Los de RRHH van avisando: "Los jóvenes ya no aguantan el 'haces lo que yo te diga' del jefe"

Claro, el pelele que dirige a sus hombres sabios...luego queda un puesto de pelele y hay ostras y cuchilladas por ocuparlo. Pero el mediocre encuentra consuelo en que el pelele tiene jefes, y estos también, y la empresa tiene dueños y todo.
Típica opinión del típico obrerete de segunda b, que nunca ha catado el mando, más allá de ser el encargadillo de la berlingo. Sin saborear las pagas de beneficios y aguinaldos pertinentes por apretar a la gente.

Si vieses a algunos, los aires con los que llegan...A estos es a los que más tareas duras y desagradables encargo, hasta que los someto o me replican y les mando para su casa, con el estigma de que en esta zona y en el metal, ya no serán contratados en años. Así espabilan.


Eres un puñetero SÁDICO, dolido gañán.

Llevo leyéndote todo el puñetero hilo y tienes pinta de que te va el sadomaso, y de que si pudieras propinarías latigazos a los chavales. ***.

Háztelo mirar.
 
Última edición:
Tu lo que eres es petulante, como mucho.
!!Corre a votar a Pedro, PAYA-SO!!

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Gracias una vez más por decirnos que votas a Pedro.

Y gracias una vez más por mostrar ése repruebo al que te paga la pensión.

En el infierno, Satanás tiene un sillón reservado al lado de él
 
eso es que no has dado con el que te estampe algo en la cara o alguien violento de verdad

como he visto (y encima despedido con indemnización a cambio de no denunciar u llegar a mas el tema porque muuuucha gente le tenia ganas)

¿Qué entiendes por rebotar? ¿pegar 4 gritos y amenazar?

o con el que es mas listo que tu y legalmente te ama a traición (muchos palilleros latigueros se confían hasta que dan con el que les pilla bien y cuando caen les duele mucho) esos se callan y ya habla directo el abogado

por cierto no tengo iphone, aunque me lo puedo permitir sin pedirlo a plazos, y de hecho fíjate que me permití el lujo de comprarlo, probarlo por pura curiosidad de si realmente vale la pena y concluir que es una fruta cosa/no convencerme/no me hace falta y venderlo rápido y malamente en wallapop (en verdad no, solo perdí 50€ roto2 )

Solo se meten con el que pueden. Son unos cosas.
 
Gracias una vez más por decirnos que votas a Pedro.

Y gracias una vez más por mostrar ése repruebo al que te paga la pensión.

En el infierno, Satanás tiene un sillón reservado al lado de él

Se te ha olvidao decir “rebota rebota y en tu ojo ciego explota”


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Eres un puñetero SÁDICO, dolido gañán.

Llevo leyéndote todo el puñetero hilo y tienes pinta de que te va el sadomaso, y de que si pudieras, propinarías latigazos a los chavales. ***.

Háztelo mirar.

Otro flojeras que criará hijes con síndrome de emperador.

No he dado un latigazo inmerecido en la vida, no tengo que mirarme nada. Y lo más importante, no debo nada a las generaciones de paniaguados que de momento han sido receptores netos de impuestos.
 
Blandenguería everywhere. Es el sino de nuestro tiempo...

Un buen jefe se hace respetar. Cuando das una órden, dicha órden ha de cumplirse sí o sí.


No claudiques 1 vez o te tomarán por el pito del sereno para siempre. Mejor dejar todo claro desde un principio.

No hace falta ponerse a pegar gritos, pero sí que se te vea una actitud corporal fuerte y decidida. En tu equipo se hace lo que tú quieras que se haga, y quien toque los narices tendrá problemas.

Desgraciadamente hoy día liarse a palos no está bien visto, pero hay otras opciones.

Coges al que más chulito se te ponga y le pones de patitas en la calle. Si no tienes capacidad de despedir a alguien, se lo trasladas a tu inmediatamente superior y que sea él quien le eche.

