón que le tapaba un ojo. Había dejado de ser un niño para convertirse en un joven y, aunque ya no era bajito, seguía siendo muy delgado, lo que junto a su cara imberbe, de suaves facciones, le hacía parecer un quinceañero.
Una vez hubieron terminado de comer, Rasnis sacó un sobre, lacrado con el Sello Real, y se lo entregó a Azrail.
-Esta mañana dejaron esto en el buzón.
Azrail rompió el sello, extrajo la carta y la leyó, confirmando sus peores sospechas.
-…Me llaman a filas.
A fin de acostumbrar a los rumelios a la tiranía y así prevenir revueltas, Gross había decretado que todos los varones sanos, al cumplir dieciocho, sirvieran durante dos años como conscriptos, como esclavos militares. No pocos se suicidaban o quedaban tullidos, y quienes regresaban sanos lo hacían con el cerebro lavado, dispuestos incluso a denunciar a sus propios padres si, en la intimidad de sus hogares, osaban decir algo en contra del Estado.
Azrail había pensado mucho ello y había decidido que antes se suicidaría que someterse a la leva pues, ¿qué es la vida sin libertad sino una agonía que hace de la muerte una liberación?
-No dejes que esto te arruine el día, socio -dijo Rasnis afablemente-. Como ya te expliqué en una ocasión tengo un amigo médico, Athos, que llegado el momento te hará una exención por enfermedad. Debe estar al caer.
Unos minutos después llamaron a la puerta. Rasnis se acercó sigilosamente y acercó el ojo a la mirilla, una precaución esencial para quienes viven bajo un régimen autoritario. Al ver que Rasnis se quedaba muy quieto, inmóvil como una estatua, Azrail supo que algo iba mal.
-¿Qué ocurre? -susurró.
Sacudiéndose el aturdimiento, Rasnis se volvió hacia el chico.
-N-no es Athos -respondió, también en un susurro-. Por favor, ve a tu cuarto y métete en la cama. Puede que tengas que fingir una enfermedad. Y deja aquí la bolsa del oro, por si acaso hace falta un soborno.
Azrail obedeció, alarmado por el miedo que había en la voz de su amigo, aunque, por la misma razón, se llevó consigo la espada. Una vez subio al piso superior, recorrió el pasillo hasta la puerta de su habitación.
Volvieron a llamar a la puerta, pero Rasnis no abrió, y Azrail comprendió que estaba esperando a que se metiera en su cuarto. Esto le dió mala espina, de modo que abrió la puerta de su aposento y la cerró sin entrar. Así, podía escuchar sin ser visto.
Rasnis suspiró y abrió la puerta de la casa.

Capítulo II – Confianza y Amistad

En el umbral se erguía un hombre cheposo, con el cabello oscuro cortado a tazón. El hombre dirigió a Rasnis una mirada predatoria, como si fuera un cuervo a punto de sacarle los ojos, y habló con fría cortesía:
-Vengo del Gremio de Médicos. Podéis llamarme Doctor Korais.
La consciencia del error que había cometido al abrir la puerta golpeó a Rasnis como un mazo. Quizá había sido el vino, quizá la sorpresa, pero su intuición le gritaba que había actuado de forma estulta.
-C-creo que ha habido un error. Yo he contratado al Doctor Athos.
-El Doctor Athos ya no trabaja para el Gremio. Anoche… cayó en desgracia y ahora yo tengo su puesto. Tened la amabilidad de invitarme a pasar para que pueda hacer mi trabajo.
Rasnis sintió un escalofrío. Era evidente que el tal Korais había denunciado a Athos para quedarse con su puesto, lo que daba una idea de qué clase de persona era. Solo restaba la esperanza de que al menos fuera un corrupto manipulable con un buen soborno, pues si ahora le cerraba la puerta levantaría sospechas, y él sería el siguiente en «caer en desgracia».
Rasnis se apartó de la entrada e invitó a Korais a pasar con un gesto.
Tomaron asiento, frente a frente, en el salón.
-¿Q-queréis una copa de vino? -preguntó Rasnis con un hilo de voz.
-Mi tiempo es oro -replicó Korais secamente-. Explicadme para qué habéis contratado los servicios de un médico.
-V-veréis -empezó Rasnis, su cerebro trabajando a toda velocidad para formular una historia plausible-. Soy el tutor de un joven llamado Azrail, el cual ha contraído… tuberculosis -Rasnis se maldijo a sí mismo por sus vacilaciones, pero algo en el tal Korais le intimidaba tanto que le costaba pensar con claridad-. El caso es que el chico acaba de cumplir dieciocho y le han llamado para hacer el servicio militar. Comprenderéis que, como tuberculoso, debe ser exento, por su propio bien y por el de sus compañeros.
-Entiendo. De modo que necesitáis un médico que certifique su incapacidad. ¿Podéis traer al chico para que pueda examinarlo?
-Lamentablemente está muy débil y no puede levantarse de la cama.
-En tal caso llevadme hasta su lecho y lo examinaré alli.
-De acuerdo. Permitidme que vaya yo primero, por si acaso estuviera dormido. En cuanto os llame, subid.
Rasnis se encaminó hacia la escalera, pero lo detuvo la voz de Korais, dura como el acero.
-Basta de juegos. Athos se ha pasado años firmando exenciones a todo aquel que se lo pedía. Ahora váis a tener que darme una buena razón para no denunciaros, a vos y a ese mocoso vuestro que por la mañana triunfa en la arena y por la tarde dice estar en la cama tosiendo sangre.
Con la cabeza gacha, temblando de miedo como un ciervo acorralado, Rasnis cogio la bolsa del oro y la dejò caer frente a Korais, a fin de que escuchara el tintineo de las monedas.
-Mil monedas de oro. Son vuestras. Solo dejadme en paz a mí y a mi chico.
Korais estalló en carcajadas. La suya era una risa burlona, que rezumaba maldad. Pasado el arranque de hilaridad, el matasanos clavó en Rasnis una mirada sádica.
-No estáis en posición de negociar, necio. Me entregaréis el oro, y entregaréis al muchacho para el servicio, y a cambio me pensaré si denunciaros o no. Si os negáis, me encargaré personalmente de que acabéis en la peor mazmorra del país. Imaginad cuantas indignidades, cuantos horribles ultrajes tendréis que soportar. En especial el muchacho, que solo es un bello adolescente… carne fresca.
Rasnis empezó a sollozar. Por alguna razón se sentía incapaz de luchar contra Korais, como si una oscura magia hubiera anulado su voluntad. ¿Como iba a proteger a Azrail cuando ni siquiera tenía valor para protegerse a sí mismo?
Korais esbozó una mueca de ardor de estomago.
-Dejad de lloriquear, es una orden. Los hombres no lloran.
Rasnis se enjugó las lágrimas con la manga, demasiado aterrado como para desobedecer.
-Muy bien -dijo Korais mientras se guardaba el oro. Su tono era el mismo que usaría un amo con su esclavo-. Ahora traédme al mocoso.
-¿C-como? Está armado y es peligroso. Vos mismo lo habéis visto.
Mentalmente, Korais se felicitó a sí mismo por haber sonsacado a Rasnis que lo de la enfermedad de Azrail era un cuento. El matasanos sacó un frasquito del bolsillo de su chaqueta.
-Esto contiene leche de adormidera. Haced que se la tome y, cuando esté narcotizado, mandaré llamar a los soldados para que se lo lleven al campo de entrenamiento.
Rasnis asintió, sumiso, y vertió la leche de adormidera en una copa de vino, confiando en disimular así el sabor de la droja.
En el pasillo, Azrail estaba lívido, aferrando con tanta fuerza la vaina de su espada que los nudillos se le habían quedado blancos. La traición de Rasnis, su amigo y mentor, le habìa llenado de una oscura cólera. Con todo, su mente fría y racional sabía que no podía perder el tiempo lamentándose, ni quedarse paralizado mientras sus enemigos decidìan su destino. Sabía lo que tenìa que hacer. Sacó la espada, bajó las escaleras y se dejó ver.
Apenas oyó la voz de Korais:
-Guarda el arma ahora mismo, jovenzuelo. No soy un mugriento gladiador con el que tengas derecho a batirte, sino un ciudadano ejemplar cumpliendo con su…
El matasanos nunca llegó a terminar aquella frase. Silencioso y letal, Azrail se había deslizado hacia él con la espada desenvainada. Cuando Korais descubrió el destello de la muerte en sus ojos, era demasiado tarde.
Rasnis vió caer al matasanos al suelo, muerto, y luego sintió como Azrail ponía el agudo filo contra su cuello.
-¿Por qué? -demandó Azrail. Su voz rebosaba amargura. El hielo verdegrís de su mirada traslucía un alma desgarrada.
Rasnis no intentó luchar, ni tampoco huir. Sabía que Azrail tenía todo el derecho a matarle, y en parte estaba deseando que lo hiciera para dejar de sentir el remordimiento, la insoportable vergüenza que lo atormentaba por haber traicionado a su amigo.
-Había un poder siniestro en la voz de ese hombre y yo… no he tenido fuerza mental para resistir su hechizo -dijo el eunuco con un hilo de voz. Sabía que no era excusa, que no había razón capaz de justificar su deslealtad, pero era lo único que podía decir.
Fue limpio y rápido. Tras sacudir la sangre de la hoja, Azrail envainó, se dejó caer en un sofá y lloró amargamente.
Una vez logró calmarse, el chico contempló a los dos cadáveres que yacían a sus pies y sonrió torvamente.
«Parece que mi destino es vagar como un proscrito hasta el día en que, con mi venganza culminada, caiga sobre mi espada para reunirme con mi hermano» -pensó-. «Sea. Desde ahora, solo confiaré en mi espada, y ella será mi única amiga».

