Análisis histórico-crítico del islam

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El Mahoma histórico y el Mahoma del mito

¿Cuándo y dónde nació Mahoma? ¿Cuáles fueron exactamente sus gestas, qué dijo y qué hizo? ¿A quiénes se dirigía? ¿Tuvo maestros? ¿Y sus mujeres? ¿Cuándo, dónde y cómo murió? En una palabra, ¿qué podemos saber de su historia, de su biografía?

Las dos caras, el Mahoma histórico y el Mahoma de la fe islámica nos llegan inextricablemente entrelazados. Lo que podemos saber de él con criterios de la ciencia histórica se presenta en relatos de índole mítica. Pues el Mahoma histórico acabó siendo mitologizado por sus seguidores y sucesores. Pero, además, es un hecho que él mismo vivía ya en el mito en el que luego sería insertado, la mitología de un mesianismo escatológico y milenarista, que prolongaba la estela del nazarenismo. Así, históricamente el predicador del último día se transformó en caudillo que creía llegado el último Día, y se lanzó a la conquista militar de Jerusalén con la idea mítica de acelerar el advenimiento del reino de Dios anunciado por los profetas. Claro que la tradición hipertrofió los relatos sobre el personaje hasta llenar volúmenes y volúmenes.

Entonces, cuando se aplican criterios histórico-críticos, como han hecho los investigadores más sólidos, se llega a la conclusión de que las clásicas vidas de Mahoma escritas por fiel a la religión del amores, desde la biografía perdida de Ibn Ishaq en adelante, pertenecen al género de la hagiografía (vida de un santo) o la aretalogía(epopeya de un héroe). Las vidas de Mahoma modernas, en su mayoría, tampoco pueden tenerse por verdaderas biografías, puesto que se mueven más bien entre la novela y el relato de ficción producido mediante el saqueo literario de los tradicionistas, con un suplemento de falaz imaginación.

La más célebre es La vida del enviado de Dios(Sira rasul Allah) según Ibn Hisham (m. 834), supuestamente tomada de Ibn Ishaq (m. 768). Asimismo son clásicas las obras Libro de las batallas (Kitab al-maghazi) de Al-Waqidi (m. 823), Libro de las clases superiores (Kitab al-tabaqat al-kabir) de Ibn Sad (m. 845), e Historia de los enviados y los reyes (Tarikh al-rusul wa al-muluk) de Al-Tabari (m. 923). Todos estos autores pertenecen a los siglos IX y X.

Las compilaciones de dichos "auténticos" del profeta (hadices) elaborados por la tradición no merecen un juicio menos riguroso respecto a su historicidad. Los compiladores más reconocidos son Al-Bujari (m. 870) y Muslim (m. 875); pero también Abu Dawud (m. 888), Al-Tirmidhi (m. 892), Al-Nasai (m. 915), e Ibn Maya (m. 886). Son todos de la segunda mitad del siglo IX. Son autores persas, contemporáneos de Las mil y una noches, con las que cabría establecer un parangón. Las colecciones de hadices chiíes son aún posteriores, de los siglos X y XI.

Tanto la vida como los dichos pretenden fundar su veracidad en unas "cadenas de transmisores" que se remontarían oralmente hasta testigos directos de los hechos, ocurridos dos siglos y medio antes. Pero cada vez parece más claro que esas pretendidas credenciales no constituyen más que un recurso literario inventado y que, incluso si hubiera retazos verídicos en el relato, estos serían imposibles de discernir, al no haberse conservado ninguna otra documentación con la que contrastar. Investigadores como Christoph Luxenberg (2000) y Alfred-Louis de Prémare (2002) llegan a la conclusión de que la transmisión oral no jugó ningún papel, y que la formación del Corán se dio en el contexto de una cultura escrita y a través de un arduo trabajo de redacción, edición y reescritura.

