El libro de FERROVIARIO

El ciclo económico se halla embuclado. ¿Llegará a desembuclarse?
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Baudrillard, J. - La transparencia del mal [1990]

TRANSECONOMICO

Lo interesante del crac de Wall Street en 1987 es la incertidumbre respecto a la catástrofe.
¿Hubo, habrá, una auténtica catástrofe? Respuesta: no habrá catástrofe real porque vivimos bajo el signo de la catástrofe virtual.

Lo que ha aparecido en esta ocasión de una manera deslumbrante es la distorsión entre la economía ficticia y la economía real, y esta distorsión es la que nos protege de una catástrofe real de las economías productivas. ¿Es un bien, es un mal? Es lo mismo que la distorsión entre la guerra orbital y las guerras territoriales. Estas últimas prosiguen en todas partes, pero la guerra nuclear, en cambio, no estalla. Si no hubiera una desconexión entre las dos, hace tiempo que se habría producido el clash atómico.

Estamos dominados por bombas, y catástrofes virtuales que no estallan: el crac bursátil y financiero internacional, el clash atómico, la bomba de la deuda del Tercer Mundo, la bomba demográfica. Evidentemente, puede decirse que todo eso estallará ineluctablemente un día, de la misma manera que se ha vaticinado, para los próximos cincuenta años, el deslizamiento sísmico de California en el Pacífico.

Pero los hechos están ahí: nos hallamos en una situación en la que eso no estalla. La única realidad es esta desenfrenada ronda orbital de los capitales que, cuando se desmorona, no provoca un desequilibrio sustancial en las economías reales (al contrario que la crisis de 1929, cuando la desconexión de las dos economías estaba lejos de haber avanzado tanto). Sin duda, porque la esfera de los capitales flotantes y especulativos ha adquirido tal autonomía que ni siquiera sus convulsiones dejan huella.

Sin embargo, donde dejan una huella mortal es en la propia teoría económica, totalmente desarmada ante el estallido de su objeto. No menos desarmados están los teóricos de laguerra. Tampoco ahí estalla la Bomba, es la propia guerra la que se fragmenta en una guerra total y virtual, orbital, y múltiples guerras reales en el suelo. Las dos no tienen las mismas dimensiones, ni las mismas reglas, como tampoco las tienen la economía virtual y la economía real.

Tenemos que habituarnos a esta partición, a un mundo dominado por esta distorsión. Claro que hubo una crisis en 1929, y la explosión de Hiroshima, y por tanto un momento de verdad del crac y del clash, pero ni el capital ha ido de crisis en crisis cada vez más graves (como pretendía Marx), ni la guerra ha ido de clash en clash.

El acontecimiento se ha producido una sola vez, y basta. El resto es otra cosa: la hiperrealización del gran capital financiero, la hiperrealización de los medios de destrucción, ambas orbitalizadas por encima de nuestras cabezas en unos vectores que se nos escapan, pero que al mismo tiempo escapan a la propia realidad: hiperrealizada la guerra, hiperrealizada la moneda, ambas circulan en un espacio inaccesible, pero que al mismo tiempo deja al mundo tal cual es. Al fin y al cabo, las economías siguen produciendo, cuando la menor consecuencia lógica de las fluctuaciones de la economía ficticia tendría que haber bastado para aniquilarlas (no olvidemos que el volumen de los intercambios comerciales es hoy cuarenta y cinco veces menos importantes que el del movimiento de capítales).

El mundo sigue existiendo, cuando la milésima parte de la potencia nuclear disponible tendría que haber bastado para abolirlo. El Tercer Mundo y el otro sobreviven, cuando la menor veleidad de intervenir la deuda bastaría para detener todos los intercambios. Por otra parte, también la deuda comienza a su vez a situarse en órbita, comienza a circular de un banco a otro, de un país a otro, revendiéndose; así es como se acabará por olvidarla, poniéndola en órbita como los detritus atómicos y tantas cosas más. Maravillosa esta deuda que gira, estos capitales ausentes que circulan, esta riqueza negativa que, sin duda, algún día cotizará también en Bolsa.

Cuando la deuda se hace demasiado molesta es expulsada a un espacio virtual en el que aparece como una catástrofe congelada en su órbita. La deuda se convierte en un satélite de la Tierra, como la guerra, como los miles de millones dedólares de capitales flotantes se han vuelto un enjambre-satélite que gira incansablemente alrededor de nosotros. Y sin duda es mejor así. En el tiempo que llevan girando y aunque estallen en el espacio (como los miles de millones «perdidos» en el crac de 1987), el mundo no ha cambiado, y es lo máximo que se puede esperar, ya que la esperanza de reconciliar la economía ficticia y la economía real es utópica: los miles demillones de dólares que flotan son intransferibles a la economía real —afortunadamente, por otra parte, pues si por milagro fuera posible reinyectarlos en las economías de producción, se produciría inmediatamente una auténtica catástrofe—.


