Hacia la Democracia Directa

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Democracia directa o participativa. ¿Es posible una mayor participación en la toma de decisiones políticas? ¿Puede el súbdito transformarse en ciudadano? ¿Podemos prescindir de los políticos y su sistema representativo y sustituirlo por una democracia directa, esto es sin “representantes”?

Técnicamente no hay ningún obstáculo. Es técnicamente viable poner en todos los cuartos de estar un cuadro de mandos de computadora con botones marcados “SI/NO”, o “De acuerdo/ en desacuerdo” etc. El problema no es este, el problema se refiere a un requisito ineludible de todo procedimiento de adopción de decisiones: alguien debe decidir qué preguntas y cómo se formulan las preguntas que se someterán al plebiscito de los ciudadanos. Por ejemplo, debe haber alguien que decida que se formulará la siguiente pregunta: “¿Desea usted que con dinero del contribuyente se ayude a los pobres banqueros que no llegan a fin de mes?” Aclaro que me permito una pregunta así de tendenciosa para subrayar su carácter paradigmático.

Esto nos indica que parece inevitable que haya algún órgano estatal que decida qué preguntas hacer. Difícilmente podrían los ciudadanos o grupos de ellos hacer la mayor parte de las preguntas necesarias en las sociedades complejas para que las respuestas constituyan una directriz clara al gobierno. Las preguntas tendrían que ser tan intrincadas como “¿qué porcentaje de desempleo aceptaría usted a fin de reducir la tasa de inflación en el X por ciento? ; “¿qué aumento de los tipos de ( IRPF, sociedades, indirectos, tasas etc) aceptaría usted a fin de aumentar en X el volumen de ( pensiones de vejez, sanidad, otros servicios sociales etc )

Además ese órgano estatal sería necesario para conciliar las demandas conflictivas, o el sistema se desintegraría. Hay casos en que se podría decidir por mayoría, pero hay casos en que la gente, la misma gente, exigiera una reducción del desempleo al mismo tiempo que una reducción de la inflación, o un aumento de los gastos estatales al mismo tiempo que una reducción de los impuestos. También hay preguntas que exigirían una reformulación reiterada. Por ejemplo todas las relativas a las energías y recursos de la sociedad, como el fomento de la continuación del crecimiento económico y demográfico o con el freno de estos, acerca de si lo sociedad debe fomentar actividades económicas y culturales o abstenerse de ello etc etc.

En fin, parece que debemos seguir utilizando algún tipo de democracia indirecta o representativa, con todos los males que ello conlleva, principalmente que a) los elegidos representan al jefe de partido que los colocó en la lista electoral, no a los electores; b)la falta de responsabilidad de los diputados ante sus electores; y c) la apatía, desinterés y falta de participación del electorado.

Por lo dicho hasta ahora podría concluirse que la democracia directa (participativa) es de muy difícil o imposible implantación. Pero esta conclusión sería precipitada. La democracia directa es perfectamente posible, si no en de forma total pues siempre habría de existir algún tipo de órgano representativo, de democracia indirecta, ello no quiere decir que debamos utilizar ésta de forma exclusiva. Los aludidos son problemas de índole técnica para los que se han propuesto diversas soluciones. La exposición de tales soluciones la dejo para otro comentario posterior. Lo que interesa ahora es analizar los requisitos que debe cumplir una sociedad para que pueda implantarse en ella la democracia directa.

Estos requisitos son, según Macpherson, dos: 1º- Que las personas pasen de verse a sí mismas y de actuar como consumidores a verse y actuar como personas que ejercitan sus propias capacidades y gozan con el ejercicio y el desarrollo de éstas. Esta ilmagen de uno mismo aporta consigo un sentimiento de comunidad que en el modelo actual es imposible. Un individuo puede consumir para sí mismo, o para indicar su superioridad respecto de otros, lo cual no fomenta el sentimiento de comunidad, mientras que el disfrute y el desarrollo de las propias capacidades se ha realizar conjuntamente con otros, en una relación de comunidad de algún tipo. 2º- El otro requisito previo es una gran reducción de la desigualdad social y económica actual, pues esa desigualdad requiere un sistema no participativo de partidos, un oligopolio de partidos o partitocracia que frene los efectos que el voto universal, en una sociedad dividida en clases, tendría sobre la propia supervivencia del sistema. El sistema partitocrático, no participativo y fomentador de la apatía es necesario para domesticar la democracia.

