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Salud
"Por favor, créanos!"
Las personas que han tenido reacciones adversas como consecuencia de las banderillas contra la cóvid-19 piden que se investiguen sus casos y que se reconozca su situación
No son antivacunas ni negacionistas, pero quieren que las administraciones asuman toda la responsabilidad que les corresponde con respecto a los planes de vacunación





En Cataluña, hasta enero de 2022 se habían notificado 11.559 reacciones adversas a la banderilla de la el bichito-19


“¡Yo no estoy deprimida, estoy enfadada! ¡Y lo estoy porque nadie quiere investigar qué nos ha pasado!”

Irene Casellas - BARCELONA

“Nos están tratando como si fuéramos sillas. Salvo cincuenta y pierdo cinco? La relación entre beneficio y coste es positiva y por tanto vale la pena. Pero no somos sillas, somos vidas”, lamenta Maria, una jurista de Barcelona de 44 años que sufre los efectos adversos de la banderilla del cobi19. Fue a raíz de la tercera dosis que, pasadas sólo unas horas, tuvo que ingresar en un centro hospitalario porque se ahogaba y tenía mucho dolor abdominal. "Me llevaron enseguida a hacerme un TAC, porque con los análisis vieron que tenía altísimos los indicadores de un problema trombótico y también los de la inflamación, y se me habían desplomado los linfocitos", recuerda. A partir de entonces empezó el calvario: ha desarrollado problemas inmunológicos, ginecológicos, está perdiendo visión y cada mes tiene brotes de dolor en distintas partes del cuerpo.

“No soy antivacunas, de hecho llevo todas las que me han dicho que me pusiera, y mi hijo también. De lo que me quejo es que, con la emergencia de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, no nos contaron realmente lo que podía pasar. Y no nos lo explicaron porque no podían saberse los efectos que tendrían a largo plazo. La razón es obvia: no se habían podido probar con tiempo suficiente. Debemos pensar que normalmente las banderillas se autorizan cuando han pasado 10 años desde que se fabrican”, insiste. María reconoce que si hubiera sabido qué efectos podían tener no se las habría puesto, porque antes era una persona sana. De hecho, pocas horas antes de vacunarse se había realizado unos análisis en los que todo salió bien y además quedó comprobado que no tenía anticuerpos del bichito. “Por eso en los primeros informes médicos ya se especifica como diagnóstico el síndrome postvacunal. El problema para muchas personas es que los efectos no fueron tan inmediatos, quizás tardaron semanas o meses, y no los han relacionado”, añade.

Su caso no es único. En Cataluña, entre 2020 y enero de 2022 se recibieron un total de 11.559 notificaciones de eventos adversos tras la vacunación contra la cóvid-19, remitidas directamente al Centro de Farmacovigilancia (Cfvcat) o bien a través del registro del Programa de banderillas de la Agencia de Salud Pública de Cataluña (Aspcat). Con un total de 14.128.582 dosis administradas, la tasa global de reacciones adversas se situaba entonces en 83 casos por cada 100.000 dosis administradas, según se recoge en el Boletín de Farmacovigilancia de febrero de 2022.

El mismo boletín también especifica que este importante volumen de notificaciones, “añadido al resto de casos de sospechas de reacciones adversas notificados con otros medicamentos, ha supuesto un incremento de un 600% en el total de notificaciones recibidas en el Cfvcat respecto a años previos ”. Por lo general, los problemas más notificados fueron en el lugar de administración de la banderilla, seguidos de los neurológicos, los musculoesqueléticos, los gastrointestinales y los dermatológicos. Además de alteraciones menstruales en mujeres. También se detectaron 225 casos de problemas vasculares, con afectaciones tromboembólicas, y 64 casos de miocarditis y/o pericarditis. Si bien existe consenso científico mayoritario, y también por parte de las administraciones sanitarias, sobre la necesidad de administrar las banderillas a la hora de contener la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, tampoco se pueden minimizar los efectos devastadores que han tenido para algunas personas.

“A mí me han dejado hecho un desdichado. A los 54 años tengo la vida completamente destrozada”, dice Joan Vilaseca, miembro de una agrupación de personas afectadas por las banderillas contra la cóvida surgida a través de las redes sociales. Esta agrupación reúne a ciudadanos de todo el Estado que quieren dar visibilidad a sus casos para pedir que no se les deje de lado, que se investigue qué les ha pasado y puedan recibir algún tipo de tratamiento.

