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Madmaxista
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Los políticos soberbios y cobardes que se aferran a las nociones de "diversidad" sembraron las semillas del terror que ahora estamos cosechando, escribe RICHARD LITTLEJOHN
24 de marzo de 2017
Los brillantes homenajes hechos al oficial de protección PC Keith Palmer fueron merecidos. Era el mejor de los británicos, un hombre con un sentido altruista del deber que sirvió en la Artillería Real antes de unirse a la policía. El agente Palmer, que estaba desarmado, fue apuñalado hasta la fin defendiendo de un loco atacante yihadista que intentaba entrar en las Cámaras del Parlamento. En la Cámara de los Comunes, los diputados hicieron cola para honrar su valentía y sacrificio. A los políticos les encanta asociarse con el coraje de nuestros hombres y mujeres uniformados. Pero, a riesgo de ser acusado de cinismo, no puedo evitar preguntarme por la reacción si el oficial de policía Palmer hubiera sido un oficial con armas de fuego que matara a tiros a un acuchillador en las calles de Londres. En la forma pasada, habría tenido la suerte de no acabar en el muelle en el Old Bailey, acusado de asesinato. Peor aún, si durante sus días en el ejército habiera sido falsamente acusado por algún abogado corrupto como Phil Shyster de cometer "crímenes de guerra" en Afganistán, Irak o Irlanda del Norte, su vida habría sido revuelta por el equipo de investigaciones históricas y él podría estar pudriéndose en una guandoca militar. En cualquier caso, los mismos políticos que cantaban sus elogios póstumos esta semana se habrían lavado las manos.
Lo siento si todo esto suena un poco agrio, pero encontré algunas de las posturas auto-congratulatorias en los Comunes ayer débiles y nauseabundas. A pesar de que prestaba atención a los servicios de emergencia y a su personal parlamentario, me pareció que lo que muchos diputados -con unas pocas honrosas excepciones- celebraban realmente era su propio heroísmo percibido. Los verdaderos héroes estaban en el puente de Westminster y en New Palace Yard, tratando de salvar vidas. No se acobardaban en los confines seguros de la Cámara de los Comunes, tuiteando. Aunque este ataque ha sido pintado, con justificación, como un asalto a la progenitora de los Parlamentos, nunca hubo ningún peligro para un diputado dentro de sus muros. El policía Palmer y el oficial de ropa sencilla que mató a tiros al atacante se aseguraron de eso. Sin embargo, para estar seguros, lo primero que las autoridades parlamentarias hicieron ayer fue ordenar otro cargamento de barreras de hormigón para añadir a las ya formidables medidas de seguridad que rodean el Palacio de Westminster. No es que hubiesen servido de nada a esos inocentes asesinados o catastróficamente heridos en el puente. Pero al menos la "democracia" será segura.
Cada vez que hay una atrocidad terrorista, ya sea aquí o en el extranjero, los políticos pasan por los mismos viejos movimientos, pronunciando platitudes sobre nunca rendirse al mal. Pero por sus acciones traicionan su retórica hueca y el resto de nosotros tenemos que vivir con las consecuencias. Es la clase política la que ha fomentado las condiciones que permiten que el fundamentalismo islamista florezca en Gran Bretaña. Alentaron la doctrina perniciosa del "multiculturalismo", que es sólo una palabra de fantasía para el apartheid y ha creado vastos guetos fiel a la religión del amores monoculturales en nuestras grandes ciudades. Una décima parte de todos los yihadistas condenados proceden de una sola y pequeña área de Birmingham.
Los políticos han abierto las compuertas a la inmi gración masiva sin insistir en la integración. Pretenden que todas las culturas, por medievales y bárbaras que sean, merecen igual respeto. Permitieron a los predicadores de repruebo extranjeros de teocracias crueles instalarse aquí, vendiendo su doctrina de violencia y división. En la búsqueda de votos, están en esclavitud con los autodenominados 'líderes comunitarios' que toman nuestro dinero pero rechazan nuestras libertades. Como resultado, es posible pasar toda su vida aquí sin nunca suscribirse a uno de nuestros valores tradicionales, como la tolerancia de los que tienen diferentes creencias religiosas. Muchos jóvenes fiel a la religión del amores crecen odiando al país que les dio todo.
