La constitución transcendental del
Dasein
Tenemos frente a nosotros un árbol. La cosa estaría ahí, según nos dicta el
common sense inglés, antes o después e independientemente de que nosotros “existamos”, pues en caso contrario nos hallaríamos no ante un ente que “es”, sino ante una “alucinación”, un “sueño”, una “imaginación” o algo que, en general, “no es” (¡como si un delirio no tuviera su propia forma de
ser!). Ahora bien, el ser de la cosa varía en función del sentido proyectado por el Dasein. El árbol puede ser, para el artista, un “modelo pictórico”; para el industrial maderero, una “mercancía”; para el científico botánico, un “vegetal”; para el paseante turístico, un “elemento del paisaje”; para el filósofo metafísico, un “ente”, el famoso ente en cuanto tal, o un “objeto”; etcétera.
[ix] Pues bien, sentido significa aquí este “para” que permite mostrarse al ente como esto o aquello… El sentido, en cuanto “para” (para pintar, para contemplar, para investigar, para vender…) somos nosotros y
el Dasein agótase en este plexo de sentido que se proyecta hacia el existente bruto constituyendo un mundo repleto de cosas.
[x] El Dasein es activista y la acción pura que él
es precede al pensamiento. Retumba aquí una vez más el discurso anti-intelectual del fascismo. De manera que a las notas ontológicas características del Dasein (mismidad, sentido, proyección, temporariedad, trascendentalidad) cabe añadir
la naturaleza práxica o pre-teórica tanto de la proyección trascendental cuanto del ente así constituido (“ser a la mano”, utensilio,
Zuhandensein).
[xi]
Pero detengámonos un momento más en el concepto de proyección de sentido (
Entwurf). El sentido no está nunca aislado, sino que forma parte de un todo, único. Por eso hablamos de entramado, red o plexo de sentido. La mejor forma de entenderlo es distinguir entre sentido y significado. El sentido es anterior al significado y, por ende, al lenguaje.
Del sentido brotan los significados. Por ejemplo, un perro escucha la voz de su amo y corre a su encuentro. Es una acción con sentido, sin duda, pero completamente ajena al lenguaje. Los perros no hablan, no obstante expresan y comprenden sentido. En el “hombre” hay también sentido sin lenguaje, pero no a la inversa. El lenguaje se fundamenta en el sentido y tal constatación, dicho sea de paso,
demuele por sí sola el paradigma lingüístico de Wittgenstein a Kripke. En cada acto concreto del Dasein está inviscerada la
entera totalización del sentido, tejido reticular del “para” (
zu) determinado, en que se inscribe el acto. Por ejemplo, un hombre abre la puerta de su oficina “para” ir a trabajar y otro hombre abre después la puerta de la misma oficina y con la misma llave “para” entrar a robar. El acto de abrir la puerta tiene el mismo significado (“abrir la puerta”), pero el sentido del acto es distinto. En el “para” en cuestión hacen acto de presencia las
totalizaciones de sentido de dos Dasein opuestos. Uno es profesor de filosofía, el otro, consumidor de drojas y delincuente. No he elegido los ejemplos al azar. Esta totalización de sentido se denomina en Heidegger
Vorhabe (“tener previo”) de la interpretación. Cada Dasein es un proyecto integral de vida y todos se justifican a sí mismos. Una “ideología” subyacente (“ideal de existencia”, dice Heidegger) configura el mundo del Dasein. Con ello accedemos bruscamente al plano
normativo de la ontología fundamental.
La muerte como instancia constituyente del
Dasein
Nosotros podemos estar pensando o no en un plan, en una agenda, pero
somos proyecto, querámoslo o no, en todo momento y en ese proyecto subyace el sentido de la vida/muerte. Todo
plan del “yo” pensante se fundamenta en la previa proyectualidad existenciaria del Dasein. Incluso la ausencia de planes, la vivencia del sinsentido si se quiere, es ya una proyección de sentido como “absurdo”. La proyección de sentido, en cuanto totalización, remite, en última instancia, a la auto-interpretación del mundo que el Dasein
es. El Dasein es una
creencia. El “para” no está en el tiempo como un pez en el agua, sino que es el tiempo y consiste en creer algo. El Dasein cree en esto o aquello, sin creencia no puede dar un paso y ni siquiera renunciar a darlo. No son pues teorías, “ideas”, pensamientos, son creencias en el sentido en que Ortega oponía creencias a ideas. Lo que uno cree se pone de manifiesto no en lo que
piensa o
dice, sino en lo que
hace, su verdadera “ideología” o “ideal de existencia” (
Vorhabe).
