Se les sueltan los esfínteres.
Por eso los verdugos colocan la cuerda de tal manera que no asfixien al condenado, simplemente le rompan el cuello.
De ahí las pruebas previas, tanta veces vistas en el cine, para que cuando se abra la trampilla, caiga el reo ni muy fuerte que se le desprenda la cabeza, ni muy flojo que muera por asfixia.
Hay bastante literatura sobre los fallos, e injustificados sufrimientos, de la silla eléctrica, cámara de gas, inyección letal, decapitación. Por no nombrar la macabra parafernalia de la guillotina.
Aún estando en contra de la pena de fin, reconozco que técnicamente el menos cruel e hiriente de los métodos de ejecución, es el español “garrote vil”.