Durante las últimas dos décadas, los políticos han convertido a Gran Bretaña en un refugio seguro para los terroristas de todo el mundo, gracias al desastroso acto de ritos yumanos de Tony Blair, que él describió una vez como su logro más orgulloso en política. Ellos prodigan beneficios de bienestar sobre la guano de la tierra y se niegan a deportarlos, incluso cuando son condenados por ofensas graves o están claramente condenados a hacer daño. Cientos, tal vez miles, de hombres y mujeres jóvenes nacidos y criados en este país han viajado a Siria para unirse a ISIS. Pero en lugar de despojarlos de su ciudadanía británica y sus pasaportes, se les permite regresar a Gran Bretaña, donde todas las pruebas apuntan a que muchos de ellos planean actos de terror en nuestras calles. ¿Qué pasó con el concepto de traición? Como resultado, ya no es seguro caminar sobre un puente en nuestra capital sin correr el riesgo de ser segado por un terrorista islámico en un Hyundai alquilado. Las "fuentes" de seguridad dicen que hay unos 3.000 activistas jihadistas que viven aquí. Por supuesto, aceptamos que es absurdo pintar a todos los fiel a la religión del amores como terroristas. Pero aquellos terroristas que quieren llevar a cabo matanzas en masa en las calles de Gran Bretaña, todos suscriben una forma extrema del Islam, que no tiene lugar aquí, pero es común en algunas partes del mundo.
Las autoridades, sin embargo, quieren pretender que el terrorismo no tiene nada que ver con el Islam, en cualquier forma o forma. El comisario asistente de Scotland Yard, Mark Rowley, ni siquiera pudo usar la palabra, diciendo sólo que el atacante de Westminster se inspiró en el terrorismo "internacional". ¿Quién sería entonces, la pandilla Baader-Meinhof? ¿Las guerrillas de las FARC en Colombia? Este tipo de enfoque pusilánime es una de las razones por las que Donald Trump triunfó en América. Dice que no derrotarás al enemigo si te niegas a llamarlo así: Terrorismo Islamista Radical.
Vergonzosamente, algunos políticos de la izquierda trataron de vincular el ataque de Westminster con el trágico asesinato de la diputada laborista Jo Cox el verano pasado y sacar algún tipo de equivalencia jovenlandesal. Ella fue asesinada por un fantasma extrema derechista, actuando solo. La diferencia es que se propuso específicamente asesinar a la Srta. Cox. Los jihadistas islamistas quieren apiolar a alguien de forma aleatoria. El mayor número posible. Creyentes o no creyentes. No son quisquillosos. El malo de Westminster puede haber estado volando en solitario, pero es parte de un movimiento terrorista global que tiene como objetivo destruir a Occidente y cualquiera que no se suscriba a su particular rama del Islam.
Usted puede haber notado que no he desperdiciado demasiada tinta hasta ahora sobre el malo mismo. Eso es porque no quiero glorificarlo. Nació en Gran Bretaña, vivió en Birmingham y tenía 52 años. Eso da la mentira al mito "impresionable joven radicalizado por internet". Casi inevitablemente, había estado en el radar, según el Primer Ministro. Tenía un largo historial criminal, había sido investigado "históricamente" pero ahora se consideraba que estaba en la "periferia". Tal vez si el Viejo Bill hubiera pasado menos tiempo persiguiendo a delincuentes sensuales "históricos", podrían haber sido capaces de descubrir que él no era tan periférico después de todo. No es que culpe a los servicios antiterroristas. Están sobrecargados, tratando de limpiar el desorden creado por los políticos. Están haciendo un trabajo fantástico en las circunstancias y han frustrado un número impresionante de tramas.