[xii]
La proyección de sentido (“creencia”) es temporaria, un pro-yectar inseparable del significado de “sentido”, es decir, de dirección (por ejemplo, cuando decimos: “el coche cambió de sentido”). El sentido en el Dasein es empero primordialmente temporal (de ahí el título de la obra capital de Heidegger,
Sein und Zeit), la proyección (el “pro”-) preconstituye el futuro (
Zukunft). De ahí
Vorhabe (“tener previo”). Esta temporalidad originaria anterior a toda representación física del tiempo es la que Heidegger denomina ek-stasis de la temporalidad, presente, pasado y futuro, en que se entreteje nuestra/vuestra proyección de sentido. En efecto
, tiempo no es aquí la sucesión de puntos en el espacio que nos “imaginamos” cuando “pensamos” en el tiempo, metáfora que supone ya una espacialización o cosificación del tiempo, sino que el tiempo es futurición, posibilidad existencial y potencialidad vital. Una línea de puntos puede recorrerse en dos sentidos, pero la temporalidad originaria es finita de principio (nacimiento) a fin (muerte), tiene sólo
un sentido, su signo es la fatalidad, el
destino (
Schicksal) y avanza torrencialmente hacia un futuro concreto, de-finido, de-terminado, cuyo fundamento es la de-terminación, la de-finición misma. El Dasein está “hecho” de posibilidades concretas, aquéllo que experimentamos al hacer algo “para” algo con sentido (por ejemplo, me ilusiona cursar la carrera de filosofía). Si me levanto a tal hora por la mañana será “para” no demorarme, si me aseo y me visto será “para” salir a la calle y “para” ir al trabajo o encontrarme con tal persona… Y si trabajo será por vocación o “para” ganar dinero. Y si gano dinero será “para” casarme y criar hijos, “para” lograr esto o aquello, “para” ser feliz... Etcétera. Elegimos una posibilidad y descartamos otra: esta decisión es irreversible, no se vuelve atrás. La posibilidad comporta al par una imposibilidad y hay un no-poder inscrito en la decisión remitiendo al
pasado cumplido que prefigura la muerte como “no”, vínculo esencial entre potencia e impotencia. Pero si persistiésemos en seguir este entramado de “para”, al final desembocaríamos a un “para qué” postrero: para qué vivir. Y el Dasein sigue viviendo cabe la posibilidad de morir.
La muerte no es el hecho de fallecer, sino la ontológica posibilidad de la imposibilidad que fundamenta todas las posibilidades ónticas del Dasein.
En Heidegger, la cuestión ontológica (el ser del Dasein) y la cuestión ética (la proyección legítima de sentido) resultan inseparables. Si se detecta
correspondencia de sentido entre una determinada auto-interpretación y el
factum de que el Dasein es mismidad, sentido, proyección, trascendentalidad, facticidad, finitud, etcétera (cualesquiera que sean las notas definitorias del Dasein o “existenciarios”), y no, por ejemplo, cosa, materia, energía, etc., entonces estamos ante una proyección de sentido válida. Es válida, fundamentada o legítima ---
propia,
auténtica, en la jerga técnica de Heidegger--- aquélla y sólo aquella proyección transcendental de sentido que no oculte, distorsione, falsee o niegue el propio ser del Dasein.
El criterio de validez de un proyecto óntico remite pues al carácter ontológico de su precompresión. Ahora bien, entre los existenciarios se cuenta la muerte y aquí empiezan los problemas, la dificultad o componente trágica unamuniana, por decirlo así, de la ética fascista de Heidegger. Estamos ante una ética heroica de la verdad más “inhumana”, porque, según Heidegger, la muerte es
la verdad de la existencia. El Dasein consiste siempre, como hemos visto, en nuestra auto-proyección trascendental e interpretativa de sentido, nuestra creencia, mas
las creencias que niegan la muerte no son legítimas. Hay un criterio de validez que nos rescata de este supuesto relativismo hermenéutico de las interpretaciones e ideologías, pero ha sido ignorado porque para exorcizar a Dios había que invocar al malo, el “mal absoluto”, el “fascismo”... La totalización que posibilita un proyecto auténtico, propio y válido implica, en una palabra, reapropiarse los límites del Dasein, que son tres: 1/ la finitud de la elección: si esto, no aquéllo (presente); 2/ la finitud de la facticidad del “naci-miento” (pasado), es decir, de la “nación” o “comunidad del pueblo” que
se me impone como “circunstancia” (no puedo dejar de ser lo que soy); y 3/ la finitud de la muerte (futuro), cuya triple convalidación de la finitud en cuanto proyecto es la “resolución” (
Entschlossenheit) del
Sein zum Tode interpretados como “correr al encuentro de la muerte” trágico-heroico. La experiencia de la muerte (3)
me permite acceder al sentido de las otras dos formas de finitud y, por ende, al sentido del ser. El autoengaño, es decir, la omisión de la finitud estructural del Dasein, tipifica aquí el único pecado mortal de nuestra “homilía inversa” (Félix Duque
dixit). Nos hemos topado así con aquel
Vorhabe (“tener previo”) preteórico singular que
posibilita la ontología fundamental como teoría y que, consecuentemente,
recorrido el círculo hermenéutico en sentido inverso, fundamenta la ideología fascista. ¿Vuelve a resonar por tanto, en la Universidad de Salamanca, el “¡Viva la muerte y mueran los intelectuales!” de Millán Astray?