Mateo77
Laico católico
- Desde
- 16 Ago 2016
- Mensajes
- 3.319
- Reputación
- 7.916
Continuando este hilo: Sociedad: - Esta maldita, maldita época
En el primer capítulo del Génesis se nos muestra cómo Dios creó y dió forma al universo. El texto no desciende al detalle de cada criatura y su constitución propia, no pretende ser un tratado científico. Su valor está en la perspectiva espiritual que nos ofrece. Vemos que a lo largo de esos primeros versículos se repite el mismo esquema: Dios dice, Dios hace y Dios bendice, y esto se podría trasladar al misterio Trinitario del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre otorga el nombre, el Hijo da forma según ese nombre, y el Espíritu Santo bendice el resultado (o lo maldice, entregándolo a la destrucción como vemos en otros pasajes). Veamos un ejemplo de los más claros, Génesis 1,24-25:
Dios dijo: "Produzca la tierra animales vivientes según su especie: ganados, reptiles y bestias salvajes según su especie".
El Padre da nombre a una nueva criatura, separándola del todo informe que es la tierra.
Y así fue. Dios hizo las bestias de la tierra, los ganados y los reptiles campestres, cada uno según su especie.
El Hijo da la forma según el nombre.
Vio Dios que esto estaba bien.
El Espíritu Santo bendice el resultado.
En el principio Dios separa la creación en dos partes, cielos y tierra. Los cielos son el principio "masculino", con la misión específica de dar la forma externa a la criatura, según la voluntad de Dios. La tierra es el principio "femenino", que recibe esa forma espiritual y trabaja la forma interna. Por supuesto no hablo de semi-dioses que actúan por su cuenta sino de cauces mediante los que se manifiesta la voluntad de Dios. Son reflejo de la relación primera de Dios con la creación: del mismo modo que Dios obra en su creación, los cielos obran en la tierra. Esta división está muy presente en todas las criaturas. Tenemos por ejemplo la relación entre mente y cuerpo, entre padre e hijo, o el modo en que funciona la procreación.
De igual modo, el principio básico de la creación, que es el de ser creada por Dios, se traslada al proceder de la segunda persona de la Trinidad. Pienso que el Hijo actúa directamente en el establecimiento de cada criatura, vigilando que se constituya según el nombre del Padre, pero tras eso actúa mediante "ángeles". Un ángel es un enviado de Dios para llevar a cabo una misión, y pienso tanto en las criaturas puramente espirituales como en seres humanos según sus carismas específicos (desde una madre gestando un hijo en sus entrañas a un Papa trabajando en un documento inspirado), o incluso animales o las fuerzas inanimadas de la naturaleza que se conjugan en un momento determinado respondiendo a un mandato de la Providencia.
Algunas de estas criaturas están dotadas de libre albedrío, y ahí entra en juego la posibilidad del mal. Para que haya verdadera libertad ha de ser posible la rebeldía contra Dios, la transgresión de los límites que marca. El mal consiste en que una criatura no tome el nombre que Dios le da. Este nombre supone un límite que determina qué es lícito y que es ilícito para esa criatura. El mal está en traspasar ese límite, tomando lo que no corresponde (y rechazando lo que sí corresponde), actuando de modo incorrecto (y descuidando el proceder correcto). La capacidad de la criatura está fijada, y si se ocupa de lo que no le corresponde no puede sino descuidar lo que sí le es propio. Libremente, la criatura transgresora se sitúa fuera de los límites que Dios le otorga, y, por tanto, en enemistad con Dios.
Dios crea todo del mejor modo posible, articulando toda la creación de modo que sea capaz de contener criaturas con verdadera libertad y que resista "viva" toda la eternidad, en una variedad infinita y siempre nueva, pero armoniosa. Habría dos amenazas para esta creación viva y libre. Por una parte tenemos la cristalización en una supuesta perfección inhumana y muerta, propia de una máquina. Este sería el sueño iluminista con sus utopías tecnológicas y sus sociedades-colmena. En el otro extremo tenemos la anarquía, el caos incesante y destructor, el regreso a la desolación que se describe en Génesis 1,2. Esto se vende en la actualidad con ideas como la "autodeterminación", la "fusión con el todo" o el igualitarismo que rechaza toda jerarquía. Destruir todo con la vana esperanza de reconstruirlo al margen de Dios, enmendando su obra para que bien y mal sean una misma cosa y no quede así excluido el pecador. La criatura endiosada que cree ser más sabia que Dios, más poderosa que Dios y más misericordiosa que Dios.
