Aproximación a los bares madrileños para puretas: ¨El trato es tan excelente que a veces piensas que se están cachondeando de ti.¨

Bulldozerbass

Pecador de la pradera
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12 Feb 2007
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El artículo tiene más de 10 años, pero merece la pena. Me pregunto cuántos habrán chapado desde entonces..


Educación exagerada, nombres británicos, madera y cristaleras, detalles dorados, capitoné por todos lados, camareros disfrazados de Garci recogiendo el Oscar, posavasos obligatorios, olor a laca, el domingo a los caballos, puros, abrigos de piel, Neville, loden y botones de madera, Marlboro, cacerías, trajes, ABC, patatas fritas, zapatos castellanos, Real Madrid, ranciedad ilustrada, almendras, camisas con las iniciales bordadas, barrios de Salamanca y de Chamberí, Pintor Rosales. Madrid eterno.

La única manera de que mi querido Madrid siga vivo ante los indecentes ataques del fua y de los gintonics de flores es que los bares para puretas, verdadera y última Reserva Espiritual de Occidente, sigan existiendo. Como dice mi amigo Fernando, coautor junto con mi hermano Miguel de este texto y Gran Visir del barrio de Salamanca, si algún aciago día desaparecieran las señoras dignas del barrio de Salamanca, fauna y a la vez flora del barrio, y quedaran vacíos estos bares, deberían hacer como en los castillos escoceses y poner en ellos muñecas de cera vestidas de dueñas de caniche. Porque si algún día cierra alguno de los pubs más señeros de la secta pureta sería como si cerraran de golpe Chicote, La Vía Láctea, Los Torreznos, Siroco y José Luis. Soportamos con dolor el cierre de Bruin, pero ya no podríamos con más pérdidas. Si desaparecieran los sitios para puretas, Madrid ya no sería Madrid.

Imagino que este tipo de local lo hay en todas las capitales de provincia, al menos en todas en las que celebraban bailes para debutantes, como todavía los vemos en la alcanforada Pontevedra, y que todos los Derby que pueblan España son en realidad estos bares madrileños, todos de un impostado elitismo británico cuando no son nada más que liceos de pueblo. En mi ciudad, el siempre estiloso, convencional, vanguardista, casposo, engominado, envidiado y entrañable pijerío madrileño, que aún recuerda con temblores el increíble drama que supuso en tantas de sus casas el paso de los trajes de dos botones a los de tres, o de los zapatos castellanos a los de cordones —no valiendo nunca medias tintas, y si tienes que partirte la cara defendiendo el traje de dos botones como el primigenio traje de hombre, lo haces— y que sin pestañear llamaría frívolo a Felipe II a la vez que se marca unos pantalones tonalidad pistacho o unos náuticos azul celeste que harían palidecer a Dick Van Dyke en Chitty Chitty Bang Bang, se atrinchera en estos magníficos bares de pinta inmemorial que en el fondo son más hijos de La Movida que cualquiera de los antros para roqueros pudientes de Malasaña.

Acerquémonos pues con devoción a estos templos y tracemos un pequeño mapa del capitoné capitalino, empezando por el magnífico Gregory’s de la calle Velázquez casi esquina Goya, local que pasa totalmente desapercibido entre tanta tienda. El Gregory’s sobrevive muy anticuado, tanto que en realidad es una peña de amigos de pueblo en pleno barrio de Salamanca, pareciéndose incluso a la Cafetería Oasis del pueblo de mis padres, que tenía un ala del local reservada en exclusiva para yonquis —zona que tomaron como suya sin que los camareros hiciesen nada— mientras en el otro lado del café las familias seguían tan tranquilas merendando en una convivencia tan repulsiva como increíble que terminó hace unos años cuando los dueños tapiaron la sección intravenosa. La parroquia del Gregory’s se divide a partes iguales entre señores que esperan a que sus señoras acaben de comprar, viejas del barrio, turistas sudorosos y lectores del ABC. Si seguimos por Velázquez pasamos de largo por el cutrerío del Hotel Adler y su no-bar y llegamos hasta el Hotel Velázquez, este sí rancio a más no poder, donde además del elegante bar del hotel, en el local de al lado hay otro típico bar para puretas, La Ruleta, el sitio perfecto para nostálgicos de los bares con dardos y olor a lejía. Su decoración totalmente pub le hace a uno retroceder treinta años de golpe; vamos, una pesadilla. Cerca y a la contra de La Ruleta está el mítico Embassy, más para señoras que otra cosa y con una tarta de limón que es mucho más importante que la Victoria de Samotracia, y en donde el padre de un amigo le dijo a su hijo cuando iban los dos a merendar tras volver de vacaciones si pretendía entrar en Embassy vestido para ir a la playa, yendo el pobre con un Lacoste rosa y unos pantalones de pinzas. Ese es el nivel. Un aplauso a ese padre. De ese mismo palo y dejando para otra ocasión al discreto Colosimos Pub de Ortega y Gasset, nos acercarnos dando un paseo hasta el Capitán general del Ejército Pureta, el excelso Milford de la calle Juan Bravo, justo enfrente del palacio de la embajada de Italia. Esas vidrieras ya nos hacen presagiar que algo importante va a suceder, y sucede; el cuero en la barra al que uno se abraza como a su doudou, la lámpara de araña de casa de la abuela (aquí sí, y no en los nombres de los platos) y la decoración con cierto tono marítimo de capitanes en el pantano de San Juan (¡Esos narices, en Despeñaperros!) del Milford hace que uno se sienta en él como el maharajá de Kapurthala aunque pida un Trina de naranja. Para aumentar si cabe la belleza pureta del local, la última vez que fui estaba charlando el venerable Juan Manuel de Prada con unos acólitos. ¿Quién sube la apuesta? Hagan juego, señores.