A nivel estatal, el Ministerio de Sanidad recogía hasta diciembre de 2022 un total de 84.650 notificaciones de reacciones adversas, 14.003 consideradas graves y 500 con desenlace mortal. Y esto podría ser sólo la punta del iceberg, puesto que no todos los casos se reportan. "Responsables del Departamento de Salud me han reconocido, a mí personalmente, que hay muchos médicos que no informan de estas reacciones", dice Vilaseca. “Queremos que haya una unidad de referencia en la que se estudien nuestros casos y donde se nos pueda tratar. Pero estamos abandonados. He intentado entrar en estudios de investigación, pero como soy un afectado postvacunal no me quieren, sólo quieren los afectados directamente por el bichito. Entonces, ¿nadie investigará nunca qué es lo que nos ha pasado?”, se pregunta.

Antes de vacunarse, Vilaseca sólo conocía al médico de cabecera ya los traumatólogos que le habían operado de la rodilla y del codo por unas lesiones. “Hace dos años que vuelvo arriba y abajo. Tengo una fibromialgia desbocada, problemas inmunológicos, me bajó la testosterona... He tenido y tengo muchos problemas cognitivos y de memoria, pérdidas de conciencia que han llegado a durar cuatro horas. Todo mi cuerpo está desequilibrado, he perdido demasiado muscular y tengo el sistema neuronal hipersensibilizado”, relata.

Para ir por la calle necesita gafas de máxima protección porque no soporta la luz, tampoco las fresas. Y a menudo debe ir en silla eléctrica. Pero lo peor de todo es el dolor: "Es como si una prensa hidráulica me fuera aplastando y encima me cayera un cubo de lava", explica, reconociendo que ha tenido ideas de suicidio, sobre todo porque, después de visitar un montón de especialistas, los médicos le han acabado diciendo que debe ir acostumbrándose a esta situación. “La única solución que me dan es la terapia conductual, me han apuntado de forma preferente. Veremos qué ocurre”, dice. En estos momentos tiene reconocida una discapacidad del 65%, con movilidad reducida. Y lo que quiere es tener esperanza de que la situación de los afectados por las banderillas se investigue y no se les deje de lado ni se oculte lo que les ha pasado.

En el caso de Maria –que no quiere dar su nombre completo porque está muy disgustada con el tratamiento que ha recibido hasta ahora por parte de la sanidad pública y no quiere que se la identifique para evitar represalias a la hora de acceder en estudios o tratamientos–, el dolor recurrente le ha hecho intentar buscar soluciones por todas partes. “Aquí todo el mundo quiere hacer negocio, desde las herboristerías hasta los médicos privados, que te cobran 300 euros por una consulta en la que te acaban recetando vitamina C”, se queja. A falta de ayuda de los profesionales sanitarios, Maria no se cansa de buscar referencias científicas para intentar entender lo que le ha pasado. Habla, por ejemplo, de una investigación encabezada por el doctor italiano Carlo Brogna sobre la presencia de la proteína Spike recombinando en la sangre de los banderilleados.

"Nos dijeron que esta proteína, que en la banderilla está modificada, se degradaría en nuestro cuerpo a los pocos días, pero resulta que en la mitad de los casos analizados por el equipo de Brogna todavía existe pasados 180 días", explica. Ella quisiera acceder a una simple prueba para saber si esa persistencia de la proteína modificada en el organismo es su caso. “Es tan sencillo como sacar una muestra de sangre y analizarla con un espectómetro de masa, pero en ningún hospital me quieren hacerlo. Me dicen que, aunque así sea, igualmente tampoco hay ningún tratamiento”, se exclama.

Aparte de sus problemas médicos, también le duele mucho que una de las soluciones que se le han planteado sea tomar antidepresivos. “¡Yo no estoy deprimida, estoy enfadada! ¡Y estoy enfadada porque nadie nos hace caso y nadie quiere investigar qué nos ha pasado! No quiero crear problemas a nadie, la única razón para contar mi historia es que, si no consigo superar ese daño, el hijo pueda leer el testimonio de su progenitora y saber que luchó. Si no estoy, ese es el valor que quiero transmitirle”, asegura, haciéndose crees que en el Estado español no se esté avanzando nada, mientras que en otros países, como Alemania, ya hay hospitales con unidades específicas para los afectados postvacunales.

