Memorias de un reportero indecente
7 DE JULIO DE 2019 · PÚBLICO
Tengo que añadir que todo lo que narro a continuación es la verdad y tengo testigos que lo pueden corroborar. Y tengo que añadir también que todas las delicias que le dedico post mortem a este sujeto, se las dije ya a la cara cuando estaba vivo en público y en privado y en todas las ocasiones que se cruzó en mi camino. Incluso en un programa debate en Telecinco, no recuerdo ya en qué año, y que andará colgado por ahí. Añado todo esto para que los que piensan que insulto a un recién muerto que no me puede contestar, se bajen del burro de las hermanitas ursulinas.
Y ahora voy a contar lo que tenía inicialmente contra este desalmado especulador, mentiroso compulsivo, injuriador condenado por la Justicia, vividor, borracho impenitente, siniestro manipulador de sumarios, y buitre a tiemplo completo a costa de la locura de un padre como es Fernando García, que fue (aún no me creo que esté muerto, que el diablo lo acoja en su seno) Juan Ignacio Blanco.
En 1987 yo trabajaba en El Caso como reportero. El director, Joaquín Abad solía decir que quería más Pedro Avileses para la redacción. Yo me sentía incómodo ante esto (siempre fui un tipo muy modesto y nada amigo de llamar la atención, salvo haciendo bien mi trabajo. Pero esto crea envidias, claro.
Al año empecé a trabajar junto a un compañero llamado José Montoro. Pronto nos entendimos bien en un terreno tan difícil como lo es el periodismo de sucesos. Formamos un buen tandem. Yo viajaba por toda España y Montoro llevaba Madrid, pero siempre que había oportunidad yo le ayudaba en los casos de Madrid y él venia conmigo de viaje de tanto en tanto cuando podía dejar Madrid solo. Juan Ignacio Blanco, al que ya todos los redactores despreciábamos profundamente, se largó a Almería a chupársela al director de El Caso, por entonces Joaquín Abad, que se había llevado la tirada del semanario a los talleres de su periódico almeriense “La crónica”, aunque mantenía la redacción central en Madrid. Abad nombró a Blanco como redactor jefe de pacotilla en Almeria. Nadie respetaba a este sujeto al que todos lo redactores llamábamos El Chota. Ya sabéis, en lenguaje carcelario un Chota es un chivato.
José Montoro y yo congeniamos bien. Hacer este tipo de temas tan delicados termina por unir si además cada uno sabe lo que tiene que hacer. Y los dos sabíamos lo que teníamos que hacer. Un día volví de un viaje de no recuerdo qué ciudad española y cuando saludé a Montoro le noté muy frio conmigo. Menos mal que le pregunté que qué le pasaba, y menos mal que él me contestó. Si no hubiera sido así, nuestra vida, nuestra amistad, habría cambiado por completo. "El Chota" había hablado con él para decirle que tuviese cuidado conmigo, que yo iba diciendo que Madrid trabajaba gracias a mí, que Montoro era un inútil y que si no fuera por mí, Montoro no haría ningún reportaje. Le juré y perjuré que eso no era cierto. Y como habíamos congeniado tan bien y Montoro me conocía de sobra, me creyó. Afortunadamente. Pero yo no me quedé a gusto, así que le dije: vamos a Almeria este fin de semana y lo solucionamos, para que te quede ya claro del todo y darle una lección a este impresentable.
Cuando llegamos a Almería pedimos una reunión urgente del director con Juan Ignacio Blanco “El Chota” y nosotros dos en su despacho. Joaquín Abad me apreciaba mucho por la época, como ya he dicho. Allí planteé todo lo sucedido. Juan Ignacio Blanco aguantó el chaparrón con la cara dura que le caracterizaba, (era un profesional del engaño, la mentira y la simulación) negó que le hubiese dicho a Montoro nada y declaró que era inocente. Tuve que sujetar a Montoro para que no le metiese un par de palos bien dadas. Pero los insultos que los dos le dedicamos y el desprecio absoluto que le mostramos, hizo que Joaquín Abad también se lo mostrase. No tardó mucho tiempo en ser despedido de su puesto de "redactor jefe de pacotilla".
Pero es que además conocíamos ya de antiguo al personaje. Sabíamos que era un mentiroso compulsivo que gustaba de inventar historias, que era un alcohólico impenitente, que gustaba de usar un rosario en su bolsillo, era un católico radical y un ultraderechista tipo Martínez el muy de derechas y, sobre todo un muy mal compañero y una muy mala persona. Ni era periodista, ni criminólogo, ni había pisado nunca la universidad. Todo su currículo estaba inventado en la Wiki. Cuando se le empezó a poner en duda este punto, pronto se borró de su bio en la wiki todos estos títulos, que incluían también supuestos doctorados en universidades innombrables. Un estafador en toda regla.
Después de aquello le perdimos la pista. Se la volvimos a encontrar cuando entró a colaborar al Missisipi en Telecinco. Montoro y yo ya trabajábamos en Telecinco en las mañana de la Campos. El Chota nos temía a Montoro y a mí, que no nos cortamos nunca en despreciarle diciéndole que era un soplagaitas del oficio y que no tenía nada que ver con el Periodismo. Siempre que nos veía agachaba las orejas. Y siempre fue así. Incluso años más tarde, cuando lo condenaron a él y a Fernando García por "un delito continuado de injurias graves con publicidad" por haber insultado gravemente a médicos forenses, a jueces, a peritos de homicidios, a fiscales, me llamaron de Telecinco para que asistiese a un debate contra estos dos delincuentes condenados por la Justicia que fueron Juan Ignacio Blanco y Fernando García. Y allí, claro, les volví a meter caña acusándolo a los dos, especialmente a El Chota, de haber manipulado el sumario de Alcasser a su gusto para montar toda aquella podrida mentira que ha mantenido hasta que un cáncer se lo ha llevado por delante. En los últimos tiempo gustaba de decir que él me había despedido de El Caso, que él había sido director de la publicación, que él había sido el primer periodista que entró en el chalet de los Urquijo, cuando esto último lo hizo Aguilera, otro compañero y él ni siquiera trabaja en la publicación. Mentir era su profesión. José Montoro y yo nos largamos de El Caso a Interviú porque Abad nos planteó a finales del 89 que nos trasladásemos a Almeria a vivir. No aceptamos y a los dos días ya estábamos trabajando en plantilla de la revista Interviú.
Finalmente, gracias a que fuimos sinceros el uno con el otro, José Montoro y yo trabajamos juntos cada semana durante 13 años de manera muy fructífera. Pero este impresentable pudo cambiar nuestro destino.
Como dijo John Ford cuando murió Steve Mc Queen: “Era un me gusta la fruta en vida y lo sigue siendo ahora de muerto”, así digo yo también: Que el diablo acoja en su seno a sujeto tan perversos como fue Juan Ignacio Blanco en vida. Si es que se ha muerto de verdad. Ha mentido tanto que ni siquiera me lo termino de creer.