A
Altair
Guest
Treinta siglos, a subasta
Treinta siglos a subasta.
Hoy me he levantado reaccionario, así que reacciono dándole a la
tecla. Cada uno reacciona como puede. Y la verdad es que tengo uno de
esos días en que abres los periódicos, ves los titulares y las fotos
de los protagonistas del asunto ibérico, y te entran unas ganas
salvajes de ir a la puerta de las Cortes a ciscarte en los muertos de
todo el que pase por allí
La primera pregunta que cualquiera con sentido común se hace ante el
panorama es: ¿de verdad no se dan cuenta? Luego, al rato de meditarlo,
llega la atroz respuesta: se dan cuenta, pero les importa un carajo.
Esa peña de golfos apandadores vive de su negocio, de currarse una
España que nada tiene que ver con la real, hasta conseguir, por
insistencia, que sí lo tenga. Que esa España falsa en la que medran,
la que les paga el coche oficial, el estatus, la vanidad y la
arrogancia, se vuelva real y terrible hasta darles la razón y
justificar su estupidez, su ignorancia, su incultura, su demagogia de
leguleyos sin escrúpulos.
Y así, como en el mito de los leprosos medievales, esa pandilla de
sinvergüenzas contamina todo cuanto toca, arrojándolo al cubo de
basura, que cada vez se parece más a una fosa común: educación,
historia, idiomas, convivencia. En una España inculta y de instintos
ruines como la nuestra, donde el equilibrio y la solidaridad requieren
encaje de bolillos, eso equivale a ponerse la pistola en la sien.
Virgen santa. Hasta han conseguido que las víctimas del terrorismo se
tiren los trastos a la cabeza, y se dividan ahora en víctimas de
derechas y víctimas de izquierdas.
Todo iba demasiado bien. Los ciudadanos votaban y estaban dispuestos a
seguir votando a unos u otros según el momento y las circunstancias,
con las alternancias lógicas en cualquier democracia. Lo normal. Pero
ese proyecto lento, tranquilo y acumulativo, no encajaba en los planes
de esta ralea. Necesitaban movimiento inmediato, vidilla,
oportunidades de sacarle los dos ojos al adversario con tal de que a
ellos les quedase uno. Hablo de los profesionales de una izquierda
desorganizada, demagoga e incompetente; de los pringados de un
socialismo sin proyecto que aún rumia el rencor por el desastre
felipista; de los meapilas de una derecha justamente despojada del
poder a causa de su estupidez, su soberbia y su cobardía; de la infame
peña totalitaria periférica que, después de treinta años de victimismo
y gimoteo, ya no tiene nada que reivindicar salvo las situaciones
extremas. Todos barajan demasiado resentimiento, demasiadas cuentas
que ajustar, como para dejarnos al margen. Necesitan una España
encabronada para justificar el tinglado, el voto, la legislatura. Y en
eso andan.
No puedo compartir la opinión de ciertos analistas de la derecha que
atribuyen al Pesoe la responsabilidad exclusiva del pilinguiferio. Es
cierto que la mediocridad de algunos ilustres –e ilustras– miembros
del Gobierno resulta nociva y devastadora, que el daño hecho en los
últimos tiempos a la convivencia, la educación, la enseñanza, el
idioma español, la cultura y el sentido común son irreparables, y que
resulta evidente el manejo vil de un resentimiento y una dialéctica de
militancia que se remonta a la guerra civil; algo que parecía superado
por la mayoría de españoles, y a lo que eran ajenas las nuevas
generaciones.
Pero también es cierto que todo esto ha sido alentado y favorecido por
una derecha desprovista de inteligencia, de maneras, de sentido del
Estado y de conocimiento del país que gobernaba. Me refiero a ese Pepé
autista que perdió el poder por obcecación, oportunismo y falta de
coraje político, tras gobernar arrojado sin pudor en brazos de los
obispos más carcamales y de los movimientos religiosos ultravaticanos,
de la educación privada en detrimento de la pública, del dinero fácil,
del urbanismo salvaje, del España va bien, de la imprevisión suicida
frente a la inmi gración, de la ausencia de una verdadera política
social y de la incapacidad de distinguir el españolismo rancio, de
cabra legionaria con viento duro de levante, del legítimo y necesario
sentido de la palabra España.
Una derecha que ahora las pía de seis en seis, pero que cuando fue
débil en la antigua oposición y en la primera fase de su gobierno,
tampoco tuvo empacho en mirar hacia otro lado, tragar y pactar con
quien hizo falta, o intentarlo. Incluido aquel glorioso Movimiento
Nacional de Liberación Vasco con el que nos obsequió, en su momento,
el comparsa de George Bush. El amigo Ansar de los narices.
