Del último canto del Paraíso de la Divina Comedia de Dante:
[...]
Vi con mayor poder más adelante,
lo que a la lengua y a la vista excede,
y postra la memoria vacilante.
Como al que ve entre sueños, le sucede,
que en pos del sueño, la impresión pasada
queda en la mente, sin que más le quede;
tal estoy, cuando casi disipada
la visión, todavía me destila
dulzura al corazón de ella emanada.
Así la nieve al sol se desigila,
así el viento se lleva en hojas leves
las sentencias que lanza la Sybila.
¡Oh, suma luz, que en las alturas mueves
los mortales conceptos, da a mi mente
un poco del poder con que me eleves!
¡Y haz que mi lengua sea tan potente,
que al menos una chispa de tu gloria
pueda dejar a la futura gente;
que al retornar un tanto en mi memoria,
y hacer mi verso un poco resonante,
acrezca en su concepto tu victoria!
Pienso, que de aquel rayo penetrante
la viva luz me habría desmarrido,
a no apartar los ojos al instante;
mas recuerdo, que fui más atrevido,
al encarar de cerca el gran aspecto
del supremo Valer indefinido.
¡ Gracia abundante, que como a un electo,
me ba permitido ver la luz eterna,
hasta perder mi vista por completo!
En su profundo ser, vi cual se interna,
en un volumen por amor atado,
cuanto el vasto universo descuaderna;
sustancia y accidente, combinado
todo de modo tal, que forma un todo,
de que es vislumbre lo por mí narrado.
¡ La forma universal, su nudo y modo,
pienso que vi, porque en contentos largos,
esto al decir, aun gozo sobre todo!
Un instante me trajo más letargos,
que veinte y cinco siglos de la empresa,
en que Neptuno vio la sombra de Argos.
Así la mente, llena de sorpresa,
mirando inmóvil, con fijeza atenta,
cuanto más mira ardiente, se embelesa.
Y de tal modo aquella luz me alienta,
que dejarla de ver por otro aspecto,
no hay humano poder que lo consienta;
por cuanto el bien, que es del querer objeto,
se encierra en ella; y fuera de su llama,
es defectuoso lo que allí es perfecto.
Ora que su presencia no me inflama,
es mi recuerdo como el de un infante
que se baña la lengua en lo que mama.
No que variase el único semblante
ele aquella viva luz que contemplaba,
que es siempre igual como la vi delante,
sino porque mi vista se esforzaba,
haciendo ver en sólo una apariencia
lo que en mí y no en ella se mudaba.
En la profunda y trasparente esencia
de la alta luz, tres cercos percibía,
de tres colores, de una continencia.
Uno de otro, el reflejo parecía,
como dos iris, y el tercero un foco
del fuego que en los dos resplandecía.
No alcanza mi palabra a lo que evoco,
para pintar las celestiales llamas,
¡y es tanto, que no basta decir poco!
¡Oh luz eterna, que en tu luz te inflamas,
que te comprendes, y de ti entendida
al entenderte te sonríes y amas!
Aquella irradiación de ti nacida,
que parecía en ti, luz reflejada,
por mis ojos fué un tanto percibida.
Dentro de sí, con su color pintada,
me pareció mirar nuestra figura,
reconcentrando en ella la mirada.
Como afanoso geómetra procura,
sin hallar el principipo que le mueva,
del círculo encontrar la cuadratura;
así me hallaba ante visión tan nueva,
queriendo comprender cual se adunaba
el cerco con la imagen, que en sí lleva.
Con mis alas, tan alto no volaba,
cuando repercutir sentí en la mente,
un fulgor que su anhelo condensaba:
ya mi alta fantasía fué impotente;
mas cual rueda que gira por sus huellas,
el mío y su querer movió igualmente,
el amor que al sol mueve y las estrellas.
Obviamente este texto no es dogma, pero da una idea.