Como cada verano, al pasar por la carretera del cañarete, camino a Aguadulce, cerquita del puente de Bayana, lugar predilecto de suicidas,
se ven las pilinguis al anochecer pasear al borde del acantilado, casi desnudas, apenas visibles en la oscuridad, iluminada su blanca piel por los faros del coche.
Son extranjeras y quizás no sepan el horror que vieron esos parajes hace no muchos años...la siembra de cadáveres que jamás tuvieron justicia, y en esa oscuridad, al reflejo de sus miradas, nos preguntamos en voz baja: -¿Tú crees que seguirá vivo?.
-Yo creo que si, pero ya está viejo y debil.
Y le imaginamos pasando en coche y vigilando a las mujeres noche tras noche, deseando tener la fuerza que le permitía estrangularlas y tirarlas barranco abajo, pero ya no puede, y sufre por ello.
Por lo años en que toda una comarca fue su campo de juegos, sin que nadie le frenara.