Ahora bien. Dado que el perpetrador más reciente estaba en su sexta década, sugiere que ahora estamos mirando a dos, quizá tres, generaciones de yihadistas caseros. Antes de que Internet despegara, los terroristas eran reclutados a través de mezquitas. Scotland Yard incluso cerró caminos alrededor de la mezquita de Finsbury Park para que el capitán Hook pudiera vender su veneno. En la década de los noventa, la clase política consideró que, siempre que los islamistas no cometieran actos de terror en suelo británico, eran bienvenidos a operar con impunidad. Todo lo que se logró fue permitir que los comerciantes de la fin establecieran profundas raíces aquí, con consecuencias totalmente predecibles.
Los políticos soberbios y cobardes, atentos a las nociones de "diversidad" y multiculturalismo, sembraron las semillas del terrorismo que ahora estamos cosechando. Esta semana, inocentes espectadores y turistas en el puente de Westminster, junto con el valiente oficial de policía Keith Palmer, pagaron el último precio, mientras que los parlamentarios fuertemente protegidos, frescos de sus homenajes al otro malvado terrorista Martin McGuinness, se felicitaron por su propia valentía y resolución. Te hace sentir orgulloso de ser británico.
Smug, craven politicians in thrall to notions of 'diversity' sowed the seeds of the terror we're now reaping, writes RICHARD LITTLEJOHN
24 March 2017
The glowing tributes paid to protection officer PC Keith Palmer were thoroughly deserved. He was the best of British, a man with a selfless sense of duty who served in the Royal Artillery before joining the police. Constable Palmer, who was unarmed, was stabbed to death fending off a crazed jihadist attacker attempting to enter the Houses of Parliament. In the Commons, MPs queued up to honour his bravery and sacrifice. Politicians love to associate themselves with the courage of our men and women in uniform. But, at risk of being accused of cynicism, I couldn’t help wondering about the reaction had PC Palmer been a firearms officer who shot dead a knifeman on the streets of London. On past form, he’d have been lucky not to end up in the dock at the Old Bailey, charged with murder. Worse, if during his Army days he’d been falsely accused by some crooked solicitor such as Phil Shyster of committing ‘war crimes’ in Afghanistan, Iraq or Northern Ireland, his life would have been turned upside down by the historic investigations team and he could now be rotting in a military jail. In either event, the same politicians singing his posthumous praises this week would have washed their hands of him.
Sorry if all this sounds a tad sour, but I found some of the self-congratulatory posturing in the Commons yesterday faintly nauseating. While paying lip-service to the emergency services and their parliamentary staff, it struck me that what many MPs — with a few honourable exceptions — were really celebrating was their own perceived heroism. The real heroes were on Westminster Bridge and in New Palace Yard, trying to save lives. They weren’t cowering in the secure confines of the Commons chamber, tweeting. Although this attack has been painted, with justification, as an assault on the Mother of Parliaments, there was never any danger to a single MP inside its walls. PC Palmer and the plain clothes officer who shot dead the attacker made sure of that. Just to be on the safe side, though, the first thing the parliamentary authorities did yesterday was to order up another lorryload of concrete barriers to add to the already formidable security measures surrounding the Palace of Westminster. Not that they’d have been any good to those innocents who were murdered or catastrophically injured on the bridge. But at least ‘democracy’ will be safe.
Every time there is a terrorist atrocity, either here or abroad, the politicians go through the same old motions, mouthing platitudes about never surrendering to evil. But by their actions they betray their hollow rhetoric and the rest of us have to live with the consequences. It is the political class who have fostered the conditions which allow Islamist fundamentalism to flourish in Britain. They encouraged the pernicious doctrine of ‘multiculturalism’ — which is just a fancy word for apartheid and has created vast, monocultural Muslim ghettoes in our great cities. One-tenth of all convicted jihadis come from a single, small area of Birmingham. The politicians have opened the floodgates to mass immigration without insisting on integration. They pretend every culture, no matter how medieval and barbaric, is worthy of equal respect. They permitted foreign hate preachers from cruel theocracies to set up shop here, peddling their doctrine of violence and division. In pursuit of votes, they are in thrall to self-appointed ‘community leaders’ who take our money but reject our freedoms. As a result, it is possible to spend your entire life here without ever subscribing to one of our traditional values, such as tolerance of those with different religious beliefs. Many young Jovenlandeses grow up hating the country that gave them everything.