En particular, es lícito desconfiar incluso de la primera biografía que conocemos, La vida del enviado de Dios, escrita por Ibn Hisham, en el primer tercio del siglo IX, es decir, dos siglos después de la fin del biografiado. Este autor menciona como fuente suya una historia de las campañas militares de Mahoma, obra hoy perdida, escrita por Ibn Ishaq, quien habría vivido a mediados del siglo VIII, un siglo y medio después de los hechos. Si no fuera porque lo citan otros autores (como Yunus Ibn Bukayr, muerto en 815), uno estaría tentado a pensar que la remisión a tal fuente, perdida, podría no ser sino una ficción literaria, al estilo del Cide Hamete Benengeli invocado por Cervantes en su Don Quijote de la Mancha.

En nuestros días, pocos dudan de la existencia de un personaje histórico detrás de la figura del Mahoma de la fe fiel a la religión del amora. Lo que, sin embargo, está en cuestión es la historicidad de la literatura islámica acerca de él (cfr. Robert Spencer, Did Muhammad Exist? An Inquiry into Islam's obscure origins, 2012). El cuestionamiento afectaría, además, a lo que en el Corán se suele entender como referencias a Mahoma. La conclusión cierta es que hoy se encuentra en entredicho prácticamente la totalidad de las biografías e historias del profeta islámico, clásicas y modernas, tanto de autores fiel a la religión del amores como occidentales.

Tras la conquista de Jerusalén, la construcción del santuario y la restauración del culto por Omar, tal como postulaba la creencia mesianista, y tras la comprobación de la incomparecencia del Mesías, se produjo una grave disonancia entre la esperanza y la experiencia. Por lo que parece, esta disonancia se trató de superar, en un primer momento, olvidándose del predicador escatológico. Pero, más adelante, el poder político apostó por recuperarlo, en un proceso de creación mítica, que lo elevó a fundador de una nueva religión. Ahí se mitifica al personaje, se va consolidando el Mahoma del mito califal, tal como lo encontramos en las biografías y en los hechos y dichos del hadiz.


La incorporación tardía de Mahoma al dogma islámico

Mahoma no fue entronizado como fundador del islam hasta mucho tiempo después de su fin. El nombre mismo de Mahoma, citado cuatro veces en el Corán, fue introducido tarde y por un solo autor, según la teoría de códigos. En las epigrafías, papiros, monedas no se lo menciona hasta 60 años después de su fin. Y no se le declara profeta y fundador hasta pasados 150 años.

Así se elabora la aretalogía de Mahoma (siendo "aretalogía" la narración de los hechos prodigiosos de un dios o un héroe). Se le eleva a la condición de profeta. Se recopilan y confeccionan los relatos de sus batallas y revelaciones. Esto ocurre desde la época del califa Abd Al-Malik (reinó 685-705).

Un ejemplo revelador es la invención del viaje nocturno de Mahoma, mediante la alteración del principio de la sura 50/17,1.

"Mahoma es esencialmente una figura simbólica y emblemática (aunque haya existido la persona física), que reunió todas las aspiraciones políticas, religiosas, sociales y étnicas de un movimiento armado y victorioso en el camino de Alá -Jerusalén-, un movimiento que recuperaba, amplificaba y deformaba las esperanzas mesiánicas y escatológicas de un grupo nazareno, que se situaba en la frontera de las gentes del Libro, mutante que había digerido las Escrituras con vistas a instaurar por la fuerza el Reino de los Cielos, forzando el cumplimiento de las Escrituras" (Leila Qadr, Les trois visages du Coran, 2019: 115).

En suma, los fiel a la religión del amores dicen acerca de Mahoma mucho más de lo que él había dicho sobre sí mismo. Le adjudican una categoría profética redefinida islámicamente. Crean un personaje mítico de tales vuelos que incluso retroactúa sobre el mundo semiótico del Corán, inscribiéndose en su núcleo kerigmático, que queda mahometizado.


El predicador coránico, anónimo

En el texto oficial del Corán, la palabra Mahoma aparece en cuatro aleyas distintas, además de dar título a la sura 47; pero los títulos no pertenecen al texto. Citemos los versículos, por orden cronológico:

"Mahoma no es más que un enviado. Los enviados han pasado antes de él" (Corán 89/3,144).

