Para que un acontecimiento tenga grandeza, deben combinarse el gran espíritu de los que lo llevan a cabo y el gran espíritu de los que lo presencian. Ningún acontecimiento tiene de por sí grandeza, así desaparezcan constelaciones enteras, se hundan pueblos, se derrumben grandes Estados y se libren guerras con tremendas fuerzas y pérdidas; por sobre mucho acontecer de esta naturaleza sopla el viento de la historia como si se tratase de frágiles copos. Mas a veces ocurre también que un hombre portentoso asesta un golpe que, descargado sobre piedra dura, no surte efecto alguno; un ruido seco y se acabó. Tampoco de tales acontecimientos dijérase embotados apenas sabe contar nada la historia. Así es que quien ve acercarse un acontecimiento experimenta la aprensión de que sus testigos no sean dignos de él. El que actúa, así sea en grande o en pequeña escala, siempre apunta y aspira a tal concordancia de acción y receptividad; y el que quiera dar ha de esforzarse por encontrar a los que tomen con cabal comprensión del sentido de su obsequio. Por eso mismo, hasta la acción individual del gran hombre carece de grandeza si resulta corta, embotada y estéril, pues en el instante de llevarla a cabo, a no dudarlo, no tenía íntima conciencia de que precisamente entonces ella era necesaria: no apuntó con el cuidado suficiente, no determinó y eligió el momento con la debida precisión: el azar dio cuenta de él, siendo así que no se concibe grandeza sin sentido de forzosidad.
Corresponde, pues, dejar a los que duden del sentido de forzosidad de Wagner que abriguen duda y aprensión respecto de la oportunidad y forzosidad de lo que está ocurriendo en Bayreuth. A los que somos más confiados ha de parecernos que Wagner cree en la grandeza de su acción no menos que en el gran espíritu de los que están llamados a presenciarla. Han de enorgullecerse de esto todos, aquellos a que se dirige esta fe, ya sean muchos o pocos; que no son todos, que esa fe no se dirige a toda la época, ni siquiera a todo el pueblo alemán tal como es ahora, nos lo ha dicho él mismo, en ese discurso solemne del 22 de mayo de 1872, y precisamente en este punto ninguno de nosotros tiene derecho a contradecirle para llevar aliento a su ánimo. “Sólo a ustedes, los amantes de mi arte particular, de mi más específica labor y creación — dijo él en aquella oportunidad —, me era dable recurrir para procurar simptía por mis proyectos; sólo de ustedes podía recabar apoyo para mi obra, con miras a poder presentar esta obra pura y cabalmente ante aquellos que evidenciaban un interés sincero por mi ar:e, aunque por lo pronto éste les pudiera ser presentado tan sólo en forma impura y trunca.”
En Bayreuth, también el espectador es digno de ser mirado, a no dudarlo. Suponiendo que un espíritu sabio y contemplativo pasara de un siglo a otro para comparar las singulares manifestaciones culturales, en esa ciudad encontraría muchas cosas dignas de su atención; no podría por menos de sentir como si de pronto se zambullese en aguas tibias, como quien nadando en un lago se interna de golpe en la corriente de una fuente caliente: brota ésta sin duda de otros fondos más profundos, dice él para sí; las aguas circundantes no la explican y son, por supuesto, de origen menos profundo. De modo análogo, todos los que participan del festival en Bayreuth serán sentidos como hombres inactuales; su patria no está en la época, su explicación y justificación ha de buscarse en otra parte. He llegado a comprender cada vez más claramente que el “hombre culto”, en cuanto es en un todo el producto de esta época, sólo a traves de la parodia puede acercarse a los actos y pensamientos de Wagner—y los mismos han sido parodiados, en efecto—y que también el acontecimiento de Bayreuth lo quiere ver únicamente a la luz de la linterna nada mágica de nuestros “ingeniosos” publicistas de gacetilla. ¡Y menos mal si la cosa no va más allá de la parodia! Descárgase en ésta un espíritu de divorcio y hostilidad que podría manifestarse, y a veces se ha manifestado en efecto, de muy otra y más grave manera. Esa inusitada violencia y tensión de los contrastes también la consideraría aquel observador de las manifestaciones culturales. El que un individuo, en el transcurso de una vida ordinaria, pueda crear algo rigurosamente nuevo exaspera por supuesto a todos los que proclaman la paulatinidad de toda evolución, como si se tratase de una ley jovenlandesal; ellos mismos son lentos, y exigen lentitud, y he aquí que ven a un hombre que se desenvuelve muy presto, no se explican cómo lo hace y están disgustados con él. A propósito de una empresa como es la de Bayreuth no ha habido presagios, transiciones, ni mediaciones; exclusivamente Wagner conocía el largo camino que conducía a la meta y la meta misma. Es la primera circunnavegación del mundo del arte, la cual entiendo que llevó al descubrimiento, no ya de un arte nuevo, sino del arte mismo. Todas las artes modernas hasta ahora habidas, en cuanto artes solitarias y atrofiadas o artes suntuarias, quedan sí semidesvalorizadas; también nuestras vagas y poco conexas reminiscencias de un verdadero arte en relación con los griegos las podemos ahora desechar, salvo en la medida en que puedan brillar a la luz de una aprehensión nueva. Para muchos ha llegado la hora de la fin; este arte nuevo es un vidente que no ve solamente artes condenadas a una pronta perdición. Su mano monitoria no podrá menos que sobresaltar a toda nuestra ilustración actual desde el momento en que cese la risa que provocan sus parodias; ¡no le regateemos el poco tiempo que le queda para regocijarse y reír!
¡En cambio nosotros, los adeptos del arte resucitado, tendremos tiempo y voluntad para la seriedad, para la profunda, la santa, seriedad! Hemos de sentir ahora como una desvergonzada insolencia la palabrería y el barullo de la ilustración actual en torno del arte; todo nos obliga al silencio, al silencio pitagórico de cinco años de duración. ¡Cuál de nosotros no se ha ensuciado las manos y el alma rindiendo da repelúsnte culto a la ilustración moderna! ¡Cuál no tiene necesidad de la agua purificadora! ¡Cuál no oye la voz que lo exhorta: ¡calla y sé puro!¡Callar y ser puro! Sólo en cuanto prestamos atención a esta voz se nos depara también la grande mirada que hemos de fijar en el acontecimiento de Bayreuth; y sólo en esta mirada está el gran porvenir de dicho acontecimiento.
Tras haberse colocado ese día de mayo de 1872 la primera piedra en lo alto de la colina de Bayreuth — llovía a cántaros y el cielo estaba encapotado —, Wagner regresó en coche a la ciudad en compañía de algunos de los nuestros. Iba callado, con una larga mirada introspectiva que escapa a toda forma de expresión. Cumplía ese día los sesenta años de edad; toda su vida anterior había servido a modo de preludio a ese momento. Sábese de hombres que en instantes de tremendo peligro o en un momento decisivo de su vida, en virtud de una visión interior infinitamente acelerada, concentran todas sus experiencias y con prodigiosa precisión reconocen por igual lo más próximo y lo más lejano. ¿Qué visión tendría Alejandro Magno en el moniento en que hizo beber a Europa y al Asia en la misma copa? Lo que Wagner vio aquel día en una visión interior — cómo llegó a ser, qué era y qué sería — lo podemos ver hasta cierto punto también nosotros, sus allegados; y sólo a la luz de esa visión wagneriana podremos aprehender su grande realización misma, para garantizar en virtud de esta aprehensión su fecundidad.