De mientras le pones en las PEORES tareas y no le sacas de ahí. Que se vea públicamente que quien toca los narices es castigado.

Con el resto nada de colegueos, pero sí premiar a quien mejor te rinda y más colaborativo se le vea.

Recuerda el estilo mafioso de los Corleone: protege a tus amigos con el mismo coraje que destruyes a tus enemigos.
 
Blandenguería everywhere. Es el sino de nuestro tiempo...

Un buen jefe se hace respetar. Cuando das una órden, dicha órden ha de cumplirse sí o sí.

No claudiques 1 vez o te tomarán por el pito del sereno para siempre. Mejor dejar todo claro desde un principio.

No hace falta ponerse a pegar gritos, pero sí que se te vea una actitud corporal fuerte y decidida. En tu equipo se hace lo que tú quieras que se haga, y quien toque los narices tendrá problemas.

Desgraciadamente hoy día liarse a palos no está bien visto, pero hay otras opciones.

Coges al que más chulito se te ponga y le pones de patitas en la calle. Si no tienes capacidad de despedir a alguien, se lo trasladas a tu inmediatamente superior y que sea él quien le eche.

De mientras le pones en las PEORES tareas y no le sacas de ahí. Que se vea públicamente que quien toca los narices es castigado.

Con el resto nada de colegueos, pero sí premiar a quien mejor te rinda y más colaborativo se le vea.

Recuerda el estilo mafioso de los Corleone: protege a tus amigos con el mismo coraje que destruyes a tus enemigos.

Lastima que como no tienen ni idea y el español se mueve en base a lo que solo le interese, se premie a trepas y sarama que aunque sean válidos, destruyen equipos. Tu ejemplo es el del típico que considera chulito al que no traga ni pelotea y solo quiere hacer su trabajo pero no es alguien dolido. Al chulo, al jeta y vago pero que sabe defenderse, a ese no se le toca.

De esto se puede hablar mucho y mira, me da igual alguien válido pero con malas artes. Para un jefe puede valer, para mí no. Solución, irse cuanto antes de una cosa de sitio así. Si no puedes irte, hacer lo mínimo, estar de baja, hacer las cosas mal. Repito, gente válida pero con malas artes que se la metan por el ojo ciego.
 
Blandenguería everywhere. Es el sino de nuestro tiempo...

Un buen jefe se hace respetar. Cuando das una órden, dicha órden ha de cumplirse sí o sí.

No claudiques 1 vez o te tomarán por el pito del sereno para siempre. Mejor dejar todo claro desde un principio.

No hace falta ponerse a pegar gritos, pero sí que se te vea una actitud corporal fuerte y decidida. En tu equipo se hace lo que tú quieras que se haga, y quien toque los narices tendrá problemas.

Desgraciadamente hoy día liarse a palos no está bien visto, pero hay otras opciones.

Coges al que más chulito se te ponga y le pones de patitas en la calle. Si no tienes capacidad de despedir a alguien, se lo trasladas a tu inmediatamente superior y que sea él quien le eche.

De mientras le pones en las PEORES tareas y no le sacas de ahí. Que se vea públicamente que quien toca los narices es castigado.

Con el resto nada de colegueos, pero sí premiar a quien mejor te rinda y más colaborativo se le vea.

Recuerda el estilo mafioso de los Corleone: protege a tus amigos con el mismo coraje que destruyes a tus enemigos.

Así es caballero, mucho blandengue y pocos hombres. Y encima si sueltas una ostra a algún gandul, te miran mal y te denuncian, y te tienes que aguantar despidiendoles.
 
Blandenguería everywhere. Es el sino de nuestro tiempo...

Un buen jefe se hace respetar. Cuando das una órden, dicha órden ha de cumplirse sí o sí.

No claudiques 1 vez o te tomarán por el pito del sereno para siempre. Mejor dejar todo claro desde un principio.

