Algo mal ha debido de hacer alguno de los de mi generación para haber criado estas víboras. Mientras les ponían el plato en la mesa estos veinteañeros por lo bajinis, no fuesen a recibir un sopapo, debían de estar salmodiando, fulastres, fulastres, fulastres... Debe de ser lo que tiene jugar tanto a la play station y perder el criterio de lo que es real y lo que es fantasía.
Un consejo, amad más y jorobad menos. Alimentar ese fuego rencoroso no os va a hacer ningún bien. Yo llegué a la crisis económica de los años ochenta recién terminada mi carrera. De repente, de un año para otro, me quedé sin la posibilidad a corto plazo de tener un trabajo en una empresa del estado. Me tuve que buscar la vida. Me divertí, conocí a mucha gente, mucho hijomio también, pero sobre todo gente cojonuda, ame con un montón de tías, pillé un montón de pedos, conseguí trabajo en una empresa de seguros de capital francés y durante tres años anduve volando entre España y el resto de Europa varias veces al mes. Duró el trabajo lo que duró mi interés por el mismo, tres años. Sin hijos, sin deudas, los problemas más que problemas son retos. A los veinte, incluso a los treinta si no tienes hijos, el mundo es maravilloso y hay posibilidades de hacer muchas cosas. Alguno de mis amigos de universidad en aquellos años se perdió por un periodo prolongado en África y nunca se ha arrepentido del viaje. Pero incluso entonces, cuando nos encontrábamos en alguna cena, siempre había un grupo lamentándose de que las cosas no fuesen igual que antes y conseguir trabajo supusiese un esfuerzo. Mis padres no me ayudaron más a partir de los veinte años, la edad en la que me fui de mi casa. No consigo ponerme en la piel de los quejicas de este hilo. Me resulta imposible. Lo siento.