Ahna Capri
Anna Marie Nanasi
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Ya lo ves @Pepe Criminólogo , directos a la yugular a base de humillaciones y el arte de intentar desacreditarte.
Buen trabajo.
¿Quién sería aquel político socialista que se desplazó hasta la costa levantina por un desembarco de cocaína y que empleaba como tapadera cierta empresa dedicada a la maquinaria para la construcción?…
Pero el problema también estuvo en que en 1993, José Manuel Navarro Benavente, el master, y Andrés Fernández Baena, el «esclavo», detectaron conversaciones procedentes de Valencia en las que personas no identificadas detallaban operaciones claramente relacionadas con el narcotráfico. Benavente, que es todo menos simple, ejerció un control metódico sobre la frecuencia intervenida. Poco a poco fue acumulando datos, que evidentemente grababa. Que el material que manejaban era cocaína no tardó mucho en saberlo. Algo más le costó descubrir lo que él consideraba un dato trascendental: la tapadera era una empresa de maquinaría para la construcción. Sus informes habían sido pasados por escrito a sus jefes día a día. Le habían animado a que siguiera escuchando. Pero todo cambió cuando descubrió a quién pertenecía una de las voces. Estaba seguro. Rápidamente se lo comunicó a sus superiores. Era un escándalo. Un conocidísimo socialista andaba metido en el asunto. La orden que recibió fue tajante. Nunca había recibido una con tanta claridad y dureza.
—Deja inmediatamente ese asunto.
—Mira, lo que he descubierto no es nada en relación a lo que puedo encontrar.
—Te estoy diciendo que lo dejes inmediatamente.
—¡Pero si no tienen ni fruta idea de que les he captado!
—¡Que lo dejes, es una orden!
Pero, tal vez por primera vez en su historial, Benavente desobedeció. Sabía que su jefe, el coronel Julio Borrero, siempre se había portado bien con él. Así que se decidió a seguir con las escuchas por su cuenta y riesgo, aunque no sabía cuánto de esto último. Una tarde, uno de los directivos del departamento, cuando Benavente ya se había ido, entró en el escáner para comprobar qué frecuencias estaba controlando. Era un trabajo rutinario de vigilancia sobre los propios compañeros, una muestra de desconfianza absolutamente normal y frecuente en el centro, institucionalizada por necesidad. El mando encontró metida la clave del teléfono móvil que se le había ordenado a Benavente que abandonara. Dio parte inmediatamente a su jefe. Al día siguiente, cuando llegaron Benavente y Fernández Baena fueron llevados por miembros del Servicio de Seguridad a un despacho, donde se les comunicó su expulsión inmediata «por pérdida de la confianza». Sus pertenencias estaban debidamente metidas en cajas que les permitieron llevarse. Era todo lo que se llevarían de «La Casa». Nadie montó nunca, al menos que se sepa, una operación contra esa red de narcotráfico. El Gabinete de Escuchas sigue funcionando.
Aunque doy fe que lo intenté, ya paso de "debatir" con personas que necesitan apoyarse en los ataques ad hominem para "reforzar" sus argumentos, lo que demuestra la debilidad de los mismos.Ya lo ves @Pepe Criminólogo , directos a la yugular a base de humillaciones y el arte de intentar desacreditarte.
Buen trabajo.
¿Quién sería aquel político socialista que se desplazó hasta la costa levantina por un desembarco de cocaína y que empleaba como tapadera cierta empresa dedicada a la maquinaria para la construcción?…
Pero el problema también estuvo en que en 1993, José Manuel Navarro Benavente, el master, y Andrés Fernández Baena, el «esclavo», detectaron conversaciones procedentes de Valencia en las que personas no identificadas detallaban operaciones claramente relacionadas con el narcotráfico. Benavente, que es todo menos simple, ejerció un control metódico sobre la frecuencia intervenida. Poco a poco fue acumulando datos, que evidentemente grababa. Que el material que manejaban era cocaína no tardó mucho en saberlo. Algo más le costó descubrir lo que él consideraba un dato trascendental: la tapadera era una empresa de maquinaría para la construcción. Sus informes habían sido pasados por escrito a sus jefes día a día. Le habían animado a que siguiera escuchando. Pero todo cambió cuando descubrió a quién pertenecía una de las voces. Estaba seguro. Rápidamente se lo comunicó a sus superiores. Era un escándalo. Un conocidísimo socialista andaba metido en el asunto. La orden que recibió fue tajante. Nunca había recibido una con tanta claridad y dureza.
—Deja inmediatamente ese asunto.
—Mira, lo que he descubierto no es nada en relación a lo que puedo encontrar.
—Te estoy diciendo que lo dejes inmediatamente.
—¡Pero si no tienen ni fruta idea de que les he captado!
—¡Que lo dejes, es una orden!
Pero, tal vez por primera vez en su historial, Benavente desobedeció. Sabía que su jefe, el coronel Julio Borrero, siempre se había portado bien con él. Así que se decidió a seguir con las escuchas por su cuenta y riesgo, aunque no sabía cuánto de esto último. Una tarde, uno de los directivos del departamento, cuando Benavente ya se había ido, entró en el escáner para comprobar qué frecuencias estaba controlando. Era un trabajo rutinario de vigilancia sobre los propios compañeros, una muestra de desconfianza absolutamente normal y frecuente en el centro, institucionalizada por necesidad. El mando encontró metida la clave del teléfono móvil que se le había ordenado a Benavente que abandonara. Dio parte inmediatamente a su jefe. Al día siguiente, cuando llegaron Benavente y Fernández Baena fueron llevados por miembros del Servicio de Seguridad a un despacho, donde se les comunicó su expulsión inmediata «por pérdida de la confianza». Sus pertenencias estaban debidamente metidas en cajas que les permitieron llevarse. Era todo lo que se llevarían de «La Casa». Nadie montó nunca, al menos que se sepa, una operación contra esa red de narcotráfico. El Gabinete de Escuchas sigue funcionando.