Por qué se suicida tanta gente?

en africa son mucho mas pobres que los suicidados españoles y no se suicida casi nadie. son felices con casi nada.
tener altas expectativas y no verlas cumplidas, mal de amores, etc ; igual le pedimos mucho a la vida.

con tener buena salud y cubiertas las necesidades basicas deberiamos ser felices.

Ya, pero aquí si no tienes dinero estás muerto y apartado de todo. Todo es a base de dinero. Si encima hay paro, divorcios, traición etc. etc. En África están todos igual y no hay esa competencia. Necesitan menos el dinero para todo. Claro que ahí a ver qué haces si no hay más que miseria.
 
yo no he estado en africa, pero imagino que tampoco sera tan idilico en lo emocional, tambien habra envidias y recelos.

Es gente más campechana.

Eso si , salvo Sudáfrica, el resto son negr@s, mulat@s o mor@s. Lo digo para los que tienen prejuicios con el/la diferente, África no es su lugar.
 

La sociedad actual, lo mismo que todas las formaciones totalitarias que niegan la libertad -la colectiva tanto como la individual-, se fundamenta en la noción de felicidad y en la exacerbación del pánico al dolor y al sufrimiento. Las utopías, que pergeñan sociedades infaustas, brindan un orden sin dolor, un milagrero paraíso en el que no existirá displacer ni pesadumbre ni padecimiento, en donde todo será regocijo, disfrute y satisfacción.

Una primera verdad experiencial aduce que el sufrimiento es parte constitutiva de la práctica humana y porción inerradicable del hecho de existir. Toda vida lleva en sí una porción de dolor, de la misma manera que contiene una fracción de deleite. Vivir integralmente es aceptar su totalidad, sin excluir ni amputar nada sustantivo, haciendo que el todo finito de lo humano se realice en el yo.

Quienes proponen una existencia sin dolor prometen lo irrealizable, además de lo indeseable. Ya los filósofos cínicos establecieron que “Quien teme al dolor teme lo que ha de suceder”. Aspirar a un sufrimiento cero es anhelar un modo de estar en el mundo que no es humano, por artificial, inauténtico y degradado, además de irreal. Cada cierto tiempo el dolor intenso e incluso avasallador visita a todo individuo, le zarandea y posee, y a diario los pequeños dolores, frustraciones, contratiempos y padecimientos son la inevitable compañía.

Aprender a vivir con el dolor es parte primordial del aprender a vivir. Por eso la pedagogía en curso, asfixiantemente hedonista, al negar a la infancia y juventud la experiencia del sufrimiento está haciendo sujetos escasamente aptos para la vida auténtica. El conocimiento práctico del padecer, en todas sus formas: displacer, angustia, frustración, decepción, fracaso, soledad, ansiedad, incertidumbre, temor, agobio, cansancio y dolor físico es parte de la educación integral de la persona. El niño deformado por la pedagogía contemporánea, sustentada en el espanto ante el dolor, será un ser insustancial e inmaduro, endeble y pasivo, asustadizo y sin libertad personal, destinado a padecer todas las formas de opresión y explotación, un ser nada sin épica ni acometividad ni fuerza interior ni virtud.

Quienes “venden” felicidad olvidan que la condición humana conoce momentos más o menos intensos y auténticos de felicidad pero nunca la felicidad como estado permanente. Esto es irrealizable, y el felicismo simplemente es estafar al público[1], aunque se comprende que lo haga con gran éxito en una sociedad como la actual que lleva el acto de sufrir en muchas de sus expresiones concretas a un nivel, extensión y grado pocas veces conocido. Dicho de otro modo, una sociedad multi-sufriente y un individuo variada y dolorosamente disminuido, mutilado, necesitan de la lúgubre fantasía de la felicidad total y perpetua como narcótico espiritual.

Quienes niegan el carácter natural del sufrimiento lo maximizan. Los apóstoles de la felicidad hacen al desventurado sujeto actual aún más desdichado, por más débil y quebrantado, puesto que le dejan confuso, paralizado, desarticulado, sin respuesta e inerme ante el hecho ineluctable del padecer. Por el contrario, la admisión del dolor como parte de la condición y el destino humano nos reconcilia con él, otorgándole sentido y haciéndole de ese modo tratable y superable, o cuando menos más llevadero.

