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ENTREVISTA CON ANTÓN COSTAS
"El futuro del mundo es Europa. No es China, no es EEUU, es Europa"
El presidente del Consejo Económico y Social señala que las fórmulas que se han utilizado los años previos a la crisis no son válidas para los tiempos que vienen. Es una era de incertidumbre que hay que abordar con nuevos instrumentos
Antón Costas, presidente del Consejo Económico y Social. (CES)
Por
Esteban Hernández
06/02/2022 - 05:00
Antón Costas (Vigo, 1949) es catedrático de Política económica de la Universidad de Barcelona, consejero de Estado y presidente del Consejo Económico y Social. Es también una de esas personas que destaca por su talante, que le permite unir una expresión siempre moderada con una actitud firme, y por su capacidad para generar consensos, de la que ha dejado impronta en su paso por consejos de administración de diferentes empresas y en su cargo como presidente del Círculo de Economía. Ha publicado recientemente un libro, 'Laberintos de prosperidad' (Ed. Galaxia Gutenberg), junto con Xosé Carlos Arias, en el que subraya cómo el cambio en las ideas económicas ha aparecido inequívocamente con ocasión de la crisis pandémica.
PREGUNTA. Desde su perspectiva, las fórmulas económicas dominantes en los años anteriores al cobi19 no van a ser las que nos ayuden en los próximos años.
RESPUESTA. Claramente. Creo que ya la crisis financiera del 2007-8, al menos para los economistas y 'policymakers' de los organismos internacionales, fue una advertencia y una señal clara de que se había acabado un ciclo en la ordenación y la regulación de la economía. Sin embargo, en aquel momento no hubo respuesta. La crisis pandémica, por el contrario, ha provocado una respuesta sorprendente, desde la perspectiva de cómo habíamos actuado hasta aquellos momentos, y con un sentido muy pragmático. Creo que fue posible porque estaba presente la experiencia negativa de la crisis de 2008 y porque una crisis pandémica tiene unos rasgos diferentes a cualquier otro tipo de crisis interna del capitalismo. No se puede atribuir a nadie una mala gestión macroeconómica, y en la medida en que no se tiene a quién acusar, se es más proclive a dar respuestas pragmáticas y mejores.
De las subprime de 2008 a las cepas del el bichito de 2021: historia de dos crisis muy distintas
Javier Jorrín
P. Sin embargo, las fórmulas del pasado se resisten a desaparecer. Ocurre con la inflación, que se está pensando en subir los tipos de interés como mecanismo de solución, lo que quizá cause muchos más problemas que beneficios.
R. Las inercias en el pensamiento y en la acción política y económica son muy potentes, y no creo que la esa época en el 2020 de la que yo le hablo haya cambiado el paradigma con el cual los economistas y los grandes 'policymakers' piensan el funcionamiento de la economía. Lo que sí ha provocado es la actuación, de forma clara y relativamente duradera, de grandes instrumentos de políticas macroeconómicas, y también ha modificado la mentalidad, no digo el paradigma de pensamiento, de los 'policymakers' de los organismos internacionales y de los responsables de la políticas nacionales. Desde ese punto de vista, no creo o no espero que el BCE, o los bancos centrales de EEUU, Inglaterra, Noruega o Australia, vayan a provocar una interrupción brusca de la recuperación por miedo a la inflación. Tenemos recientes las experiencias del inicio de este siglo, cuando los bancos centrales, como el europeo, reaccionaron de una forma abrupta y provocaron una segunda recesión. Y algo ha cambiado también en el pensamiento sobre la inflación. La idea de que una inflación de un 2.5 o 3%, que es la que podríamos tener a finales de 2022, es algo a la vez inevitable y bueno, es un pensamiento presente en los responsables de las políticas monetarias de los grandes países.
P. Esas inercias son obvias en el caso europeo. Se discute ahora sobre el regreso de las reglas fiscales y sobre si debe ocurrir más temprano que tarde.
R. Es cierto, pero hay un equilibrio diferente al que había en 2008 entre halcones y palomas. Claramente. No creo, aún constatando que las inercias son poderosas en las políticas macro, en un triunfo inmediato de los halcones. Y hay un elemento adicional que me lleva a pensar que ese equilibrio favorable en parte a los moderados se va a mantener. La esa época en el 2020 de la que yo le hablo, además de un impacto en el sentimiento de vulnerabilidad personal y de fragilidad en las cadenas globales de aprovisionamiento, ha producido tres reequilibrios, que poco a poco irán siendo más intensos. En primer lugar, ha generado un reequilibrio en la relación entre globalización y políticas nacionales, en nuestro caso europeas, que ha ido a favor de las políticas nacionales. No digo que la globalización vaya a desaparecer ni que las políticas nacionales estratégicas vayan a ser iguales que las viejas políticas proteccionistas del siglo pasado, pero sí implican otro equilibrio, como lo demuestra el hecho de que los fondos Next Generation sean una reivindicación de la política industrial estratégica. A su vez, estos buscan una autonomía estratégica en un contexto abierto, no una soberanía.