Llegamos entonces al "misterio de iniquidad" que se menciona en Mateo 23,28, en 2 Tesalonicenses 2 y en Tito 2. En esos pasajes se usa la palabra griega "anomia", es decir, ausencia de nombre. La criatura humana desdeñando el nombre que Dios le concede, con la excusa que sea. El nombre que reciben los esposos se rompe con el matrimonio o con cualquier mala práctica sensual. El nombre que reciben los padres se rechaza con el aborto o con el abandono de los hijos, la mala educación que se les da o hasta el abuso al que se les somete. El nombre que recibe el sacerdote se rompe cuando este rechaza la docrina y extravía a su rebaño. El nombre que recibe el que tiene autoridad se rechaza cuando no se utiliza para restaurar la justicia sino que se ampara y hasta disculpa al transgresor sin que este se arrepienta. La Iglesia clamando para obtener lo que Dios ya ha negado o pidiendo que se bendiga el pecado. El pretender tomar a la criatura como fuente del poder que se ostenta, y no a Dios. Los ejemplos son muchos y se podría reflexionar profusamente sobre el nombre de cada criatura (no importa que sea "natural" o establecida por el hombre) a la luz de la voluntad de Dios. Se podría hacer este discernimiento, y debería hacerse con urgencia. Cada cual que examine su propia vida, y los que tengan responsabilidades comunitarias que reflexionen respecto al ámbito que Dios les concede administrar.
Otro modo de referirse a este "misterio de iniquidad" sería la "abominación de la desolación" (Mateo 24,15, Marcos 13,14), que podría aludir al principio de redención anulado temporalmente, del mismo modo que Cristo tras morir en la Cruz descendió hasta los mismos infiernos para tomar poder sobre la misma muerte. Se bloquea el camino al Reino, pero esta desolación es solo la antesala de la inminente resurrección y glorificación del Hijo. Cuando es completada una obra de Dios actúa el Espíritu Santo para juzgarla, entregándola al fuego destructor o concediendo el sello del Reino al llamarla "buena" y "bendita de Dios".
Fuente: Piedras que gritan - Anomía, los sin nombre
En el primer capítulo del Génesis se nos muestra cómo Dios creó y dió forma al universo. El texto no desciende al detalle de cada criatura y su constitución propia, no pretende ser un tratado científico. Su valor está en la perspectiva espiritual que nos ofrece. Vemos que a lo largo de esos primeros versículos se repite el mismo esquema: Dios dice, Dios hace y Dios bendice, y esto se podría trasladar al misterio Trinitario del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre otorga el nombre, el Hijo da forma según ese nombre, y el Espíritu Santo bendice el resultado (o lo maldice, entregándolo a la destrucción como vemos en otros pasajes). Veamos un ejemplo de los más claros, Génesis 1,24-25:
Dios dijo: "Produzca la tierra animales vivientes según su especie: ganados, reptiles y bestias salvajes según su especie".
El Padre da nombre a una nueva criatura, separándola del todo informe que es la tierra.
Y así fue. Dios hizo las bestias de la tierra, los ganados y los reptiles campestres, cada uno según su especie.
El Hijo da la forma según el nombre.
Vio Dios que esto estaba bien.
El Espíritu Santo bendice el resultado.
En el principio Dios separa la creación en dos partes, cielos y tierra. Los cielos son el principio "masculino", con la misión específica de dar la forma externa a la criatura, según la voluntad de Dios. La tierra es el principio "femenino", que recibe esa forma espiritual y trabaja la forma interna. Por supuesto no hablo de semi-dioses que actúan por su cuenta sino de cauces mediante los que se manifiesta la voluntad de Dios. Son reflejo de la relación primera de Dios con la creación: del mismo modo que Dios obra en su creación, los cielos obran en la tierra. Esta división está muy presente en todas las criaturas. Tenemos por ejemplo la relación entre mente y cuerpo, entre padre e hijo, o el modo en que funciona la procreación.