Capítulo III – La Torre de Vavel

Sariil caminaba por el desierto, siguiendo a su maestro. No podía deternerse, ni desviarse de su senda, pues Palamas aferraba su muñeca con una fuerza impropia del anciano.
De pronto, un zigurat de siete pisos emergió de entre las dunas. Sariil alzó la mirada hacia la cima de la mole, y vió al sol tornarse oscuro como tela de saco, y a la luna roja como la sangre, y a las estrellas del cielo caer sobre la tierra.
Indiferente al prodigio, Palamas siguió avanzando hasta llegar frente la entrada del zigurat, sobre la cual había grabadas unas palabras en Adameo, la lengua primordial:
ILI ILI LAMA SAVAHTHANI​
Eran las mismas palabras que Ihthys había pronunciado en la cruz, justo antes de expirar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Gritos de agonía, y rumor de llanto y crujir de dientes surgieron entonces del interior del zigurat, y Sariil supo que Palamas lo guiaba hasta un lugar de martirio.
-¡Deteneos maestro, deteneos! -gritó el joven, presa del pánico.
Palamas siguió caminando hacia la entrada, sordo a la voz de su aprendiz. Desesperado, el chico intentó soltarse, pero la mano del anciano era de hierro. El archimago, no obstante, notó el forcejeo y se giró hacia su aprendiz, mirándolo con unos ojos ciegos mientras sonreía afablemente.
-Tranquilo gatito, ya casi hemos llegado al Templo. Pronto podrás descansar…
El anciano reanudó su marcha y arrastró al indefenso, aterrado muchacho al interior de la ominosa mole.
De pronto, se hizo el silencio. Sariil flotaba en el vacío, y no había rastro de su maestro, ni del desierto, ni del zigurat. El joven místico sintió la presencia del gato espectral y, brillando como una constelación, apareció un sigilo:

Sariil parpadeó como quién despierta de un sueño. Estaba en el Templo, sentado sobre una alfombra, meditando en compañía de su maestro. Demasiado nervioso como para volver a concentrarse, el joven mago se levantó con intención de salir.
-¿Que ocurre, gatito? -susurró Palamas- ¿Por qué abandonas la meditación?
El chico se estremeció involuntariamente al oir a su maestro referirse a él de la misma forma que en la pesadilla. Sabía que era irracional, que era solo un apodo afectuoso por el que Palamas le llamaba desde el día en que se conocieron, así que recuperó la compostura y empezó a explicarse:
-Mientras meditaba, he tenido una visión…
-No es una premonición -sentenció el archimago cuando Sariil terminó de hablar-. Como sugieren las palabras de Ihthys que viste grabadas, se trata de la Noche Oscura del Alma. Persevera en la meditación, mi amado aprendiz. Te he enseñado el Sendero, pero no puedo superar tu Noche por ti.
La Noche Oscura del Alma es una prueba que sufren los magi cuando su consciencia se eleva hasta el Plano del Abismo. Es diferente para cada alma, pero siempre produce, de una u otra forma, en la ilusión de ser abandonado por Dios, de una inexorable condenación, de un miedo insondable que puede llegar a destruir la mente del místico.
-Estáis ignorando la presencia del gato espectral y el sigilo que brilla en las tinieblas silentes -señaló Sariil-. ¿Y si está intentando comunicarse conmigo? ¿Y si se trata, simultáneamente, de la Noche y de una premonición? Si descifro el sigilo y lo trazo en el Espejo, quizá pueda contactar con la entidad que, según parece, es mi espíritu-guía…
-Ya sabes que el Espejo te está vedado, mi jovencísimo aprendiz -cortó Palamas-. Si, llevado por el vano anhelo de hallar un atajo a la Iluminación, pones en peligro a este Templo, sellaré tu magia hasta que aprendas a resistir las tentaciones de tu mente soñadora. Si tanto necesitas extinguir esas visiones que te atormentan, persevera en la contemplación. No hay otro Sendero, sino el del humilde abandono y la ardiente caridad.
-…Comprendo, maestro. No volveré a importunaros -replicó Sariil friamente-. Desde ahora, meditaré solo -añadió antes de salir.
Palamas suspiró. Sentía haber sido tan brusco con un chico tan sensible pero, como Hierofante, tenía el deber de proteger el último vestigio de la Logia que quedaba en la Creación, y sabía que Sariil era demasiado individulista como para acatar de grado una norma innegociable.
Omegangelion – COMPLETA
 
Última edición:

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
Capítulo IV – Unión Mística

Pasaron los meses, y llegó el Solsticio de Invierno.
La Visión del Zigurat siguió interrumpiendo las meditaciones de Sariil. Le atormentaba constantemente, recordándole que ya no podía confiar en su maestro, que en la práctica se había desentendido, dejándolo librado a su suerte mientras le prohibía recurrir a la única posible fuente alternativa de saber arcano. Poco importaba que no quisiera o no pudiera ayudarle. De hecho, su incapacidad recordaba inquietantemente a la ceguera que sufría en la Visión.
Cada vez que despertaba de sus pesadillas, Sariil reflexionaba sobre la posibilidad de usar el Espejo de Daat. Ya había descifrado el sigilo y, recordando como el gato espectral lo llevó hasta el Templo, introduciéndolo a través del Espejo mientras Palamas dormía, había deducido que el archimago necesitaba estar consciente para ejercer la Autoridad Espiritual que, como Hierofante, tenía sobre el Espejo. Eso explicaba por qué necesitaba amenazarlo, chantajearle con privarle de la magia, de lo único que, hasta ahora, había dado sentido a su vida.
Llegado a este punto, todo aquello que Palamas había hecho por él, todo el afecto y la sabiduría que le había entregado, se le antojó una limosna hipócrita. Las personas como Sariil, de temperamento melancónico, tienden a buscar excusas para ignorar el amor, en especial si aquellos que dicen amarles les hieren de alguna manera.
Finalmente Sariil llegó a la conclusión, perfectamente lógica desde su punto de vista, de que en el fondo su maestro no le quería. Esta idea le llenó de amargura, pero también le liberó de cadenas mentales como la gratitud o la lealtad.

Tras asegurarse de que Palamas dormía, Sariil se deslizó sigilosamente hasta una cámara de suelo ajedrezado, separada del resto del Templo por un velo púrpura. Era el sanctasanctórum, en cuyo centro se hallaba el Espejo de Daat, que tenía la forma de un disco de vidrio reflectante de unos dos pies de diámetro, encajado entre dos columnas que hacían las veces de marco. La de la izquierda era negra, con UR KASDIM grabado en letras doradas, mientras la de la derecha era blanca, con letras plateadas que rezaban UR ELOHIM.
Mirando fijamnte a su reflejo, Sariil extendió los brazos y posó las yemas de los dedos sobre el cristal, cuya superficie estaba tan fría que parecía hecha de hielo. Ignorando el gélido tacto, Sariil relajó su cuerpo y vació su mente de todo pensamiento salvo la férrea voluntad de activar el Espejo. Ya en trance, embriagado por el éxtasis de la magia, Sariil visualizó al gato espectral y trazó sobre el cristal el sigilo que había aprendido en sus visiones:
«En el Nombre de Ihthys, yo te invoco: Alef-Vav-Resh-Yod-Alef-Lamed».
El cristal, reaccionando a su magia, se tornó oscuro como la noche. Tentado estuvo de bajar las manos, pues el espejo estaba tan frío que resultaba doloroso al tacto. Sariil tuvo la terrorífica visión de que retiraba las manos y su carne se quedaba pegada al helado espejo. Apretando los dientes, hizo caso omiso del dolor y mantuvo el contacto.
¡En el Espejo se abrieron dos ojos! Le entró una desesperada urgencia de apartar la mirada, de retirar las manos, pero antes de que pudiera hacerlo los dos ojos le inmobilizaron con cadenas invisibles e intangibles. ¡el Espejo desapareció! ¡La Cámara desapareció! Sariil no veía nada a su alrededor. No había luz. No había oscuridad. ¡Nada! Nada… salvo los dos ojos que atrapaban los suyos. Los ojos eran grises, grandes y profundos, de pupila alargada. Los ojos del gato espectral. Sariil sabía que si ahora rompía el contacto ocular rompería también el vínculo que unía su alma a su cuerpo y moriría. Entonces, los dos ojos empezaron a absorber su consciencia, lenta pero incesantemente. Sariil sabía que si se dejaba absorber por aquellos ojos también encontraría la muerte. Intentó resistirse, tiró con toda la fuerza de su mente tratando de atraer a aquellos ojos hacia sí, pero era inútil, por mucha fuerza mental que empleara jamás conseguiría vencer a aquellos ojos que seguían tirando de él, seguían absorbiéndolo al modo de arenas movedizas.
La voz de Palamas, de una de sus lecciones, resonó entonces en la mente de Sariil:
«Las vestiduras, fórmulas y objetos sagrados, no tienen sentido en sí mismos, sino como canalizadores de la fe».
Fe. Esa era la clave. Sariil recuperó la consciencia de sí mismo y visualizó que era él quién absorbía los ojos, quién los atraía hacía sí. Creyó firmemente que era así, sintió que era así. Los ojos cesaron de absorber. Todavía le sostenían la mirada, pero ya no estaban en lucha, le apoyaban, le daban el maná que había perdido. Una voz resonó en su mente:
«Relájate. Ahora que tu espíritu es lo bastante fuerte como para recibir el mío sin romperse, podemos unirnos. Conozco muchos Misterios olvidados hace mucho tiempo. Pueden ser tuyos».
El joven esbozó una media sonrisa.
«Comprendo. Me estabas probando. ¿Que hubiera pasado si no hubiera sido capaz de resistir tu magia?»
«Que tu alma se habría consumido. Una muerte dulce, en lugar de la muerte amarga a la que tu maestro, cegado por su orgullo espiritual, te está conduciendo. Tu alma dormiría dentro de mí hasta el Fin de los Tiempos, pero yo no dormiría. Nada me restaría sino contemplar impotente como Ykumini se sume en las tinieblas, pues una misma alma no puede comer dos veces del Fruto de la Iluminación».
«¿Dos veces? ¿Eres acaso Uriil, el hechicero que comió del Fruto e invocó el Diluvio? ¿Como has quedado reducido a la forma de una bestia fantasmal? ¿Qué quieres de mí a cambio de compartir tus dones?».
«¿Por qué crees que el Árbol de la Iluminación está vedado a los mortales, a excepción de aquellos que mueren en santidad, en la plenitud del misticismo? Cuando un mortal que solo posee la Luz de Hod usa el maná del Árbol, Quintaesencia de la Luz de Tiferet, su mente se rompe y la Imagen de Dios, la forma humana, se pierde… Ni siquiera el Avatar, cuando caminó por Ykumini, pudo librarme de esta inmortalidad maldita, pues Él desea que los hombres sean libres, aunque esa libertad les traiga sufrimiento…».
Uriil se interrumpió y miró a lo lejos.
«Las perturbaciones que nuestro encuentro provoca en el Espejo de Daat han despertado a tu maestro. Debes decidir, mientras puedas, si me permites entrar en ti para dormir en tu interior o si te sometes al destino que has visto en tus sueños».
El chico rió amargamente.
«¿Decidir? En la práctica no tengo elección, pues como místico incompleto no poseo el poder de soportar la tortura sin que mi espíritu se quiebre. Te dejo entrar».

