Así vivirán los vecinos del primer rascacielos de 2.000 metros de altura: "La enajenación respecto al mundo será total"

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Madmaxista
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Creo que no deja leer el artículo completo, así que copio y pego:

https://amp.elmundo.es/la-lectura/2024/03/26/65f47250e4d4d87b3e8b4594.html

Dos proyectos en Arabia Saudí prometen llevar al ser humano a habitar en alturas nunca colonizadas hasta hoy. ¿Es posible? Sí, pero con un coste descomunal y con unas condiciones de vida inciertas: aislamiento, dependencia...

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En una vivienda situada en una planta 320, a un kilómetro de altura, es difícil imaginar cómo será la vida. ¿Se moverá un poco el suelo como se mueve el suelo en un avión? ¿Se sentirán los golpes de viento en la de derechasda? ¿Llegará el agua corriente con buena presión? ¿Se podrán abrir las ventanas aunque sea medio minuto? ¿Serán los espacios más o menos diáfanos o más bien enrevesados porque la masa estructural ocupará mucho sitio? ¿Cómo se hará para tirar la sarama? ¿Dará miedo con solo pensar en un incendio? ¿Se podrán tirar los tabiques para unir la cocina al salón? Y las preguntas más importantes: ¿será esa una vida fotogénica pero solitaria? ¿Se acabará renunciando a salir a la calle de tan lejos que queda el exterior?

No existe hoy ninguna planta 320 en el mundo y nadie vive a un kilómetro de altura, porque el Burj Khalifa de Dubái, el edificio más alto del planeta desde 2014, llega a los 828 metros de altura y sólo está habitado hasta los 584, su planta 163. Lo que sigue son plantas ocupadas por maquinaria y una antena que se alarga un poco hiperbólicamente. Sin embargo, dos proyectos en Arabia Saudí se han propuesto durante el último año llevar el techo más allá. La Jeddah Tower de Yedá se proyectó en 2011 para llegar a la altura de 1,6 kilómetros (la simbólica milla de un famoso rascacielos utópico de Frank Lloyd Wright en los años 50), pero después encogió hasta la cota de 1.000 metros por indicación de los geólogos que analizaron el suelo de su parcela. Las obras arrancaron en 2014 y se suspendieron cuando se trabajaba a 390 metros de altura en 2017 porque su promotor, el príncipe Bin Talal, cayó en desgracia ante el Gobierno saudí y se quedó sin crédito. El año pasado, la Jeddah Tower reencontró el favor politico y nuevas vías de financiación estatal.

Este mismo mes, llegó desde Riad una noticia aún más extravagante: Public Investment Fund, el fondo soberano que invierte los beneficios del petróleo y que dirige el Príncipe Mohamad Bin Salman, falló un concurso para la construcción de una torre de dos kilómetros de altura en el norte de la capital del reino. El estudio de Norman Foster fue el autor del proyecto elegido y construirá un edificio para el que ya hay un presupuesto de 4.620 millones de euros.

El mundo, sin embargo, ha reaccionado con escepticismo. «Mi pronóstico hoy es que el proyecto se hará y se divulgará, pero no se construirá. Pero lo mismo pensaba de The Line [una ciudad de 170 kilómetros en Arabia] y las obras ya están en marcha», explica Juan Carlos Arroyo, el ingeniero que ha firmado el proyecto de estructuras en la reforma de las Torres de Colón de Madrid.

«Yo dudo mucho de la necesidad», añade Eduardo Prieto, arquitecto y profesor en la Universidad Politécnica de Madrid. «Nunca vemos un informe económico en estos proyectos, un estudio que diga qué demanda hay para un edificio así, ni residencial, ni de espacio para oficinas, ni del coste del mantenimiento que se pueda calcular».

Existe un estatus social en ese vivir física y metafóricamente por encima de los demás
Andrew Harris
En el Burj Khalifa hay plantas enteras de oficinas y pisos que nunca han llegado a ser habitados, pero no parece que ese sea un dato muy relevante. Los miradores y los restaurantes para turistas cumplen con su función y facturan dinero, mientras que el nombre del edificio es conocido en todo el mundo. No al nivel de la Torre Eiffel pero sí más que cualquier otro edificio del siglo XXI. Es imposible saber si su promotora, una empresa pública dubaití, ha recuperado su inversión o no.

