Otro articulo que ve cada vez más bigotudos desde el pais de Jauja.
http://www.diariovasco.com/prensa/20070222/opinion/otra-cara-pais-jauja_20070222.html
Articulos
La otra cara del País de Jauja
«
El riesgo de pauperización no es sólo un baldón nacional que debería hacer enrojecer a quienes se felicitan por la progresión imparable de sus beneficios. También supone una hipoteca muy peligrosa tanto para la estabilidad social como para la modernización de este país».
ÁLVARO BERMEJO/
Daba gusto ver a nuestro flamante comisario europeo para Asuntos Económicos, Joaquín Almunia, felicitándose por el espléndido estado de salud de la economía española.
Tan amplia era su sonrisa que casi costaba distinguir su corbata de la del no menos flamante director del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato, quien no vaciló en pontificar que la economía mundial vive su mejor ciclo de las últimas tres décadas.
Y como botón de muestra, el desopilante balance de Emilio Botín al frente del Banco Santander, rebosando miles de millones de beneficios y un programa de crecimiento que supera incluso los asimismo crecientes pronósticos de nuestro superministro de economía, Pedro Solbes, quien, tras afirmar que nuestro PIB ha crecido el último año por encima del 3,8%, no ha vacilado en pronosticar que en 2010, «España superará con comodidad la renta per capita europea media».
Ante las declaraciones de un póker de ases tan cualificado da la sensación de que habitamos en un país bendecido por los arcángeles de Adam Smith, donde todo es prosperidad indesmayable y un continuo reparto de beneficios.
En parte es cierto: catorce años de crecimiento ininterrumpido han corregido muchos de los estrangulamientos endémicos de nuestra economía -fundamentalmente la mala conexión europea, el paro y el déficit público.
No obstante, tampoco es preciso doctorarse en management para advertir que los términos de tanta prosperidad son bastante insatisfactorios para muchos españoles, por más que el IPC se mantenga en un crecimiento razonable y nuestra tasa de inflación sea la más baja desde 2004.
Para
una gran mayoría de ciudadanos esos guarismos impecables que manejan con tanta elegancia nuestros economistas, sencillamente no existen.
Al abrir el buzón ellos no se encuentran con informes del BCE acerca del PIB, lo suyo no son las tasas de variación interanual, tampoco están muy al tanto si se aceleran o desaceleran las importaciones.
A decir verdad, lo único que se acelera en sus cuentas es
el incremento de toda suerte de impuestos y gabelas, salpimentadas con un goteo incesante de facturas.
Con el nuevo año y con la misma alegría con que Solbes o Botín se felicitan por sus excelentes balances,
todas las tarifas básicas de este país han iniciado una escalada que deja en evidencia los presupuestos del Gobierno.
Si el pretexto verde de combatir el cambio climático ha servido para justificar que el recibo de la luz haya subido un 2,8%,
habrá que suponer que la subida paralela del 2% en las cuotas de abono de teléfono fijo, que afectará a 17 millones de abonados, está pensada para evitarnos molestas inflamaciones de garganta o infecciones de oídos.
Igualmente, la cascada ascendente de subidas en las hipotecas -Euribor dixit-, estará pensada para acostumbrarnos al vértigo de vivir en pisos muy altos.
Y claro, si los peajes de autopistas se van a encarecer como media el 3,7%, queda fuera de duda que esta es una medida complementaria del carnet por puntos, algo así como un cinturón de seguridad virtual, para no acelerarse más de la cuenta al volante.
Más allá de la tentación -reconozcámoslo, un tanto maniquea- de contrastar las continuas exhibiciones de beneficios con que nos alegran el día los Bancos y Kutxas
frente al creciente endeudamiento de las familias, uno tiene la sospecha de que
vivimos en un país partido en dos, donde
los precios se están encareciendo por encima de los costes -de no ser así, no se explica tanta efervescencia-, mientras
se nos vende una moderación salarial, magnífica para mantener la línea, por cuanto se convierte de
día en día en una progresiva perdida de poder adquisitivo.
Las últimas encuestas sobre la distribución de la renta en España, difundidas por el Instituto Nacional de Estadística, no son demasiado digeribles para quienes dicen vivir pendientes de nuestro bienestar.
Según ellas, nada menos que el
20% de los españoles vive por debajo del umbral de pobreza, fijado por el mismo INE en 530 euros netos por persona y mes.
No es una sorpresa que la pobreza afecte intensamente a la masa de jubilados, ni que el País Vasco esté a la cabeza de los ingresos medios más altos.
Pero sí son especialmente alarmantes dos enigmas dignos de «La séptima puerta».
Pese a producir economistas tan brillantes como Joaquín Almunia y Rodrigo Rato, pese a contar con banqueros a la conquista del liderazgo planetario, como Emilio Botín, y un Gobierno de lo más sesentayochista,
España se va situando entre los países con mayor grado de pobreza de los Quince, sólo
superada por Portugal.
Este fenómeno paranormal, ¿admite una explicación racional?
Por supuesto que la tiene, aunque me temo que está conectada al segundo enigma: Pese al elevado ritmo de crecimiento económico, incluidos los índices de empleo,
la tasa de pobreza se resiste a disminuir y ya no es noticia que una familia se declare en quiebra.
El villano del cuento también tiene dos caras: por una se lee «
endurecimiento monetario» y por la otra «creciente endeudamiento de las familias».
Sin embargo, ninguna de las dos es la más antiestética.
Así
como el crecimiento de los beneficios empresariales y el estancamiento nominal -y descenso real- de las rentas salariales dibuja un vector inapelable, se echa de ver una política que cambie el patrón de crecimiento, como
prometía el presidente Zapatero tras ganar sus primeras elecciones, de manera que esas excelentes condiciones se traduzcan en más gasto social.
Por el contrario, la
reducción del gasto público y el aumento del coste de la vida -diga lo que diga el IPC-, no son las mejores terapias para neutralizar las tensiones inflacionistas y afianzar el bienestar ciudadano.
Las autoridades económicas, y los perspicaces analistas keynesianos que les asesoran, saben muy bien que
enmascarar los problemas reales con eufemismos puede salvar una rueda de prensa, pero no llena la cesta de la compra de esas cientos de miles de familias que no llegan a fin de mes, o la de esos
millones de españoles que trabajan en situación precaria con salarios inferiores a mil euros.
El
riesgo de pauperización no es sólo un baldón nacional que debería hacer enrojecer a quienes se felicitan por la progresión imparable de sus beneficios. También supone una hipoteca muy peligrosa tanto para la estabilidad social como para la modernización de este país.
Por más que
Joaquín Almunia se parezca cada vez más a Rodrigo Rato, y Solbes a Botín, sin hacer ninguna demagogia,
la quinta economía europea no se puede permitir grados tan sonrojantes de precariedad, desigualdad y exclusión. Menos aún cuando todos sabemos que esta fiesta no va a continuar indefinidamente.
Es lícito que quienes
viven en la opulencia nos hagan creer que todos vivimos en el País de Jauja. Pero ya es un poco problemático que esta
perversión publicitaria de las mentalidades, y de las realidades, no sea motivo de reflexión para un Gobierno que se dice socialista.