Over the past couple of decades, politicians have turned Britain into a safe haven for terrorists from all over the world, thanks to Tony Blair’s disastrous yuman rites act, which he once described as his proudest achievement in politics. They lavish welfare benefits on the scum of the earth and refuse to deport them even when they are convicted of serious offences or are quite clearly hell-bent of doing us harm. Hundreds, perhaps thousands, of young men and women born and bred in this country have travelled to Syria to join Izal. But rather than strip them of their UK citizenship and their passports, they are allowed to slip back into Britain, where all the evidence points to many of them planning acts of terror on our streets. Whatever happened to the concept of treason? As a result, it’s no longer safe to walk over a bridge in our capital city without running the risk of being mown down by an Islamist terrorist in a rented Hyundai. Security ‘sources’ regularly say there are some 3,000 active would-be jihadists living here. Of course, we accept that it is absurd to paint all Jovenlandeses as terrorists. But those terrorists who want to carry out mass slaughter on the streets of Britain all subscribe to an extreme form of Islam, which has no place here but is commonplace in some parts of the world. The authorities, however, want to pretend terrorism is nothing to do with Islam, in any shape or form. Scotland Yard’s assistant commissioner Mark Rowley couldn’t even bring himself to use the word, saying only that the Westminster attacker was inspired by ‘international’ terrorism. Who would that be then — the Baader-Meinhof gang? Colombia’s FARC guerillas? This kind of pusillanimous approach is one of the reasons Donald Trump triumphed in America. He says you won’t defeat the enemy if you refuse to call it what it is — Radical Islamist Terrorism.
Shamefully, some politicians on the Left attempted to link the Westminster attack to the tragic murder of Labour MP Jo Cox last summer and draw some kind of jovenlandesal equivalence. She was killed by a deranged Right-wing fantasist, acting alone. The difference is that he set out specifically to murder Miss Cox. Islamist jihadis want to randomly kill anyone. As many as possible. Believers or non-believers. They’re not fussy. The Westminster killer may have been flying solo, but he is part of a global terror movement which aims to destroy the West and anyone who doesn’t subscribe to their particular strain of Islam. You may have noticed I haven’t wasted too much ink thus far on the murderer himself. That’s because I don’t want to glorify him. He was born in Britain, lived in Birmingham and was aged 52. So that gives the lie to the ‘impressionable young man radicalised over the internet’ myth. Almost inevitably, he had been on the radar, according to the Prime Minister. He had a long criminal record, had been investigated ‘historically’ but was now considered to be on the ‘periphery’. Maybe if the Old Bill had spent less time chasing ‘historic’ sex offenders, they might have been able to discover that he wasn’t that peripheral after all. Not that I blame the anti-terror services. They’re overstretched, trying to clean up the mess created by politicians. They’re doing a fantastic job in the circumstances and have foiled an impressive number of plots.
Just as well. Given that the latest perpetrator was well into his sixth decade, it suggests we are now looking at two, maybe even three, generations of home-grown jihadis. Before the internet took off, terrorists were recruited through mosques. Scotland Yard even closed roads around Finsbury Park mosque so that Captain Hook could peddle his poison. In the Nineties, the political class took the view that provided the Islamists didn’t commit any acts of terror on British soil, they were welcome to operate with impunity. All that achieved was to allow the merchants of death to establish deep roots here, with utterly predictable consequences. Smug, craven politicians, in thrall to notions of ‘diversity’ and multiculturalism, sowed the seeds of the terrorism we are now reaping. This week, innocent bystanders and tourists on Westminster Bridge, along with brave PC Keith Palmer, paid the ultimate price, while heavily protected MPs — fresh from their glowing tributes to another evil terrorist, Martin McGuinness — congratulated themselves on their own bravery and resolve. Makes you proud to be British.