En este punto podríamos estar ante un círculo vicioso: estos dos requisitos son previos y necesarios de la democracia participativa, y, a su vez, alcanzar estos dos requisitos es poco probable si no existe una fuerte participación. ¿Hay alguna salida? Según Macpherson sí: hay que buscar puntos de ruptura de ese círculo vicioso. Cree haberlos encontrado en los siguientes fallos del círculo:
1-La gente sigue advirtiendo los beneficios del crecimiento económico, pero empiezan a ver algunos costos que no se habían calculado antes, tales los costos de contaminación. Las gentes adquieren conciencia de que son algo más que meros consumidores
2- Las gentes empiezan a darse cuenta que la no participación o la escasa participación por vias rutinarias permite que la concentración de poder empresarial domine nuestros barrios, nuestros empleos, nuestra seguridad y calidad de vida. Así, como ejemplo, el auge de movimientos y asociaciones de barrios formados para ejercer presión contra las operaciones de lo que cabe calificar de complejo comercial-político-urbanístico, que han tenido en algunos casos notorio éxito en contra de autopistas, especulación urbanística y deterioro del centro de las ciudades. Más importantes aun los movimientos en pro de la participación democrática en la formulación de decisiones en el lugar de trabajo
3-Las dudas cada vez mayores acerca de la capacidad del capitalismo para satisfacer las expectativas de los ciudadanos al tiempo que intensifica o perpetúa la desiguadad social.

Cada uno de estos puntos débiles del círculo vicioso contribuye al logro de las condiciones previas necesaria para la democracia directa o participativa, pues conducen a una reducción de la conciencia de consumo, a una reducción de la desigualdad de clase y a un aumento de la participación política. Las perspectivas de una sociedad realmente democrática no son totalmente sombrías.

Siento el tocho; y toda una hazaña para el que haya aguantado hasta el final.
 
Última edición por un moderador:
Veo en Facebook cómo algunos estudiantes de mi facultad se felicitan por el éxito de la manifestación de hoy y también cómo hacen recuento de jovenlandesatones y contusiones por los golpes que ha repartido la policía. El vídeo reproducido por Público no deja lugar a dudas sobre la proveniencia de la violencia; varios robocops patean en el suelo a un joven indefenso.

La imagen no es nueva; casi no se distingue de las que vimos en las manifestaciones por una vivienda digna en 2007, en las protestas contra la Guerra en 2003 o en tantas otras movilizaciones. Y tampoco será nuevo el resultado: impunidad para los agentes (varios con pasamontañas y todos sin el número profesional visible en el uniforme), detenciones, acusaciones de desordenes públicos, de resistencia a la autoridad (y quién sabe de qué más) y, probablemente, varias condenas con las declaraciones de los funcionarios de policía como única prueba.

Ayer volví a ver, después de muchos años, La noche de los lápices de Héctor Olivera, una película basada en hechos reales que da cuenta de cómo fueron detenidos, torturados y asesinados, durante la dictadura militar argentina, un grupo de estudiantes de secundaria por su militancia en el movimiento estudiantil. Alguien dirá que no se puede comparar las dictaduras con las democracias. Por el contrario, lo que tiene sentido comparar es precisamente las cosas que son distintas; sería absurda una comparación, pongamos por caso, de un bolígrafo bic azul con un bolígrafo bic azul.