Ningún barrio mejor que Chamberí para disfrutar del puretismo en su máxima expresión. En la siguiente jornada nos dedicamos a los bares de Eduardo Dato, calle donde en una boda le pasó a mi hermano algo genial, una idea de negocio brutal en la que los mendigos de la iglesia pedían cien euros cada uno al padrino si no quería que salieran en todas las fotos; dinero que consiguieron porque nadie quiere ni mendigos en las fotos, ni atrasar la boda una hora para que la policía resuelva el asunto, ni pegarse antes de que se case tu hija. Casi contiguos, el Mazarino y el Richelieu libran una batalla clásica para llevarse al coleto el mayor número de viejecillas con el pelo jovenlandesado del barrio. El Mazarino gana claramente, al mantener ese aroma rancio a casa cerrada que te hace sentir nada más entrar como en casa de tu tía la del pueblo. El trato es tan excelente que a veces piensas que se están cachondeando de ti. La decoración, con el retrato de Mazarino presidiendo el local, no puede ser mejor. Como a cincuenta metros más arriba, su gran enemigo Richelieu intenta comparársele con algunos salones de imitación inglesa en la planta baja, pero la parte de arriba, demasiado impersonal, hace que pierda unos puntos que ni las espectaculares corbatas negras de los camareros logran recuperar. Un poco a desmano, en la sección off-Dato, tenemos que anotar en el mapa al bar El Yate, local gigante y casi perfecto en General Martínez Campos, al lado de un pub irlandés (queda en el tintero un artículo sobre la fábrica de antigüedades falsas para bares irlandeses), locales ambos donde Sorolla seguro que se lo pasaría de miedo hoy en día con la Clotilde. No pasamos tampoco en nuestro tour por el Bridas, en Zurbano, pero sí que podemos resumir en un segundo su esencia, verdadera antología pureta: un amigo que iba todas las tardes tras el trabajo a cogerse su melocotón y a quien nada más entrar le ponían su copazo, un día apareció con su esposa y el camarero en el acto le preguntó “¿Qué desean los señores?”

Al pub Members de Capitán Haya no llegamos en nuestra exploración, quizá por miedo al sospechoso pilinguismo del nombre, pero sí al Charing Cross de Pintor Rosales, otra de las leyendas de este tipo de bar. Lo gigante de la terraza choca con la pequeña planta de calle, casi sin sitio para sentarse. Todo el local forrado de cuero y los camareros intercambiables con otros bares de este texto hacen que poco más haya que añadir; hay que ir a tomarse unas croquetas semicongeladas allí para disfrutarlo. Para cerrar este pequeño recorrido que gustosos los amables lectores completarán y refutarán, nos acercamos una tarde al Seis Peniques, pero al fetén de la calle Alfonso XII, no a ese que está cerca de ese estadio desde donde Snake Plissken Mou y sus forajidos dominan el mundo, a tomar la última tónica del verano. Ya cuando llegas a la puerta y ves a dos parejas maduras jugando al parchís en la terraza de la acera sabes que has acertado. Dentro, penumbra, madera y cuero neցro en asientos y barra, y horrendos cuadros de paisajes y ruinas. La parte para olvidar, que había ruido de fondo y era El último de la fila. Dentro, lo que uno espera de un sitio así, tomando la primera de la tarde dos o tres encorbatados de esos que creen que es de empleadas del hogar ir de compras y luego cargar las bolsas y prefieren que le suban la camisa recién comprada a casa. Y aquí damos por finalizado el recorrido, con ganas de salir a la calle a respirar un poco de aire y a rezar para que nadie ose tocar estos bares que guardan la esencia del viejo (o antiguo, o anticuado) Madrid.
 
Los sillones son la leche de cómodos, el coñá cojonudo y calentado en mechero. Si uno se despista se queda empotrado en el sofá y no hay forma de levantar el ojo ciego, recomendable pedir agua mineral para ir a miccionar un par de veces y no quedarse a sobarla pegado al escay.
 
Clásicos imperecederos.

Señorío, clase y la necesaria dosis justa de snobismo para evitar q votantes socialistas, podemitas hijos de votantes socialistas y demás botarates osen adentrarse en los arcanos de la tradición y las buenas formas.


Vosotros sois unos gañanes de barra de chapa, suelo de terrazo plagado de servilletas, palillos y envoltorios, café La Estrella y tele con concurso de mediodía a todo volumen.

Criticais aquello a lo q no podeis acceder, xq no teneis ni la clase, ni el estilo, ni el savoir faire necesario para moveros en esos circulos....x no tener no teneis ni un simple polo (q no sea de mercadillo ni topmanta, pobres) con enseña nacional en el cuello q os abra las puertas de ese mundo del q nunca sereis parte.


Vosotros, lumpen, aqui ...
 

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