Así intervino Wall Street la economía franquista.

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«Vuestro éxito es nuestro éxito y el de todo el mundo libre».

Declaraciones de Douglas Dillon (Lapowski, judío), secretario del Tesoro de Estados Unidos al embajador español Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate el 10.10.1963.

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Resulta sorprendente constatar como el poder financiero y la oligarquía bancaria y terrateniente triunfante tras la guerra civil española, que tenía un movimiento de hegemonía que garantizó su rápido enriquecimiento y se valió para controlar los créditos durante los años de 1939-1945, fue el que luego exigió la «liberalización» y la «internacionalización» del capital porque estimaron que se les iba de las manos pingües negocios sin la asunción del «modelo centroeuropeo» en economía.

En este sentido fueron muchas las voces autorizadas del mundo de la economía que se dejaron oír durante esos años de autarquía para propiciar la ruptura de la legislación que cerraba el paso a los capitales extranjeros con el fin de adoptar el «modelo económico» de los países que marchaban al frente del «desarrollo». Estas se acrecentaron durante la década de los cincuenta ante la necesidad de ampliar el mercado, para acrecentar así sus beneficios. «Los banqueros, con posiciones dominantes en la industria, fueron conscientes antes que nadie de que el modelo autárquico estaba agotado y empezaba a poner en peligro el sistema en su conjunto. Por ese motivo, y salvo alguna excepción, apostaron abiertamente por la liberalización de la economía, por la entrada de capital y tecnología extranjera»[1].

Este abandono del intervencionismo estatal y la apuesta decidida por una apertura económica y una mayor integración en la comunidad internacional de capitalistas y mercaderes era una ofensiva en toda regla contra el orden económico entonces vigente. Según Fuentes Quintana, que dirigía el Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio, en una carta abierta a los lectores publicada en julio de 1959 en "Información Comercial Española", la revista del Ministerio de Comercio, el plan consistía en «situar la economía española en una nueva y robusta fase de desarrollo, capaz de alinear a nuestro país con Europa».

Por su parte, Juan Sardá Dexeus, otro personajillo sospechoso y peculiar (FOTO), testigo excepcional de los acontecimientos, expuso con soberana nitidez que el esperado programa de estabilización sería el comienzo de una serie de medidas que nos conducirían «hacia una economía de mercado con un cierto grado de libertad, a semejanza de los sistemas económicos predominantes en la mayoría de los países de Europa occidental. Se establecería la libertad de precios, la eliminación de prácticas restrictivas en relación a la actividad de los empresarios, mayor flexibilidad en el movimiento de los recursos de capitales y de trabajo, el subsidio de paro, una mayor amplitud de criterio en cuanto a las inversiones extranjeras, etc»[2]. Y en otro lugar, se puede leer: «Sobrepasada la etapa de autarquía, cuando entra en vigor en 1959 el periodo estabilizador que abrió paso a una tímida liberalización, el “capitalismo español”, que en los años anteriores se había movido con extraordinaria seguridad, se ve abocado, para no desaparecer, a establecer contacto con los grandes monopolios extranjeros»[3].

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Atiéndase bien a estos dos conceptos con el que se nos ha esclavizado y que suelen ir aparejados según la praxis del enemigo: «liberalismo» y «libertad». Ahora bien, las pretensiones y finalidades que encierra el «liberalismo económico» y el «libre mercado», según los Protocolos de los Sabios de Sión, no es otro que «mantener nuestro control sobre todos los países», pues ellos mismos confiesan en otro párrafo dicha estrategia: «Mediante nuestras intrigas en la política mundial, hemos conseguido embrollar todos los hilos que ligaban entre sí a los diferentes estados, con tratados económicos y préstamos financieros. Para alcanzar este fin debemos usar mucha astucia y obsequiosidad en las negociaciones y tratos pero, en lo que se ha convenido en llamar “lenguaje oficial”, debemos siempre adoptar un aire conciliador y honrado. De esta manera, los pueblos y los gobiernos de los Goyim, a los que hemos acostumbrado a no percibir las cosas más que según las apariencias que nosotros presentamos ante sus ojos, continuarán aceptándonos como los benefactores y salvadores del género humano».

Juzgamos que dicho párrafo es imperativo ilustrarlo con ejemplos que fehacientemente respalden las «predicciones» vertidas en los «falsos» Protocolos, los cuales, como ha venido ocurriendo maravillosamente hasta nuestros días, se han cumplido a raja tabla:

El domingo 21 de junio de 1959 llegaba a Madrid procedente de Washington-Nueva York, el director-gerente del Fondo Monetario Internacional, el judío Per Jacobsson (1894-1963), un hombre grueso y de mediana estatura (FOTO), «representante de la escuela monetaria más ortodoxa» y «bien curtido en las siempre duras conversaciones entre el FMI y los países miembros del organismo». En el aeropuerto de Barajas fue cortesmente recibido y agasajado por un amplio séquito de diez personas, encabezado por el influyente y opulento banquero soriano de ascendencia judeoconversa Epifanio Ridruejo Botija, subgobernador del Banco de España y figura señera entonces de la vida económica española.