Dictaduras y democracias comparten un cierto consenso social de veneración fetichista hacia la autoridad
El primer elemento que comparten dictaduras y democracias, como cualquier régimen político moderno, es que las tareas de policía están encomendadas a un cuerpo profesional de funcionarios. Quien tramita una denuncia es un funcionario, quien investiga un robo es un funcionario, quien da una patada en la cabeza a un joven en el suelo antes de detenerle es un funcionario, quien aplica la tortura como parte de un dispositivo procesal —ya lo dijo Eduardo Galeano— es sólo un funcionario. ¿Cuál es la diferencia entre unos y otros? Hay quien hablaría de convicciones y de conciencia y seguramente nos diría que los policías de las dictaduras son distintos a los de las democracias. Concederemos que quizá sí, hasta cierto punto, aunque la experiencia histórica española dice lo contrario y los estudios de Bauman (Modernidad y Holocausto) y de Arendt (Eichmann in Jerusalem) demuestran que la diferencia entre un funcionario de la democracia y uno de la dictadura está en la autoridad que le da las órdenes. Como sabemos, la "obediencia debida" ha sido la coartada universal de todos los funcionarios que por las paradojas del destino se han visto en el banquillo de los acusados (desde Núremberg a La Haya pasando por Buenos Aires).

La segunda característica que comparten dictaduras y democracias es un cierto consenso social de veneración fetichista hacia la autoridad. La retórica de la "lucha contra la subversión y el comunismo" sirvió para que una parte de los argentinos mirara hacia otro lado mientras su gobierno arrojaba al mar a 30.000 compatriotas. Pues bien, aquellos que criminalizan las protestas de los jóvenes y se escandalizan al ver un contendor cruzado en una calle o una pintada en un banco mientras el paro juvenil alcanza niveles históricos, al tiempo que callan ante los abusos policiales (cuando no los justifican abiertamente), representan el mismo tipo de materia social sobre la que se construyen las dictaduras y sus crímenes.

Cuando la policía del gobierno del talante responde con violencia a los jóvenes que en este país se han tomado en serio eso de la Democracia, los demócratas debemos, al menos, indignarnos. Se atribuye a Ulrike Meinhof haber dicho que los policías no eran seres humanos sino cerdos. Si efectivamente la malograda fundadora de la RAF dijo eso se equivocaba. Es difícil encontrar una institución más universal que la policía a la hora de representar todas las expresiones de la modernidad racional del género humano (virtudes y monstruosidades incluidas).

Sin embargo, tanto a los que toman las decisiones de reprimir como a los que miran hacia otro lado o las celebran, bien debemos llamárselo: ¡cerdos!


Opinión: Pablo Iglesias Turrión
 
Por ejemplo, debe haber alguien que decida que se formulará la siguiente pregunta: “¿Desea usted que con dinero del contribuyente se ayude a los pobres banqueros que no llegan a fin de mes?” Aclaro que me permito una pregunta así de tendenciosa para subrayar su carácter paradigmático.
Subestima usted la capacidad telemática de los ordenadores actuales y el ingenio de la gente.

Estoy seguro que se puede diseñar un sistema para lograr eso sin necesidad de "una autoridad definida".
Por ejemplo, imagine usted una especie de foro donde cada uno plantea su alternativa.
Miles y miles de alternativas.
Sin embargo, si hay miles de alternativas es porque hay miles de participantes.
Cuando usted propone algo, también tiene que valorar unas cuantas alternativas.
Al votar varias implica que el número de votos sobre cada propuesta es siempre significativamente mayor al número de propuestas.
Al votar con un número (cuanto gusta) se van ordenando los totales.
Poco a poco el número de propuestas se restringe, básicamente imagino que por asociación de los votantes.
Finalmente el espacio acaba restringiéndose hasta un número asumible, que puede pasar del grupo de "proposición" a la población para su votación.

Es lo que se me acaba de ocurrir, pero seguro que hay ideas mejores.
 
Veo en Facebook cómo algunos estudiantes de mi facultad se felicitan por el éxito de la manifestación de hoy y también cómo hacen recuento de jovenlandesatones y contusiones por los golpes que ha repartido la policía. El vídeo reproducido por Público no deja lugar a dudas sobre la proveniencia de la violencia; varios robocops patean en el suelo a un joven indefenso.

