Solomía Maievska tiene un don. Sus berzas tratan de emanciparse de ella, en una huida hacia adelante que sorprende al mundo:
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Una berza quiere vacacionar en Lisboa, la otra en Cerdeña y Solomía prefiere Madrid.
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Las protuberancias de esta modelo son un trastorno de lo más rentable. Miles de hombres entran en sus redes para cascarse unas gayolas de tal magnitud que podría llenarse una piscina de zumo cojonero cada mañana.
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Maievska disfruta deformando sus ubres como si fuesen uno de esos muñecos que fabricábanos con globos rellenos de harina en el cole. «Ahora me apetecen ovaladas, luego redondas, más tarde quiero tener dos piedras duras de Chipiona en mi zona pectoral». Y una muchedumbre, desde adolescentes hasta octogenarios, contempla la hermosa plasticidad de estos pechos con el miembro viril en carnitas diablas.
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En ocasiones Solomía se pone corsés que levantan sus gigantescos senos, pero esto desagrada a sus fans. No han pagado cientos de euros para ver unas berzas ordinarias. Quieren ver unas mamas haciendo puenting, sucumbiendo a la gravedad, sumiéndose en el más absoluto y desolador vacío.
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Como un goterón de miel que arrolla por una pared, la curiosidad por ver hasta dónde caen estas ubres llena de alegría a los Solomíers. Se levantan cada día para ver si están un centímetro más abajo. Se estima que a los 60 años estará facturado más que nunca, pues sus dos bufas le llegarán hasta los pies.
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Esta valiente mujer es el ejemplo perfecto de cómo opera el TESORITO. Ella comprendió que su trastorno no podía ser otra cosa que un negocio y dio un paso al frente. Solomía se sacó las mamellas para que Paquita pudiera monetizar su culamen celulítico, Lola hiciera lo propio con sus lorzas y tu futura novia con sus tetitas anecdóticas.