"Mahoma nunca ha sido el padre de uno de vuestros hombres. Pero él es el enviado de Dios, y el sello de los profetas" (Corán 90/33,40).

"Mahoma es el enviado de Dios. Los que están con él son fuertes hacia los que no creen, clementes entre ellos" (Corán 111/48,29).

Pues bien, para los coranólogos, esa palabra "Mahoma", siempre en suras posteriores a la hégira, resulta digna de toda sospecha. En los dos primeros versículos donde se lee el nombre propio (Corán 89/3,144 y 90/33,40), determinan que se trata de interpolaciones posteriores en el texto. En los otros dos casos (Corán 95/47,2 y 111/48,29), el vocablo debe entenderse simplemente como un adjetivo común, que significaría el "bendito", el "bienamado", el "predilecto". La locución procedería del libro de Daniel 9,23, 10,11 y 10,19 (cfr. Sami Aldeeb, Le Coran, 2016: 338; Bruno Bonnet-Eymard, Le Coran. Traduction et commentaire systématique. II, 1990: 120-123.). Los versículos dirían: "lo que ha revelado al predilecto", o "Bendito sea el enviado de Dios". De tal manera que el nombre de Mahoma no aparece ni una sola vez en el Corán, salvo como un añadido de última hora o como una lectura amañada.

En definitiva, Mahoma es un nombre desconocido en el Corán. ¿Quién era, entonces, aquel personaje que desempeñó un papel importante, quizá decisivo, en el surgimiento del movimiento mesiánico sarraceno que, en los años 630 conquistó por las armas Siria y Palestina?

Uno encuentra escrito en muchas obras que el personaje al que luego dieron el título honorífico de Mahoma se llamaba Abu l'Qasim Ibn Abdallah. Sin embargo, otros autores afirman que su nombre propio era Qatham Ibn Abd-Al-Lat (cfr. Sami Aldeeb), siendo Abd-Al-Lat, y no Abdallah, el hombre de su padre. Su familia pertenecía al clan de los hachemíes, de la tribu quráis o de los curaisíes. La tradición afirma que nació alrededor del año 570 y murió en el 632, aunque ambas fechas son cuestionadas por algunos investigadores.

Aunque es verosímil dudar de la exactitud de la genealogía del profeta de los árabes, tal como la reconstruye la tradición; pues no se puede demostrar que no sea una genealogía hecha ad usum Delphini, como parte de la elaboración de su biografía.


El predicador coránico, desubicado

La tradición islámica es unánime en situar a Mahoma y su proselitismo en La Meca, y sus gestas entre Medina y La Meca. Pero ¿dónde estaba La Meca? El Corán, que no nombra a Mahoma, tampoco nos indica en qué ciudad predicaba, y no menciona ni una sola vez La Meca. El predicador no solo es anónimo, sino que está desubicado. No sabemos dónde localizarlo con certeza.

Aparentemente, en el Corán, hay una única mención de La Meca, con ese nombre, y otra con el nombre de Bakka, en los versículos siguientes:

"Es él quien ha retirado sus manos de vosotros, y vuestras manos de ellos, en el valle de la Meca, después de haceros triunfar sobre ellos" (Corán 111/48,24).

"La primera casa puesta [como lugar de culto] para los humanos es la de Bakka, un lugar bendito y una dirección para los mundos" (Corán 89/3,96).

Ahora bien, esta segunda mención, de Bakka, está impugnada: la casa de la que habla el versículo 96, y también el 97, sería en realidad el Templo de Jerusalén. Mientras que, en el versículo 111/48,24, la expresión "el valle de la Meca" significaría el "valle de las Lágrimas", sinónimo del Muro de las Lamentaciones (cfr. Sami Albeen, Le Coran, 2016: 334). Y tanto la "casa" como el "santuario prohibido" de 111/48,27 se estarían refiriendo igualmente al Templo de Jerusalén.