Las causas del dolor son varias. Las pueriles utopías sociales prometen constituir una sociedad perfecta, ilimitadamente justa, libre, próspera y dichosa. Pero ignoran que aunque resulta posible, y además muy conveniente, constituir un orden social cualitativamente superior al actual por medio de la revolución, es imposible que dicho orden esté desprovisto de contradicciones internas, por tanto, de tensiones y desajustes, de manera que será siempre imperfecto, conflictivo, inestable y por ende causante de ansiedad y apremios. En segundo lugar, la libertad tiene un modo de existencia peculiar, como permanentemente en peligro y sempiternamente necesitada de pelear por ella y arriesgarse para realizarla, lo que significa persecución, es decir, padecer agresiones, soportar la represión y, en consecuencia, sufrir. En tercer lugar, el dolor posee causas vivenciales, que son ajenas y están más allá de todo orden político y social, de manera que aunque éste fuera “perfecto” el sufrimiento, inherente a la condición humana misma, permanecería.

La estructura última de lo real, contradictoria, antinómica y conflictiva, no permite estados duraderos de equilibrio, lo que convierte en quimeras y sinsentidos las categorías epicúreas de armonía, paz, serenidad, placidez y calma, que son modos de huir de la realidad, un medroso escapar de lo que es y existe para refugiarse en algún paraíso artificial, donde no hay sufrimiento porque no hay vida. Lo real es dinámico y autocreado debido a que es contradictorio interno, al estar traspasado por un haz de antinomias, tensiones y discordancias. Todo ello, al reflejarse en la mente humana, induce muchas formas de perturbación, agobio y dolor psíquico, a la vez que estimula la creatividad, el esfuerzo y el ascenso de la vitalidad.

La prédica felicista, epicúrea y eudemonista contra el sufrimiento con sentido tiene además un significado directamente político. Cuanto más dominados vivan los individuos por el pánico al dolor más dóciles serán políticamente, pues lo propio de todas las tiranías es su descomunal capacidad de infringir daño y hacer sufrir a quienes se levantan contra la opresión, a favor de la libertad, la justicia y el bien. El espanto ante el sufrimiento hace sumiso, apocado, medroso y sin energía al individuo, que llega a renunciar a vivir por temor a sufrir, entregándose a una existencia de esclavo, meramente vegetativa. Por eso los totalitarismos presentan como meta la felicidad y no la libertad, el goce y no el combate, el deleitarse y no el arriesgarse, el disfrute y no el heroísmo, el humillarse y no la dignidad personal, el sometimiento y no la revolución.

Pero sin el gusto por el riesgo, por lo difícil, lo inseguro, lo peligroso y lo vedado la humanidad no puede avanzar, de ahí que los sistemas totalitarios, en particular los más eficaces, los parlamentaristas y partitocráticos, lleven a la sociedad a un estado de estancamiento, al convertir el ideario felicista en fe obligatoria.

El sufrimiento, a fin de cuentas, no puede ser evitado, y en bastantes de sus manifestaciones esto tiene mucho de positivo. Debe ser afrontado. Tenemos que reconciliarnos con nuestra condición de seres sufrientes, sabiendo que no somos absolutamente sufrientes pues también forma parte de la experiencia humana la alegría, el goce, la satisfacción y la plenitud en tanto que realidades finitas, es decir, transitorias y limitadas. Lo mismo que el dolor. Pero sólo es plenamente positivo el dolor con sentido, aquel que forma parte de la existencia humana concebida en su manifestación natural.