-¡¿Oh Sariil, que has hecho?! -exclamó Palamas, atravesando el velo del sansctasanctórum. Obedeciendo la voluntad del archimago, el Espejo de Daat se selló.
-Mirar al mundo que se extiende más allá de este Templo -replicó el joven mientras abría los ojos, unos ojos que, en contraste con su rostro juvenil, parecían viejos y cansados-. Ahora mismo, mientras pronuncio estas palabras, la Estrella de los Magi se eleva en la Constelación de Acuario…
El rostro de Palamas se ensombreció.
-Dentro de noventa días -añadió Sariil al ver que su maestro guardaba silencio-, con la Primera Luz del Primer Día del Primer Mes, la Edad de Piscis dará paso a la Edad de Acuario, el Reinado de la Bestia profetizado en las Escrituras, y no habrá lugar de la Creación fuera del alcance de la Oscuridad. Antes de que eso ocurra, llegaré hasta el Árbol de la Iluminación y lo usaré para invocar un Nuevo Diluvio. La Creación será consumida por la Luz Increada y todo acabará.
Palamas meneó la cabeza.
-Planeas utilizar a la Luz Increada para suicidarte, llevándote a la Creación por delante, a fin de impedir el cumplimiento de una profecía contenida en las Escrituras, que no por ser trágica deja de ser profecía. Eso es rebelión… es herejía. El fin no justifica los medios.
-Es el sentido de mi vida, lo único que hace que mi existencia sea algo más que una tragedia absurda -replicó Sariil.
-Es solo una fantasía nihilista, entretejida con tu orgullo adolescente. Puede que lamentar tu propia existencia sea una buena razón para suicidarte, pero no te da derecho a destruir el mundo.
El joven esbozó una media sonrisa.
-Sí que me lo da. Es la Regla Dorada: «Trata a tu prójimo como a ti mismo».
-Sabes muy bien que eso es una exégesis cínica que viola el espíritu de la letra -sentenció Palamas-. No puedes llegar a la Iluminación caminando por las sombras, con un infierno en la mente y el corazón. Si persistes en tu locura, me veré obligado a sellar tu magia y, a pesar de haberme desafiado y traicionado, no quiero hacerlo porque sé que sufrirás más de lo que ya sufres…
-Preferiría que colaboráseis con mi plan voluntariamente, pero estáis ciego -atajó Sariil con una voz peligrosamente suave-. Considerad esto como un acto de compasión, maestro Palamas.
Antes de que Palamas tuviera tiempo de reaccionar, Sariil posó las yemas de los dedos en el Espejo, justo sobre el reflejo del pecho de su maestro, y murmuró unas Palabras de Poder. El pulso psíquico fue letal para el frágil corazón del anciano, que en el acto se desplomó, muerto, sobre el suelo ajedrezado.
Sariil se miró la mano con la que acababa de segar la vida de Palamas. Había temido este enfrentamiento tanto como lo había planificado, asumiendo que lo atormentaría un insoportable remordimiento si tomaba la vida de su maestro, de su único amigo. Pero no sentía nada, nada salvo el deseo de unir el arte de la Unión Mística, quintaesencia del misticismo, con el arte de la evocación, epítome de la magia, para así expirar contemplando a la Creación, el Reino del Diablo, consumirse en la Luz de Dios. Este ideal había llenado su corazón, de modo que no quedaba espacio para nada más.
«No siento remordimiento porque la vida humana, tanto propia como ajena, solo tiene valor en la medida en la que sirve a mi ideal» -concluyó Sariil-. «Además, ha sido limpio y rápido, una liberación del cruel destino que le aguardaba cuando la Torre de Vavel vuelva a levantarse. Cruel destino al que, sin darse cuenta, me estaba arrastrando».
Saliendo de su ensimismamiento, el joven contempló su reflejo y vió como su sencillo gorro de Iniciado se había transformado en la Tiara Solar. A su espalda, el cadáver de Palamas se había desintegrado, dejando solo cenizas blancas con olor a santidad. Esbozando una media sonrisa, Sariil extendió la mano hacia el Espejo de Daat.
«Ahora yo soy el Hierofante. Abre para mí los senderos de la magia, llévame hasta mi hermano».
El Espejo reaccionó ante su magia, proyectando un haz de luz que envolvió a Sariil como una aureola. Un instante después, el joven sintió como su cuerpo se fundía con la luz y desapareció, absorbido por el Espejo de Daat.

Capítulo V – Realidad y Percepción

Sigiloso y con la capucha echada, Azrail saltó una verja, no muy diferente de la de su orfanato, para colarse en un cementerio situado a las afueras de Vyzantion. Para un proscrito como él, cuyo rostro figuraba en carteles en los que rezaba «Se busca. Vivo o muerto. Por deserción y asesinato», recurrir a una posada era arriesgado. Este siniestro lugar, evitado incluso por los mendigos debido a los rumores sobre apariciones y fantasmas, era su mejor opción.
Cuando ya empezaba a adormecerse, recostado contra una lápida, Azrail sintió una presencia. Ágil como un felino, desenvainó y se puso en pie con la espada adelantada. Frente a él se hallaba alguien a quién conocía muy bien, alguien que no esperaba volver a ver en esta vida.
-Cuanto tiempo, Azrail -dijo Sariil.
El espadachín, conmocionado, bajó lentamente su arma.
-Así que los rumores eran ciertos -dijo para sí-. Este lugar atrae a los fantasmas.
-Mírame bien, Azrail, y decide tú mismo si soy un fantasma.
Azrail miró a Sariil y vió un rostro que era un reflejo del suyo. El rostro de un joven, no el del niño que, cinco años atrás, había sido forzado al suicidio. Por inexplicable que fuera, Azrail comprendió que su gemelo estaba vivo y que, por las ropas que vestía, era Iniciado.
-¿Como es posible? Yo vi tu cadáver. Lo toqué, incluso.
-…Y se deshizo mientras mis últimos pensamientos resonaban en tu mente -dijo Sariil. No era una pregunta, era una afirmación-. Permíteme ilustrarte, Azrail…
Sariil habló a su hermano sobre Palamas, sobre la Estrella de los Magi, y sobre su encuentro con Uriil.
-…Ha sido un excelente espíritu-guía. Entre otros Misterios, me ha transmitido el Poder de Revelar la Verdad Oculta. Por ejemplo… -Sariil murmuró un hechizo.
Azrail parpadeó como quién despierta de un sueño, y vió que Sariil, que hasta entonces le había parecido tan sólido como él mismo, era en realidad etéreo, incorpóreo, espectral.
-Hermano… -musitó.
El mago esbozó una media sonrisa.
«Yo no tengo hermanos de sangre, Azrail. Solo una vez cometieron mis padres la necedad de atrapar un alma en las cadenas de la materia».
El espadachín retrocedió, perplejo no solo por las palabras de Sariil, sino por haberlas oído en su mente sin que se hubiera establecido un vínculo telepático.
«Nunca has escuchado mi voz, Azrail, salvo en tu mente» -replicó el mago repondiendo a sus pensamientos-. «No puede ser de otro modo, porque eres una tulpa, un espíritu artificial creado para ser lo bastante afín a mí como para ser digno de mi confianza, y a la vez lo bastante diferente como para compensar mis debilidades. Existes porque, tras quedarme huérfano, intuí que no podría sobrevivir solo, de modo que utilicé todo el saber arcano del que disponía para invocarte. Pero un autodidacta de once años, por talentoso que sea, no es un verdadero mago. En el curso de la invocación, perdí el control de la magia y me desmayé. Horas después, tú despertaste en mi cuerpo y yo fuera de él, atrapados en una ilusión como quienes caminan por un sueño».
-P-pero no solo nosotros nos percibíamos como hermanos gemelos -argumentó Azrail, intentando desesperadamente salvar su realidad-. Aetios, Gorgo, Kurgos… ¿como lo explicas?
Sariil esbozó una media sonrisa.
«La realidad depende de la percepción, y nuestra percepción, nublada por la magia, generó experiencias ilusorias, entretejidas en nuestras mentes con las experiencias reales asociadas hasta el punto de ser indistinguibles».
Azrail guardó silencio, intentando asimilar el hecho de que todo lo que le importaba, aquello sobre lo que había fundamentado su vida, no era más que una ilusión.
-…Esto implica que tu suicidio forzado, la tragedia que me hizo perder todo escrúpulo a la hora de derramar sangre humana, que me hizo acometer una masacre en el orfanato, fue una mera alucinación. No te estaba vengando, porque en realidad nunca sufriste ofensa alguna.
«Te equivocas». -replicó Sariil-. «La distorsión de nuestras percepciones no era arbitraria, sino que se correspondía con lo que podríamos denominar una realidad alternativa plausible. Cuando tienes una manzana en la mano sabes que, si la soltaras, caería. Aunque no ocurra, sabes que ocurriría. Del mismo modo, nuestras percepciones sabían que, si hubiéramos sido gemelos, me habrían maltratado hasta llevarme al suicidio. Por tanto, quizá no te vengaras de sus pecados, pero sí de su incurable pecaminosidad. Aniquilar a la gente no difiere mucho de erradicar una plaga».
-¿Y ahora qué? -atajó Azrail-. ¿Has venido para recuperar tu cuerpo? ¿Vas a… exorcizarme o algo así?
«¿Por qué habría de hacerlo? Tú puedes cuidar de mi cuerpo mucho mejor que yo». -replicó Sariil-. «No me importa vivir como un fantasma incorpóreo, aunque voy a necesitar el concurso de tu espada para llevar a cabo mi plan».
El rostro de Azrail se iluminó.
-Cuenta con ello. En mi corazón, sigo siendo tu hermano gemelo. Mi espada es tuya.
En ese momento, una daga silbó en el aire y fue a clavarse en una lápida detrás de Azrail. En el mango había enrollada una tira de pergamino.
El espadachín desenrrolló el pergamino y lo examinó a la luz de la luna. Luego se lo mostró a Sariil:
ESTA MEDIANOCHE EN EL GRAN COLISEO DUELO A MUERTE​
-Es irónico -comentó Azrail-. Llevo siete meses buscando esta oportunidad y ahora, cuando estoy agotado y llevo más de cuarenta horas sin dormir, es cuando Aetios se pone mi alcance.
El mago esbozó una media sonrisa y trazó un sigilo sobre la frente de Azrail. De inmediato, el espadachín sintió que el cansancio se desvanecía. No era como si la necesidad de sueño hubiera desaparecido pero, por ahora, estaba sellada.
«Ve a batirte, hermano, tienes mi bendición». -dijo Sariil-. «Estaré contigo en espíritu».
 

