A juicio por enterrar vivo a su marido minusválido

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Un policía trabaja en la fosa donde la mujer enterró a su maridoEl Debate


A juicio por enterrar vivo a su marido minusválido
Ha comenzado en la Audiencia Provincial de Valencia el juicio contra Beatriz, la mujer de un expolicía en silla de ruedas al que presuntamente asesinó en diciembre de 2019

Nacho Abad
Nacho Abad

Madrid 12/12/2022 Actualizada 21:05
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Beatriz enseñó a apiolar a su hijo cuando solo tenía 16 años. Él ya fue juzgado y condenado a dos años de internamiento en un centro de menores. Ella se enfrenta desde hoy a la prisión permanente revisable por la fin de Isaac Guillem, de 41 años.

Isaac había trabajado de policía local en Catarroja, Valencia, hasta que una enfermedad degenerativa, ataxia, atrofió sus músculos y le postró en una silla de ruedas. Incapaz de moverse, apenas de hablar, en 2019 se casó con Beatriz. No fue amor, solo interés: tú me cuidas mientras viva y yo os mantengo a ti y a tu hijo.

Beatriz cumplió su palabra apenas unos meses. El 1 de diciembre de 2019 lo enterró vivo y fingió que se había fugado con la intención de suicidarse y poner fin a su dolor. ¡Pero es que Isaac no podía ni moverse! Aunque nadie la creyó, el cuento se sostuvo unos meses, mientras los responsables de las pesquisas investigaban. Al final localizaron su cuerpo enterrado en una finca de la localidad valenciana de Godelleta que había alquilado Beatriz. También localizaron la silla de ruedas debajo de unos plásticos.


El hijo confiesa

La mujer se envolvió en un manto de silencio. Sin embargo, su hijo lo contó todo. El Debate ha accedido a su confesión: «Aquel día, después de comer, fuimos al 'parking' de un centro comercial cerca de la casa de una amiga de mi progenitora. Cuando llegamos, mi progenitora le dijo a Isaac: «Anda, tómate estas pastillas que te quitarán el dolor». Para que confiase y viera que no le iba a pasar nada, ella misma se metió una en la boca y se la tragó. Lo que no sabía Isaac es que mi progenitora había vaciado la cápsula de contenido para que a ella no le hiciera efecto».

El exagente de policía se tragó las pastillas y sin esperar a que le hicieran efecto, Beatriz se bajó del coche y le dijo a su hijo: «Tú quédate con él hasta que se duerma y cuando ocurra me avisas, que yo me voy de compras». Cuando por fin se quedó dormido, Jorge llamó a su progenitora: «Llego enseguida», cuenta el menor que le dijo. “Vino con una caja de cruasanes. Desde allí fuimos a casa de una amiga de mi progenitora. Cogió el teléfono de Isaac y me lo entregó: «Súbeselo a casa de mi amiga y dile que lo guarde». Así lo hice. La mujer me preguntó de quién era y por qué se lo tenía que quedar. Le respondí que no sabía. De ahí nos fuimos a casa de una prima. Ella se quedó con mi móvil y el de mi progenitora. Sabía que los tenía que guardar, pero no sabía para qué. Cuando le pregunté por qué íbamos dejando los teléfonos en diferentes casas me respondió: «Es para que la policía no pueda rastrear dónde hemos estado hoy». Me lo contó de camino a la parcela que mi progenitora había alquilado en la localidad de Godelleta".


Sosa cáustica para el cadáver

Cuando llegaron allí, Beatriz aparcó el coche en mitad del terreno, se bajaron y dejaron en el interior a Isaac. Cerraron bien las ventanas y entre los dos manipularon una bombona de butano. «Ella colocó la manguera junto a la cabeza de Isaac, abrió el gas, salió del coche y cerró la puerta. «Vayamos a dar un paseo para hacer tiempo», me ordenó. Regresamos media hora después. Mi progenitora se acercó al coche y al regresar me dijo: «Creo que sigue vivo, vamos a seguir caminando un rato». Treinta minutos después volvimos otra vez. Le vi moverse. Seguía vivo. Mi progenitora me dijo: 'Tú abre las puertas del coche y yo cierro la espita de la bombon"'. Tuvimos que esperar un rato a que se ventilase».

Beatriz estaba nerviosa y no quería que la fin se dilatase en el tiempo porque aumentaba las posibilidades de que les pudieran pillar. «Cuando el coche se vació de gas, mi progenitora me pidió que me quitase el cordón de una zapatilla. Se lo di y se colocó detrás del asiento en el que iba él. Rodeo su cuello con el cordón y apretó. Yo me giré porque no podía verlo. No quería ver morir a Isaac, pero sí escuché cómo se resistía. Le pedí a mi progenitora que parara. Yo no quería que sufriera, pero ella me respondió: «No puedo. Tiene marcas en el cuello y nos puede denunciar. Tengo que matarlo». Siguió apretando y yo me alejé. Cuando dejó de moverse y parecía que estaba muerto, mi progenitora me gritó que regresara y que la ayudase a tirar el cadáver a un agujero que había a escasos metros: «Ayúdame que tengo mal las rodillas», se justificó. Obedecí. Intenté escuchar su corazón, pero no lo oí. Creí que estaba muerto y lo coloqué en el agujero. Entonces cubrimos el cuerpo entero con tierra y piedras que había allí». Los dos regresaron días después a la parcela: «Le echamos sosa cáustica al cadáver para que desapareciera».

En realidad seguía vivo. Lo enterraron con vida. Lo determinó así la autopsia que encontró tierra en los pulmones. Beatriz defiende que le mató porque él estaba cansado de vivir y le pidió la eutanasia: nadie se cree que para eutanasiarle tratara de quitarle la vida con butano, luego ahogándole con un cordón de zapatilla y, al final, le enterraran vivo.


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