Las obras de referencia pioneras en analizar críticamente la información disponible sobre los orígenes de La Meca son las de Patricia Crone, islamóloga danesa, profesora en las universidades de Cambridge y Princeton. Tal ciudad era desconocida por los geógrafos de la antigüedad anteriores al islam. Ninguno menciona La Meca, ni otro nombre parecido en aquella región. Por otra parte, el comercio caravanero que se le atribuye es inverosímil en una ciudad situada en un valle estéril como el mequí. La historia califal se empeña en señalar que subsistía gracias al comercio internacional, aparte las peregrinaciones, pero ese comercio no está atestiguado en documentos de ninguno de los supuestos países de destino, el Imperio bizantino y el Imperio sasánida. Y consta que, en aquel tiempo, el comercio a larga distancia se hacía por mar, veinticinco veces más barato que por tierra. El transporte terrestre a través de 1.300 km desde La Meca a Siria hubiera sido una ruina completa.

Las tradiciones califales aluden a la exportación de incienso, especias, oro y plata, pero también en esto el transporte era marítimo, o bien, a escala meramente local, pasaba por una ruta distante de La Meca. Ni ahí había medios para el avituallamiento, en una región donde no se criaba nada y tenían que importarlo casi todo. Tampoco hay el menor rastro de minas de oro o plata.

Asimismo se menciona el comercio de cuero, vestidos, camellos, asnos, queso y mantequilla, mercancías cuyo costoso comercio caravanero a gran distancia resultaría económicamente absurdo. Como en La Meca no crece nada, tendrían que traer esos productos a su vez del sur, de Yemen, para transportarlos a lo largo de 2.500 km, cuando tales productos abundaban en Siria, muy cerca de los imperios romano y persa.

En resumen, ese supuesto comercio internacional mequí no se menciona en ningún documento griego, latino, copto, arameo o siríaco. Es tan desconocido como la propia ciudad de La Meca (cfr. Patricia Crone, Meccan trade and the rise of Islam, 1987).

La respuesta a la pregunta de si existía La Meca en tiempos de Mahoma depende de a qué ciudad nos referimos al hablar de La Meca. Según Dan Gibson, La Meca actual no existía, pues no hay ni rastro de ella en documentos escritos o mapas. Su tesis es que La Meca de Mahoma sería la ciudad nabatea de Petra. Lo cierto es que el Corán no la nombra expresamente, y que las descripciones que dan las fuentes clásicas fiel a la religión del amoras cuadran muy poco con la ciudad que se llama La Meca desde finales del siglo VII. Incluso en el Corán, hay un pasaje supuestamente perteneciente a la predicación de Mahoma en La Meca, en el que este recuerda a sus oyentes que Dios los ha bendecido con agua de lluvia, campos de trigo, viñas y hortalizas, olivos y palmeras, vergeles frondosos, frutas y pastos, y rebaños (cfr. Corán 24/80,25-32). Será inútil buscar nada de eso en toda la región del Hiyaz, donde radica La Meca actualmente.

El propio Gibson señala que los versículos 87/2,143-145 y 111/48,24 faltan en los manuscritos más antiguos, por lo que son un añadido del período abasí. Además, las mezquitas del primer siglo islámico no apuntaban hacia La Meca, sino hacia Petra (cfr. Dan Gibson, Qur'anic Geography, 2011; Early Islamic Qiblas. A survey of mosques built between 622 CE and 876 CE, 2017).


El predicador como "anunciador y advertidor"

Con toda certeza, el personaje cuyo nombre no se dice, que predicó y arengó a los árabes, allá por los años 620, jamás tuvo la pretensión de ser profeta. Más bien, según cuenta el Corán, se ceñía a recordar lo revelado a los profetas, principalmente Moisés y Jesús. Perteneció a una comunidad que tenía la Torá y un Evangelio. Participó en su traducción al árabe, bajo la guía de un maestro y junto a un grupo de escribanos. Y congregó entre los árabes sarracenos un movimiento de carácter mesiánico y milenarista. Solo ulteriormente recibiría el título de Mahoma, quizá después de su fin. En el Corán, a lo largo de muchos suras, se lo designa como un "anunciador", un "advertidor", alguien que recuerda lo que está en las escrituras ya existentes. Su misión como "enviado" consiste en esa tarea.

