Tal y como lo entiendo, el problema del mal no es perdonar el pecado, sino el pecador irredento. En el contexto de la eternidad los pecados de esta vida no son nada que no se pueda solucionar. Sin embargo, el que escoge seguir haciendo el mal no tiene lugar junto al resto. El pecado no es llamado pecado de manera arbitraria: introduce el sufrimiento en la Creación, un mal que otros habrán de padecer en un grado u otro. Quién sabe si Judas se arrepintió (EDITO: desconozco el grado de certeza de la Iglesia al respecto), pero la cuestión es si hay personas con la determinación de no hacerlo. Por muy grande que sea el pecado, si hay arrepentimiento se puede cambiar (con la ayuda de Dios), aunque suponga pasar un tiempo de purificación en el Purgatorio. Si no hay deseo de cambiar no hay nada que hacer porque Dios, al contrario que muchos gobernantes humanos, respeta la libertad que nos ha dado. Hoy día muchos pastores, gobernantes, intelectuales y comunicadores precisamente enseñan que es admisible hacer el mal a pesar de las consecuencias que tenga para otros (porque todos los actos tienen consecuencias, aunque sean por omisión).
Las Escrituras son muy claras. Jesucristo vino a ofrecer una última oportunidad a la humanidad. Por una parte cargó con el castigo por el pecado original, y por otra nos ofrece el Espíritu Santo para permitirnos superar la inclinación natural al mal. Es la última oportunidad, no se puede hacer más para librarnos del mal que ofrecernos la posibilidad de hacerlo si queremos. Tras esto, el Juicio para separar a los que pueden convivir en armonía de los que introducen con sus actos el mal en su entorno. Dios es más bueno que cualquiera de nosotros y abre la mano tanto como sea posible, pero también es más justo que cualquiera de nosotros, y lleva a cada uno al lugar que ha escogido.