¿Por qué se plantean edificios así? «Mi intuición es que, antes que nada, existe un estatus social en ese vivir física y metafóricamente por encima de los demás. En segundo lugar, esos modos de vida que prometen una forma de bienestar, de escapar de la congestión, la contaminación y la criminalidad que a menudo se asocian con el nivel de la calle. Y, en tercer lugar, esta emoción de ver el mundo desde la altura», dice Andrew Harris, profesor de Estudios Urbanos y Geografía del University College London. «Es una situación curiosa: muchas personas ultrarricas hoy en día parecen desear vivir en lo alto de la ciudad, pese a que eso requiere muchos gastos adicionales. Pero no deberíamos tratar este deseo como algo radicalmente novedoso. Las nuevas alturas y las formas son sin duda una característica de los rascacielos del siglo XXI, pero existen importantes precedentes. Hasta principios del siglo XX, el mejor lugar para vivir era el suelo y no la cima. Entonces cambió todo por la tecnología».

La información sobre la torre de los dos kilómetros aún es muy escasa, de modo que los análisis han sido, hasta ahora, de tipo geopolítico: ¿qué hace que un fondo soberano entre en un proyecto así? En resumen, la respuesta sería que, ante un futuro en el que los hidrocarburos dejarán de ser una riqueza infinita para Arabia Saudí y sus vecinos, la idea de sus élites es convertir sus ciudades en enclaves de vida regalada para los milmillonarios del planeta.

Lo que queda por plantear es cómo puede ser la vida en un edificio así. Primero: ¿qué se puede hacer con un edificio de dos kilómetros de altura? «Lo previsible es que el primer tercio del edificio se dedicase a oficinas y usos comerciales, el segundo tercio a viviendas y hoteles y que el tercero no tenga muchos usos más que los miradores y algunos servicios técnicos», explica Prieto.

Y eso es porque una estructura así sólo se podría sostener sobre una base inmensa, con un gran podio que habría de afinarse a medida que el edificio ganase altura, hasta acabar en un pináculo. «Yo diría que el núcleo estructural tendría que medir 300 metros por 300 metros como mínimo, aunque no tendría por qué ser un núcleo completamente macizo, sino que podría alojar servicios y ascensores», dice Arroyo.

Las plantas bajas del edificio, con crujías muy profundas y sin patios interiores, sólo podrían funcionar para alojar oficinas o centros comerciales. Cuando el edificio se alzara y adelgazara, desaparecerían las oficinas y aparecerían las viviendas, porque en Arabia Saudí no existe ni existirá nunca demanda para tanto espacio de oficinas. De hecho, en todo el mundo, las torres de oficinas ya se vacían y se reciclan en edificios residenciales. En los últimos años, las grandes firmas tecnológicas han preferido crear sus sedes en edificios horizontales y poco visibles, en vez de instalarse en escenarios propios de de Succession.

Un interior del Burj Khalifa.
De modo que la torre de los dos kilómetros ganará altura y el núcleo estructural y las crujías adelgazarán a partir de los 500 metros, donde será posible hacer viviendas, volcadas sobre las de derechasdas y bien iluminadas. En el Burj Khalifa hay 900 apartamentos entre las plantas 19 y 77, descritos en algún reportaje como «bien diseñados en los detalles pero un poco cavernosos».

Hay vídeos que muestran las viviendas del rascacielos. Sus pisos no tienen espacios más grandes ni acabados mucho más sofisticados que los de cualquier vivienda de clase media-alta en España.La única particularidad es que a menudo tienden a las formas irregulares para adaptarse a las de derechasdas, que son curvas.

A partir de un piso 12, unos 40 metros de altura, el gran reto para mantener un edificio ya no es la gravedad sino el viento, así que imagínese en un piso 120
Eduardo Prieto
Más información estructural: lo previsible es que la planta de la torre de los dos kilómetros tienda a una forma de Y, la que mejor resiste al viento, y que se construya con estructuras metálicas, porque el hormigón es demasiado pesado para poder trabajar con él a esa altura y porque la madera no es suficientemente rígida.

