E
El Moscardon
Guest
No le quepa la menor duda, amigo: los que hoy se oponen a que usted disfrute
de los mismos derechos civiles que yo, sean cuales sean sus preferencias
gastronómicas o su orientación sensual, son los mismos que ayer se oponían al
divorcio. Y aunque se les intentó explicar entonces que ellos podrían
continuar casados, pues no sería obligatorio, armaron la de Dios es Cristo.
Todavía los recordamos a las puertas de los grandes almacenes reuniendo
firmas en contra del derecho a decidir por uno mismo con quién compartir la
vida. Algunos de ellos, como Álvarez Cascos, cuyas homilías en contra del
divorcio han pasado a la historia del humorismo universal, se casaron y se
descasaron luego de forma compulsiva.
No le quepa la menor duda, éstos de ahora son los mismos que en su día
estuvieron en contra del giro copernicano y del sufragio universal. Son los
mismos que, si en vez de encontrarse aquí, se encontraran allí, serían
partidarios de lapidar a las mujeres adúlteras e infligir cien latigazos
falsos al adúltero. Vayan a las hemerotecas, repasen la historia y
comprobarán que son los mismos que estuvieron en contra de la Constitución;
los mismos que para darte un trabajo te exigían un certificado de buena
conducta de tu párroco. Son los mismos que prohibían leer a Kafka, a Sartre,
a Marx; los mismos que censuraban las películas, los libros, los periódicos.
Estos que dicen que casar a gayses no es de hombres, son los que hace
unos años los metían en la guandoca.
Ahí tienen a Jeb Bush (por no citar de nuevo a Cascos), partidario de la
silla eléctrica y de la cámara de gas, aunque admirador del Papa, frente a
quien se arrodilló piadosamente el otro día. ¿Le riñó Benito XVI por dar de baja de la suscripción de la vida?
¿Le incitó a la desobediencia civil frente a esas leyes que usurpan una
potestad de Dios? ¿Le hizo alguna insinuación relacionada con la checa de
Guantánamo? No, no, qué va, todo eso no altera las leyes naturales y por lo
tanto no molesta a Dios. Lo que molesta a Dios y a Ana Botella (no sabe uno
a quién tener más miedo) es que usted intente ser feliz sin su autorización.
No nos equivoquemos, estos que ahora vociferan son los que antes ladraban,
así que algo hemos avanzado
Juan José Millás
Publicado en El País. 29.04.05
de los mismos derechos civiles que yo, sean cuales sean sus preferencias
gastronómicas o su orientación sensual, son los mismos que ayer se oponían al
divorcio. Y aunque se les intentó explicar entonces que ellos podrían
continuar casados, pues no sería obligatorio, armaron la de Dios es Cristo.
Todavía los recordamos a las puertas de los grandes almacenes reuniendo
firmas en contra del derecho a decidir por uno mismo con quién compartir la
vida. Algunos de ellos, como Álvarez Cascos, cuyas homilías en contra del
divorcio han pasado a la historia del humorismo universal, se casaron y se
descasaron luego de forma compulsiva.
No le quepa la menor duda, éstos de ahora son los mismos que en su día
estuvieron en contra del giro copernicano y del sufragio universal. Son los
mismos que, si en vez de encontrarse aquí, se encontraran allí, serían
partidarios de lapidar a las mujeres adúlteras e infligir cien latigazos
falsos al adúltero. Vayan a las hemerotecas, repasen la historia y
comprobarán que son los mismos que estuvieron en contra de la Constitución;
los mismos que para darte un trabajo te exigían un certificado de buena
conducta de tu párroco. Son los mismos que prohibían leer a Kafka, a Sartre,
a Marx; los mismos que censuraban las películas, los libros, los periódicos.
Estos que dicen que casar a gayses no es de hombres, son los que hace
unos años los metían en la guandoca.
Ahí tienen a Jeb Bush (por no citar de nuevo a Cascos), partidario de la
silla eléctrica y de la cámara de gas, aunque admirador del Papa, frente a
quien se arrodilló piadosamente el otro día. ¿Le riñó Benito XVI por dar de baja de la suscripción de la vida?
¿Le incitó a la desobediencia civil frente a esas leyes que usurpan una
potestad de Dios? ¿Le hizo alguna insinuación relacionada con la checa de
Guantánamo? No, no, qué va, todo eso no altera las leyes naturales y por lo
tanto no molesta a Dios. Lo que molesta a Dios y a Ana Botella (no sabe uno
a quién tener más miedo) es que usted intente ser feliz sin su autorización.
No nos equivoquemos, estos que ahora vociferan son los que antes ladraban,
así que algo hemos avanzado
Juan José Millás
Publicado en El País. 29.04.05