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
Capítulo VI – Quién vive por la Espada…

A media noche, bajo un cielo encapotado del que caían copos de nieve, Azrail recorrió las calles de Vyzantion hasta llegar al coliseo de la ciudad. Imponente y magnífico, era el mayor anfiteatro de toda Ykumini.
Aunque Azrail solo vestía prendas de lino (detestaba la lana, que le resultaba urticante), el gélido viento de la noche invernal no le molestaba en absoluto pues, como suele ocurrir con los introvertidos, Azrail resistía el frío y enfermaba con el calor.
Atravesando la verja, que no había sido cerrada con llave, Azrail recorrió el pasadizo que desembocaba en la gigantesca arena.
El joven divisó una figura, esbelta y elegante, que le observaba desde el palco. Llevaba en la mano una espada curva. Azrail desenvainó.
La silueta bajó de un salto hasta la arena, con notable ligereza. Vestía de oscuro. El frío tampoco parecía molestar a Aetios, aunque en su caso no era por afinidad con el hielo sino por el espíritu de fuego que ardía en sus ojos como carbones.
-Un buen viento. Apropiado para el festín que va a comenzar -comentó Aetios, trémulo su acento por la sed de sangre.
Azrail no respondió. No había nada que decir.
Los duelistas se acercaron, paso a paso, se detuvieron a la distancia a la que un golpe de espada podía traspasar a uno u a otro. Las hojas reverberaban reflejos cambiantes, irradiando relámpagos azulados, cortando el aire, primero, con unos quedos silbidos. Los cuerpos se movían en una danza que tensaba los miembros en busca del equilibrio perfecto, del punto de fuerza desde el que espera la muerte.
Luego las hojas chocaron con un destello azulado, con un nítido sonido de golpes limpios, cada vez más rápidos, cada vez más acelerados. El filo letal de las espadas rozaba las carnes, resbalaba sobre el acero enemigo, se dirigía hacia los ojos, la frente, el corazón, desviado por la esquiva imprevista de la otra mente, del otro brazo, de la otra hoja. Curva contra recta, espadas opuestas en su forma, y sin embargo afines en su ligereza, su velocidad, su elegancia. De haber sido un duelo público, las gradas habrían permanecido silentes, hipnotizadas por la belleza de la danza asesina que solo los ágiles espadachines sabían bailar.
De pronto, ambos se detuvieron, con las puntas extendidas hacia delante para preparar un nuevo, meditado ataque.
Azrail, viendo su oportunidad, descargó su espada contra el sicario, trayendo en sus ojos el helado aliento de la muerte. Aetios, rápido como un malo, interpuso su hoja y respondió con fiereza, con una serie de tajos arriesgados, provocando a su enemigo. En uno de los choques saltaron chispas, y por un momento pareció que la espada de Azrail iba a quebrarse.
Pero fue solo un momento. Azrail pareció desaparecer un instante y, al instante siguiente, la punta de su espada se hundía en el pecho de Aetios. El sicario emitió un sonido indefinido, mezcla de dolor y sorpresa, y trató de llevarse a Azrail por delante con un tajo desesperado. Pero Azrail estaba preparado y, tras sacar su esbelta espada con un giro de muñeca, retrocedió de un salto antes de que su oponente pudiera alcanzarlo. La espada de Aetios solo cortó aire y su dueño, herido de muerte, perdió el equilibrio y cayó de bruces.
-Es mi destino… -dijo Aetios para sí, sonriendo mientras su sangre teñía de rojo la nieve sobre la que yacía-. Quién vive por la espada… muere por la espada…
Agotado su aliento, el eunuco expiró. Esbozando una media sonrisa, Azrail sacudió la sangre de su hoja y envainó.
Un instante después, el joven sintió que caía. El sello mágico que había enterrado su agotamiento se había roto y su deuda de sueño, sumada al esfuerzo del duelo, era demasiado para el cuerpo de un muchacho delgado. La voz de Sariil resonó en su mente:
«Duerme, hermano. No temas, yo velaré tu sueño».
Luego todo se puso oscuro.

Capítulo VII – La Máscara de Niebla

Con la consciencia de Azrail suprimida Sariil entró en su cuerpo, volviendo así a habitar en carne por primera vez desde hacía ya siete años.
El mago fue hasta el cadáver del sicario y tomó de su mano izquierda un anillo de plata, en cuyo centro había engarzado un fragmento minúsculo del Espejo de Daat. Este artefacto había sido entregado a Aetios por Varlaami para ayudarle a rastrear y perseguir a los Iniciados que sobrevivieron a la caída del Templo ocultándose entre el pueblo.
Sariil puso el anillo en su propio dedo, esbozó una media sonrisa y murmuró unas Palabras de Poder. Un instante después, Sariil sintió como la magia lo envolvía y se materializó en las ruinas del Templo de Vyzantion, justo frente al Espejo de Daat. Fuera de los límites del sanctasanctórum, sobre el altar, yacía una estatua de mármol, la imagen de un joven de cuerpo esbelto y rostro apolíneo.
-Que las ilusiones se disipen, que la verdad oculta se revele ante mis ojos -murmuró Sariil mientras trazaba un sigilo en el aire.
Una onda de luz plateada se extendió por todo el Templo. Tras el Espejo, oculta a la vista por medio de un glamour de invisibilidad, lo espiaba una mujer rubia, con rostro de muñeca y ojos de serpiente. Su vestido era escarlata, de terciopelo, con un corte atrevido propio de una cortesana. Ceñía sus sienes una banda de oro, que a la altura de la frente adoptaba la forma de un creciente: la Corona Lunar.
-Saludos, Arconte -dijo Sariil, cuya voz dejó caer una nota sarcástica al pronunciar el título que la Usurpadora se había dado a sí misma-. Presumo que esperabáis el regreso de vuestro asesino. Temo que no volveréis a verlo en esta vida.
Varlaami miró a Sariil a los ojos a fin de sondear su mente, pero solo vió aquellos recuerdos y pensamientos que Sariil le permitió ver. Cada vez que intentaba desviar su mirada del sendero que Sariil había trazado para ella, Varlaami quedaba cegada por un velo psíquico, una máscara de niebla que ni siquiera su mirada podía penetrar. Sin exteriorizar su inquietud porque la magia de un muchacho hubiera superado a la suya dos veces, Varlaami habló con una una voz tan suave como las ondas de su cabellera:
-Poco me importa la muerte de Aetios. Hace tiempo que era más molesto que útil. Además, nunca habría podido llegar hasta Palamas. Contemplar su muerte a tus manos ha sido… extático y compensa con creces la pérdida del eunuco. Dicho esto, el enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo. ¿Tendrías la amabilidad de explicarme tus motivos?
-Quité de en medio a mi maestro porque se interpuso en mi camino cuando la Estrella de los Magi anunció que, con el próximo equinocio, su «inexpugnable» Templo se convertirá en una ratonera -atajó Sariil-. Sin duda no ignoráis que, dentro de noventa días, Elelefs retornará a este mundo, tomará el trono por el que tanto habéis luchado, y vos seréis solo una esclava más, como el resto de los mortales…
Varlaami no dijo nada, invitando tácitamente a Sariil a que siguiera hablando.
-Vos profesáis que Dios es la Causa del Mal, que Nuestro Creador es Nuestro Enemigo, que Elelefs es el Avatar de la Oscuridad de Eliun. Pensáis que el Creador-Diablo orquestó la Crucifixión de Ihthys, el Avatar de la Luz de Eliun, a fin de satisfacer Su Orgullo, al que eufemísticamente llamáis Justicia, y poder perdonar a unos pocos electos. Y creéis, o mejor dicho tenéis la esperanza de ser una electa, porque no tienes garantía alguna. Aunque le hayáis servido como profetisa, aunque hayáis convertido en cruzados suyos a los frangos, esa raza de bárbaros semipaganos, aunque hayáis conquistado Rumeli, el reino de los «herejes» Palamitas, vuestra alma tiene tantas posibilidades como la mía de estar destinada al Fuego Sempiterno, pues es con esa arbitrariedad con la que Dios proclama el Derecho Absoluto que, sobre la Creación, le confiere Su Onmipotencia. ¿Me equivoco?
-No. Sirvo a un Dios Soberano.
Sariil esbozó una media sonrisa.
-Le servís… pero le odiáis. No le podéis amar, ni a Él ni a vuestro prójimo, al que despreciáis como totalmente depravado, merecedor de la eterna agonía a la que todos los mortales, salvo esa incognoscible minoría de electos, están destinados…
-En efecto, repruebo a Dios y desprecio a los hombres -atajó Varlaami-. ¿Adonde quieres llegar?
-Al Árbol de la Iluminación. Su Fruto trasciende a la Creación y puede convertir a los mortales en ángeles, revirtiendo así la Maldición de Adamas. Si ambos comemos del Fruto, seremos más poderosos que Elelefs. Esto, en términos que podáis entender, implica que podríamos dar de baja de la suscripción de la vida a Dios y liberarnos así de una existencia definida por la esclavitud a un Tirano Cósmico.
Varlaami profirió una risita cantarina.
-dar de baja de la suscripción de la vida a Dios… siempre es posible -dijo para sí-. Aunque todos los que lo han intentado, o han soñado siquiera con ello, están ahora entre llamas -añadió.
-No podéis afirmarlo. Si Dios condena en base a Su Capricho, nada os garantiza que uno de ellos no sea un electo. Incluso si ambos acabamos ardiendo, ¿no es acaso más humillante arder tras vivir una vida absurdamente degradante, una vida desperdiciada en un temor y una sumisión irrelevantes ante los ojos de Nuestro Amo? Si vamos a ser atormentados de todas maneras, ¿por qué no rebelarnos, para tener al menos el consuelo de haber herido el Orgullo del Tirano?
-Es fácil hablar, mi estimado joven soñador -repuso Varlaami, burlona, intentando disimular lo mucho que le tentaba la oferta-. Pero estoy segura de que derramarías lágrimas innumerables si ahora sintieras la caricia de las llamas infernales.
-Quizá -replicó Sariil fríamente-. Pero ni siquiera así podría Dios impedir que mi rebelión haya existido. De hecho, si me tortura eternamente es porque la herida que esa rebelión ha provocado en Su Orgullo es también eterna. Más vale reinar en el Infierno que servir en el Cielo.
La voz de Sariil le pareció entonces a Varlaami poderosa e hipnótica como la voz de un dragón. Su mirada de hielo era tan fría que quemaba. Su media sonrisa, que rezumaba arrogancia, otorgaba un aire siniestro a su bello rostro adolescente, que en ese momento se asemejó no al rostro de un ángel, sino al de un ángel caído. El joven hechicero percibió la turbación de la mujer y supo que había ganado.
-…Parece que nuestras ambiciones son compatibles -concluyó Varlaami.
Sariil sonrió maquiavélicamente.
-Permitidme explicaros mi plan -dijo-. Cuando el Diluvio sepultó Paradisos, el Mundo Antiguo, el Árbol de la Iluminación fue preservado en un Templo Invisible oculto en el plano espiritual. Para llegar hasta él, debemos entrelazar magia real y magia sacerdotal, un sortilegio conocido como las Llaves del Cielo, a fin de abrir un portal en el Espejo de Daat.
-Entonces, si tras la muerte de Palamas tú encarnas la Autoridad Espiritual, tu magia y la mía…
-No la vuestra -interrumpió Sariil-. Os habéis ceñido la Corona Lunar y gobernáis Rumeli, pero no habéis sido coronada. Solo la magia del Arconte, del Verdadero Portador de la Corona Lunar puede unirse a la mía para invocar las Llaves -añadió mientras desviaba su mirada hacia el altar.
-¿Kanavos? -inquirió Varlaami-. Hace ya siete años que se cumplió su destino, sumirse en un sueño de piedra para preservar su cuerpo intacto para Elelefs. Ni siquiera mi magia podría despertarlo.
Esbozando una media sonrisa, Sariil fue hasta el altar, extendió la mano hacia la estatua y murmuró unas Palabras de Poder.
El aire se combó, cargado de magia, y la estatua parpadeó como quién despierta de un sueño. Solo que ya no era una estatua, sino un muchacho de ojos dorados y plateada cabellera. Vestía de seda púrpura, como corresponde a un Arconte.
-Buen trabajo -dijo Varlaami, fascinada por esa tercera demostración de un poder mágico que superaba al suyo.
Sariil tuvo un vahído, y tuvo que apoyarse en el altar.
-He consumido mi maná. Necesito dormir.
-Duerme pues -repuso la Falsa Arconte-. Desde ahora, puedes considerarte mi invitado en palacio.

