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Padre Pio

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Un puñetero banco apoyando un movimiento político comunista y todavía la gente no lo pilla.
El texto en negrita del texto es cosa mia:

Los banqueros “bolcheviques”
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Los banqueros “bolcheviques”
Antonio Pérez Omister

Antonio Pérez OmisterAntonio Pérez Omister
@esapo1
lunes, 20 de diciembre de 2010, 08:09 h (CET)


Existen numerosas evidencias que demuestran que la Revolución rusa de 1917 fue financiada por la banca internacional liderada por el poderoso sindicato de banqueros judíos instalados en Wall Street y Londres.

El influyente Rabino Wise declaraba lo siguiente en el New York Times del 24 de marzo de 1917: «Creo que de todos los logros de mi pueblo, ninguno ha sido más noble que la parte que los hijos e hijas de Israel han tomado en el gran movimiento que ha culminado en la Rusia Libre (¡La Revolución!)».

Asimismo, del Registro de la Comunidad Judía de la ciudad de Nueva York, se extrae el siguiente texto:

«La empresa de Kuhn-Loeb & Company sostuvo el préstamo de guerra japonés entre 1904 y 1905, haciendo así posible la victoria japonesa sobre Rusia… Jacob Schiff financió a los enemigos de la Rusia autocrática y usó su influencia para mantener alejada a Rusia de los mercados financieros de los Estados Unidos».

En 1916 se celebró en Nueva York un congreso de organizaciones marxistas rusas. Estos gastos fueron sufragados por el banquero judío Jacob Schiff. Otros de los banqueros que asistieron e hicieron generosas donaciones fueron Felix Warburg, Otto Kahn, Mortimer Schiff y Olaf Asxhberg.

Sin embargo, según la historia oficial que se enseña en las escuelas y en las universidades se asegura que las revoluciones de 1905 y 1917 en Rusia se debieron a un minúsculo grupúsculo de revolucionarios marxistas que, liderados por Lenin y Trotsky lucharon heroicamente contra la opresión y la tiranía zarista logrando alcanzar el poder e implantar un sistema, el marxista, que había sido diseñado por un judío alemán varias décadas antes para ser implantado en la Alemania industrializado, y no en la paupérrima Rusia rural y desindustrializada. Consecuencia: la revolución marxista creó más miseria y desheredados que el propio sistema que pretendía erradicar.

Para toda empresa, incluida la implantación del marxismo, se necesita mucho dinero, un dinero cuya procedencia jamás aclararon los líderes del marxismo. Sin dinero e influencias no se puede lograr nada.

Sabemos que durante la guerra de Crimea (1853-1856) James Rothschild se ofreció muy gentilmente para su financiación y que la emperatriz Eugenia de Montijo intercedió en su favor para convencer al emperador francés Napoleón III. Gracias a esto, Rothschild consiguió un doble objetivo: accedió al consejo de administración del Banco de Francia, y logró infligir un serio revés al zar, considerado ya entonces el tiránico opresor de los judíos. El duque de Coburgo cuenta esto en sus memorias:

«Esta actitud hostil [contra el zar] debe atribuirse a que los israelitas sufrían una particular opresión en Rusia».

Muy caro le iban a costar a Francia sus negocios con los Rothschild. Más tarde, la élite financiera judía logró aislar diplomáticamente a Rusia, mientras, a través de la banca Kuhn-Loeb y Cía. de New York, cuyo jefe era Jacob Schiff, agente de Rothschild, financió al Japón en 1905 y se ocupó de que el resto de banqueros del sindicato internacional no concediesen créditos a Rusia para seguir adelante con la guerra, lo que provocó la derrota rusa y la consiguiente revolución que se desató en 1905.

Otra vez se había aplicado la fórmula Rothschild de cerrar el grifo del crédito al gobierno que le interesaba derrocar, y concederlo al que convenía potenciar para eliminar al primero. Aquella línea de crédito abierta por la banca judía al Japón le sirvió para modernizar su Ejército y su Armada, cuyo expansionismo culminaría con la invasión de China en 1937 y, posteriormente, con su intervención en la Segunda Guerra Mundial contra Estados Unidos y Gran Bretaña, los mismos países que le habían financiado a partir de 1905 para vencer a los rusos, y en 1914 para frenar el expansionismo alemán en el Extremo Oriente.