El padecer y penar nos robustece, nos otorga el gran bien de la fortaleza y solidez del cuerpo y del ánimo. El sufrimiento, en particular si es reflexionado, a menudo nos perfecciona, al purgarnos de frivolidad, irresponsabilidad, superficialidad y otras enfermedades del espíritu. Nos depura y afina. Nos hace mejores. Las sociedades hedonistas y eudemonistas, como lo es la actual, además de ser las tumbas de la libertad, consiguen rebajar aún más la calidad del sujeto inyectándole a través del adoctrinamiento y el amaestramiento dosis colosales de pánico al sufrimiento, al displacer y a la frustración. Así fabrican seres sin grandeza ni dignidad ni autorrespeto, dominados por múltiples miedos y temores, ansiosos de gozar sin fin y por eso mismo sufridores sempiternos y excesivos.

Existe el dolor, en tanto que realidad ahí, y es humano temer al dolor. Pero también lo es dominar y superar dicho temor, elevándose a la práctica del heroísmo cotidiano, de la épica de todos los días. Sin ello la vida humana pierde una cualidad sustantiva, la grandeza, hundiéndose en la indignidad y el deshonor.

El tiempo del dolor hay que vivirlo con serenidad, lucidez y buen ánimo. Hay que afrontarlo desde las propias capacidades, sin acudir a remedios externos, salvo en situaciones extremas. No son necesarios los analgésicos para superar malestares corporales habituales ni hay que echar mano del alcohol o las drojas para sobrellevar los sinsabores y aflicciones propias de la existencia humana. Tampoco conviene acudir a “profesionales” de la psiquiatría y la psicología, pues uno mismo debe saber autocurarse los padecimientos del alma. Todo estado de sufrimiento es una prueba, un reto, de la que el sujeto emerge robustecido, curtido, mejorado, verdad primordial que es decisiva en los peores momentos, cuando el sufrimiento más aprieta y parece que nos puede quebrar y vencer. Si se acude habitualmente a factores externos, sean los que sean, el proceso de aprendizaje y maduración personal no puede tener lugar, aunque es cierto que en determinadas ocasiones debe hacerse, precisamente cuando por uno mismo no puede vencer al sufrimiento.

El hedonismo, el epicureísmo y el felicismo son armas terribles que el sistema de dominación política utiliza para efectuar periódicas tragedias. Por ejemplo, con las drojas. La conversión de las drojas “ilegales” en un producto de consumo de masas se hizo por fases. En la primera, a través del movimiento hippie, la contracultura, los intelectuales de la izquierda y otros agentes del actual orden se impone la ideología hedonista del goce a todas horas y de la evitación absoluta del dolor, en particular del sufrimiento psíquico, relacional y emocional. En la segunda, los servicios secretos, aparatos parapoliciales, cuerpos de planificación de los ejércitos y agencias estatales de seguridad difunden por todo el cuerpo social la heroína. En el tercero se produce el encuentro entre las masas de adoctrinados en el horror al dolor y las drojas. En la cuarta tiene lugar una carnicería: unos 500.000 muertos en el Estado español, casi tantos ya como en la guerra civil de 1936-1939, y la cifra sigue creciendo. Pero el monto de los óbitos no mide el sufrimiento pavoroso padecido por los adictos, sobrevivan o mueran, de modo que una vez más observamos que un modo de hacer superlativo al dolor es huir de él.

Otro caso es el del suicidio. Una sociedad dañada por la ideología placerista produce una enorme cantidad de suicidas al estar constituida por sujetos débiles para quienes el dolor es una anomalía, un mal absoluto y una vivencia intolerable, individuos que carecen de la experiencia de afrontarlo y, en consecuencia, de sobrevivir a él, de vencerlo. Se da la cifra de unos 4.000 al año en el país, de ellos las tres cuartas partes hombres (lo que evidencia el intolerable deterioro de las condiciones de vida de los varones hoy) pero eso es engañoso. El individuo actual, que está siendo privado de la voluntad de vivir, de la fuerza interior para afrontar todo tipo de dificultades y emerger de ellas fortalecido, sonriente y renovado, se entrega estúpidamente a la fin de muchas maneras: accidentes de tráfico, enfermedades somáticas evitables, tabaquismo, obesidad, drojas, etc. El suicidio oculto puede ser incluso cinco veces superior al estadístico. Y de ello una parte de la responsabilidad es de los mercaderes de la felicidad a toda costa, de los traficantes de placerismo al por mayor.