No hace falta ponerse a pegar gritos, pero sí que se te vea una actitud corporal fuerte y decidida. En tu equipo se hace lo que tú quieras que se haga, y quien toque los narices tendrá problemas.

Desgraciadamente hoy día liarse a palos no está bien visto, pero hay otras opciones.

Coges al que más chulito se te ponga y le pones de patitas en la calle. Si no tienes capacidad de despedir a alguien, se lo trasladas a tu inmediatamente superior y que sea él quien le eche.

De mientras le pones en las PEORES tareas y no le sacas de ahí. Que se vea públicamente que quien toca los narices es castigado.

Con el resto nada de colegueos, pero sí premiar a quien mejor te rinda y más colaborativo se le vea.

Recuerda el estilo mafioso de los Corleone: protege a tus amigos con el mismo coraje que destruyes a tus enemigos.
Me cuenta mi padre, de algún encargado que se lió a palos con un trabajador, y le despidieron al encargaducho por listo.

El problema a veces es que el más chulito es un enchufadete (esto es España) y el inmediato superior no se atreve o no quiere despedirlo, ahí tenemos el lío. Y le puedes poner las peores tareas, otra cuestión la diligencia con las que los haga.
 
Las siguientes bastardillas son mias, y alguna la rebastardizo:

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Pero lo que se presenta como un caso de estrés o ansiedad tiene mucho que ver con un jefe cabrón o el trabajo cotidiano en un lóbrego sótano.
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La presión al rendimiento y la competitividad nos hace vibrar. La demanda de hipercomunicación e hiperexpresividad encuentra en nosotros un eco. El mandato de productividad se apoya en nuestros ideales de perfección y de control, en nuestros ideales del yo. Por eso también hay gente con buenos salarios que sufre psíquica y anímicamente, como analiza David Graeber en su Trabajos de cosa.
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Nosotros mismos, cuando nos identificamos íntimamente con el capital, obedecemos también esa lógica de siempre-más. Y nuestro propio cuerpo aparece entonces como una zona de sacrificio. Sacrificio de los vínculos y los afectos, de la satisfacción y la felicidad, del reposo y el descanso en la persecución insensata del beneficio, la exigencia y la autoexigencia, la culpa y la deuda.
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mediante la movilización total, la optimización y la maximización, la gestión empresarial de uno mismo y la marca personal. Una renuncia al cuerpo –a sus inclinaciones, ritmos y altibajos propios– ya no por represión y negación, sino por aceleración y autosuperación permanente.
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Nosotros mismos, cuando nos identificamos íntimamente con el capital, obedecemos también esa lógica de siempre-más. Y nuestro propio cuerpo aparece entonces como una zona de sacrificio. Sacrificio de los vínculos y los afectos, de la satisfacción y la felicidad, del reposo y el descanso en la persecución insensata del beneficio, la exigencia y la autoexigencia, la culpa y la deuda.

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mediante la movilización total, la optimización y la maximización, la gestión empresarial de uno mismo y la marca personal. Una renuncia al cuerpo –a sus inclinaciones, ritmos y altibajos propios– ya no por represión y negación, sino por aceleración y autosuperación permanente.
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Desatar el nudo de la productividad depende de la mejora de las condiciones objetivas: salarios e ingresos, condiciones y espacios de trabajo, tiempo y recursos. Pero también depende de una mutación del deseo. Primero un desasimiento del mandato de rendimiento, luego la instauración de otra relación con el mundo, una nueva experiencia de vida.




El cuerpo como zona de sacrificio; economía política y libidinal del malestar
La medicalización de la sociedad terapéutica tapona los interrogantes. Tapona el pensamiento. Tapona la acción. Es el “como si nada” de las autoridades universitarias frente al caso de suicidio, pero con otro lenguaje

Amador Fernández-Savater 9/03/2024

La verdadera catástrofe es que todo siga igual.