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Jacobsson permaneció en la capital de España cuatro días, negociando con las autoridades españolas los pormenores del ya por entonces denominado Plan de Estabilización, así como la ayuda que los organismos internacionales prestarían a nuestro país. Aunque este tipo de encuentros ya venían sucediéndose de manera informal desde 1950, no hay duda que la actividad de los responsables de la economía española durante aquellos días debió de ser frenética, manteniendo «sesiones de trabajo marathonianas con los responsables del Fondo y de la OECE[4] con el fin de culminar un largo proceso de conversaciones abierto en el mes de febrero de ese año, cuyo propósito último era acordar las líneas básicas de un programa de salvamento de la economía española»[5].

El día 25 de junio el director del FMI, junto con el Sr. Mangoldt, acudieron acompañados por los ministros españoles Navarro y Ullastres, al Palacio de El Pardo para mantener una entrevista con el jefe del Estado Francisco Franco, quien, a pesar de su desconfianza inicial que compartió con algunos de los ministros de la vieja guardia falangista (Arrase, Suanzes, etc), inesperadamente «aceptó sin oponer la más mínima resistencia un programa de reformas que iba a alterar de manera radical el rumbo de la economía nacional, liquidando dos decenios de autarquía». Al parecer, «la entrevista discurrió en un ambiente relajado […] con pleno entendimiento entre las partes»[6]. Su hija, Erin Elver Jacobsson, en una biografía que escribió sobre su padre, asegura que éste sacó una buena impresión del General por quien manifestó «su gran admiración»[7] y «que recordaba el encuentro como una experiencia agradable y fructífera»[8].

Gracias a la tarea de un capacitado equipo de tecnócratas principescamente remunerados se pone en marcha en julio de 1959 el Plan de Estabilización con la finalidad de «adaptar» nuestra economía nacional a las exigencias de las instituciones financieras tradicionalmente controladas por el Judaísmo Internacional, con el FMI y el Banco Mundial a la cabeza. Este giro copernicano de 360 grados fue «uno de los hitos más importantes en la moderna historia económica española», ha escrito Mariano Rubio. El punto esencial del subversivo programa de estabilización era un fuerte reajuste que afectaba directamente los bolsillos de los consumidores: subidas de impuestos sobre la gasolina, tabaco, teléfonos, una limitación del gasto público total, incremento de los tipos de interés, etc. Su entrada en vigor traerá importantes consecuencias para la vida cotidiana de la población española, ya de por sí paupérrima: cierre de empresas, alteraciones en la paz social y oleadas de emigración.

La denominada así «Operación España» tendrá como principales inspiradores a Alberto Ullastres (ministro de Comercio), Mariano Navarro Rubio (ministro de Hacienda), miembro supernumerario del Opus Dei y posterior gobernador del Banco de España, Juan Sardá Dexeus (director del Servicio de Estudios del Banco de España)[9], Manuel Varela Parache (secretario general técnico del Ministerio de Comercio), más un «pequeño comando» de colaboradores cercanos formado por los señores Ortíz, Vallés, Rovira, Elorza, Aragonés, Quintana, Rojo, Martí, etc, todos ellos altos funcionarios de los departamentos de Hacienda y Comercio, catedráticos de economía de las Universidades de Madrid y Barcelona y técnicos ligados al Banco de España y diversas instituciones públicas, fascinados por completo por el liberalismo económico y político, herramienta del judaísmo para dominar a los gentiles. Pues la «caótica licencia del liberalismo», como de manera peyorativa se refieren al mismo en un pasaje los autores de los Protocolos de Sión, está destinado a socavar gradual y paulatinamente las estructuras de la sociedad, mientras prepara el camino al marxismo.

Es interesante recordar que en otro párrafo de los Protocolos sus redactores dejan escrito que ellos rodearán el Gobierno de los «Goyim» de «todo un mundo de economistas» especialmente preparados en sus escuelas e iniciados en todos los secretos. «Esa es la razón ―sostienen los Sabios categóricamente— por la cual la ciencia económica constituye el sujeto principal de la enseñanza que se da a los judíos. Alrededor nuestro, en efecto, habrá una verdadera constelación de banqueros, industriales, capitalistas y, sobre todo, de millonarios, porque, en última instancia, todo se reducirá a una cuestión de cifras». Por tal motivo las naciones serán conducidas sin que siquiera lo sospechen «en el sentido de nuestro plan, tan ampliamente concebido y cada vez más cerca de su consumación».

Comprendida la «praxis» y el «modus operandi» de los conspiradores, la biografía del posible judío Manuel Varela Parache (1925-2011), uno de los protagonistas más relevantes del panorama económico de nuestro país durante la segunda mitad del siglo XX, no puede, por consiguiente, pasar desapercibida, pues era familiar político de dos ilustres conversos, Tirso Rodrigáñez Sagasta (hasta en tres ocasiones Gobernador del Banco de España durante el primer cuarto del s. XX) y Ricardo de la Cierva y de Hoces, ministro de Cultura de UCD. Su hermano Félix Varela Parache fue economista del Estado y consejero para España de la legendaria firma bancaria judía neoyorkina Lehman Brothers Kuhn Loeb[10].