Richard Littlejohn says smug MPs sowed seeds of terror | Daily Mail Online
24 de marzo de 2017
Los brillantes homenajes hechos al oficial de protección PC Keith Palmer fueron merecidos. Era el mejor de los británicos, un hombre con un sentido altruista del deber que sirvió en la Artillería Real antes de unirse a la policía. El agente Palmer, que estaba desarmado, fue apuñalado hasta la fin defendiendo de un loco atacante yihadista que intentaba entrar en las Cámaras del Parlamento. En la Cámara de los Comunes, los diputados hicieron cola para honrar su valentía y sacrificio. A los políticos les encanta asociarse con el coraje de nuestros hombres y mujeres uniformados. Pero, a riesgo de ser acusado de cinismo, no puedo evitar preguntarme por la reacción si el oficial de policía Palmer hubiera sido un oficial con armas de fuego que matara a tiros a un acuchillador en las calles de Londres. En la forma pasada, habría tenido la suerte de no acabar en el muelle en el Old Bailey, acusado de asesinato. Peor aún, si durante sus días en el ejército habiera sido falsamente acusado por algún abogado corrupto como Phil Shyster de cometer "crímenes de guerra" en Afganistán, Irak o Irlanda del Norte, su vida habría sido revuelta por el equipo de investigaciones históricas y él podría estar pudriéndose en una guandoca militar. En cualquier caso, los mismos políticos que cantaban sus elogios póstumos esta semana se habrían lavado las manos.
Lo siento si todo esto suena un poco agrio, pero encontré algunas de las posturas auto-congratulatorias en los Comunes ayer débiles y nauseabundas. A pesar de que prestaba atención a los servicios de emergencia y a su personal parlamentario, me pareció que lo que muchos diputados -con unas pocas honrosas excepciones- celebraban realmente era su propio heroísmo percibido. Los verdaderos héroes estaban en el puente de Westminster y en New Palace Yard, tratando de salvar vidas. No se acobardaban en los confines seguros de la Cámara de los Comunes, tuiteando. Aunque este ataque ha sido pintado, con justificación, como un asalto a la progenitora de los Parlamentos, nunca hubo ningún peligro para un diputado dentro de sus muros. El policía Palmer y el oficial de ropa sencilla que mató a tiros al atacante se aseguraron de eso. Sin embargo, para estar seguros, lo primero que las autoridades parlamentarias hicieron ayer fue ordenar otro cargamento de barreras de hormigón para añadir a las ya formidables medidas de seguridad que rodean el Palacio de Westminster. No es que hubiesen servido de nada a esos inocentes asesinados o catastróficamente heridos en el puente. Pero al menos la "democracia" será segura.
Cada vez que hay una atrocidad terrorista, ya sea aquí o en el extranjero, los políticos pasan por los mismos viejos movimientos, pronunciando platitudes sobre nunca rendirse al mal. Pero por sus acciones traicionan su retórica hueca y el resto de nosotros tenemos que vivir con las consecuencias. Es la clase política la que ha fomentado las condiciones que permiten que el fundamentalismo islamista florezca en Gran Bretaña. Alentaron la doctrina perniciosa del "multiculturalismo", que es sólo una palabra de fantasía para el apartheid y ha creado vastos guetos fiel a la religión del amores monoculturales en nuestras grandes ciudades. Una décima parte de todos los yihadistas condenados proceden de una sola y pequeña área de Birmingham.
Los políticos han abierto las compuertas a la inmi gración masiva sin insistir en la integración. Pretenden que todas las culturas, por medievales y bárbaras que sean, merecen igual respeto. Permitieron a los predicadores de repruebo extranjeros de teocracias crueles instalarse aquí, vendiendo su doctrina de violencia y división. En la búsqueda de votos, están en esclavitud con los autodenominados 'líderes comunitarios' que toman nuestro dinero pero rechazan nuestras libertades. Como resultado, es posible pasar toda su vida aquí sin nunca suscribirse a uno de nuestros valores tradicionales, como la tolerancia de los que tienen diferentes creencias religiosas. Muchos jóvenes fiel a la religión del amores crecen odiando al país que les dio todo.