(Walter Benjamin)​

Una chica se arroja al vacío desde la duodécima planta de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. El decanato decide continuar las clases como si nada, aconsejado supuestamente por un equipo de psicólogos. Se diserta y se toman apuntes mientras levantan el cuerpo de la chica. Sus compañeros y otros estudiantes protestan, logran interrumpir el silencio.

¿A quién se le ocurre que lo mejor, cuando sucede algo así, es reproducir la normalidad y no hablar? Negar la palabra, el intercambio de palabras, precisamente lo único que puede curar algo, como sabemos desde Freud. Esa chica decidió quitarse la vida a primera hora de la mañana en el lugar donde estudiaba, ¿acaso no hay nada que pensar al respecto? Seguir igual es no responder de ninguna manera a su gesto. No acogerlo de ningún modo. Reducirla a la nada por segunda vez.

La Facultad de Geografía e Historia fue la mía durante muchos años como estudiante, pero no recuerdo nada parecido. Los tiempos han cambiado mucho desde entonces, a la vez veloz e imperceptiblemente. La presión neoliberal al rendimiento ha transformado nuestras sociedades en profundidad. Los adolescentes y los jóvenes hablan hoy de síntomas, medicaciones y terapias con total soltura, como en otros tiempos hablábamos de porros, motos y chupas.

La normalidad no es ningún refugio que haya que proteger, sino justamente el nido de la serpiente
La normalidad no es ningún refugio que haya que proteger, sino justamente el nido de la serpiente. Lo que hay que interrogar y pensar radicalmente. Desgraciadamente, el “negacionismo” de todo lo disruptivo, de las señales de daño psíquico, social o ambiental, no sólo es un atributo de la extrema derecha, sino transversal a todas las ideologías políticas. Una cuestión de sensibilidad, no de ideas.


¿Aprenderemos a ver y leer esas señales? ¿A detener el maldito “como si nada” de la normalidad mortífera para pensarlas juntos y hacernos cargo?

Economía política del malestar

Necesitamos cambiar el mundo, no que nos mediquen para soportarlo.

(Pintada)​

Los llamados problemas de salud mental atravesaron con la esa época en el 2020 de la que yo le hablo la barrera del sonido y empezaron a ser audibles públicamente en sociedad. Durante muchos años, distintos autores, grupos y movimientos pensaron la extensión del malestar psíquico y anímico paralela a la transformación neoliberal del mundo, dando así la voz de alarma. Ahora se ha creado un nuevo cargo en el Ministerio de Sanidad, el Comisionado de Salud Mental, con el objetivo de “rebajar el sufrimiento en la sociedad”.

Las declaraciones de Belén González, la primera comisionada, impresionan. Por lo que señala y por su análisis. Allí donde sólo se ven problemas de salud mental, ella invita a pensar una cuestión política y social. Es un desplazamiento decisivo de la mirada. Lo que se etiqueta como malestar psíquico está relacionado con la precarización de la vivienda y el trabajo, de los vínculos y los afectos, de la misma existencia.

Lo que se etiqueta como malestar psíquico está relacionado con la precarización de la vivienda y el trabajo, de los vínculos y los afectos, de la misma existencia
El lazo con el otro está frágil o deshecho, las comunidades barriales o laborales apenas existen. Sin colectividad ninguna a la que acudir, se va al médico. El malestar habla el lenguaje de la salud mental porque es la única vía legitimada para expresarse, conseguir una baja laboral, ser escuchado y tenido en cuenta. Pero lo que se presenta como un caso de estrés o ansiedad tiene mucho que ver con un jefe cabrón o el trabajo cotidiano en un lóbrego sótano.

El problema es que el lenguaje médico individualiza y despolitiza lo que es común y colectivo. Trata de resolver por la vía del diagnóstico y la medicación lo que requeriría una transformación social de las estructuras sociales. Tapona la escucha singular del malestar (y el tratamiento específico) a través de categorías y soluciones a priori.