Hay otra duda casi angustiosa: la de los desplazamientos verticales, el subir y bajar de casa a la calle y de vuelta a casa. No tenemos precedentes de nada parecido a la torre de los dos kilómetros, pero Arroyo calcula que, incluso con los ascensores más veloces, llegar desde las plantas más altas hasta la planta baja llevará media hora, incluidos varios tras*bordos. Como ir en metro de casa al trabajo, pero en un vagón de cuatro metros cuadrados.

Media hora de ascensor para llegar del garaje al trabajo es una inversión de tiempo imposible. ¿Y para salir de casa? También, a no ser que la torre de los dos kilómetros esté hecha para eso mismo: para vivir fuera del mundo.

«A partir de un piso 12, unos 40 metros de altura, el gran reto para mantener un edificio ya no es la gravedad sino el viento, así que imagínese en un piso 120», explica Prieto. «Hace unos días comí en un restaurante que han hecho en lo alto de un antiguo depósito industrial en Barcelona y en la sopa se notaba la vibración de la estructura, el líquido se movía. Calculo que estábamos a 35 metros», añade Arroyo.

La mención al viento viene a cuento para explicar que en una vivienda en un piso 320 no se podrán abrir las ventanas, también para evitar que haya cambios de presión que rompan con la presurización constante que habrá que propiciar, como ocurre en los aviones. «La enajenación respecto al mundo sería total. Ni siquiera tengo muy claro que las vistas compensen. A 200 metros de altura se ve la ciudad, pero a un kilómetro y medio sólo se ven brumas y nubes, no se ven las personas en la calle», dice Eduardo Prieto.

Hay otro problema que es la cimentación. Para anclar una mole así al suelo sin resquebrajarlo, habría que crear una plataforma mucho más grande, un perímetro con cerca de un kilómetro de radio, según Arroyo, que aislaría a la torre más alta del mundo de los edificios vecinos. Los habitantes de una planta 320 vivirán como se vive en una misión espacial, ajenos al resto del mundo, ignorantes del clima que hace en la calle, rodeados de tecnología y diseño, ocupando espacios más bien intrincados pero lujosamente amueblados y rodeados de servicios privados que los consolasen de su soledad: piscinas, gimnasios, clubes restaurantes... Las vistas serían impresionantes, pero más bien abstractas. Nadie de fuera podrá entrar si no es para trabajar en el mantenimiento del edificio. Los de dentro no tendrán muchos alicientes ni facilidades para salir fuera. Dará igual si en la calle hay una democracia o una dictadura islámica. Y el mantenimiento del edificio será tan caro que nadie en su interior podrá desafiar al sistema. El agua llegará con motores que repetirán el bombeo cada pocos pisos. Las de derechasdas se limpiarán con drones...

¿Es posible? «Sí, pero es caro igual que cualquier solución que desafíe el sentido común», dice Prieto. «Como habrá soluciones hipertecnológicas, se presentará el edificio como un ejemplo de eficiencia, pero yo soy muy escéptico».

A una escala menos hiperbólica, los rascacielos residenciales aparecen por medio mundo: en Florida, en Gibraltar, en Hong Kong... En Chicago, un programa público de exenciones fiscales espera convertir tres millones de metros cuadrados de oficinas en viviendas dentro del Loop (su centro urbano). En principio, el proyecto se presenta como una política de vivienda social pero la letra pequeña lo desmiente. Solo el 30% de las viviendas tendrán precios limitados para rentas medias. «Esa es la clave que está detrás», resuelve Prieto. «Estos pisos no se hacen para resolver una necesidad de vivienda sino como producto financiero».
 
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Ojalá lo construyan, y una vez esté habitado por jeques árabes y ricachones mangantes, se venga abajo.

Sería una gran forma de que Dios/el karma/la naturaleza/comoloqueráisllamar nos muestre a los hombres ciertos límites, igual que se los enseñó a los los del Becerro de Oro, a los constructores de la Torre de Babel, a los filisteor, a los del tour del submarino del Titanic y a todos los hombres que han jugado a ser Dios.

A veces nos olvidamos de estas cosas.
 
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