No vamos a abandonar el mercado en favor de un nuevo nacionalismo, pero sí hay un cierto retorno del papel estratégico del Estado
En segundo lugar, hay un reequilibrio entre mercado y Estado respecto de los 30 años precedentes. No significa que vayamos a dejar de lado los mecanismos de asignación del mercado en favor de un nuevo nacionalismo económico, pero sí se favorece el retorno de cierto papel estratégico del Estado, y con él, la recuperación de la importancia de la prosperidad territorial y de las comunidades de nuestros países. Hay un libro bonito de un economista liberal, Raghuram Rajan, que señala que tenemos que volver a equilibrar las tres patas de la prosperidad de los países, que son los Estados, el mercado y el territorio.
P. En su libro insiste en la desigualdad existente entre clases sociales y entre territorios, así como en la sensación de falta de futuro entre las poblaciones occidentales.
R. Sí, de falta de oportunidades. Todas las dimensiones de la desigualdad se conectan, pero le doy mayor importancia a la percepción de la desigualdad de oportunidades. Creo que una sociedad puede aguantar niveles elevados de desigualdad de ingresos y de riqueza, pero siempre que se perciba que existe igualdad de oportunidades, es decir, que trabajando duro podéis salir adelante tú y los tuyos. Cuando existe esta expectativa, las sociedades soportan en términos relativamente armónicos la desigualdad. Pero cuando no es así, cuando hay desigualdad y la percepción generalizada es que no hay oportunidades para quienes lo más lo necesitan, estamos ante una bomba de relojería para la armonía social y para el funcionamiento de la democracia.
P. Los economistas y los 'policymakers' han priorizado un funcionamiento de la economía que conduce inevitablemente a disfunciones sociales. Es muy complicado que Occidente encuentre estabilidad política con sociedades desiguales y con sensación de ausencia de futuro. Si no prestamos atención a este problema, no nos va a ir bien, ni económica ni socialmente.
R. Antes me quedó por apuntar un tercer factor que me vale también para esto. En los últimos treinta años, los empresarios y los responsables de las políticas económicas primamos la optimización de los recursos, algo así como "en el almacén no podemos tener una unidad más de las que necesitamos". Eso tiene mucho sentido, y lo hicimos bien orientando la economía y las políticas hacia la idea de eficiencia, pero dejamos de lado un concepto muy importante, que es el de justicia, el de economía jovenlandesal. Otra de las lecciones que nos ha desvelado la esa época en el 2020 de la que yo le hablo es que la optimización tiene que ser equilibrada por la seguridad. Un país tiene un ejército que financia año a año y que interviene en pocas ocasiones o en ninguna, lo que podría interpretarse como una asignación poco eficiente de recursos. Sin embargo, se financia en razón de algún evento que puede poner en riesgo la seguridad. En la economía también tenemos que tener en cuenta esta perspectiva, y equilibrar optimización y seguridad.
La democracia sigue siendo resiliente, pero sus defensores tienen que ser conscientes de que debe ofrecer oportunidades
Y este es un elemento nuevo. A partir de ahora, los economistas y los responsables empresariales y políticos tenemos que poner al lado de la eficiencia el concepto de justicia, el de una economía jovenlandesal. No es un discurso retórico: John Rawls señala que el principio de justicia es a los sistemas sociales lo mismo que el principio de verdad a los sistemas de pensamiento. Si no se incorpora ese principio al funcionamiento de la economía, se provocan daños muy fuertes a la armonía social, a la democracia y al dinamismo futuro de la economía. Hoy sabemos que invertir en justicia social es el fundamento más sólido y estable para la creación de una economía dinámica e innovadora. Esto es de hecho una epifanía de los últimos años. A mí me enseñaron en la facultad, y yo enseñé a mis alumnos, que había un dilema entre la eficiencia y la equidad, que ambos objetivos eran legítimos, pero que cuando se mejoraba la equidad se tenía que renunciar a un porcentaje de eficiencia económica. Los datos nos demuestran hoy que eso no es cierto, que una sociedad moderadamente más justa da lugar a un crecimiento más justo, más dinámico, más estable y mejor repartido. Esto es una epifanía que viene de toda clase de estudios recientes y es importante para enfrentarnos a los retos que vienen.
