Puede afirmarse que el desmantelamiento de la impresionante flota que había protagonizado las expediciones de las primeras décadas del siglo XV sentó las bases de lo que sería uno de los mayores quebraderos de cabeza a los que se enfrentó la administración de los Ming: la actividad de los llamados “piratas japoneses” en las costas chinas que alcanzaría su zénit a mediados del siglo XVI. La propia actitud de las autoridades, normalmente restrictivas y excesivamente controladoras en las transacciones comerciales así como el deterioro económico general del país durante el siglo XVI llevaría a chinos de toda condición (particulares, comerciantes e incluso funcionarios) a participar en actividades de contrabando y pillaje en abierto desafío a sus propios gobernantes, contribuyendo así al desprestigio cada vez mayor de la dinastía.
Ilustración de lingote de plata empleado como forma de pago en China, de aproximadamente 30 gr. de peso (Early World Coins, R. Tye).
Económicamente el siglo XVI chino presenta luces y sombras. Por un lado, se experimentó un considerable aumento de la población (llegando a aproximadamente 100 millones de habitantes a finales de siglo) gracias a las medidas puestas en marcha por los primeros soberanos de la dinastía Ming, concretamente en el terreno agrícola. Es una época en que a los cereales tradicionalmente cultivados (arroz, sorgo y mijo) se unieron cultivos de tipo industrial (algodón, tabaco, té) y las nuevas plantas traídas del continente americano como la batata o el cacahuete. Industrias como el textil o la porcelana conocieron un momento de auge y los comerciantes supieron en muchos casos burlar las restricciones estatales al comercio exterior. No obstante, durante esta etapa China volvió a caer en antiguos vicios que mermarían considerablemente su crecimiento. En la corte el poder de los eunucos, más interesados en su propia posición que en asuntos de estado, fue acrecentándose mientras se disparaban sin control los gastos suntuarios. Las tierras bajo la propiedad de los nobles crecieron en detrimento de los campesinos, con la desventaja añadida de que los que poseían tierras veían aumentadas sus cargas tributarias. Los gastos militares aumentaron también considerablemente para hacer frente a la amenaza mongola en el norte y a las actividades de piratería en las costas, sin que ello se tradujera en avances significativos. Y al mismo tiempo, los europeos fueron tomando posiciones progresivamente en la esfera de influencia china en el Océano Índico y el Sureste Asiático: los portugueses obtuvieron permiso para establecerse en Macao en 1557, los españoles se asentaron en Filipinas en 1564-65, mientras los holandeses llegaban a las costas de Taiwan en 1624 y los ingleses a Cantón en 1637.
La moneda china durante los siglos XV- XVI
Como se ha indicado más arriba, a partir de 1435 no fue necesaria la emisión de moneda de cobre en China, y ésta no se retomaría hasta 1503, y de forma muy discontinua durante todo el siglo XVI. Lo cierto es que durante este periodo fueron los lingotes de plata los que se impusieron no solo frente a las piezas de cobre sino también frente al papel moneda, cada vez más desprestigiado. Al igual que en épocas anteriores el empleo del billete degeneró en rápidas devaluaciones y una general pérdida de confianza por parte de sus usuarios. Si al principio de la dinastía Ming el valor del billete había quedado fijado en 1000 piezas de cobre y un
liang (36 grs.) de plata, pocos años más tarde valdría cuatro veces menos y en 1445 llegaría a costar mil veces menos que el
liang de plata. Con todo, los billetes seguirían circulando hasta 1573, pero su emisión se detendría a mediados del siglo XV y se reanudaría en muy contadas ocasiones. Tras la dinastía Ming los manchúes considerarían el papel moneda como sinónimo de mala administración económica, con lo que no volverían a verse billetes en China hasta mediados del siglo XIX. Con todo, los billetes Ming constituyen hoy en día el papel moneda más antiguo al que pueden acceder los coleccionistas de notafilia, si bien a precios normalmente muy elevados.
Billete de época Ming, c. 1375 (Standard Catalog of World Paper Money, G. S. Cuhaj).
Los lingotes de plata dominaron las transacciones comerciales y el pago de impuestos durante la mayor parte del periodo Ming. Su uso se comenzó a generalizar durante la segunda mitad del siglo XV, momento en que se empezaron a pagar en plata los tributos de las provincias y las tasas que eximían a determinados grupos de realizar trabajos obligatorios. La importancia de la plata aumentaría aún más en el siguiente siglo con la introducción de piezas de plata procedentes de América, una de las consecuencias de la creciente influencia española en Asia. De hecho, durante el siglo XVI se llevaron a cabo importantes reformas que tenían como fin la simplificación de las políticas fiscales pero en la práctica asumían el empleo generalizado de lingotes. El “método del latigazo único” consagraba la supremacía de la plata ya que establecía que casi todos los impuestos y tasas debían pagarse en este metal. Pese a que estas reformas trataban de evitar abusos terminaron introduciendo otros nuevos, pues por lo general los más desfavorecidos salían perdiendo al cambiar sus piezas de cobre por plata y muchos funcionarios impusieron arbitrarias “cargas de fundido” con la excusa de verificar la pureza de la plata.
Decadencia final y caída de los Ming
Pese a encontrarse en una situación de decadencia generalizada, China experimentó una cierta recuperación a finales del siglo XVI. Durante el reinado del emperador Wanli (1573-1619) su ministro Zhang Juzhong adoptó una serie de reformas encaminadas a recuperar el terreno perdido tratando de controlar los niveles de corrupción en la administración y realizando un nuevo censo de tierras tributables para incrementar los ingresos del estado. Al mismo tiempo, mejoró la navegación por el Gran Canal regulando los cursos de los ríos Huai y Amarillo y manteniendo sus diques de forma eficaz. No obstante, tras su fin en 1582 los eunucos volvieron a controlar los resortes del poder y estas reformas cayeron en el olvido.
Un ejército cada vez menos eficaz y en manos de mercenarios tuvo la responsabilidad de ocuparse de varios conflictos externos e internos en las últimas décadas de la dinastía. Dentro del país los Ming tuvieron que hacer frente a finales del siglo XVI a la secesión de la región de Ningxia en el curso superior del río Amarillo y a una rebelión organizada en Guizhou por las minorías étnicas de la zona. En el exterior, cabe destacar los enfrentamientos con los japoneses a propósito de la oleada turística de éstos de la península de Corea. Todos estos enfrentamientos se saldaron a favor de China, pero a un coste elevadísimo. Las únicas medidas que implementó la dinastía para compensar el déficit creado consistieron en el aumento de la presión fiscal sobre el campesinado, ya de por sí elevada, y el incremento en las tasas comerciales, que provocó la inmediata protesta de las empresas artesanales. El descontento social era tangible durante las primeras décadas del siglo XVII, y a partir de 1627 se sucedieron una serie de insurrecciones que terminarían con la dinastía en 1644, todo ello mientras los manchúes, sucesores de las tribus jürchen que fundaron la dinastía Jin en el norte de China durante el siglo XII, iban tomando posiciones a la espera de su definitiva caída.
Moneda chong zhen tong bao correspondiente al último emperador Ming (1628-44)
En efecto, la rebelión en la provincia de Shaanxi de 1627 por parte de sus tropas, a las que se debían innumerables atrasos y no llegaba avituallamiento, prendió la mecha de las insurrecciones por todo el país organizadas por sectores del ejército así como por diversos grupos afectados por la crisis económica y la mala administración, muy notablemente el campesinado. Pocos años más tarde, varias provincias se liberaron del control de Beijing y dos líderes (Li Zicheng y Zhang Xianzhong) se repartieron el control del norte y el sur de la zona rebelde respectivamente.
En 1644 Li Zicheng entró en Beijing mientras el último emperador Ming Chongzen se quitaba la vida. Aprovechando la confusión el general Wu Sangui al mando de las tropas del norte se alió con los manchúes para hacerse a su vez con el trono imperial y deshacerse de Li Zicheng, que huyó hacia el sur hasta ser capturado y muerto al año siguiente. Zhang Xianzhong, por su parte, murió en combate contra las tropas manchúes en 1646. Wu Sangui no consiguió su propósito de convertirse en emperador, aunque los nuevos señores de China le recompensaron con el gobierno de la provincia de Yunnan al sur del país, donde gobernó en muchos aspectos como un soberano independiente. Los focos de rebelión persistirían durante algún tiempo, pero los manchúes no tardarían en hacerse con el control total del antiguo imperio Ming.
La moneda en el tramo final de los Ming
Durante la era Wanli se retomó la emisión a gran escala de piezas de cobre, tratando de devolver a ésta una cierta continuidad. Sin embargo, esta emisión tuvo que enfrentarse a numerosos problemas desde el comienzo, como el alto precio del metal, la falta de trabajadores cualificados y las deficiencias en la distribución de moneda. Poco después del reinado del emperador Wanli se llevó a cabo un intento por emitir monedas por valor de 10 cash, aunque la idea fue abandonada al poco tiempo cuando las nuevas piezas vieron su peso sensiblemente disminuido. El asunto de la calidad en las emisiones Ming siempre fue una preocupación para las autoridades monetarias. Para hacernos una idea, a principios del siglo XVII la ceca de Nanjing dividía sus emisiones en cuatro categorías dependiendo de su calidad. Así, las de mayor calidad eran las
yang qian o “moneda del norte”, con el peso que les correspondían de 1
qian (alrededor de 3,5 grs.) y utilizadas para el pago del señoreaje en Beijing; en el escalón siguiente nos encontramos con las
feng qian, de un peso algo inferior y utilizadas para el pago de salarios oficiales; tras éstas, una moneda de tercera categoría destinada a la circulación general; y finalmente las
shang qian, de poco peso, mala calidad y gran fragilidad, no muy distintas a las monedas privadas que habían proliferado durante gran parte de la dinastía.
Moneda emitida por el rebelde Sun Kewang, sucesor de Zhang Xianzhong (1648-1657). El reverso muestra un valor de 5 li de plata, es decir, unos 0,2 gr. de este metal (Early World Coins, R. Tye).
La generalización de monedas de mala calidad así como de emisiones privadas a finales de la dinastía contribuyeron al desprestigio de la moneda de cobre, parejo al del propio poder imperial. Para completar este caótico escenario, debemos añadir las emisiones locales que los rebeldes Li Zicheng y Zhang Xianzhong y sus sucesores pusieron en marcha en los territorios bajo su control. Igualmente, miembros de la familia imperial que trataron de hacer efectivos sus derechos al trono emitieron monedas durante periodos más o menos breves de tiempo, como los príncipes Lu (entre 1644 y 1646), Fu (entre 1644 y 1645) y Yongming (entre 1646 y 1659). Muchas de estas monedas, no obstante, presentan una interesante peculiaridad. En sus reversos puede apreciarse su valor en plata (normalmente ínfimo), sin duda una manera de reforzar el circulante de cobre y luchar contra abusos otrora cometidos por las autoridades como las impopulares “cargas de fundido”.
Monedas correspondientes a Wu Sangui (izda. y centro) de 1674-78 y su sucesor Wu Shifan (dcha.) de 1679-81.
Décadas después de estos acontecimientos y una vez asentado el poder de los manchúes, una rebelión por parte de varios antiguos generales Ming (Wu Sangui el más notable de ellos) que habían sido relevados de sus responsabilidades de gobierno desestabilizó a la nueva dinastía durante el periodo comprendido entre 1673 y 1681. Los rebeldes emitieron su propia moneda, basada por lo general en el modelo final Ming, con valores de 1, 5 y 10 incluyendo en muchos casos la cantidad de plata equivalente. Se tratan pues de ejemplos póstumos de la moneda de una dinastía que, pese a su convulso final, marcó una época en muchos sentidos incomparable.