La peor sarten que he tenido el honor de estrenar fue con el mango metal. ¿Sabéis el chiste del que no tenía olfato pero le lloraban los ojos? Pues está basado en hechos reales. Aquello tenía un olor tal que te hacía llorar, cosa normal porque emanaba gases y el ojo se protege. Se te quedaba en los labios como un picor persistente de guindilla, y al hacer contacto la lengua con aquello me supo a hierro, como cuando tocas con la punta de la lengua una pila para ver si tiene carga. Era una mezcla de salazón picante con olor a ultratumba. Pero no podía dejar de cocinar.
Luego me contaron que le habían echado pintura anticalorica y que tenía que llevar una cabeza de ajo en el mango, para que el mal olor y vapores de la pintura lo absorbiera la cabeza de ajo y lo erradicase. Me dijeron que a la semana se lo quitase y estaba oscuro, signo de que había sido limpiada.
Estuve dos meses y medio usando esa sarten un par de veces a la semana hasta que llegó un día que dejó de calentar. Nunca tuve ganas de ir a la tienda a por garantia o investigar que porqué no me cogían el teléfono. Me quedé aliviado de hecho.
Las sartenes con mango de metal son la leche, junto a las de ceramica y una de Toledo con las que estuve friendo un tiempo de las mejores experiencias de mi vida.