Tenderheart
Madmaxista
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O paria si uno no está inoculado con transgénicos cada seis meses (más tres meses de gracia), tiene una prueba no diagnóstica que de negativo o ha pasado la enfermedad en los últimos 180 días (porque el cuerpo humano al día 181 como quien borra un archivo en el ordenador se olvida de fabricar anticuerpos).
Llevo días con una enorme frustración a raíz de éstas medidas absurdas que lo único que ha conseguido ha sido centrarlo todo en el dichoso bicho de marras. No se habla de otra cosa, que si las variantes, que si la servilleta, que si la insolidaridad del prójimo, que si la legalidad de las medidas, que si la abuela debe recibir visitas entre otras que se olvidan de vivir la vida y ya.
Viven subyugados a lo que diga Pedro I el Guapo y al presidente autonómico de turno según localidad de residencia y su palabra (respaldada por el juez de turno en la taifa) es ley aunque un año después sea ilegal y la palabra una mentira colosal. Aquí no se hacen responsables de nada, se desdicen, cambian de discurso o sueltan disparates cual trilero en un callejón oscuro del peor suburbio de la ciudad que no pasa absolutamente nada ni un mísero “perdón, no volverá a ocurrir”.
Que para consumir un café en el bar Paco tenga que enseñar un certificado que acredite que soy buen ciudadano o incluso a la entrada de un gimnasio o de un cine es algo completamente perversos y más aún si cabe, humillante.
Hace tiempo que me tome la “red pill” pero en mi vida siguen los vestigios de una vida anterior que ahora con más fuerza que nunca me dispongo a hacer desaparecer. Si la todopoderosa máquina omnipresente de la burocracia pretende abarcar cada paso que doy, cada sitio que visito y cada actividad que hago en mi día a día ¿Qué puedo esperar dentro de unos años si el apetito voraz de éste no es saciado? Me temo los peores augurios que hace año y medio se vaticinaban por aquí y por algún otro escenario y que eran ridiculizados con escarnio por la plebe que hoy enseña orgullosa una imagen formada por unos y ceros a cualquier remero que le ha tocado ese día ser orgulloso vigilante del aparato.
Por lo que mi apuesta será remar lo menos posible, hacer todas esas cosas a día de hoy son posibles y gratuitas, quitarme de encima toda relación tóxica, limitarme a dar las mínimas opiniones posibles y cultivar aquellas habilidades que me permitan ser un hombre libre.
Llevo días con una enorme frustración a raíz de éstas medidas absurdas que lo único que ha conseguido ha sido centrarlo todo en el dichoso bicho de marras. No se habla de otra cosa, que si las variantes, que si la servilleta, que si la insolidaridad del prójimo, que si la legalidad de las medidas, que si la abuela debe recibir visitas entre otras que se olvidan de vivir la vida y ya.
Viven subyugados a lo que diga Pedro I el Guapo y al presidente autonómico de turno según localidad de residencia y su palabra (respaldada por el juez de turno en la taifa) es ley aunque un año después sea ilegal y la palabra una mentira colosal. Aquí no se hacen responsables de nada, se desdicen, cambian de discurso o sueltan disparates cual trilero en un callejón oscuro del peor suburbio de la ciudad que no pasa absolutamente nada ni un mísero “perdón, no volverá a ocurrir”.
Que para consumir un café en el bar Paco tenga que enseñar un certificado que acredite que soy buen ciudadano o incluso a la entrada de un gimnasio o de un cine es algo completamente perversos y más aún si cabe, humillante.
Hace tiempo que me tome la “red pill” pero en mi vida siguen los vestigios de una vida anterior que ahora con más fuerza que nunca me dispongo a hacer desaparecer. Si la todopoderosa máquina omnipresente de la burocracia pretende abarcar cada paso que doy, cada sitio que visito y cada actividad que hago en mi día a día ¿Qué puedo esperar dentro de unos años si el apetito voraz de éste no es saciado? Me temo los peores augurios que hace año y medio se vaticinaban por aquí y por algún otro escenario y que eran ridiculizados con escarnio por la plebe que hoy enseña orgullosa una imagen formada por unos y ceros a cualquier remero que le ha tocado ese día ser orgulloso vigilante del aparato.
Por lo que mi apuesta será remar lo menos posible, hacer todas esas cosas a día de hoy son posibles y gratuitas, quitarme de encima toda relación tóxica, limitarme a dar las mínimas opiniones posibles y cultivar aquellas habilidades que me permitan ser un hombre libre.