Capitulo VIII – Ultraje

Una hora después, Kanavos estaba en shock, encadenado a la pared de una de las celdas que conformaban las mazmorras del Palacio de Vyzantion. Varlaami le miraba tal como una cobra miraría a su presa. Detrás de ella, ataviado con su armadura de hierro oscuro, estaba Gross. El cacique de los frangos era un hombre alto y fornido de unos cuarenta años, con un ancho cuello y un rostro basto y brutal de piel bronceada. Una cicatriz le cruzaba el ojo derecho, que había perdido la visión. Debía esto a una flecha que Kanavos le había disparado siete años atrás, cuando lideró a los frangos en el asalto a las murallas de Vyzantion. En esa guerra, sus brutales saqueos le había ganado el sobrenombre de la Bestia Rubia.
-Espabilalo -siseó Varlaami.
Gross zarandeó a Kanavos, que clavó en la Usurpadora una mirada llena de repruebo.
-¿Que significa esto? -demandó el chico.
-Dios es Soberano -atajó Varlaami-. Te destinó a sumirte en un sueño de piedra el día de tu decimoctavo cumpleaños, a fin de preservar la belleza juvenil de un cuerpo perfecto, creado con magia oscura en el vientre de una mujer estéril. No obstante, por mucho que te hayas sometido a tu destino, sé que en el fondo me odias por haber conquistado a tu pueblo. A Elelefs todo eso le es indiferente, pero cabe la posibilidad de que, tras absorber tu alma humana para reencarnarse, ese profundo repruebo tenga consecuencias para mí. Para impedir que puedas legar tu repruebo tengo quebrar tu mente, destruir tu fuerza de voluntad. Por eso…
La Falsa Arconte empezó a manosear la entrepierna de Kanavos, y un brillo sádico centelleó en sus ojos de serpiente.
-¿Sufres -siseó con voz suave y malvada-, al sentir como tu cuerpo adolescente no puede evitar reaccionar ante mis manos, a pesar de lo mucho que me odias?
-¡astuta orate! -gritó el muchacho, forcejeando inútilmente con las cadenas-. ¡Soy el Príncipe de la Oscuridad! ¡No puedes tocarme! ¡No!
Gross hizo amago de golpearlo, pero Varlaami le detuvo con una mirada.
-Es un mocoso insolente, necesita aprender a no alzarle la voz a una dama -rezongó la Bestia Rubia.
Los ojos de Varlaami relampaguearon de ira.
-Te recuerdo que el cuerpo de este joven es la forma de Elelefs. Como Su Profetisa tengo el deber de preservarlo intacto. ¿Ha quedado claro?
-S-sí, milady -respondió Gross, sumiso como un perrito.
Atajada la interrupción, Varlaami volvió a enfocar su atención en su indefensa víctima.
-Decías que soy una «astuta orate» -la voz de la Falsa Arconte adoptó un tono más suave, más malvado que nunca-, …Me lo tomaré como un cumplido -añadió mientras volvía a manosearlo.
-¡Gross! -gritó Kanavos, intentando en vano que su voz no traicionara la desesperación que sentía-. ¡¿Acaso no tienes sangre en las venas, que te quedas mirando mientras me tiro a tu mujer?!
Una sonrisa sádica se dibujó en la cara de bulldog de Gross.
-Buen intento, chaval, pero no cuela. Tú no te estás amando a mi mujer. Vas a ser violado por mi mujer, que no es lo mismo. La violación va de poder, no de sesso. Yo mismo he violado a innumerables hombres en la guerra, y no por ello soy lgtb.
-E-el pueblo se alzará cuando conozca este ultraje -insistió Kanavos-. V-vengarán mi honor…
Varlaami y Gross estallaron en carcajadas, levantando siniestros ecos por toda la mazmorra.
-¿De veras eres tan ingenuo, o es la desesperación la que pone en tu boca semejantes necedades? -dijo Varlaami cuando la hilaridad le permitió hablar de nuevo-. El populacho ni siquiera se toma en serio a los hombres que son violados por otros hombres. Un niñato que lloriquee porque una mujer le ha violado solo recibirá mofa y escarnio.
-Y bien merecidos, por sensiblón -intervino Gross-. A lo mejor lo que pasa es que prefieres que te den por trastero, posibilidad nada descartable en un filtro que usa un arma afeminada como el arco…
Kanavos enmudeció. Era inútil resistirse. La desesperación, el terror, la impotencia, ahogaban su voz de modo más eficiente que la peor de las mordazas. Cerró los ojos y esperó que todo pasara cuanto antes…
Omegangelion – COMPLETA
 

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
Capítulo IX – El Árbol de la Libertad