El malestar no es algo que deba ser “curado” a toda prisa y de cualquier modo, sino en primer lugar interrogado
El malestar no es algo que deba ser “curado” a toda prisa y de cualquier modo, sino en primer lugar interrogado. No se trata simplemente de contenerlo o aliviarlo, sino de escucharlo y acompañarlo. Porque el malestar habla, nos habla, nos está hablando de la necesidad de cambiar las condiciones de vida. Es la señal de que algo no anda bien en la organización de la vida colectiva.

“No es depresión, sino deserción” dice Franco Berardi (Bifo). Lo que se clasifica como problema de salud mental es una protesta silenciosa contra el estado de las cosas. No estamos deprimidos, sino en huelga. Una huelga de nuevo tipo, existencial, humana, que aún no encuentra su forma política, su modo de compartirse.

La medicalización de la sociedad terapéutica tapona la pregunta. Tapona el pensamiento. Tapona la acción. Es el “como si nada” de las autoridades universitarias frente al caso de suicidio pero con otro lenguaje.

Economía libidinal del malestar

¿Qué tenemos que curar? No lo sé con precisión, pero al menos esto

en primer término: la enfermedad de querer curar.


(Jean-François Lyotard)​

Los planteamientos de Belén González, que retoman otros como los que Guillermo Rendueles lleva exponiendo hace décadas, me parecen impecables en términos de “economía política”: la precarización, la explotación y la atomización social resultante como causas objetivas del sufrimiento.

Propongo ahora complementar este enfoque con un análisis “en economía libidinal”. ¿Qué significa esto? Pensar la dimensión deseante, psíquica y anímica de nuestra sociedad. Preguntarnos por la relación entre capitalismo y deseo. Las causas subjetivas del malestar.

El malestar tiene también que ver con una relación con el mundo. Con la interiorización de las lógicas de rendimiento y competitividad
¿Cómo aparecen las cosas, cómo experimentamos la vida, qué nos hace vibrar? El malestar tiene también que ver con una relación con el mundo. Con la interiorización de las lógicas de rendimiento y competitividad. No sólo somos víctimas pasivas o inocentes de la vida-mercado, sino también sus agentes activos y entusiastas incluso.

Hoy el mandato de productividad pasa adentro. ¿Adentro de qué? De nosotros mismos. Cada cual reproduce el sistema que nos daña al tomarse a sí mismo como capital humano que gestionar: capital-cuerpo, capital-erótico, capital-imagen, capital-visibilidad, capital-relaciones, capital-contactos, capital-proyectos, capital-ideas, capital-salud y capital-capacidades.

La presión al rendimiento y la competitividad nos hace vibrar. La demanda de hipercomunicación e hiperexpresividad encuentra en nosotros un eco. El mandato de productividad se apoya en nuestros ideales de perfección y de control, en nuestros ideales del yo. Por eso también hay gente con buenos salarios que sufre psíquica y anímicamente, como analiza David Graeber en su Trabajos de cosa.

En esta lógica autónoma, los territorios, los recursos y las poblaciones aparecen como inmensas zonas de sacrificio
El movimiento del capital, según lo analiza Marx, busca siempre la expansión: siempre más productividad, rendimiento y competitividad, independientemente del bienestar, la satisfacción y la felicidad de los sujetos. En esta lógica autónoma, los territorios, los recursos y las poblaciones aparecen como inmensas zonas de sacrificio. Zonas a devastar y consumir a mayor gloria del imperativo insaciable de la ganancia.

Nosotros mismos, cuando nos identificamos íntimamente con el capital, obedecemos también esa lógica de siempre-más. Y nuestro propio cuerpo aparece entonces como una zona de sacrificio. Sacrificio de los vínculos y los afectos, de la satisfacción y la felicidad, del reposo y el descanso en la persecución insensata del beneficio, la exigencia y la autoexigencia, la culpa y la deuda.

