Sr. Pérez
Madmaxista
Sobre la grandeza intelectual de un Millán de Astray.
Sencillamente no existe. Ni en su campo. Millán no fue ni un gran táctico ni, desde luego, un gran pensador militar. Su "elaboración", que podría resumirse en el código legionario, sus credos y demás parafernalias, no va más allá de un popurrí de teorías más o menos masticadas y puestas al servicio de un único objetivo: conseguir cohesión y jovenlandesal en un cuerpo de choque.
No seré yo el que diga que no lo consiguiera, incluso que no consiguiera un conjunto peculiar y más o menos armónico, de hasta cierto atractivo romántico y muy castizo (al que le gusten esas cosas, ahí tiene El Novio de la Muerte), pero para formar la base doctrinaria sobre la que asentar la cohesión de una tropa de choque hace falta la misma agudeza que para vender lavadoras a puerta fría. Y tampoco diré que es fácil, yo nunca podría vender lavadoras a puerta fría, pero desde luego no es uno de esos logros que amplían los horizontes humanos, engrandecen al hombre o mejoran su tránsito por este mundo.
Llamar gran mente a Millán en comparación a Unamuno -que tampoco es que me parezca precisamente de los más fecundos pensadores españoles, aunque sí de los más acertados- es como poner gran ingeniero, Watts y el inventor del Ab-Shaper en la misma frase.
Alguno ha intentado también, ensalzarlo -si he entendido bien- como una especie de hombre de clase media total. Vamos, proyectando sobre él lo no al hombre que forma la clase media, por definición, el hombre en la media, sino al hombre al que le gustaría, o debería parecerse. Sobreimprimiendo sobre el aburrido empleado de banca el tipo con el que ese mismo empleadito sueña por la noche antes de dormirse, el aventurero gallardo y de valor físico.
Eso está muy bien, pero, de nuevo, no es precisamente lo que hace avanzar la civilización. Defenderla, puede, pero cada cosa en su sitio. El valor físico sigue quedando muy por debajo del valor jovenlandesal.
Sencillamente no existe. Ni en su campo. Millán no fue ni un gran táctico ni, desde luego, un gran pensador militar. Su "elaboración", que podría resumirse en el código legionario, sus credos y demás parafernalias, no va más allá de un popurrí de teorías más o menos masticadas y puestas al servicio de un único objetivo: conseguir cohesión y jovenlandesal en un cuerpo de choque.
No seré yo el que diga que no lo consiguiera, incluso que no consiguiera un conjunto peculiar y más o menos armónico, de hasta cierto atractivo romántico y muy castizo (al que le gusten esas cosas, ahí tiene El Novio de la Muerte), pero para formar la base doctrinaria sobre la que asentar la cohesión de una tropa de choque hace falta la misma agudeza que para vender lavadoras a puerta fría. Y tampoco diré que es fácil, yo nunca podría vender lavadoras a puerta fría, pero desde luego no es uno de esos logros que amplían los horizontes humanos, engrandecen al hombre o mejoran su tránsito por este mundo.
Llamar gran mente a Millán en comparación a Unamuno -que tampoco es que me parezca precisamente de los más fecundos pensadores españoles, aunque sí de los más acertados- es como poner gran ingeniero, Watts y el inventor del Ab-Shaper en la misma frase.
Alguno ha intentado también, ensalzarlo -si he entendido bien- como una especie de hombre de clase media total. Vamos, proyectando sobre él lo no al hombre que forma la clase media, por definición, el hombre en la media, sino al hombre al que le gustaría, o debería parecerse. Sobreimprimiendo sobre el aburrido empleado de banca el tipo con el que ese mismo empleadito sueña por la noche antes de dormirse, el aventurero gallardo y de valor físico.
Eso está muy bien, pero, de nuevo, no es precisamente lo que hace avanzar la civilización. Defenderla, puede, pero cada cosa en su sitio. El valor físico sigue quedando muy por debajo del valor jovenlandesal.