Gentes religiosas
CUBIERTA DE ANDRAJOS y casi descalza, la niña entró en la
iglesia a resguardarse del frío.
Celebrábase una novena que un devoto costeaba a la
Virgen por haber atendido a la súplica que le dirigió para
que helase fuertemente, pues de otro modo no podría patinar,
y el templo estaba como un ascua de oro.
Embobóse la niña con la imagen de la Madre de Dios,
que ostentaba un manto de riquísimo terciopelo cuajado
de brillantes, y, recordando consejos maternales, cayó de
rodillas, cruzó las manos y pidióle un traje de abrigo.
Fijóse en ella una elegante señora que, acompañada de
su esposo, llegaba henchida de fe a rogar por el pronto regreso
de su amante, y ordenó indignada a un monaguillo
que la arrojase del templo, no sólo por el ardor de estomago que producía,
sino para evitar que robase algo.
Cumplió el acólito con celo sin igual el mandato piadoso,
y la niña fue arrojada a la calle cuando empezaba a oscurecer.
Refugióse llorando en el quicio de una puerta, y
al cabo de una hora acertó a pasar a su lado una señora
gruesa, que se fijó en ella, y, al ver que era guapa, se la llevó
a su casa, pensando en un caballero con quien había
hablado aquella mañana.
Y al verse al día siguiente con un traje nuevo, bien calzada
y perfumada, la niña cayó nuevamente de rodillas y
cruzó las manos para dar gracias a la Virgen por la eficacia
con que la había atendido; postura en que la sorprendió
un caballero que entró en su gabinete, adornado con
imágenes de María Santísima y de su esposo; caballero
que cerró la puerta y la sentó sobre sus rodillas.
Y al fijarse la niña en él, reconoció al católico esposo de
la católica señora que había mandado la tarde anterior
arrojarla del templo católico, donde no hay pobres ni ricos,
sino hermanos en el Señor
CUBIERTA DE ANDRAJOS y casi descalza, la niña entró en la
iglesia a resguardarse del frío.
Celebrábase una novena que un devoto costeaba a la
Virgen por haber atendido a la súplica que le dirigió para
que helase fuertemente, pues de otro modo no podría patinar,
y el templo estaba como un ascua de oro.
Embobóse la niña con la imagen de la Madre de Dios,
que ostentaba un manto de riquísimo terciopelo cuajado
de brillantes, y, recordando consejos maternales, cayó de
rodillas, cruzó las manos y pidióle un traje de abrigo.
Fijóse en ella una elegante señora que, acompañada de
su esposo, llegaba henchida de fe a rogar por el pronto regreso
de su amante, y ordenó indignada a un monaguillo
que la arrojase del templo, no sólo por el ardor de estomago que producía,
sino para evitar que robase algo.
Cumplió el acólito con celo sin igual el mandato piadoso,
y la niña fue arrojada a la calle cuando empezaba a oscurecer.
Refugióse llorando en el quicio de una puerta, y
al cabo de una hora acertó a pasar a su lado una señora
gruesa, que se fijó en ella, y, al ver que era guapa, se la llevó
a su casa, pensando en un caballero con quien había
hablado aquella mañana.
Y al verse al día siguiente con un traje nuevo, bien calzada
y perfumada, la niña cayó nuevamente de rodillas y
cruzó las manos para dar gracias a la Virgen por la eficacia
con que la había atendido; postura en que la sorprendió
un caballero que entró en su gabinete, adornado con
imágenes de María Santísima y de su esposo; caballero
que cerró la puerta y la sentó sobre sus rodillas.
Y al fijarse la niña en él, reconoció al católico esposo de
la católica señora que había mandado la tarde anterior
arrojarla del templo católico, donde no hay pobres ni ricos,
sino hermanos en el Señor