Si en los 1960 hubo una ruptura sinosoviética, a partir de los 2020 se puede hablar de una confluencia sinoprogresista, puesto que el discurso y los intereses de las élites mafiosas y antipatrióticas de este lado del mundo se están alineando con los intereses proyectivos chinos. En ambos casos buscan la destrucción de Occidente.
Eso pasa por la eliminación de la memoria de todos los imperios europeos. Todos mezclados en el papel, claro, para poder segar en el mismo gesto la actividad depredadora del holandés y la acción de la civilización española. La lógica china pasa por ampliar además este borrado a los imperios mediterráneos, indios y mesoorientales: la civilización nace y muere en el Amarillo. Nunca existió Egipto, Asiria, Persia y mucho menos Grecia y Roma.
Todo esto, por supuesto, es inadmisible. Aún así, la confluencia sinoprogresista será suficiente, a través de diferentes mecanismos de política demográfica y antifamiliar, para limitar el potencial demográfico de nuestras naciones (y hablo de las hispánicas, sureuropeas y latinas en conjunto) en unos cuantos centenares de millones de vidas de aquí al 2060, cuando la propia China empezará a sufrir el desgaste.
Se equivocan los que creen que China es la solución. No lo es, igual que EEUU no fue ninguna solución tras la caída del Imperio británico. Sólo son etapas de hegemonía alóctona que tenemos que pasar, una tras otra. Enfermedades que nos harán más fuertes, puesto que sólo resistirá la doctrina más potente.
Se equivocan también los que creen que una eventual alianza con la Anglosfera o Europa es la solución: aunque sufran las mismas consecuencias, su cultura está deformada desde su nacimiento y es impráctica. Tiene que desaparecer, y de lo que quede, surgirá otra cosa. A lo sumo, una coordinación táctica y puntual debería ser más que suficiente, pero limitando los riesgos de un nuevo envenenamiento, como ha ocurrido con el identitarismo.
La única solución está en nosotros, en nuestro despertar y en el de las naciones afines. Es la de siempre. La de nuestras abuelas y nuestros muertos: la vieja cultura mediterránea, grecorromana, católica, estoica y tomista.