La imagen no es nueva; casi no se distingue de las que vimos en las manifestaciones por una vivienda digna en 2007, en las protestas contra la Guerra en 2003 o en tantas otras movilizaciones. Y tampoco será nuevo el resultado: impunidad para los agentes (varios con pasamontañas y todos sin el número profesional visible en el uniforme), detenciones, acusaciones de desordenes públicos, de resistencia a la autoridad (y quién sabe de qué más) y, probablemente, varias condenas con las declaraciones de los funcionarios de policía como única prueba.

Ayer volví a ver, después de muchos años, La noche de los lápices de Héctor Olivera, una película basada en hechos reales que da cuenta de cómo fueron detenidos, torturados y asesinados, durante la dictadura militar argentina, un grupo de estudiantes de secundaria por su militancia en el movimiento estudiantil. Alguien dirá que no se puede comparar las dictaduras con las democracias. Por el contrario, lo que tiene sentido comparar es precisamente las cosas que son distintas; sería absurda una comparación, pongamos por caso, de un bolígrafo bic azul con un bolígrafo bic azul.

Dictaduras y democracias comparten un cierto consenso social de veneración fetichista hacia la autoridad
El primer elemento que comparten dictaduras y democracias, como cualquier régimen político moderno, es que las tareas de policía están encomendadas a un cuerpo profesional de funcionarios. Quien tramita una denuncia es un funcionario, quien investiga un robo es un funcionario, quien da una patada en la cabeza a un joven en el suelo antes de detenerle es un funcionario, quien aplica la tortura como parte de un dispositivo procesal —ya lo dijo Eduardo Galeano— es sólo un funcionario. ¿Cuál es la diferencia entre unos y otros? Hay quien hablaría de convicciones y de conciencia y seguramente nos diría que los policías de las dictaduras son distintos a los de las democracias. Concederemos que quizá sí, hasta cierto punto, aunque la experiencia histórica española dice lo contrario y los estudios de Bauman (Modernidad y Holocausto) y de Arendt (Eichmann in Jerusalem) demuestran que la diferencia entre un funcionario de la democracia y uno de la dictadura está en la autoridad que le da las órdenes. Como sabemos, la "obediencia debida" ha sido la coartada universal de todos los funcionarios que por las paradojas del destino se han visto en el banquillo de los acusados (desde Núremberg a La Haya pasando por Buenos Aires).

La segunda característica que comparten dictaduras y democracias es un cierto consenso social de veneración fetichista hacia la autoridad. La retórica de la "lucha contra la subversión y el comunismo" sirvió para que una parte de los argentinos mirara hacia otro lado mientras su gobierno arrojaba al mar a 30.000 compatriotas. Pues bien, aquellos que criminalizan las protestas de los jóvenes y se escandalizan al ver un contendor cruzado en una calle o una pintada en un banco mientras el paro juvenil alcanza niveles históricos, al tiempo que callan ante los abusos policiales (cuando no los justifican abiertamente), representan el mismo tipo de materia social sobre la que se construyen las dictaduras y sus crímenes.

Cuando la policía del gobierno del talante responde con violencia a los jóvenes que en este país se han tomado en serio eso de la Democracia, los demócratas debemos, al menos, indignarnos. Se atribuye a Ulrike Meinhof haber dicho que los policías no eran seres humanos sino cerdos. Si efectivamente la malograda fundadora de la RAF dijo eso se equivocaba. Es difícil encontrar una institución más universal que la policía a la hora de representar todas las expresiones de la modernidad racional del género humano (virtudes y monstruosidades incluidas).

Sin embargo, tanto a los que toman las decisiones de reprimir como a los que miran hacia otro lado o las celebran, bien debemos llamárselo: ¡cerdos!


Opinión: Pablo Iglesias Turrión

El Poder es el Poder, sea en una (pseudo)democracia o en una dictadura. Y el Poder nunca es neutral. Uno te apaleará de "forma democrática"; el otro, menos hipocritamente, te apaleará porque para eso eres un dolido súbdito.
 
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