En efecto, en la terminología coránica utilizada para designar y, sobre todo, autodesignarse el predicador identificado como Mahoma, encontramos los vocablos "anunciador" y "advertidor", o ambas unidas por la conjunción copulativa "y".

- solo "anunciador": 3 veces (antes de la hégira).
- solo "advertidor": 40 veces (38 antes de la hégira; 2 después de la hégira).
- "anunciador y advertidor": 16 veces (9 antes y 7 después de la hégira).

Sumando, en el Corán, un total de 19 veces "anunciador" y 56 veces "advertidor". En conjunto, 75 incidencias, de las cuales se refieren a Mahoma solamente 29:

- como "anunciador": ninguna.
- como "advertidor": 19 veces (17 antes de la hégira; 2 después).
- "anunciador y advertidor": 10 veces (6 antes de la hégira; 4 después).

De las 29 menciones atingentes a Mahoma, son 23 anteriores a la hégira y nada más que 6 posteriores. Es decir, esta designación se va abandonando con el tiempo: va dejando de advertir para pasar a la acción. Pero quizá lo más significativo es que, en 19 de esas 29 menciones, lo que se hace es insistir en que el predicador, supuestamente Mahoma, es únicamente un anunciador y advertidor (17 veces antes y 2 después de la hégira), que él se limita a recordar lo que ya estaba en las escrituras. Por ejemplo:

"Yo no soy más que un advertidor y un anunciador para las gentes que creen" (Corán 39/7,188).

"No adoréis más que a Dios. Yo soy para vosotros, de su parte, un advertidor y un anunciador" (Corán 52/11,2).

Y la voz trascendente de quien dice enviarlo lo repite una y otra vez, recordándoselo al mismo interesado:

"No te hemos enviado más que como anunciador y advertidor" (Corán 42/25,56).

"¡Oh profeta! Te hemos enviado como testigo, anunciador y advertidor" (Corán 90/33,45).

Sin embargo, pudiera ocurrir que esa definición tan clara de los límites de la misión haya sido abrogada (por ejemplo, por el versículo de la espada: 113/9,5). O que una mano anónima haya retocado el texto e insertado la categoría de profeta otorgada póstumamente.

Lo cierto es que, al analizar el papel que se le atribuye de ser anunciador y advertidor en los suras poshegíricos, se observa un deslizamiento de significación en los pocos versículos aludidos. En dos de ellos se repite que es solamente un advertidor, mientras que en los restantes no solo se afirma que ha sido enviado con la verdad, sino que asume nuevas funciones, por haber sido constituido como testigo contra los hipócritas y los asociadores, y como enviado para llevar el mensaje a las "gentes del libro" (Corán 112/5,19). Aquí aparece una figura dotada de poder en primera persona, que, además, ya no se limita a predicar a los árabes, sino que interpela a los judíos.

En conclusión, Mahoma, en las suras de su segunda época, deja de ser mero anunciador y advertidor de una escritura anterior, para convertirse en "profeta" de una "verdad" que ha de imponerse, lo cual supone presentarse como un jefe que exige obediencia y que ejerce el poder por medio de las armas y con notoria violencia.

Si alguna vez tuvo dudas y escrúpulos para cargar con su misión, debió superarlos ampliamente. Porque el personaje se halla muy lejos de lo que cuenta una leyenda de su biografía, cuando Mahoma abrigaba tanta incertidumbre acerca de cuál sería su papel que llegó a planear su suicidio: "Subiré a la cima de la montaña y me arrojaré al abismo para matarme y hallar el descanso. Así que me dispuse a hacerlo y entonces, cuando estaba a medio camino en la montaña, escuché una voz desde el cielo que decía: '¡Oh Mahoma! Tú eres el enviado de Dios y yo soy Gabriel'" (Ibn Hisham, La vida de Mahoma, parte I, sección 153).



 
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