"El futuro del mundo es Europa. No es China, no es EEUU, es Europa"
El presidente del Consejo Económico y Social señala que las fórmulas que se han utilizado los años previos a la crisis no son válidas para los tiempos que vienen. Es una era de incertidumbre que hay que abordar con nuevos instrumentos
Antón Costas, presidente del Consejo Económico y Social. (CES)
Por
Esteban Hernández
06/02/2022 - 05:00
Antón Costas (Vigo, 1949) es catedrático de Política económica de la Universidad de Barcelona, consejero de Estado y presidente del Consejo Económico y Social. Es también una de esas personas que destaca por su talante, que le permite unir una expresión siempre moderada con una actitud firme, y por su capacidad para generar consensos, de la que ha dejado impronta en su paso por consejos de administración de diferentes empresas y en su cargo como presidente del Círculo de Economía. Ha publicado recientemente un libro, 'Laberintos de prosperidad' (Ed. Galaxia Gutenberg), junto con Xosé Carlos Arias, en el que subraya cómo el cambio en las ideas económicas ha aparecido inequívocamente con ocasión de la crisis pandémica.
PREGUNTA. Desde su perspectiva, las fórmulas económicas dominantes en los años anteriores al cobi19 no van a ser las que nos ayuden en los próximos años.
RESPUESTA. Claramente. Creo que ya la crisis financiera del 2007-8, al menos para los economistas y 'policymakers' de los organismos internacionales, fue una advertencia y una señal clara de que se había acabado un ciclo en la ordenación y la regulación de la economía. Sin embargo, en aquel momento no hubo respuesta. La crisis pandémica, por el contrario, ha provocado una respuesta sorprendente, desde la perspectiva de cómo habíamos actuado hasta aquellos momentos, y con un sentido muy pragmático. Creo que fue posible porque estaba presente la experiencia negativa de la crisis de 2008 y porque una crisis pandémica tiene unos rasgos diferentes a cualquier otro tipo de crisis interna del capitalismo. No se puede atribuir a nadie una mala gestión macroeconómica, y en la medida en que no se tiene a quién acusar, se es más proclive a dar respuestas pragmáticas y mejores.
De las subprime de 2008 a las cepas del el bichito de 2021: historia de dos crisis muy distintas
Javier Jorrín
P. Sin embargo, las fórmulas del pasado se resisten a desaparecer. Ocurre con la inflación, que se está pensando en subir los tipos de interés como mecanismo de solución, lo que quizá cause muchos más problemas que beneficios.
R. Las inercias en el pensamiento y en la acción política y económica son muy potentes, y no creo que la esa época en el 2020 de la que yo le hablo haya cambiado el paradigma con el cual los economistas y los grandes 'policymakers' piensan el funcionamiento de la economía. Lo que sí ha provocado es la actuación, de forma clara y relativamente duradera, de grandes instrumentos de políticas macroeconómicas, y también ha modificado la mentalidad, no digo el paradigma de pensamiento, de los 'policymakers' de los organismos internacionales y de los responsables de la políticas nacionales. Desde ese punto de vista, no creo o no espero que el BCE, o los bancos centrales de EEUU, Inglaterra, Noruega o Australia, vayan a provocar una interrupción brusca de la recuperación por miedo a la inflación. Tenemos recientes las experiencias del inicio de este siglo, cuando los bancos centrales, como el europeo, reaccionaron de una forma abrupta y provocaron una segunda recesión. Y algo ha cambiado también en el pensamiento sobre la inflación. La idea de que una inflación de un 2.5 o 3%, que es la que podríamos tener a finales de 2022, es algo a la vez inevitable y bueno, es un pensamiento presente en los responsables de las políticas monetarias de los grandes países.
P. Esas inercias son obvias en el caso europeo. Se discute ahora sobre el regreso de las reglas fiscales y sobre si debe ocurrir más temprano que tarde.
R. Es cierto, pero hay un equilibrio diferente al que había en 2008 entre halcones y palomas. Claramente. No creo, aún constatando que las inercias son poderosas en las políticas macro, en un triunfo inmediato de los halcones. Y hay un elemento adicional que me lleva a pensar que ese equilibrio favorable en parte a los moderados se va a mantener. La esa época en el 2020 de la que yo le hablo, además de un impacto en el sentimiento de vulnerabilidad personal y de fragilidad en las cadenas globales de aprovisionamiento, ha producido tres reequilibrios, que poco a poco irán siendo más intensos. En primer lugar, ha generado un reequilibrio en la relación entre globalización y políticas nacionales, en nuestro caso europeas, que ha ido a favor de las políticas nacionales. No digo que la globalización vaya a desaparecer ni que las políticas nacionales estratégicas vayan a ser iguales que las viejas políticas proteccionistas del siglo pasado, pero sí implican otro equilibrio, como lo demuestra el hecho de que los fondos Next Generation sean una reivindicación de la política industrial estratégica. A su vez, estos buscan una autonomía estratégica en un contexto abierto, no una soberanía.