Durante las últimas dos décadas, los políticos han convertido a Gran Bretaña en un refugio seguro para los terroristas de todo el mundo, gracias al desastroso acto de ritos yumanos de Tony Blair, que él describió una vez como su logro más orgulloso en política. Ellos prodigan beneficios de bienestar sobre la guano de la tierra y se niegan a deportarlos, incluso cuando son condenados por ofensas graves o están claramente condenados a hacer daño. Cientos, tal vez miles, de hombres y mujeres jóvenes nacidos y criados en este país han viajado a Siria para unirse a ISIS. Pero en lugar de despojarlos de su ciudadanía británica y sus pasaportes, se les permite regresar a Gran Bretaña, donde todas las pruebas apuntan a que muchos de ellos planean actos de terror en nuestras calles. ¿Qué pasó con el concepto de traición? Como resultado, ya no es seguro caminar sobre un puente en nuestra capital sin correr el riesgo de ser segado por un terrorista islámico en un Hyundai alquilado. Las "fuentes" de seguridad dicen que hay unos 3.000 activistas jihadistas que viven aquí. Por supuesto, aceptamos que es absurdo pintar a todos los fiel a la religión del amores como terroristas. Pero aquellos terroristas que quieren llevar a cabo matanzas en masa en las calles de Gran Bretaña, todos suscriben una forma extrema del Islam, que no tiene lugar aquí, pero es común en algunas partes del mundo.
Las autoridades, sin embargo, quieren pretender que el terrorismo no tiene nada que ver con el Islam, en cualquier forma o forma. El comisario asistente de Scotland Yard, Mark Rowley, ni siquiera pudo usar la palabra, diciendo sólo que el atacante de Westminster se inspiró en el terrorismo "internacional". ¿Quién sería entonces, la pandilla Baader-Meinhof? ¿Las guerrillas de las FARC en Colombia? Este tipo de enfoque pusilánime es una de las razones por las que Donald Trump triunfó en América. Dice que no derrotarás al enemigo si te niegas a llamarlo así: Terrorismo Islamista Radical.
Vergonzosamente, algunos políticos de la izquierda trataron de vincular el ataque de Westminster con el trágico asesinato de la diputada laborista Jo Cox el verano pasado y sacar algún tipo de equivalencia jovenlandesal. Ella fue asesinada por un fantasma extrema derechista, actuando solo. La diferencia es que se propuso específicamente asesinar a la Srta. Cox. Los jihadistas islamistas quieren apiolar a alguien de forma aleatoria. El mayor número posible. Creyentes o no creyentes. No son quisquillosos. El malo de Westminster puede haber estado volando en solitario, pero es parte de un movimiento terrorista global que tiene como objetivo destruir a Occidente y cualquiera que no se suscriba a su particular rama del Islam.
Usted puede haber notado que no he desperdiciado demasiada tinta hasta ahora sobre el malo mismo. Eso es porque no quiero glorificarlo. Nació en Gran Bretaña, vivió en Birmingham y tenía 52 años. Eso da la mentira al mito "impresionable joven radicalizado por internet". Casi inevitablemente, había estado en el radar, según el Primer Ministro. Tenía un largo historial criminal, había sido investigado "históricamente" pero ahora se consideraba que estaba en la "periferia". Tal vez si el Viejo Bill hubiera pasado menos tiempo persiguiendo a delincuentes sensuales "históricos", podrían haber sido capaces de descubrir que él no era tan periférico después de todo. No es que culpe a los servicios antiterroristas. Están sobrecargados, tratando de limpiar el desorden creado por los políticos. Están haciendo un trabajo fantástico en las circunstancias y han frustrado un número impresionante de tramas.