Hacia esa época, durante la breve guerra ruso-japonesa de 1905, y la sangrienta revolución que agitó el imperio ruso, hizo su aparición en escena un tal Leiba Davidovich Bronstein, alias León Trotsky, que es encarcelado y logra huir de Siberia para residir después en Suiza, París y Londres donde conoce a otros refugiados como Lenin, Plejanov y Martov. Así lo cuenta el propio Trotsky en su autobiografía:

«He vivido exiliado, en conjunto, unos doce años, en varios países de Europa y América: dos años antes de estallar la revolución de 1905 y unos diez después de su represión. Durante la guerra, fui condenado a prisión por rebeldía en la Alemania gobernada por los Hoehenzollern (1905); al año siguiente fui expulsado de Francia y me trasladé a España, donde, tras una breve detención en la guandoca de Madrid y un mes de estancia en Cádiz bajo la atenta vigilancia de la policía, me expulsaron de nuevo y embarqué con rumbo a Norteamérica. Allí, me sorprendieron las primeras noticias de la revolución rusa de febrero [1917]. De vuelta a Rusia, en marzo de ese mismo año, fui detenido por los ingleses e internado durante un mes en un campo de concentración en Canadá. Tomé parte activa en las revoluciones de 1905 y 1917, y en ambas ocasiones fui presidente del Soviet de Petrogrado. Como hijo de un terrateniente acomodado, pertenecía más bien al grupo de los privilegiados que al de los oprimidos. En mi familia y en la finca se hablaba el ruso ucraniano. Y aunque en las escuelas sólo admitían a los chicos judíos hasta un cierto cupo, por cuya causa hube de perder un año, como era siempre el primero de la clase, para mí no regía aquella limitación».

Resulta que en ese período tan convulso de la historia, Trotsky se convierte en un hombre de élite, regresando a Rusia casado con la hija de Givotovsky uno de los socios menores de los banqueros Warburg, socios y además parientes de Jacob Schiff, de ahí que Trotsky se convierta en el principal revolucionario de 1905. La conexión de Trotsky con la revolución bolchevique se realiza gracias a la mujer de Lenin, Krupsakaya. Tanto peso tenía esta mujer que el movimiento bolchevique que Trotsky señala su trabajo en el exilio. Por supuesto que, del misterioso origen de sus fuentes de financiación, no se dice ni una sola palabra:

«Lenin había ido concentrando en sus manos las comunicaciones con Rusia. La secretaría de la redacción estaba a cargo de su mujer, Nereida Kostantinovna Krupsakaya. La Krupsakaya era el centro de todo el trabajo de organización, la encargada de recibir a los camaradas que llegaban a Londres, de despachar y dar instrucciones a los que partían, de establecer la comunicación con ellos, de escribir las cartas, cifrándolas y descifrándolas. En su cuarto olía casi siempre a papel quemado, a causa de las cartas y papeles que constantemente había que estar haciendo desaparecer».

Los banqueros judíos también apoyaron a la URSS durante la Guerra Fría, tanto económica como tecnológicamente, gracias al traspaso de patentes e información técnica. Del mismo modo que llevan dos décadas apoyando y favoreciendo de todas las maneras imaginables al Régimen comunista chino.

Mientras las potencias occidentales se gastaban miles de millones de dólares en armarse contra el enemigo soviético, los especuladores controlaban a los dos bandos, como ya lo habían hecho durante las guerras napoleónicas y la primera guerra mundial. Su táctica era infalible. Ganara quien ganara, ellos nunca saldrían perdiendo. Veamos algunos ejemplos concretos sobre esta cuestión:

Después de la Revolución bolchevique, la Standard Oil, unida a los intereses de los Rockefeller, invirtió millones de dólares en negocios en la URSS. Entre otras adquisiciones, se hizo con la mitad de los campos petrolíferos del Cáucaso.

Según informes del Departamento de Estado norteamericano, la banca Kuhn-Loeb financió los planes de recuperación de los bolcheviques durante los cinco primeros años de la Revolución (1917-1922).


El ex director de cambio y divisas internacionales de la Reserva Federal admitió en una conferencia pronunciada el 5 de diciembre de 1984 que la banca soviética influía enormemente en el mercado interbancario a través de determinadas empresas “análogas” estadounidenses. Asimismo, los soviéticos se aliaron en 1980 con grandes empresas occidentales para controlar el mercado mundial del oro.

(Continua en el siguiente comentario)
 
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