No vamos a abandonar el mercado en favor de un nuevo nacionalismo, pero sí hay un cierto retorno del papel estratégico del Estado
En segundo lugar, hay un reequilibrio entre mercado y Estado respecto de los 30 años precedentes. No significa que vayamos a dejar de lado los mecanismos de asignación del mercado en favor de un nuevo nacionalismo económico, pero sí se favorece el retorno de cierto papel estratégico del Estado, y con él, la recuperación de la importancia de la prosperidad territorial y de las comunidades de nuestros países. Hay un libro bonito de un economista liberal, Raghuram Rajan, que señala que tenemos que volver a equilibrar las tres patas de la prosperidad de los países, que son los Estados, el mercado y el territorio.
P. En su libro insiste en la desigualdad existente entre clases sociales y entre territorios, así como en la sensación de falta de futuro entre las poblaciones occidentales.
R. Sí, de falta de oportunidades. Todas las dimensiones de la desigualdad se conectan, pero le doy mayor importancia a la percepción de la desigualdad de oportunidades. Creo que una sociedad puede aguantar niveles elevados de desigualdad de ingresos y de riqueza, pero siempre que se perciba que existe igualdad de oportunidades, es decir, que trabajando duro podéis salir adelante tú y los tuyos. Cuando existe esta expectativa, las sociedades soportan en términos relativamente armónicos la desigualdad. Pero cuando no es así, cuando hay desigualdad y la percepción generalizada es que no hay oportunidades para quienes lo más lo necesitan, estamos ante una bomba de relojería para la armonía social y para el funcionamiento de la democracia.
P. Los economistas y los 'policymakers' han priorizado un funcionamiento de la economía que conduce inevitablemente a disfunciones sociales. Es muy complicado que Occidente encuentre estabilidad política con sociedades desiguales y con sensación de ausencia de futuro. Si no prestamos atención a este problema, no nos va a ir bien, ni económica ni socialmente.
R. Antes me quedó por apuntar un tercer factor que me vale también para esto. En los últimos treinta años, los empresarios y los responsables de las políticas económicas primamos la optimización de los recursos, algo así como "en el almacén no podemos tener una unidad más de las que necesitamos". Eso tiene mucho sentido, y lo hicimos bien orientando la economía y las políticas hacia la idea de eficiencia, pero dejamos de lado un concepto muy importante, que es el de justicia, el de economía jovenlandesal. Otra de las lecciones que nos ha desvelado la esa época en el 2020 de la que yo le hablo es que la optimización tiene que ser equilibrada por la seguridad. Un país tiene un ejército que financia año a año y que interviene en pocas ocasiones o en ninguna, lo que podría interpretarse como una asignación poco eficiente de recursos. Sin embargo, se financia en razón de algún evento que puede poner en riesgo la seguridad. En la economía también tenemos que tener en cuenta esta perspectiva, y equilibrar optimización y seguridad.
La democracia sigue siendo resiliente, pero sus defensores tienen que ser conscientes de que debe ofrecer oportunidades
Y este es un elemento nuevo. A partir de ahora, los economistas y los responsables empresariales y políticos tenemos que poner al lado de la eficiencia el concepto de justicia, el de una economía jovenlandesal. No es un discurso retórico: John Rawls señala que el principio de justicia es a los sistemas sociales lo mismo que el principio de verdad a los sistemas de pensamiento. Si no se incorpora ese principio al funcionamiento de la economía, se provocan daños muy fuertes a la armonía social, a la democracia y al dinamismo futuro de la economía. Hoy sabemos que invertir en justicia social es el fundamento más sólido y estable para la creación de una economía dinámica e innovadora. Esto es de hecho una epifanía de los últimos años. A mí me enseñaron en la facultad, y yo enseñé a mis alumnos, que había un dilema entre la eficiencia y la equidad, que ambos objetivos eran legítimos, pero que cuando se mejoraba la equidad se tenía que renunciar a un porcentaje de eficiencia económica. Los datos nos demuestran hoy que eso no es cierto, que una sociedad moderadamente más justa da lugar a un crecimiento más justo, más dinámico, más estable y mejor repartido. Esto es una epifanía que viene de toda clase de estudios recientes y es importante para enfrentarnos a los retos que vienen.