Llegada la hora de la cena, un criado despertó a Sariil y lo guió hasta el comedor de palacio. En el centro se erguía una gran mesa rectangular tallada en maderas nobles, cubierta con un mantel de seda sobre el que reposaba una exquisita vajilla. El fuego crepitaba en la chimenea, caldeando el ambiente.
Aunque había espacio para unas veinte personas, en e
sta ocasión solo había tres sillas. En el lugar de honor se sentaba Varlaami, con Gross a su derecha y Sariil a su izquierda. A una orden de la Falsa Arconte, los sirvientes trajeron la minuta: faisán asado con especias, vino para Varlaami y Sariil, y cerveza para Gross (el frango nunca tomaba vino, cegado por la superstición de que es una bebida afeminada).
-Que la Sangre de Ihthys aplaque la Ira de Dios en este Yule -dijo Varlaami alzando su copa.
Gross alzó su jarra, echó un buen trago, y empezó a engullir como un cerdo ignorando los cubiertos. Inesperadamente, Sariil alzó su copa.
-Que el Árbol de la Libertad sea regado con la sangre de los tiranos.
Gross se limpió la grasa con el mantel, eruptó y miró con repruebo a Sariil.
-La Libertad es el sueño de los débiles, una idea peligrosa que conduce a la anarquía. Mi ideal es la Guerra, la expresión más pura de como la Fuerza hace el Derecho.
-En tal caso no tendréis objección en que os apuñalen mientras yacéis dormido, indefenso, en honor a vuestra abyecta filosofía -replicó Sariil fríamente.
Hirviendo de rabia, Gross se puso en pie y dió un puñetazo en la mesa.
-¡Maldito desertor sin sentido de la jerarquía! ¡¿Como te atreves a amenazarme?! ¡Guardias, echadlo a los perros!
Unos veinte frangos entraron en el comedor. Sariil desenvainó la espada.
-Exijo un juicio por combate -dijo Sariil.
-¡¿Un juicio por combate?! -replicó Gross-. ¡¿Quién eres tú para desafiarme, niñato de baja cuna?!
Sariil miró a los ojos a Varlaami para establecer un vínculo telepático:
«Aunque aparentéis indiferencia, ahora mismo os estáis preguntando qué váis a hacer si muero. Los frangos ya os veneran tanto o más de lo que admiran a Gross. ¿Váis a renunciar al Fruto de la Iluminación por la vida de un bárbaro al que ni siquiera amáis, y cuyo concurso ya no necesitáis? ¿Para qué seguir compartiendo lecho y trono con alguien que os da repelús?».
Varlaami esbozó una sonrisa sesgada.
-Retroceded -ordenó a la guardia.
Los frangos titubearon, desconcertados.
-¿Qué significa esto, milady? -demandó Gross.
-Te convertiste en mi consorte porque eras un gran guerrero, el mejor de toda Frangia. Ahora te escondes detrás de tus lacayos para no batirte en duelo con un imberbe al que podrías estrangular con una sola mano. ¿Acaso te has vuelto un filtro tras pasar siete años en la corte, ocupado en orgías y bacanales, engordando mientras tu espada se oxida en su vaina?
Gross miró a su mujer, sorprendido e inquieto. Además de ser liderados por el mejor luchador, los clanes frangos castigaban con la muerte a cualquier varón que mostrase debilidad o cobardía. Con sus capciosas insinuaciones, pronunciadas delante de sus hombres, Varlaami no le dejaba otra opción que batirse.
-Salid -dijo Gross dirigiéndose a los guardias-. Y cerrad las puertas.
Sariil salió de su cuerpo y devolvió la consciencia a Azrail, que parpadeó como quién despierta de un sueño. La voz de Sariil resonó en la mente de su gemelo:
«Todo va según mi plan. He orquestado un combate singular con el adalid de los bárbaros que conquistaron nuestra tierra a sangre y fuego. Mátalo».
Comprendiendo la situación, Azrail se puso en guardia. La Bestia Rubia sacó su espadón, un arma portentosa de empuñadura dorada y hoja ancha como la de un alfanje.
-Solo tengo que asestar un buen golpe y te partiré en dos, cuerpo-escombro -gruñó Gross-. Y esa «espada» anoréxica que usas no va a detenerme -añadió desdeñosamente.
-Quién necesita un arma pesada no confía en su destreza -replicó Azrail fríamente-. Puede que no sea grande y fuerte, pero soy rápido. Y para partirme en dos primero tienes que acertar, gorila.
El hombretón se abalanzó sobre el joven como un perro rabioso. Cuando las hojas chocaron, saltaron chispas y la fuerza del impacto fue tal que obligó al chico a retroceder. Gross volvió a la carga con un tajo vertical que Azrail esquivó echándose a un lado mientras, con un hábil sesgo, hería la frente de su oponente. La sangre cayó sobre su único ojo sano, cegándolo. Con un aullido de rabia, Gross descargó un tajo horizontal que Azrail eludió fácilmente.
-¡filtro! -gritó Gross mientras intentaba limpiarse la sangre del ojo-. ¡Deja de danzar como una meretriz y lucha como un hombre!
Azrail respondió a la pulla con una media sonrisa. Gross cargó, asestando tajo tras tajo en un intento de aprovechar su mayor tamaño, fuerza y peso para avasallar a su oponente. Manteniendo la calma, Azrail desvió las arremetidas de su oponente, fintando hasta que se presentó su oportunidad. Con una precisa estocada, el muchacho seccionó la arteria femoral del hombretón, que cayó de rodillas mientras empezaba a desangrarse. Desesperado, Gross ensayó un último tajo, que Azrail esquivó saltando ágilmente hacia atrás.
-Así siempre a los tiranos -sentenció Azrail mientras sacudía la sangre de su espada.
-¡Guardias! ¡Matadlo! -gritó Gross.
Los frangos abrieron las puertas y se aprestaron a entrar, pero una mirada de Varlaami bastó para que se detuvieran, sumisos al femenino influjo.
-Milady… -suplicó Gross.
Varlaami respondió con una sonrisa sesgada.
-Las mujeres no han sido hechas para proteger a los hombres, sino los hombres a las mujeres. Adiós, querido esposo.
Gross luchó en vano para resistirse a la muerte: jadeando, a cuatro patas, aferrando inútilmente su espadón como si así pudiera aferrar su vida. Segundos después su vista se nubló y cayó al suelo, al charco formado por su propia sangre. Gross, la Bestia Rubia, muríó tal como había vivido: como un caballero a los pies de su dama, como un perro a los pies de su ama.

Capítulo X – Sacrificio

Azrail envainó su acero. De pronto, todo a su alrededor desapareció. Todo excepto Sariil, que se alzaba frente a él.
-Tu espada es un portento, hermano.
-Agradezco tus palabras, aunque no sé si las merezco. Gross era fuerte, carnoso y brutal, pero también avejentado y cansado, lento y torpe. Una sombra del imbatible luchador que en su día cruzó espadas con mi maestro… ¿Para que me has traído aquí, al interior de mi propia mente? -atajó.
-Te he traído aquí porque hay ciertos detalles sobre mi plan, algunos de los cuales te afectan directamente, que omití en la conversación que tuvimos en el cementerio… Desde este momento, necesitaré disponer de todo mi maná.
-H-hermano -replicó Azrail, adivinando las implicaciones de las palabras del mago-. Me necesitas para protegerte.
-En tal caso, déjate absorber por mí. Tu consciencia se disipará, pero tus conocimientos marciales y tus memorias permanecerán unidos a mi mente.
-No. Tiene que haber otra manera. Alguna forma de que podamos seguir viviendo juntos hasta el final.
Sariil esbozó una media sonrisa.
-Tal como pensaba, el deseo de ser mi gemelo eclipsa al deseo de ser mi ángel de la guarda. Por eso eres incapaz de sacrificarte. Pero, sin importar cuanto lo desees, nunca serás humano. Eres una tulpa, un espíritu artificial que ha usurpado el cuerpo de su invocador, y que solo puede sobrevivir parasitando su maná. No puedo absorberte si tú no me dejas, pero sí puedo disiparte, devolverte a la nada. Sabiendo esto, ¿me protegerás una última vez, legándome el arte de la espada?
Azrail permaneció un largo rato en silencio.
-No -dijo finalmente, con la voz rebosante de amargura-. Soy el ángel de la guarda de mi hermano gemelo, esa es mi razón de ser. Si no me reconoces como tu hermano, si para ti no soy más que una tulpa, una herramienta deshechable… ¿por qué debería seguir protegiéndote?
-Para mí la vida, tanto propia como ajena, es una herramienta deshechable, un medio cuyo valor depende de su utilidad para el ideal que da sentido a mi existencia. Considerarte como una tulpa o como mi hermano gemelo es irrelevante, anecdótico. Si eso te ayuda a seguir colaborando con mi plan, no tengo inconveniente en reconocerte como…
-No es irrelevante -atajó Azrail-. Creo, ahora que percibo claramente tu corazón congelado, que me sacrificarías sin piedad aunque fuera tu hermano gemelo, pero la razón por la que necesito parte de tu maná para existir, la razón por la que no poseo cuerpo propio, la razón por la que puedes «disiparme» a voluntad, es que soy una tulpa.
-Comprendo -repuso Sariil-. Te has esforzado tanto por convertirte en humano que has logrado pensar y sentir como tal, sin que tomar consciencia de tu verdadera naturaleza haga diferencia alguna. Incluso has adquirido esa locura pecaminosa que es el apego a la existencia… La tuya es una de las innumerables tragedias acaecidas en este Bienintencionado Error Cósmico que es la Creación.
Sariil extendió la mano hacia Azrail y trazó un sigilo.
-Alef-Mem-Tav en Mem-Tav, Emeth en Meth. En el Nombre de Ihthys, yo te destierro, oh espíritu afín, Azrail.
El vínculo etérico que unía espíritu e invocador se rompió y la tulpa, privada de su fuente de maná, se desvaneció en el vacío, dejando de existir.
Sariil devolvió su consciencia al plano físico, satisfecho por haber recuperado definitivamente su cuerpo.
El mago caminó hasta uno de los lacayos de Gross y le tendió la espada de Azrail.
-¿Qué…? -masculló el frango.
No pudo decir nada más. Los ojos de Sariil atraparon los suyos, y su consciencia quedó atrapada en una niebla verdegrís que lo envolvió y se solidificó en un muro de hielo.
«Sal de palacio sin ser visto ni oído, y entierra esta espada donde nadie, ni siquiera tú, pueda encontrarla».
El frango, hipnotizado, tomó la espada de las manos de Sariil, saludó al mago con una inclinación de cabeza y se marchó a cumplir el encargo ante las atónitas miradas de sus camaradas. Varlaami se acercó a Sariil por detrás.
-Creo que deberías usar tu magia blanca con Kanavos -susurró-. Me he tomado algunas licencias, y no nos será útil si está demasiado roto como para cumplir su parte en nuestro plan… -añadió, dejando entrever oscuras implicaciones.