Ahora bien. Dado que el perpetrador más reciente estaba en su sexta década, sugiere que ahora estamos mirando a dos, quizá tres, generaciones de yihadistas caseros. Antes de que Internet despegara, los terroristas eran reclutados a través de mezquitas. Scotland Yard incluso cerró caminos alrededor de la mezquita de Finsbury Park para que el capitán Hook pudiera vender su veneno. En la década de los noventa, la clase política consideró que, siempre que los islamistas no cometieran actos de terror en suelo británico, eran bienvenidos a operar con impunidad. Todo lo que se logró fue permitir que los comerciantes de la fin establecieran profundas raíces aquí, con consecuencias totalmente predecibles.
Los políticos soberbios y cobardes, atentos a las nociones de "diversidad" y multiculturalismo, sembraron las semillas del terrorismo que ahora estamos cosechando. Esta semana, inocentes espectadores y turistas en el puente de Westminster, junto con el valiente oficial de policía Keith Palmer, pagaron el último precio, mientras que los parlamentarios fuertemente protegidos, frescos de sus homenajes al otro malvado terrorista Martin McGuinness, se felicitaron por su propia valentía y resolución. Te hace sentir orgulloso de ser británico.
Smug, craven politicians in thrall to notions of 'diversity' sowed the seeds of the terror we're now reaping, writes RICHARD LITTLEJOHN
24 March 2017
The glowing tributes paid to protection officer PC Keith Palmer were thoroughly deserved. He was the best of British, a man with a selfless sense of duty who served in the Royal Artillery before joining the police. Constable Palmer, who was unarmed, was stabbed to death fending off a crazed jihadist attacker attempting to enter the Houses of Parliament. In the Commons, MPs queued up to honour his bravery and sacrifice. Politicians love to associate themselves with the courage of our men and women in uniform. But, at risk of being accused of cynicism, I couldn’t help wondering about the reaction had PC Palmer been a firearms officer who shot dead a knifeman on the streets of London. On past form, he’d have been lucky not to end up in the dock at the Old Bailey, charged with murder. Worse, if during his Army days he’d been falsely accused by some crooked solicitor such as Phil Shyster of committing ‘war crimes’ in Afghanistan, Iraq or Northern Ireland, his life would have been turned upside down by the historic investigations team and he could now be rotting in a military jail. In either event, the same politicians singing his posthumous praises this week would have washed their hands of him.
Sorry if all this sounds a tad sour, but I found some of the self-congratulatory posturing in the Commons yesterday faintly nauseating. While paying lip-service to the emergency services and their parliamentary staff, it struck me that what many MPs — with a few honourable exceptions — were really celebrating was their own perceived heroism. The real heroes were on Westminster Bridge and in New Palace Yard, trying to save lives. They weren’t cowering in the secure confines of the Commons chamber, tweeting. Although this attack has been painted, with justification, as an assault on the Mother of Parliaments, there was never any danger to a single MP inside its walls. PC Palmer and the plain clothes officer who shot dead the attacker made sure of that. Just to be on the safe side, though, the first thing the parliamentary authorities did yesterday was to order up another lorryload of concrete barriers to add to the already formidable security measures surrounding the Palace of Westminster. Not that they’d have been any good to those innocents who were murdered or catastrophically injured on the bridge. But at least ‘democracy’ will be safe.
Every time there is a terrorist atrocity, either here or abroad, the politicians go through the same old motions, mouthing platitudes about never surrendering to evil. But by their actions they betray their hollow rhetoric and the rest of us have to live with the consequences. It is the political class who have fostered the conditions which allow Islamist fundamentalism to flourish in Britain. They encouraged the pernicious doctrine of ‘multiculturalism’ — which is just a fancy word for apartheid and has created vast, monocultural Muslim ghettoes in our great cities. One-tenth of all convicted jihadis come from a single, small area of Birmingham. The politicians have opened the floodgates to mass immigration without insisting on integration. They pretend every culture, no matter how medieval and barbaric, is worthy of equal respect. They permitted foreign hate preachers from cruel theocracies to set up shop here, peddling their doctrine of violence and division. In pursuit of votes, they are in thrall to self-appointed ‘community leaders’ who take our money but reject our freedoms. As a result, it is possible to spend your entire life here without ever subscribing to one of our traditional values, such as tolerance of those with different religious beliefs. Many young Jovenlandeses grow up hating the country that gave them everything.
