Tiene que nutrir mucho levantarte una mañana y descubrir que tu negocio, en el que has puesto todos tus ahorros y esfuerzos durante años, o tu coche, que aún sigues pagando religiosamente cada mes, han sido destrozados por unos niñatos piji-progres de familia bien que se aburren y quieren vivir su propia revolución.
Te vas a la hez, pero con otro espíritu. Si es por una buena causa, todo se sobrelleva mejor.