Capítulo XI – Canto de Cisne

El guardia abrió a Sariil la verja de la celda y le dejó a solas con el prisionero sin decir una sola palabra. Kanavos estaba sentado en el suelo, encadenado a la pared. Aunque en apariencia ileso, su mirada extraviada revelaba heridas invisibles, tan o más crueles que las de un látigo o cualquier otro instrumento de tortura.
-¿Te han violado, verdad? -inquirió el mago suavemente.
Kanavos salió de su aturdimiento y miró con repruebo a Sariil.
-Lo sabes muy bien, malvado. Me despertaste para que ella pudiera hacerme esto.
-Te equivocas -replicó Sariil-. Te desperté porque, como Portador del Poder Temporal, tu concurso es imprescindible para invocar las Llaves del Cielo. Tu humillación a manos de Varlaami no tiene nada que ver con mi plan.
-¿La Llaves del Cielo? ¿Entonces, el Hierofante Palamas…?
-Está muerto. Ahora yo, Sariil, encarno la Autoridad Espiritual. Por eso mi magia ha podido despertarte.
-…Supongamos que te creo -dijo Kanavos-. ¿Te habrías negado a hacer tratos con ella de haber sabido que iba a deshonrarme… o soy solo un daño colateral?
Sariil desvió la mirada.
-No puedo saberlo. Tu sufrimiento, como el mío y el de todos los seres, es solo una gota en el Océano de Dolor, el Valle de Lágrimas que es este mundo -dijo el mago.
Kanavos estrechó los ojos.
-Cuando una pregunta solo tiene dos posibles respuestas, una de ellas incómoda, y te niegas a responder, en cierto modo ya estás respondiendo. Que fácil es sacrificar a otros…
-No me has entendido -adujo Sariil-. No puedo saberlo porque, responda lo que responda, solo te estaría diciendo lo que creo que habría hecho. Dado que ya ha ocurrido, nunca podré hacer esa elección, ergo nunca sabré con seguridad lo que habría elegido. ¿Acaso quieres que te responda con una mera especulación?
-Que filosófico -replicó Kanavos, su voz rezumante de amargura-. Que alguien como tú pueda usar magia blanca sugiere que los frangos tienen razón en su creencia de que el Diablo es el Lado Oscuro de Dios.
-Seamos pragmáticos -atajó Sariil-. Tu alma ha sufrido una herida crónica. No estás en condiciones de ayudarme a invocar las Llaves, y probablemente no lo estarás nunca. Además, dentro de tres meses Elelefs retornará al mundo para reclamar tu cuerpo y tu alma. No tienes futuro y tu presente, gracias a Varlaami, es una pesadilla de la que solo la muerte puede liberarte…
Kanavos rió con amargura.
-¿De qué me serviria suicidarme? Soy un nafil, un humano artificial formado con magia negra en el vientre de una estéril. Mi cuerpo está destinado a ser el receptáculo del Diablo, mi alma a ser absorbida por la suya. Soy, por nacimiento, un Hijo de la Oscuridad. Haga lo que haga, sé que cuando mi alma se separe de mi cuerpo, arderá en el Infierno.
-¿Acaso no es el Diablo un ángel, un ser creado por Dios? -replicó Sariil-. Su espíritu, como el de todas las criaturas, emana del Espíritu de Dios, y podría retornar a Él si se arrepintiera. ¿Por qué Varlaami ha torturado tu alma sin herir tu cuerpo, sino porque sabe que solo tu cuerpo está destinado, que tu alma podría salvarse, que la fe puede incluso transmutar la Oscuridad en Luz? Si, a causa del veneno espiritual de Varlaami, no puedes confiar en el Creador, al menos confía en Ihthys, el Avatar de la Luz de Dios.
-¿Ihthys? ¿Como puedo confiar en un Avatar que ni siquiera pudo salvar a Su Logia de la destrucción, que ni siquiera pudo salvarse a sí mismo del tormento y la muerte? -inquirió Kanavos.
-Ihthys nunca promete la salvación material, solo la espiritual -replicó Sariil-. Su Reino no es de este mundo, y no puede ser de otra manera, porque este mundo es el Reino del Diablo. En otras Palabras, Ihthys es el Dios del Espíritu y Elelefs es el Dios de la Materia, que es el Cadáver de la Creación Asesinada por la Oscuridad. Tienes libre albedrío, oh Arconte, para elegir entre Espíritu y Materia. Aunque, ¿que te ofrece ya la Materia, salvo ultraje y desesperación?
Kanavos guardó silencio.
-De acuerdo -dijo finalmente-. Dame la muerte.
-Mírame a los ojos, Arconte.
Kanavos alzó la cabeza y su mirada se perdió en el hielo verdegrís de los ojos de Sariil. Sintió que algo se soltaba en su mente y trató de moverse, inquieto. Y en esta ocasión lo consiguió.
Kanavos se miró las manos, sorprendido. Las cadenas habían desaparecido.
-¿Qué…? ¿Cómo lo has hecho? ¿Qué has hecho con las cadenas?
-Las cadenas nunca han existido más que en tu mente, Arconte. Eran una ilusión, uno de los hechizos de Varlaami. Y ahora…
En la mano de Sariil apareció un arpa, que tendió a Kanavos junto a un pergamino.
-Son Palabras de Poder, encriptadas en notas musicales -explicó el mago-. Vacía tu mente de todo pensamiento salvo el deseo de expirar y, con la última nota, tu corazón dejará de latir.
Kanavos, que era un excelente arpista, memorizó el pergamino y empezó a tocar, decidido y sereno, sumido en una suerte de trance. Sus dedos volaban ágiles sobre las cuerdas del arpa y ejecutaban aquella música, una arcana melodía cuyas notas, entretejidas, destilaban en sonido la quintaesencia de la melancolía, del dolor y de la amargura de un alma agonizante.
Finalmente, la última nota escapó del arpa y se quedó flotando en el aire, como rehusando abandonar aquel lugar. Un instante después, el nafil expiró, y su cuerpo inerte se convirtió en piedra.

-¿Por qué has dado de baja de la suscripción de la vita a Kanavos? -demandó Varlaami, abriendo de par en par las puertas de los aposentos de Sariil. Su voz rezumaba ira, la ira del tirano que siente que ha perdido el control.
Sariil, que meditaba sentado en su lecho, esbozó una media sonrisa. Había mudado las oscuras ropas de Azrail por su blanca túnica de Iniciado, y la Tiara Solar ceñía sus sienes.
-Porque no estaba, ni habría estado nunca, en condiciones de colaborar.
-¿Quieres que te queme en la hoguera? -siseó la Falsa Arconte-. Sin el concurso de Kanavos no puedes invocar las Llaves del Cielo. Ya no me sirves para nada y tu insolencia empieza a cansarme.
-Os equivocáis -replicó Sariil fríamente-. Ahora que el alma atormentada de Kanavos ha volado junto a Ihthys, puedo usar la Corona Lunar para elevar a un nuevo Arconte.
-…Puede que me haya precipitado al amenazarte -repuso Varlaami, recuperando su habitual voz suave-. Adelante, Sariil. Conviérteme en una Verdadera Arconte.
Sariil se incorporó y caminó hasta situarse justo frente a la Falsa Arconte.
-Inclináos -dijo el chico.
Los ojos de Varlaami relampaguearon de ira.
-El Rito de Coronación requiere de un gesto hacia mi Autoridad Espiritual -atajó Sariil-. No difiere mucho de trazar un sigilo, así que sugiero que dejéis a un lado ese absurdo orgullo.
De mala gana, Varlaami se arrodilló y Sariil, hieráticamente, tomó la Corona Lunar de las sienes de Varlaami y la sostuvo en el aire, con ambas manos, mientras recitaba la arcana fórmula:
-Yo soy los Cielos, tú eres la Tierra, yo el Sacerdocio, tú la Nobleza. Por la Autoridad Espiritual que me concede la Santa Logia, yo te nombro Arconte de Rumeli, Portadora de la Corona Lunar. Que el Poder Temporal te sea concedido. Amin.
Sariil colocó la Corona Lunar sobre las sienes de Varlaami, trazó la Señal de Ihthys y le indicó con un gesto que se pusiera en pie. Cuando se incorporó, la nueva Arconte sintió que un vínculo, semejante al del matrimonio, había unido su maná al del Hierofante.
-Excelente -dijo Sariil-. Esta noche, frente al Espejo de Daat, invocaremos las Llaves del Cielo.
-¿Esta noche? ¿Por qué tanta premura? ¿Acaso no faltan tres meses para el Amanecer de la Edad de Acuario? -adujo Varlaami.
-Os equivocáis -replicó Sariil-. En el Templo Invisible el tiempo pasa de forma diferente, tal como en un sueño. Si no atravesamos el Portal esta misma noche, nuestras ambiciones se harán añicos.
Varlaami frunció el ceño. Si desaparecía durante tres meses ahora que Gross estaba muerto, los frangos volverían a ser lo que habían sido siempre: clanes enzarzados en una guerra interminable por la supremacía. Eso conduciría inevitablemente a la anarquía, en especial si, como era de esperar, los rumelios aprovechaban para intentar sacudirse el yugo de sus bárbaros conquistadores.
-¿Por qué os inquietan tales minucias? -dijo Sariil, adivinando sus pensamientos-. Una vez retornemos a Ykumini convertidos en Dioses, rivalidades y rebeliones dejarán de ser un problema…
Omegangelion – COMPLETA
 
Última edición:

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
Capítulo Final – El Fantasma Viviente

A la hora acordada, Varlaami se reunió con el mago que, de pie frente al Espejo de Daat, ya había completado los preparativos del ritual. Un círculo sigilizado, sumado al humo de incienso y la luz de los cirios, impregnaban la cámara de todo el maná necesario.
Sincronizando sus respiraciones, Hierofante y Arconte unieron sus mentes para hablar con una misma voz:
-Vav es Shin: Unión en la Dualidad. Heh es Mem: Realidad en la Ilusión. Yod es Alef: Tiempo en la Eternidad. Nosotros, bajo la Luz de la Estrella de los Magi, invocamos las Llaves del Cielo.
Una Llave de Luz Plateada se materializó en la mano de Sariil, una Llave de Luz Dorada en la mano de Varlaami. Al únisono, como dos cuerpos poseídos por un mismo espíritu, introdujeron las etéreas Llaves en las dos columnas y giraron en direcciones opuestas.
En el Espejo apareció el firmamento, la Constelación de Acuario, coronada por la Estrella de los Magi. Sariil tendió su mano a Varlaami.
-Como es Arriba, es Abajo -sentenció Sariil-. Allí, en la Estrella de los Magi, se halla el Templo Invisible. Venid conmigo…
Algo turbada, Varlaami tomó la mano del joven mago. Así, juntos, caminaron a través del Espejo de Daat, viajando por los caminos de la magia hasta la Estrella de los Magi.