Nuestros padres y abuelos sacrificaron el cuerpo a través de la represión disciplinadora y autoritaria. Hoy lo hacemos mediante la movilización total, la optimización y la maximización, la gestión empresarial de uno mismo y la marca personal. Una renuncia al cuerpo –a sus inclinaciones, ritmos y altibajos propios– ya no por represión y negación, sino por aceleración y autosuperación permanente. El gimnasio acristalado como nuevo altar público de la lógica sacrificial.

El consumo –el único goce que se conoce– es la compensación de una vida amputada, sin proyecto ni sentido propios, sometida al deseo del Otro
Es ridículo considerar a nuestra sociedad como “hedonista” cuando desconoce absolutamente el placer como gratificación y recompensa que se basta a sí misma. El consumo –el único goce que se conoce– es la compensación de una vida amputada, sin proyecto ni sentido propios, sometida al deseo del Otro, al imperativo de rendimiento y competitividad. Una compensación que, como sabemos bien por experiencia, no calma, aplaca o sacia nada. La insatisfacción es estructural. Un pozo sin fondo.

Politizar el malestar

Para acabar con la masacre del cuerpo

(Félix Guattari)​

¿Cómo aflojar el nudo de la productividad? ¿Cómo dejamos de identificarnos y vibrar con los imperativos de siempre-más? ¿Cómo salir de la lógica del sacrificio?

Desatar el nudo de la productividad depende de la mejora de las condiciones objetivas: salarios e ingresos, condiciones y espacios de trabajo, tiempo y recursos. Pero también depende de una mutación del deseo. Primero un desasimiento del mandato de rendimiento, luego la instauración de otra relación con el mundo, una nueva experiencia de vida.

Habría que volver a pensar a Marx con Freud, a Freud con Marx, reanudar el diálogo entre política y psicoanálisis. Sin Marx, sin crítica de la economía política y luchas sociales, el psicoanálisis se vuelve adaptativo: minimización de daños mediante el aprendizaje personal de otra relación con el mundo. Sin Freud, sin crítica de la economía libidinal y luchas de deseo, la política acaba prescindiendo de los sujetos y retornando al punto de partida, incapaz de cambio cualitativo.

Politizar el malestar es una bella consigna pero un camino difícil. El malestar es a la vez íntimo y común
Politizar el malestar es una bella consigna pero un camino difícil. El malestar es a la vez íntimo y común. La presión al rendimiento se inscribe en cada cuerpo de manera diferente, dependiendo de su historia particular, de su biografía psíquica, de sus heridas y cicatrices personales. La “clase” de los sintomáticos no existirá nunca como bloque homogéneo e identitario, sólo como trama compleja de cuerpos y voces singulares. Una conversación entre diferentes, una configuración de únicos, una banda de solistas.

Freud llamaba “sublimación” al saber-hacer con los malestares íntimos. En lugar de padecer el sufrimiento de forma aislada, ser capaz de elaborar a partir de él algo común y compartido (una obra de arte por ejemplo). Pero se equivocaba al atribuir esa facultad únicamente a algunos artistas geniales. Cualquiera puede, y también en colectivo. Es posible pensar la politización del malestar como un trabajo de sublimación a la vez íntimo y común: salir del padecimiento individual, encontrarse y elaborar el malestar como energía de transformación.

Politizar el malestar empieza por una pregunta: ¿Qué (nos) está pasando? Una pregunta que interrumpe los automatismos, en primer lugar el automatismo del silencio, la normalidad donde anida el mandato de productividad y competencia. Y prosigue con una conversación, un espacio-tiempo de elaboración colectiva desde lo más singular y lo más propio, desde el cuerpo y la vida dañados. Para leer juntos las señales y hacernos cargo.
 
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No pussy????


Soooooo

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