HaCHa
Rojo cabrón, en tu ojo ciego es leyenda
Me contrató un empresaurio empanao, hará nueve meses. Suelo ir rodando de empleo en empleo por sitios donde me pagan bien, soy ingeniero industrial, arreglo cosas raras en las fábricas. La frutada es que cuando acabo me botan, sólo hago que empalmar contratos por obra.
Total, que me vine a un sitio de cosa porque aquí me ofrecían un empleo indefinido y ya tengo cierta edad. Me pusieron en producción y se tiraron tres meses formándome. Acto seguido se jubiló mi precedesor y a mí me renovaron fijo.
Total, que me pongo a llevar yo el asunto, me hago cargo de los historiales de incidencias y... Al cabo de otros tres meses más o menos voy tomando conciencia de que los marrones que te caen en este puesto son siempre los mismos. Se repiten patrones, que se atacan con pautas fijas, y también repetitivas.
Y la prevención de los marrones así como sus contingencias pues... también sigue un patrón.
Tres meses después he reemplazado mis funciones por un software.
Con dos narices.
En concreto, yo podría marcharme de aquí durante el 90% del tiempo de la jornada laboral, y dejar a cargo del tinglado a una aplicación en C que he escrito en el tiempo muerto que me dejan los incidentes.
Pero el colmo es que el invento, por matemáticas, hace mi trabajo mejor que yo: monitoriza sensores y se anticipa a los problemas mucho antes de que un humano pueda reconocer que se avecina un marrón, por mucha experiencia que tenga vigilando a la maquinaria. Todo gracias a un astuto manejo de las estadísticas de incidencias que el anterior jefe de planta compiló durante 35 años de ejercicio profesional. Sucede que justo antes de cada empastre aparecen unos síntomas, y que si se palian a tiempo, pues se endereza el rumbo. Y eso hace mi programa, de un modo un tanto chapucero, pero jorobar, lo hace.
Así las cosas, y aunque hay algunos costes de mantenimiento que han subido mucho, la planta ha dejado de pegarse sus dos palos diarias. Producimos como un reloj suizo. Cuatrocientos camiones, ha llenado mi programita, sin apenas fallar. El jefe dice que tengo una flor en el ojo ciego.
¿Qué shishis hago yo ahora con él?
Olérselo no se lo va a oler ensupu. Total, no se asoma por aquí más que un par de horas a la semana. Y es completamente lego en materia de informática. Creo que tampoco entiende ni por asomo lo que hace su propia fábrica. Papá fue quien la montó y yo soy quien la lleva.
Cuando cambiemos una de las máquinas de la cadena mecanizada pues tendré que volver a calibrar el algoritmo, muy cierto, y eso puede llevar meses de refactorización. Ajá. Pero es que miro la hoja técnica y... Me veo que no toca cambiar nada sensible en cincuenta meses.
¿Le digo a este tío que lo que necesita es un ingeniero y no un jefe de planta, lo ordeño a cambio de mi software, intento negociar con él?
Lo llevo pensando una semana y ni astuta de qué hacer.
Es todo un dilema.
Decidme qué pensais y $deity os lo pagará con muchos hijos, shurmanos.
Total, que me vine a un sitio de cosa porque aquí me ofrecían un empleo indefinido y ya tengo cierta edad. Me pusieron en producción y se tiraron tres meses formándome. Acto seguido se jubiló mi precedesor y a mí me renovaron fijo.
Total, que me pongo a llevar yo el asunto, me hago cargo de los historiales de incidencias y... Al cabo de otros tres meses más o menos voy tomando conciencia de que los marrones que te caen en este puesto son siempre los mismos. Se repiten patrones, que se atacan con pautas fijas, y también repetitivas.
Y la prevención de los marrones así como sus contingencias pues... también sigue un patrón.
Tres meses después he reemplazado mis funciones por un software.
Con dos narices.
En concreto, yo podría marcharme de aquí durante el 90% del tiempo de la jornada laboral, y dejar a cargo del tinglado a una aplicación en C que he escrito en el tiempo muerto que me dejan los incidentes.
Pero el colmo es que el invento, por matemáticas, hace mi trabajo mejor que yo: monitoriza sensores y se anticipa a los problemas mucho antes de que un humano pueda reconocer que se avecina un marrón, por mucha experiencia que tenga vigilando a la maquinaria. Todo gracias a un astuto manejo de las estadísticas de incidencias que el anterior jefe de planta compiló durante 35 años de ejercicio profesional. Sucede que justo antes de cada empastre aparecen unos síntomas, y que si se palian a tiempo, pues se endereza el rumbo. Y eso hace mi programa, de un modo un tanto chapucero, pero jorobar, lo hace.
Así las cosas, y aunque hay algunos costes de mantenimiento que han subido mucho, la planta ha dejado de pegarse sus dos palos diarias. Producimos como un reloj suizo. Cuatrocientos camiones, ha llenado mi programita, sin apenas fallar. El jefe dice que tengo una flor en el ojo ciego.
¿Qué shishis hago yo ahora con él?
Olérselo no se lo va a oler ensupu. Total, no se asoma por aquí más que un par de horas a la semana. Y es completamente lego en materia de informática. Creo que tampoco entiende ni por asomo lo que hace su propia fábrica. Papá fue quien la montó y yo soy quien la lleva.
Cuando cambiemos una de las máquinas de la cadena mecanizada pues tendré que volver a calibrar el algoritmo, muy cierto, y eso puede llevar meses de refactorización. Ajá. Pero es que miro la hoja técnica y... Me veo que no toca cambiar nada sensible en cincuenta meses.
¿Le digo a este tío que lo que necesita es un ingeniero y no un jefe de planta, lo ordeño a cambio de mi software, intento negociar con él?
Lo llevo pensando una semana y ni astuta de qué hacer.
Es todo un dilema.
Decidme qué pensais y $deity os lo pagará con muchos hijos, shurmanos.