[...]

Este doble proceso de berzanización y de inercia, de aceleración en el vacío, de inflación de la producción en la ausencia de apuesta y de finalidades sociales, refleja el doble aspecto que se ha convenido atribuir a la crisis: inflación y paro. La inflación y el paro tradicionales son variables integradas en la ecuación del crecimiento. [...]. Hay algo mucho más anonadante que la inflación. Es la/masa de divisas flotantes que rodea la Tierra en su ronda orbital.

El único satélite artificial auténtico, la moneda, convertida en artefacto puro, de una movilidad sideral, de una convertibilidad instantánea, y que finalmente ha encontrado su verdadero sitio, más extraordinario que el Stock Exchange: la órbita en la que sale y se pone como un sol artificial. También el paro ha cambiado de sentido. Ya no es una estrategia del capital (el ejército de reserva), ya no es un factor crítico en el juego de las relaciones sociales —si no, habiendo sido superada desde hace mucho tiempo la cota de alerta, habría debido dar lugar a unas conmociones increíbles—. ¿Qué es actualmente? También una especie de satélite artificial, un satélite de inercia, una masa, cargada de electricidad ni siquiera negativa, de electricidad estática, una fracción cada vez mayor de la sociedad que se congela.

Detrás de la aceleración de los circuitos y de los intercambios, detrás de la exasperación del movimiento, algo en nosotros, en cada uno de nosotros, se detiene hasta desaparecer de la circulación. Y la sociedad entera comienza a gravitar alrededor de este punto de inercia. Es como si los polos de nuestro mundo se acercaran, y este cortocircuito produjera al mismo tiempo unos efectos exuberantes y una extenuación de las energías potenciales. Ya no se trata de una crisis, sino de un acontecimiento fatal, de una catástrofe al ralentí.

En dicho sentido, el regreso triunfal de la economía al orden del día no es la paradoja menor. ¿Se puede seguir hablando de «economía»? Esta actualidad deslumbrante ya no tiene el mismo sentido que en el análisis clásico o marxista, pues su motor ya no es la infraestructura de la producción material, ni la superestructura, sino la desestructuración del valor,la desestabilización de los mercados y las economías reales, el triunfo de una economía liberada de las ideologías, las ciencias sociales, y la historia, de una economía liberada de la Economía y entregada a la especulación pura, de una economía virtual liberada de las economías reales (no realmente,claro está: virtualmente, pero justo ahora no es la realidad sino la virtualidad la que posee el poder), de una economía viral que coincide ahí con todos los restantes procesos virales.

Es como un espacio de efectos especiales, de acontecimientos imprevisibles, de juego irracional que se convierte en el teatro ejemplar de la actualidad. Soñamos, junto con Marx, con el final de la Economía Política, la extinción de las clases y la transparencia de lo social, de acuerdo con la lógica ineluctable de la crisis del Capital. Hemos soñado después con la denegación de los mismos postulados de la Economía y de la crítica marxista al mismo tiempo, alternativa que niega cualquier primacía de lo económico o de lo político —la economía simplemente abolida como epifenómeno, vencida por su propio simulacro y por una lógica superior. Actualmente, ni siquiera podemos soñarlo: la Economía Política fenece bajo nuestros ojos, convirtiéndose por sí misma en una transeconomía de la especulación, que se ríe de su propia lógica (la ley del valor, las leyes del mercado, la producción, la plusvalía, la lógica clásica del capital) y que, por consiguiente, ya no tiene nada de económico ni de político. Un puro juego de reglas flotantes y arbitrarias, un juego de catástrofe.

Así pues, la Economía Política habrá terminado, pero en absoluto como se esperaba. Exacerbándose hasta la parodia. La especulación ya no es la plusvalía, es el éxtasis del valor, sin referencia a la producción ni a sus condiciones reales. Esla forma pura y vacía, la forma expurgada del valor, que ya sólo interpreta su propia revolución (su propia circulación orbital).

Ha sido desestabilizándose a sí misma, monstruosamente, irónicamente en cierto modo, cómo la Economía Política ha puesto fin a cualquier alternativa. ¿Qué podemos oponer a semejante inflación que recupera a su manera la energía del poker, del potlach, de la parte maldita, que constituye en cierto modo la fase estética y delirante de la Economía Política? Este final inesperado, esta transición de fase, esta curva deformada es, en el fondo, más original que todas nuestras utopías políticas.
 
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