Así pues, cuando lleguen los tormentosos, y en un sentido muy reales terribles tiempos del dolor, preparémonos para afrontarlos con serenidad, o cuando menos con resignación activa y transformadora, aceptando el reto, sabiendo que ello forma parte de la condición humana, al ser un acontecimiento natural. Y teniendo muy en cuenta su positividad, que existe siempre al lado de su contrario, lo negativo e incluso lo terrible.

Sin una actitud realista, serena y equilibrada ante el dolor no puede haber libertad individual, pues el pánico al sufrimiento paraliza, dañando la libertad de acción tanto como la libertad interior, necesaria para la planificación de metas y propósitos. El pusilánime es siervo de su temor y víctima de su inhabilidad para admitir el sufrimiento, el psíquico tanto como el físico, todo lo cual encuentra su más lograda expresión en la ideología epicúrea, un modo perversos de pensar, propio de esclavos, o más exactamente, de esclavos aleccionados por los esclavistas, sus amos.

El dolor mirado de frente y comprendido es menos dolor. La afelicidad, o indiferencia ante la felicidad y la infelicidad, se hace piedra angular de la libertad personal, libertad de pensamiento y de acción. De todo ello surge el atreverse, que es la voluntad de obrar y comprometerse sin que el riesgo de padecer males y sufrir padecimientos nos detenga. La revolución es un atreverse, la social y la individual. Si no nos dejamos comprar y no nos dejamos intimidar no podrán vencernos.


[1]Uno de los muchísimos libros y productos audiovisuales que “venden” irresponsablemente felicidad es “La inutilidad del sufrimiento. Claves para aprender a vivir de manera positiva”, María Jesús Álava Reyes. Antaño a esa ideología se la calificaba de ñoñería, de actitud cursi y blandengue, y hoy de buenismo, una actitud a la vez empalagosa y angustiosa, teatralizada y farsante, supuestamente encaminada a hacer el bien al otro sin contar con él y sin tomar en consideración los componentes constitutivos de lo humano. Tan pías intenciones tienen en la práctica efectos indeseados, también porque declarar “inútil” el sufrimiento es maximizarlo, es transformarlo en una experiencia que el sujeto común difícilmente puede sobrellevar por sí mismo y desde sí mismo.
 
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En mi pueblo todos los años se tira alguno al pantano o la "Mina Fontoria", también son aficionados al viaducto de 170 metros de la autovia a Santander.

Y aquí en Burgos hay mogollón de suicidios...
confirmado por un policia nacional ya jubilado, no se porque sera, pero en burgos hay muchisimos mas suicidios que en otras partes.
 
confirmado por un policia nacional ya jubilado, no se porque sera, pero en burgos hay muchisimos mas suicidios que en otras partes.
Burgos es una fruta sarama: se ama poquisimo porque esta lleno de retrasadas odiahombres como la mongola de @Jevitronka o estupidos con dunning kruger con la inteligencia emocional de una pieda como @Guerrero_termonuclear hace frio hasta en verano, no hay gente joven, y tiene una de las estaciones de buses donde hacen cruising los yayos mas lamentables que he visto en mi vida
 
Es alarmante....en los medios no cuentan ni la mitad....
Me han contado 3 casos en esta última semana....
Es lamentable ,pero los caminos de la selección natural son inescrutables. La pena es que no aprovechen para llevarse por delante a más de un hijomio.
 
Burgos es una fruta sarama: se ama poquisimo porque esta lleno de retrasadas odiahombres como la mongola de @Jevitronka o estupidos con dunning kruger con la inteligencia emocional de una pieda como @Guerrero_termonuclear hace frio hasta en verano, no hay gente joven, y tiene una de las estaciones de buses donde hacen cruising los yayos mas lamentables que he visto en mi vida
El único que no ama en burgos sin querer eres tú. Mira a ver si te arrastras y haces las labores para que a tu novia le salga a cuenta mantenerte un poquito más
 
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