Tras su salida del Ministerio de Comercio, Manuel Varela presidió la Compañía Española de Seguro de Crédito a la Exportación (CESCE) y tuvo el privilegio de ser nombrado consejero del Banco de España. Además, fue el primer catedrático de Organización Económica Internacional que tuvo la Universidad Complutense de Madrid, «desde donde ejerció una influencia decisiva, a través de sus alumnos, en difundir la importancia de la liberalización y de la competencia exteriores», llenando así un vacío significativo en la enseñanza de dicha disciplina en nuestro país. «Gracias a un programa de becas en cuya creación tuvo un papel determinante, docenas de los más destacados economistas españoles estudiaron en el prestigiosísimo Departamento de Economía de la Universidad de Minnesota, del que han formado parte cuatro premios Nobel. De esta manera, no solo fue un pionero de la internacionalización de la economía española, sino también de la internacionalización de los economistas españoles»[11].

Al señor Varela lo estimamos ajeno, al menos «oficialmente», a la francmasonería; pero, entonces, si no sirvió a ella, ni tampoco al franquismo, propiamente dicho, ¿a quién obedeció? ¿Debió su privilegiada carrera profesional, sus «altos puestos» y sus «representaciones más codiciosas», a algún otro poder, en este caso invisible, inconfesable e impenetrable cuyo proyecto de dominación y esclavitud planetaria ha sido estremecedoramente plasmado en los célebres Protocolos de Sión, obra sobre la que ha recaído el más espeso de los silencios[12]. Y lo mismo se podría abducir de sus colaboradores y superiores más inmediatos.

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[1] Nicolás Sartorius y Alberto Sabio, El final de la Dictadura, Temas de Hoy, 2007.
[2] «1959: Sin Plan de Estabilización» (Pablo Martín Aceña), Universidad de Alcalá, Abril de 2003, págs. 6-7. Edición virtual.
[3] Juan Muñoz, El poder de la banca en España, Zero, 1969, p. 369.
[4] Organismo antecesor de la OCDE (Organización por la Cooperación y el Desarrollo Económico).
[5] Martín Aceña, art. cit., p. 1.
[6] Martín Aceña, art. cit., pp. 1-2.
[7] “ABC”, 21-05-1963, p. 31.
[8] E. E. Jacobsson, A life for sound money. Per Jacobsson, Oxford, Clarendon Press, 1979.
[9] Este economista catalán es descrito como el «modernizador» de la economía española. Fue alumno de la London School of Economics, centro fabiano y mundialista por excelencia en el que también cursó sus estudios George Soros.
[10] “La Vanguardia”, 10-11-1982, p. 37. Fue también director del Instituto Español de Moneda Extranjera.
[11] “EL PAIS”, 21-12-2011.
[12] Manuel Varela Parache fue el principal asesor del ministro Alberto Ullastres y gran amigo del profesor Juan Velarde. Su hermano Fernando Varela Parache estuvo casado con una tal Belén Ullastres Llorente, de quien ignoro si guardaba alguna afinidad o grado de parentesco con el citado ministro de Franco. Ahora bien, los hermanos Varela —hijos del general Jesús Varela de Castro― eran tíos de Jesús Varela Bellido, personaje que en 1988 contrajo matrimonio con Patricia de León Gaicoya, de inestimable interés su figura, pues su tío materno no era otro que el empresario-financiero Ramón de Rato Rodríguez San Pedro, padre del ex gerente del FMI y ex presidente de Bankia, Rodrigo Rato, cuya biografía considero que en vista de estos y otros hechos convendría glosar con más amplitud, pues está emparentado, además, con los Botín, De la Rosa, etc. Ana de León Gaicoya, hermana de la anterior, es la esposa de Juan Artiñano de la Cierva, quien resulta ser primo de Paloma O’Shea Artiñano, mujer del banquero Emilio Botín, y sobrino de Ricardo de la Cierva, historiador y ministro de Suárez, el cual, pese a que gustaba de presentarse públicamente como «católico», es judío de raza. Otro dato digno de interés, es que una tercera hermana, Beatriz de León Gaicoya, se casó en 1983 con otro personaje esencial, Jesús Fernández-Miranda Lozana, hijo nada menos que de Torcuato Fernández Miranda, secretario general del Movimiento (1969-1974) y presidente (interino) del Gobierno de España en diciembre de 1973, tras la consumación del magnicidio de Carrero Blanco. Mucho me temo que este individuo pueda ser judío también. Además, la esposa de Manuel Varela, era prima de Jacinto Balmaseda y Balmaseda (sus padres eran también parientes), cuya suegra era la hermana de Rosario Gómez-Bravo Donoso, la cual en 1968 se casó con José Manuel Balsega Rodrigáñez, nieto del político y cacique riojano Tirso Rodrigáñez Sagasta (1853-1925), sobrino de Sagasta.
 
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