Joan Vilaseca, por su parte, lamenta la desidia que se han encontrado entre los representantes institucionales y sanitarios. “No interesamos y no se nos da visibilidad. En el aspecto médico, sólo nos tratan con paliativos. Por culpa del dolor disparado que he tenido, tuve que empezar a tomar derivados de la morfina, y desde enero del 2022 utilizo parches de fentanilo”, concluye.



"Nos están obligando a aprender medicina"

Carme es la progenitora de un adolescente de 15 años medicado a los 12. “Le pusieron la banderilla un viernes por la tarde y el domingo por la mañana empezó a caer al suelo. Empezaron los mareos, los dolores de estómago, las taquicardias... Hicimos lo que nos aconsejaron entonces los médicos: ejercicio, rehabilitación y visitas al psicólogo. Pero no mejoraba”, explica. Critica el trato recibido cuando debía ir a urgencias. “Una vez incluso le realizaron un test de drojas. Fue denigrante. No nos solucionan nada y nos están obligando a aprender medicina a nosotros”, lamenta. El niño sufrió presión del instituto por las faltas de asistencia, todas ellas justificadas. “Al final cambiamos de instituto y ahora no tenemos ninguna queja. Pero hace un año, pese a estar medicado, se contagió. Entonces todo lo que ya tenía se magnificó, le han salido mil alergias, problemas en el corazón y en los pulmones, visión borrosa... Y nos siguen recomendando ejercicio y psicólogos.”

No es cóvido persistente

Si algo es seguro y hay consenso científico suficiente es que la cóvida persistente existe y se manifiesta de manera diferente en cada persona. En los afectados por las banderillas ocurre lo mismo. “En un 90% nos parecemos mucho a quienes sufren las secuelas de la infección del bichito. Pero a nosotros no nos quieren en ningún estudio clínico”, indica Joan Vilaseca. En cuya agrupación forma parte hay miembros que se plantean la vía judicial. “Algunos de los que tenemos diagnóstico de efectos secundarios tempocausal de las banderillas contra la el bichito hemos iniciado reclamaciones patrimoniales previas a la demanda individual. Hicimos todo lo que se nos pedía por responsabilidad, pero ahora nos ignoran. Y somos muchos más de lo que pueda parecer”, afirma. Para María, otro efecto de lo que le ha ocurrido es que ha perdido la fe en la ciencia y en la medicina. “Veo que se nos han ocultado tantas cosas, y que ahora no quieren reconocerse, que no lo puedo entender. Pero confío en que algún día alguien tendrá que asumir la responsabilidad, sólo espero que no se tarde tanto como con la talidomida [el caso de un medicamento que causó malformaciones fetales durante los años sesenta y tardó cuarenta años en ser reconocido]. ” María, además, lamenta que se pongan a las personas como ella en el mismo saco que las que promueven teorías conspiratorias, porque entonces pierden credibilidad. “No creo ni historias de 5G, ni de nanotecnología ni tonterías. Lo único que reclamo es que se reconozca que no nos informaron bien y que se nos tenga en cuenta”, insiste.

Dos años batallando

Roser Gurrera es de las Terres de l'Ebre y tiene 39 años. Se puso dos dosis de Pfizer y tres meses después de vacunarse tuvo el primer brote de reacción, cuando estaba en la Polinesia de viaje de novios. "No podía respirar, me pusieron mascaras de oxígeno, me dieron cortisona...", recuerda. En un primer momento le dijeron que tenía asma y, después, al ver que carecía de los bronquios afectados, la diagnosticaron de depresión. Pero ella sabía que no estaba deprimida, que le sucedía algo más. “Finalmente fui a Barcelona y me dijeron que tenía cóvido persistente. Gracias a las recomendaciones de personas que habían estado en una situación parecida a la mía, conseguí que me hicieran una analítica en la que se desglosa el tipo de anticuerpos que tienes, si son por la infección del bichito, o bien por la administración de la banderilla. Así supe que eran por la banderilla y que los tenía disparadísimos”, recuerda. Después ha pasado dos años con varios problemas, desde vértigo provocado por la inflamación de las almohadillas vertebrales hasta parálisis de parte de la cara. Pero sobre todo tuvo problemas musculares. “Hemos deducido que tengo inflamaciones del sistema nervioso que hacen que los músculos se contraigan y esto provoca mucho dolor. Durante un tiempo tomé inmunoreguladores y fue bien, pero me quedé embarazada y tuve que dejarles. Al final tuve un aborto y también descubrieron que tenía problemas de coagulación.” Y añade: "Era una persona muy deportista y ahora cualquier esfuerzo me perjudica."
 
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