De igual modo, el principio básico de la creación, que es el de ser creada por Dios, se traslada al proceder de la segunda persona de la Trinidad. Pienso que el Hijo actúa directamente en el establecimiento de cada criatura, vigilando que se constituya según el nombre del Padre, pero tras eso actúa mediante "ángeles". Un ángel es un enviado de Dios para llevar a cabo una misión, y pienso tanto en las criaturas puramente espirituales como en seres humanos según sus carismas específicos (desde una madre gestando un hijo en sus entrañas a un Papa trabajando en un documento inspirado), o incluso animales o las fuerzas inanimadas de la naturaleza que se conjugan en un momento determinado respondiendo a un mandato de la Providencia.
Algunas de estas criaturas están dotadas de libre albedrío, y ahí entra en juego la posibilidad del mal. Para que haya verdadera libertad ha de ser posible la rebeldía contra Dios, la transgresión de los límites que marca. El mal consiste en que una criatura no tome el nombre que Dios le da. Este nombre supone un límite que determina qué es lícito y que es ilícito para esa criatura. El mal está en traspasar ese límite, tomando lo que no corresponde (y rechazando lo que sí corresponde), actuando de modo incorrecto (y descuidando el proceder correcto). La capacidad de la criatura está fijada, y si se ocupa de lo que no le corresponde no puede sino descuidar lo que sí le es propio. Libremente, la criatura transgresora se sitúa fuera de los límites que Dios le otorga, y, por tanto, en enemistad con Dios.
Dios crea todo del mejor modo posible, articulando toda la creación de modo que sea capaz de contener criaturas con verdadera libertad y que resista "viva" toda la eternidad, en una variedad infinita y siempre nueva, pero armoniosa. Habría dos amenazas para esta creación viva y libre. Por una parte tenemos la cristalización en una supuesta perfección inhumana y muerta, propia de una máquina. Este sería el sueño iluminista con sus utopías tecnológicas y sus sociedades-colmena. En el otro extremo tenemos la anarquía, el caos incesante y destructor, el regreso a la desolación que se describe en Génesis 1,2. Esto se vende en la actualidad con ideas como la "autodeterminación", la "fusión con el todo" o el igualitarismo que rechaza toda jerarquía. Destruir todo con la vana esperanza de reconstruirlo al margen de Dios, enmendando su obra para que bien y mal sean una misma cosa y no quede así excluido el pecador. La criatura endiosada que cree ser más sabia que Dios, más poderosa que Dios y más misericordiosa que Dios.
Llegamos entonces al "misterio de iniquidad" que se menciona en Mateo 23,28, en 2 Tesalonicenses 2 y en Tito 2. En esos pasajes se usa la palabra griega "anomia", es decir, ausencia de nombre. La criatura humana desdeñando el nombre que Dios le concede, con la excusa que sea. El nombre que reciben los esposos se rompe con el matrimonio o con cualquier mala práctica sensual. El nombre que reciben los padres se rechaza con el aborto o con el abandono de los hijos, la mala educación que se les da o hasta el abuso al que se les somete. El nombre que recibe el sacerdote se rompe cuando este rechaza la docrina y extravía a su rebaño. El nombre que recibe el que tiene autoridad se rechaza cuando no se utiliza para restaurar la justicia sino que se ampara y hasta disculpa al transgresor sin que este se arrepienta. La Iglesia clamando para obtener lo que Dios ya ha negado o pidiendo que se bendiga el pecado. El pretender tomar a la criatura como fuente del poder que se ostenta, y no a Dios. Los ejemplos son muchos y se podría reflexionar profusamente sobre el nombre de cada criatura (no importa que sea "natural" o establecida por el hombre) a la luz de la voluntad de Dios. Se podría hacer este discernimiento, y debería hacerse con urgencia. Cada cual que examine su propia vida, y los que tengan responsabilidades comunitarias que reflexionen respecto al ámbito que Dios les concede administrar.
Otro modo de referirse a este "misterio de iniquidad" sería la "abominación de la desolación" (Mateo 24,15, Marcos 13,14), que podría aludir al principio de redención anulado temporalmente, del mismo modo que Cristo tras morir en la Cruz descendió hasta los mismos infiernos para tomar poder sobre la misma muerte. Se bloquea el camino al Reino, pero esta desolación es solo la antesala de la inminente resurrección y glorificación del Hijo. Cuando es completada una obra de Dios actúa el Espíritu Santo para juzgarla, entregándola al fuego destructor o concediendo el sello del Reino al llamarla "buena" y "bendita de Dios".
Fuente: Piedras que gritan - Anomía, los sin nombre
Última edición: