J
Josec
Guest
La tensión y la crispación han nacido del resentimiento y la estupidez
de unos gobernantes irresponsables o malintencionados.
FEDERICO
Menos en su obsesión contra la Corona, que no comparto en absoluto,
estoy con Federico Jiménez Losantos. Su voz y su pluma siempre han sido
libres. Su capacidad y formación intelectual están fuera de discusión.
Defiende su verdad, y lo hace con contundencia, sin complejos. Aunque muchos
no lo crean, tiene su ánimo más abrazado a la Literatura y la Poesía que a
la Política. Ahora le anuncian la muerte los mismos que le dispararon en una
pierna. Dice el gran Albert Boadella que Federico Jiménez Losantos defiende
sus ideas con la lógica de aquel a quien sus conciudadanos le han pegado un
tiro en la rodilla. Y añade: ¡Y no es nada comparado con lo que sería yo si
mis conciudadanos me pegan un tiro en las rodillas! Anda por ahí escribiendo
-y por ahí señalo a Cataluña- un individuo que pide su asesinato. No es el
primero que se dedica a ello. Recuerden a Vinader, y al deleznable Pepe Rey,
y a la interminable nómina de acusadores que han firmado en «Egin», en
«Gara» y en cuantas publicaciones han defendido a los terroristas. Lo malo
es que en el caso de Federico Jiménez Losantos se han sumado algunos
políticos. Esos dedos y esas voces que señalan desde la comodidad del Poder
son infinitamente más peligrosos. La consigna es clara. Hay que callar a
Federico, y también a Pedro Jota. Muchos iremos después. Primero se presiona
a la COPE y a los obispos. Si no da resultado el chantaje, se recurre a los
matones. Hay que callarlo por las buenas o por las malas. Por la expulsión o
por la explosión. ¿Por qué hay que dar de baja de la suscripción de la vida a Federico? Porque molesta, porque
son millones los oyentes y lectores que le siguen, porque no participa en
pactos cautelosos y acuerdos remunerados, porque ejerce un periodismo lejano
al de los sinvergüenzas -son multitud- que escriben y hablan al dictado del
Poder. Porque no está en «lobbys» ni recuerda deudas que pagar a nadie.
Porque siente un infinito respeto por su verdad y lo demuestra día tras día
con inteligencia y eficacia. Dicen que utiliza un lenguaje excesivamente
duro. ¿Quién establece la dureza en el lenguaje? Antes se amenazaba con la
censura. Ahora, los fascistas de los nacionalismos recurren a la benéfica
acción del exterminio. Federico no ha creado la tensión ni la dureza. La
tensión y la crispación han nacido del resentimiento y la estupidez de unos
gobernantes irresponsables o malintencionados, o simplemente ineptos, o
posiblemente traidores. No soportan la crítica. En Cataluña, de veinte años
para acá, no ha existido en el periodismo libertad de opinión ni de
expresión. Pacto de silencio y reparto de canonjías. Todo cerrado y acordado
en torno al ombligo. Y de golpe, la catarata, el aluvión de desacuerdos de
los periodistas libres de «Madrit» que invaden la competencia del pesebre. A
matarlos, empezando por Federico, el admirable y luchador Federico, el culto
y sabio Federico, con el que estoy en todo excepto en su obsesión contra la
Corona, esa última instancia que le amparará en el momento oportuno.
Alfonso USSÍA
de unos gobernantes irresponsables o malintencionados.
FEDERICO
Menos en su obsesión contra la Corona, que no comparto en absoluto,
estoy con Federico Jiménez Losantos. Su voz y su pluma siempre han sido
libres. Su capacidad y formación intelectual están fuera de discusión.
Defiende su verdad, y lo hace con contundencia, sin complejos. Aunque muchos
no lo crean, tiene su ánimo más abrazado a la Literatura y la Poesía que a
la Política. Ahora le anuncian la muerte los mismos que le dispararon en una
pierna. Dice el gran Albert Boadella que Federico Jiménez Losantos defiende
sus ideas con la lógica de aquel a quien sus conciudadanos le han pegado un
tiro en la rodilla. Y añade: ¡Y no es nada comparado con lo que sería yo si
mis conciudadanos me pegan un tiro en las rodillas! Anda por ahí escribiendo
-y por ahí señalo a Cataluña- un individuo que pide su asesinato. No es el
primero que se dedica a ello. Recuerden a Vinader, y al deleznable Pepe Rey,
y a la interminable nómina de acusadores que han firmado en «Egin», en
«Gara» y en cuantas publicaciones han defendido a los terroristas. Lo malo
es que en el caso de Federico Jiménez Losantos se han sumado algunos
políticos. Esos dedos y esas voces que señalan desde la comodidad del Poder
son infinitamente más peligrosos. La consigna es clara. Hay que callar a
Federico, y también a Pedro Jota. Muchos iremos después. Primero se presiona
a la COPE y a los obispos. Si no da resultado el chantaje, se recurre a los
matones. Hay que callarlo por las buenas o por las malas. Por la expulsión o
por la explosión. ¿Por qué hay que dar de baja de la suscripción de la vida a Federico? Porque molesta, porque
son millones los oyentes y lectores que le siguen, porque no participa en
pactos cautelosos y acuerdos remunerados, porque ejerce un periodismo lejano
al de los sinvergüenzas -son multitud- que escriben y hablan al dictado del
Poder. Porque no está en «lobbys» ni recuerda deudas que pagar a nadie.
Porque siente un infinito respeto por su verdad y lo demuestra día tras día
con inteligencia y eficacia. Dicen que utiliza un lenguaje excesivamente
duro. ¿Quién establece la dureza en el lenguaje? Antes se amenazaba con la
censura. Ahora, los fascistas de los nacionalismos recurren a la benéfica
acción del exterminio. Federico no ha creado la tensión ni la dureza. La
tensión y la crispación han nacido del resentimiento y la estupidez de unos
gobernantes irresponsables o malintencionados, o simplemente ineptos, o
posiblemente traidores. No soportan la crítica. En Cataluña, de veinte años
para acá, no ha existido en el periodismo libertad de opinión ni de
expresión. Pacto de silencio y reparto de canonjías. Todo cerrado y acordado
en torno al ombligo. Y de golpe, la catarata, el aluvión de desacuerdos de
los periodistas libres de «Madrit» que invaden la competencia del pesebre. A
matarlos, empezando por Federico, el admirable y luchador Federico, el culto
y sabio Federico, con el que estoy en todo excepto en su obsesión contra la
Corona, esa última instancia que le amparará en el momento oportuno.
Alfonso USSÍA