El Templo Invisible recordaba en forma y tamaño al Templo de Vyzantion aunque, en lugar de porfirio, estaba hecho de una suerte de cristal que absorbía y multiplicaba la luz estelar. Bajo la cúpula, plantado en un estanque de mercurio, se alzaba el Árbol de la Iluminación, la Quintaesencia del Poder de Dios. Su tronco y sus hojas eran blancos como la leche, sus frutos semejantes a pequeñas manzanas doradas como la miel.
-Aguarda aquí, querido -dijo Varlaami-. Yo te traeré el Fruto para que comamos juntos.
La Arconte fue hasta el Árbol, arrancó uno de los Frutos y comió, sus labios curvados en una mueca despectiva. No tenía intención alguna de compartir la Divinidad con nadie, y mucho menos con un mocoso advenedizo.
Un instante después, Varlaami estalló en llamas y, con un postrer grito de agonía, se consumió hasta convertirse en ceniza.
Sariil esbozó una media sonrisa.
«Tal como lo planeé. Gehenna, el Fuego Infernal generado por el contacto entre la Luz Increada y la Oscuridad del Alma, forma la Espada de Fuego que protege de la impureza al Fruto de la Iluminación… Jaque mate, Gran meretriz».
Pasando con indiferencia sobre las cenizas de la Arconte, Sariil tomó otro de los Frutos y comió. Tenía un gusto exquisito, más delicioso que cualquier manjar terrenal, y pronto se deshizo en su boca y entró en su cuerpo como néctar de ambrosía. De pronto, ante los ojos del joven, apareció una Luz de Perfecta Belleza: la Luz Increada, la Luz de Ihthys.
Un instante después, la Luz se desvaneció.
Sariil tomó entonces una daga que llevaba prendida del cinturón, la daga de Azrail, y contempló su reflejo en la parte plana de la hoja. Los cabellos del joven se habían tornado plateados como los cabellos de los ángeles, signo inequívoco de que su cuerpo había absorbido el maná del Fruto de la Iluminación.
Exultante por el éxito de su grandioso plan, Sariil alzó los brazos al cielo, cerró los ojos y, sumiéndose en un trance místico, formuló el que debía ser el último hechizo que se pronunciara en el mundo:
-¡Manifiéstate, oh Ihthys, como un Diluvio de Luz Increada, pues la Creación es un enfermo incurable cuya única esperanza reside en la aniquilación! Que mi espíritu se una a Tu Espíritu, de donde emanó, que mi alma duerma eternamente en Tus Brazos. Libérame, oh Ihthys, de las Cadenas de la Materia. ¡Yo te invoco, oh En-Sof-Or, Luz Infinita que extingue la Existencia! Que el Reino del Diablo sea consumido… por la Luz.
Sariil sintió como el maná salía de él, puro y santo como una aureola… pero no ocurrió nada. Ni una visión, ni un mensaje telepático… nada. Despertando del trance, Sariil abrió los ojos y supo que algo había salido mal. No había ni rastro del Árbol ni del Templo, solo un mar de dunas. Aunque era mediodía en pleno desierto, la luz del sol le parecía mortecina, demasiado atenuada como para deslumbrar. Sariil no sentía calor, ni frío… ni nada. Notó además que la Tiara Solar había desaparecido de sus sienes, sustituída por su sencillo gorro de Iniciado.
«…No he podido impedir la Edad de Acuario» -dedujo Sariil-. «Pero, ¿por qué? ¿Por qué un hechizo imbuido con el maná del Fruto de la Iluminación, formulado para invocar el Juicio Final, me ha teletransportado de vuelta a Ykumini?».
El mago sonrió torvamente.
«No resta sino fenecer. Si la esperanza existe, ha de venir de Dios, pues el hombre no puede vencer al Destino. Solo era cuestión de tiempo que Ykumini se unificara bajo el manto de la Sempiterna Oscuridad… «.
Sariil deslizó la daga por su cuello a fin de cortarse la yugular. Fue como intentar cortar humo: su carne dejó pasar la hoja sin derramar una sola gota de sangre. Ni siquiera sintió dolor.
«¡No!» -pensó, mientras lágrimas amargas corrían por sus mejillas-. «¡¿Por qué no muero?! ¡¿Por qué no puedo morir?!».
El mago no tuvo más tiempo de ponderar el enigma, pues ante sus ojos se materializó un ángel de ropas púrpuras y alas blancas, cabellera plateada y ojos dorados. La Corona Astral ceñía sus sienes, y tenía la mirada más malvada que Sariil hubiera visto nunca, con pupilas de las que emanaba, como una espeluznante luz negra, toda la Oscuridad de la Creación.
-El Dios de Este Mundo, Elelefs… -dedujo Sariil.
-¿De verdad creías que podías vencer al Destino, Hijo de Adamas? -dijo Elelefs. Su voz era, a la vez, inhumanamente melodiosa e inhumanamente perversa-. Tu conspiración solo ha tenido lugar porque yo la he permitido. Yo sabía que el Fruto de la Iluminación solo concedería su maná a un corazón puro, pero que solo un corazón oscuro sería capaz de cometer los pecados necesarios para llegar hasta el Fruto. Has estado jugando a un juego amañado.
-Si mi corazón fuera oscuro la Espada de Fuego me habría consumido, tal como consumió a tu profetisa -objetó Sariil-. Que haya podido absorber el maná del Fruto demuestra que hay luz en mi corazón, aunque sea una luz crepuscular.
Elelefs rió con malignidad.
-¿Crees acaso que el que tu cuerpo no haya ardido significa que el Fruto reconoce tu alma como pura? ¿Eres consciente de lo que afrontas? -inquirió-. Tú que lamentas, por encima de todo, tu propia existencia, vagarás por Ykumini hasta el Fin de los Tiempos como un fantasma viviente. Buscarás la muerte pero no la hallarás, anhelarás el sueño pero este nunca vendrá a ti. Nunca dormirás, Sariil, nunca descansarás. Gritarás y nadie te oirá. Verás a los mortales como a través de un velo (tal como ves el sol), pero ellos no te verán a ti. Si ahora pudieras cambiar este destino por el de Varlaami, ¿acaso no lo harías?
El joven mago se imaginó ardiendo en un fuego capaz de reducirlo a cenizas en segundos, imaginó que pasar por esos instantes de excruciante agonía fuera la única forma de llegar hasta la muerte, hasta la paz, hasta la libertad, y comprendió que Elelefs tenía razón.
-Lo que sugieres tiene lógica -admitió Sariil fríamente-. He manipulado y sacrificado a otros como a piezas de ajedrez, algo por lo que muchos me considerarían un villano, un malvado al que Dios, a través del Fruto, ha aplicado el castigo que merecía… Como he dicho, tiene lógica. No obstante -añadió-, es una lógica legalista. Como místico, como verdadero Ihthiano, sé que Eliun es un Creador Incondicionalmente Amoroso, y que el pecado no es un crimen que deba ser castigado sino una enfermedad que ha de ser sanada. Varlaami ardió porque era incurable, oscura como la noche, de modo que ejecutarla era lo más misericordioso que podía hacer el Fruto. Yo me he transformado en un fantasma viviente, un ser a medio camino entre los ángeles y los mortales, porque un alma crepuscular como la mía solo puede absorber una parte del maná del Fruto…
Sariil calló de pronto y esbozó una media sonrisa.
-…Dime, Elelefs -dijo-, ¿por qué no me torturas?
-Ya te estoy torturando, necio -replicó el Diablo.
-Me has entendido perfectamente -atajó Sariil-. Soy un hombre de cuerpo débil y mente poderosa. ¿Por qué perder el tiempo con la tortura psicológica cuando el dolor físico sería mucho más eficiente para someter mi voluntad? ¿Por qué no intentas ponerme la Marca, como de acuerdo a las Escrituras harás con todos los mortales que tengan la desdicha de vivir en la Edad de Acuario?
Elelefs no respondió y Sariil supo que había dado en el blanco.
-No me atormentas fisicamente porque no puedes, y la razón por la que no puedes es la misma que te impide ponerme la Marca, la misma que me impide tomar mi vida o sentir dolor: estoy atado a la Materia, pero no estoy sometido a la ella, no formo parte de ella. Retornar a Ykumini como un fantasma viviente es un don, no un castigo -añadió-. Ahora tengo toda una Edad para meditar, para sanar mi alma de la Oscuridad que la ha infectado por el camino, sin que criatura o necesidad alguna perturbe mi contemplación.
El Diablo sonrió desdeñosamente.
-Que ingenuo eres. La Marca es solo un medio para sellar las almas en la Oscuridad. El mejor, sin duda, pero no el único, ¿o acaso no ha habido almas condenadas antes de esta Edad? -inquirió-. Ni siquiera el Juicio Final, la destrucción del Espacio-Tiempo por la Luz Increada puede privarme de mi cetro, pues arder en la Luz solo alimentará la Oscuridad de mi corazón, así como la de todas las criaturas a las que he corrompido. Ese es mi Reino de Oscuridad Infinita, que me hace semejante a Eliun y Su Reino de Luz Infinita. En cuanto a ti, estás atrapado en una paradoja. ¿Como vas a arrepentirte de pecados que, como bien sabes, necesitabas cometer para llegar hasta el Fruto y recibir tu «don»? Aunque quieras, no puedes arrepentirte, lo que significa que tu alma es incurable.
-Está escrito: pujó la Ley, y sobrepujó la Gracia -replicó Sariil-. Aunque no pueda arrepentirme, me arrepiento de no poder arrepentirme y, como eso es todo lo que puedo dar, sé que Ihthys acepta mi ofrenda tal como aceptó las dos monedas de la viuda pobre. Quizá necesite mil años de meditación, pero sé que puedo sanar mi alma y que, una vez que lo haga, mi invocación llegará hasta Dios y la Luz Increada descenderá para cumplir mi deseo: expirar mientras veo como la Creación se consume ante mis ojos.
-Sigue soñando… -repuso Elelefs sarcásticamente.
Un instante después, Sariil estaba solo. El joven esbozó una media sonrisa.
«Esta escrito: resiste al Diablo y este huirá».
Sentándose en la cima de una duna en la posición del loto, Sariil se concentró en el Mantra de Ihthys, el mayor generador de Luz Interior que existe. Los pensamientos del muchacho se sincronizaron primero con su respiración y luego con sus latidos, hasta sumirlo en un profundo trance, un trance que elevó su consciencia hasta un plano sagrado, un plano donde la voz del Diablo no podía llegar:
«Oh Señor Ihthys, ten piedad de mí, un perversos pecador. Oh Señor Ihthys, ten piedad de mí, un perversos pecador. Oh Señor Ihthys, ten piedad de mí, un perversos pecador…».
Omegangelion – COMPLETA
ACTUALIZACION: El Libro III/Secuela (q incluye un NUEVO MAPA y NUEVOS DIBUJOS) en las pags 6 y 7 a partir de este post además de en Omegangelion Libro III – COMPLETA
 
Última edición:

Uriel Omegangelos

Ángel del Omega
Desde
7 Mar 2022
Mensajes
646
Reputación
1.695
Lugar
https://elangeldelomega.wordpress.com/
Última edición: