Aprendiendo sobre Ventas, imperio y sacar tajada.
A finales del XIX, el Imperio Español estaba en febril decadencia: la otrora inabarcable
Monarquía Universal se desangraba sin opción. A lo largo de aquel siglo había visto
como mermaba, a ojos vista, a una mínima expresión; apenas mantenía unas pocas
y dispersas propiedades en ultramar…. territorios también deseados por otras potencias,
y difíciles de sostener.
Tan calamitosa era la situación que, en 1885, el decadente Imperio -devenido potencia
de tercera división- se vio obligado a buscar mediación de León XIII. Y es que España
tenía un supuesto dominio, que no efectivo, sobre tierras del lejano Oriente y el Pacífico:
los emergentes Imperios británico y alemán, con intereses en la zona y hambrientos de
nuevos territorios, habían puesto sus ojos en dicho Imperio en descomposición.
La situación en la metrópoli tampoco iba demasiado bien: padecía una grave crisis jovenlandesal,
política y económica. Pese a ello, no escatimó para mantener la soberanía e integridad
de la patria, embarcándose en una de esas guerras llamada "justa". Un conflicto del todo
impopular entre las clases sociales más desfavorecidas, que arruinó aún más, si cabe, a
unos subditos desgastados por las numerosas luchas y la precaria economía.
Cuba fue la joya de la Corona, su posesión más preciada; sin embargo, terminó por
deshacerse de ella junto a Puerto Rico, Filipinas y la Isla de Guam por un lado, y las
Islas Carolinas, las Marianas y Palaos por otro. En un año dilapidó la escasa herencia
colonial que, tras quinientos años de dominio imperial, le quedaban en las Américas y
el Pacífico.
La Guerra de Cuba se libró en cuatro fases :1868-78, 1879-80, 1895-98 y el desastre del
98. Estados Unidos intervendrán en su tramo final, con la única apetencia, como luego
se demostró, de quedarse con las colonias. Imbuidos de la “doctrina política Monroe”
(1823), sintetizada en el pensamiento "América para los americanos", desde mediados
de siglo habían intentado de forma infructuosa comprar la isla en numerosas ocasiones
(1853, 1861, 1869 y 1897) estando dispuestos a pagar 120 millones de dólares por Cuba
y Puerto Rico.
El 25 de noviembre de 1897, en medio del conflicto y presionado por Estados Unidos,
el gobierno de Sagasta concedió la autonomía a Cuba y Puerto Rico. Sería el primer
estatuto de autonomía concedido por el Reino de España; pese a ello, la guerra por la
independencia continuó.
Y llegamos al Desastre de Cuba (1898): el hundimiento del acorazado “Maine” es
utilizado como “casus belli” por parte de Estados Unidos para tomar parte activa en
el conflicto. El 25 de abril se produce la declaración oficial de guerra -guerra hispano-
estadounidense-, y el 12 de agosto del mismo año el ejército colonial español se rinde
ante un combinado cubano-norteamericano.
En el caso filipino podemos calcar el proceso. Filipinas era una colonia próspera,
sin la conflictividad cubana, y lejos de las garras norteamericanas; o, al menos, eso
parecía…. Sin embargo, en 1896 se inicia un movimiento de liberación tagalo: la
respuesta española resultó desmedida, al acabar a José Rizal, defensor de las reformas
político-administrativas en la isla y de convertirla en una provincia española más.
Pese a la victoriosa ofensiva española del uno de enero de 1897 sobre los indepes
atrincherados en la isla de Luzón, ninguna de las partes conseguía imponerse. La
metrópoli entiende la necesidad de un cambio, y sustituye al general al mando por
Fernando Primo de Rivera, consiguiendo rubricar con los insurrectos el Pacto de
“Biak-na-Bató” el 14 de diciembre de 1897.
La cuestión parecía resuelta, pero España incumplió lo pactado. Con el inicio de la
guerra hispano-estadounidense la historia toma otro rumbo: la ayuda norteamericana
a filipinos y cubanos pondrá a España contra las cuerdas.
La Guerra de Cuba tuvo sus frentes de batalla en las Antillas españolas (Cuba
y Puerto Rico), por un lado, y el archipiélago filipino, por otro. Cuando la situación
se hizo insostenible y la pérdida territorial se hacía inevitable, España buscó una
salida. Como ocurriría mismamente con el Sahara español en 1975 (Acuerdo de
Madrid), por medio de tratados internacionales transfirió la titularidad de territorios
que tenía perdidos a cambio de un beneficio económico.
En el Tratado de París, de 10 de diciembre de 1898, España, viendo perdida la guerra,
firmó la paz, y transfirió a Estados Unidos sus posesiones en el Caribe (Cuba y Puerto
Rico) y el Pacífico (Filipinas e Isla de Guam) por veinte millones de pesetas: unas
propiedades que, en realidad, ya no controlaba.
Cuba, constituida en República, quedará en un estado de incertidumbre, bajo el control
americano, y con el firme compromiso de que, una vez formado un "gobierno estable",
se le concedería la independencia. Por su parte, el 12 de junio de 1898 Filipinas, al
declararse independiente, se había constituido en una República: Estados Unidos no
lo permitirá.
Para terminar, con el Tratado hispano-germano de 12 de febrero de 1899 España, ante
su incapacidad para defender los archipiélagos que posee en el Océano Pacífico, se
los transfiere al Imperio Alemán por veinticinco millones de pesetas de la época. Estos
territorios fueron aquellos por los que intercediera León XIII (Islas Marianas -excepto
Guam-, Palaos y las Carolinas) en el conflicto surgido en 1885 en la isla de Yap entre
España y Alemania.
Ante la inminente secesión catalana, actual joya de la Corona…. ¿venderá España
Cataluña a una potencia extranjera como premio de consolación? ¿O se enfrascará
en una guerra sin cuartel para defender la integridad de la Patria? Llegado el caso,
si se ve incapaz de mantener la titularidad por la fuerza, ¿buscará la mediación
internacional? ¿O se encomendará a la intermediación divina? .... La Historia nos dice
que cualquiera de las soluciones es factible.
El ADN del estado español tiene un marcado carácter imperialista y homogeneizador.
Pese a ello, todos sus esfuerzos han resultado vanos: no ha sabido -o no ha podido-
acomodar a las diferentes nacionalidades que lo componen, resultando por ello un
Estado fallido.
La pérdida de Cuba y las colonias marcó un antes y un después: supuso un drama
nacional, un desastre con mayúsculas que el Estado español jamás consiguió olvidar
ni cicatrizar del todo. El adiós de Cataluña quizás suponga el fin de España: un golpe
certero que rompa el país para siempre. Una catástrofe de tal magnitud que haga de
España una Atlántida.
Asier Fdez. de Truchuelo