Over the past couple of decades, politicians have turned Britain into a safe haven for terrorists from all over the world, thanks to Tony Blair’s disastrous yuman rites act, which he once described as his proudest achievement in politics. They lavish welfare benefits on the scum of the earth and refuse to deport them even when they are convicted of serious offences or are quite clearly hell-bent of doing us harm. Hundreds, perhaps thousands, of young men and women born and bred in this country have travelled to Syria to join Izal. But rather than strip them of their UK citizenship and their passports, they are allowed to slip back into Britain, where all the evidence points to many of them planning acts of terror on our streets. Whatever happened to the concept of treason? As a result, it’s no longer safe to walk over a bridge in our capital city without running the risk of being mown down by an Islamist terrorist in a rented Hyundai. Security ‘sources’ regularly say there are some 3,000 active would-be jihadists living here. Of course, we accept that it is absurd to paint all Jovenlandeses as terrorists. But those terrorists who want to carry out mass slaughter on the streets of Britain all subscribe to an extreme form of Islam, which has no place here but is commonplace in some parts of the world. The authorities, however, want to pretend terrorism is nothing to do with Islam, in any shape or form. Scotland Yard’s assistant commissioner Mark Rowley couldn’t even bring himself to use the word, saying only that the Westminster attacker was inspired by ‘international’ terrorism. Who would that be then — the Baader-Meinhof gang? Colombia’s FARC guerillas? This kind of pusillanimous approach is one of the reasons Donald Trump triumphed in America. He says you won’t defeat the enemy if you refuse to call it what it is — Radical Islamist Terrorism.
Shamefully, some politicians on the Left attempted to link the Westminster attack to the tragic murder of Labour MP Jo Cox last summer and draw some kind of jovenlandesal equivalence. She was killed by a deranged Right-wing fantasist, acting alone. The difference is that he set out specifically to murder Miss Cox. Islamist jihadis want to randomly kill anyone. As many as possible. Believers or non-believers. They’re not fussy. The Westminster killer may have been flying solo, but he is part of a global terror movement which aims to destroy the West and anyone who doesn’t subscribe to their particular strain of Islam. You may have noticed I haven’t wasted too much ink thus far on the murderer himself. That’s because I don’t want to glorify him. He was born in Britain, lived in Birmingham and was aged 52. So that gives the lie to the ‘impressionable young man radicalised over the internet’ myth. Almost inevitably, he had been on the radar, according to the Prime Minister. He had a long criminal record, had been investigated ‘historically’ but was now considered to be on the ‘periphery’. Maybe if the Old Bill had spent less time chasing ‘historic’ sex offenders, they might have been able to discover that he wasn’t that peripheral after all. Not that I blame the anti-terror services. They’re overstretched, trying to clean up the mess created by politicians. They’re doing a fantastic job in the circumstances and have foiled an impressive number of plots.
Just as well. Given that the latest perpetrator was well into his sixth decade, it suggests we are now looking at two, maybe even three, generations of home-grown jihadis. Before the internet took off, terrorists were recruited through mosques. Scotland Yard even closed roads around Finsbury Park mosque so that Captain Hook could peddle his poison. In the Nineties, the political class took the view that provided the Islamists didn’t commit any acts of terror on British soil, they were welcome to operate with impunity. All that achieved was to allow the merchants of death to establish deep roots here, with utterly predictable consequences. Smug, craven politicians, in thrall to notions of ‘diversity’ and multiculturalism, sowed the seeds of the terrorism we are now reaping. This week, innocent bystanders and tourists on Westminster Bridge, along with brave PC Keith Palmer, paid the ultimate price, while heavily protected MPs — fresh from their glowing tributes to another evil terrorist, Martin McGuinness — congratulated themselves on their own bravery and resolve. Makes you proud to be British.
Richard Littlejohn says smug MPs sowed seeds of terror | Daily Mail Online
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