Casi siempre me he podido aguantar, de pequeño me cagué una vez encima porque se estropeó el bus del cole y me rompió todos los esquemas.
Pero he presenciado varios episodios de colegas que no han podido aguantar:
Uno se cagó por la pata abajo estando de vacaciones en la playa. Echó a correr en chanclas y en bañador hacia el apartamento pero la diarréa le resbalaba por los muslos y las pantorrillas y al llegar a las chanclas, como iba corriendo, actuában de catapulta e iban lanzándo los pegotes de vuelta hacia arriba en parábola...estrellándosele chop chop en la espalda, nuca, coronilla y salpicándo a otros veraneantes.
Casi tiene que venir la policía.
Cuando llegó al apartamento tenía la espalda como un piloto de motocross, ya había descargado prácticamente todo el tema, pero en aquellos apartamentos las escaleras no tenían ventilación, así que con el caloret se quedó la peste unos días...salíamos a la playa con la nariz tapada, y los vecinos estaban horrorizados.
Algo parecido me pasó la primera semana trabajando en Francia, hace ya más de diez años.
No sé por qué, pero estuve una semana sin poder hacer mis necesidades. Yo pensaba que iba a explotar pero lo intentaba y no podía. A pesar de ir a la farmacia y de supositorios de glicerina y de todo. No sé si fue el cambio de agua, si un bichito o qué me pasaba.
El caso es que un domingo por la tarde sentí que la progenitora Naturaleza había dicho que hasta aquí llegábamos, y que había que soltar lastre como fuera. Estaba aparcando justo en la puerta del apartamento, que era un cuarto piso, y noté como todo mi interior empezaba a moverse sin freno alguno.
Subí las escaleras corriendo, pero no conseguí llegar. A pesar de todo, con la máxima dignidad posible y sin decir nada a los trabajadores con los que vivía, me metí en el baño. Me quité los pantalones y los calzondillos y los metí en una bolsa para tirarlos porque no tenían salvación posible, y me senté tranquilamente a dejar que la naturaleza terminara.
Cada vez que pensaba que había terminado, me levantaba y tiraba de la cadena, para inmediatamente exclamar: "Uy, no", y volver a sentarme, así ocho o nueve veces.
Cuando ya por fín conseguí terminar, después de media hora, mire el inodoro. Aquello tenía kilos de cosa de todos los colores, formas, tamaños y texturas. Había hasta granos de maiz sin digerir. Yo tirando de la cadena y aquello no se iba y cada vez se llenaba más. Y como no sabía qué hacer, no se me ocurrió otra cosa que coger el cubo de la fregona, llenarlo de agua en la bañera y arrojarlo por el inodoro, pensando que así haría más fuerza y empezaría a colar.
Craso error el mío. Descubrí que la cosa flota, y el inodoro se desbordó. Dios mío, como se quedó el baño.