Arturo Pérez-Reverte
Treinta siglos a subasta.
Hoy me he levantado reaccionario, así que reacciono dándole a la
tecla. Cada uno reacciona como puede. Y la verdad es que tengo uno de
esos días en que abres los periódicos, ves los titulares y las fotos
de los protagonistas del asunto ibérico, y te entran unas ganas
salvajes de ir a la puerta de las Cortes a ciscarte en los muertos de
todo el que pase por allí
La primera pregunta que cualquiera con sentido común se hace ante el
panorama es: ¿de verdad no se dan cuenta? Luego, al rato de meditarlo,
llega la atroz respuesta: se dan cuenta, pero les importa un carajo.
Esa peña de golfos apandadores vive de su negocio, de currarse una
España que nada tiene que ver con la real, hasta conseguir, por
insistencia, que sí lo tenga. Que esa España falsa en la que medran,
la que les paga el coche oficial, el estatus, la vanidad y la
arrogancia, se vuelva real y terrible hasta darles la razón y
justificar su estupidez, su ignorancia, su incultura, su demagogia de
leguleyos sin escrúpulos.
Y así, como en el mito de los leprosos medievales, esa pandilla de
sinvergüenzas contamina todo cuanto toca, arrojándolo al cubo de
basura, que cada vez se parece más a una fosa común: educación,
historia, idiomas, convivencia. En una España inculta y de instintos
ruines como la nuestra, donde el equilibrio y la solidaridad requieren
encaje de bolillos, eso equivale a ponerse la pistola en la sien.
Virgen santa. Hasta han conseguido que las víctimas del terrorismo se
tiren los trastos a la cabeza, y se dividan ahora en víctimas de
derechas y víctimas de izquierdas.
Todo iba demasiado bien. Los ciudadanos votaban y estaban dispuestos a
seguir votando a unos u otros según el momento y las circunstancias,
con las alternancias lógicas en cualquier democracia. Lo normal. Pero
ese proyecto lento, tranquilo y acumulativo, no encajaba en los planes
de esta ralea. Necesitaban movimiento inmediato, vidilla,
oportunidades de sacarle los dos ojos al adversario con tal de que a
ellos les quedase uno. Hablo de los profesionales de una izquierda
desorganizada, demagoga e incompetente; de los pringados de un
socialismo sin proyecto que aún rumia el rencor por el desastre
felipista; de los meapilas de una derecha justamente despojada del
poder a causa de su estupidez, su soberbia y su cobardía; de la infame
peña totalitaria periférica que, después de treinta años de victimismo
y gimoteo, ya no tiene nada que reivindicar salvo las situaciones
extremas. Todos barajan demasiado resentimiento, demasiadas cuentas
que ajustar, como para dejarnos al margen. Necesitan una España
encabronada para justificar el tinglado, el voto, la legislatura. Y en
eso andan.
No puedo compartir la opinión de ciertos analistas de la derecha que
atribuyen al Pesoe la responsabilidad exclusiva del pilinguiferio. Es
cierto que la mediocridad de algunos ilustres –e ilustras– miembros
del Gobierno resulta nociva y devastadora, que el daño hecho en los
últimos tiempos a la convivencia, la educación, la enseñanza, el
idioma español, la cultura y el sentido común son irreparables, y que
resulta evidente el manejo vil de un resentimiento y una dialéctica de
militancia que se remonta a la guerra civil; algo que parecía superado
por la mayoría de españoles, y a lo que eran ajenas las nuevas
generaciones.
Pero también es cierto que todo esto ha sido alentado y favorecido por
una derecha desprovista de inteligencia, de maneras, de sentido del
Estado y de conocimiento del país que gobernaba. Me refiero a ese Pepé
autista que perdió el poder por obcecación, oportunismo y falta de
coraje político, tras gobernar arrojado sin pudor en brazos de los
obispos más carcamales y de los movimientos religiosos ultravaticanos,
de la educación privada en detrimento de la pública, del dinero fácil,
del urbanismo salvaje, del España va bien, de la imprevisión suicida
frente a la inmi gración, de la ausencia de una verdadera política
social y de la incapacidad de distinguir el españolismo rancio, de
cabra legionaria con viento duro de levante, del legítimo y necesario
sentido de la palabra España.
Una derecha que ahora las pía de seis en seis, pero que cuando fue
débil en la antigua oposición y en la primera fase de su gobierno,
tampoco tuvo empacho en mirar hacia otro lado, tragar y pactar con
quien hizo falta, o intentarlo. Incluido aquel glorioso Movimiento
Nacional de Liberación Vasco con el que nos obsequió, en su momento,
el comparsa de George Bush. El amigo Ansar de los narices.
Arturo Pérez-Reverte