He encontrado un articulo viejo (parece del 2007) en CE que pega en este hilo.
En el se habla de las dos posibles salidas del problema de deuda espanola, ajuste externo (salida del euro) y ajuste interno (deflacion interna) y las consucencias de cada una.
Ninguna tiene buenas consecuencias por eso lo titula callejon sin salida.
Asi se puede entender a nuestros dirigentes que esten paralizados, deben escoger entre Guatemala y Guatepeor.
Nota para los de la LOGSE: es un tocho
Callejón sin salida
El Viejo Topo/ 29
Un artículo con un título tan contundente, y en apariencia
tan desalentador, requiere de unas aclaraciones previas. En
primer lugar, que la crisis se refiere a la de nuestro país, el
cual, aunque inmerso y afectado por la crisis financiera inter-
nacional, tiene unos problemas singulares. En segundo lugar,
que hablo de un callejón sin salidas económicas en el marco
del orden establecido, es decir, del capitalismo y del contexto
de la Europa de Maastricht. En tercer lugar, que la falta de
alternativas no debe implicar para la izquierda permanecer
muda y desmovilizada. Todo lo contrario, pese a las dificulta-
des, debe tratar que los caminos que se emprendan lleven a
sus objetivos: avanzar en el control de la economía por parte
de la sociedad, ampliar los derechos sociales y laborales de
los trabajadores y mejorar el bienestar de la mayoría de la
población.
Es inevitable que este artículo sea polémico, si bien está
escrito sin ánimo alguno de provocación. Responde única-
mente a las opiniones de su autor, preocupado desde hace
mucho tiempo por todo lo que implicaba desde el punto de
vista político y económico la Europa de Maastricht. Está en
manos de lectores criticarlo o reducirlo al absurdo con los
argumentos pertinentes.
La singular crisis española
No entro a prejuzgar el desenlace que tendrá la crisis finan-
ciera internacional, ni los cambios políticos y sociales de todo
orden que puede desencadenar. Me limitaré al caso de la eco-
nomía española, resaltando que esa crisis ha venido a descu-
brir descarnadamente algunos problemas muy graves, que
eran previos e independientes de ella y que se mantenían so-
terrados por el clima de normalidad que se pretendía difundir
y la ceguera de los gobernantes y demás estamentos sociales
dominantes, interesados en no perturbar un estado de cosas
que tan provechoso les resultaba.
La tesis fundamental que sostengo es que la crisis será
muy cruda y prolongada, con consecuencias sociales que só-
lo se han empezado a padecer y vislumbrar. Concurren ade-
más en el caso de nuestro país desequilibrios tan profundos
que impiden la adopción de medidas para superarla. En el
plano económico, dentro del actual marco, no hay solucio-
nes viables.
El estallido de burbuja inmobiliaria, después de tantos años
de expansión disparatada de la construcción, es el hecho más
importante entre los que agravan las circunstancias de la eco-
nomía española en comparación con la mayoría de los otros
países. El sector inmobiliario aún no ha pasado toda la factu-
ra que cabe temer, tanto en términos financieros, es decir de
una crisis financiera con origen propio, como en económicos,
con el hundimiento de su actividad y sus efectos depresivos
sobre resto de la economía. No obstante, tarde o temprano, la
crisis inmobiliaria acabará superándose, y aunque sean enor-
mes sus destrozos, llegará un momento en que la construc-
ción de viviendas y todo lo que lleva aparejado reemprenderá
su curso normal. Es decir, siendo un problema coyuntural gra-
ve, no es una amenaza que condicione el futuro.
Otro rasgo peculiar de la economía española es que desde la
primera crisis energética en 1973, coincidiendo con el final de
la onda expansiva del capitalismo que se inició tras la II Gue-
rra Mundial, su tasa de paro ha sido siempre comparativa-
mente muy elevada en relación con los países de su entorno.
La natalidad de años anteriores, la vuelta de emigrantes, el de-
salojo del campo por la población agraria y la incorporación
de la mujer al mercado de trabajo están en el origen de esa
evolución. Los ciclos coyunturales han sido intensos en lo que
respecta al paro, pero siempre ha ocurrido que su nivel ha
sobrepasado ampliamente el de las economías europeas. En el
momento más favorable de los últimos tiempos, después de
12 años de una expansión sostenida, la tasa de paro no ha des-
cendido por debajo del 8% (III trimestre de 2007). Se inició la
crisis, por tanto, con un alto desempleo, lo cual, unido a la
extrema precariedad de los contratos, hace que el paro pueda
crecer rápida e intensamente (tasa del 11,3% en el III trimes-
tre de 2008) y alcance pronto cotas social y políticamente in-
soportables.
Cabría poner de manifiesto otros aspectos negativos y des-
favorables de la economía española, pero es innecesario resal-
tarlos. El fundamental, el que constituye el núcleo esencial de
lo que entiendo por crisis irresoluble, es el déficit exterior de la
economía española. Como es sabido, el déficit por cuenta co-
rriente de la balanza de pagos representó ya más del 10% del
PIB en 2007 y superó la cifra de los 100.000 millones de euros,
cuando al comenzar la andadura del euro, en 1999, el des-
equilibrio exterior era irrelevante. Se discute, casi en tono aca-
démico, si ese déficit ha surgido como consecuencia de una
falta de ahorro interno para financiar un ritmo intenso de la
inversión o si, como pienso, el déficit refleja fundamental-
mente la pérdida de competitividad de la economía española.
Si el desequilibrio tuviera su origen en el exceso de inversión,
la caída pronunciada de ésta en el último año se habría hecho
notar en el déficit exterior, cosa que no ha sucedido (hasta
septiembre de este año, pese al cambio de coyuntura, el défi-
cit ha crecido en otro 6%). La identidad matemática que nos
dice que la diferencia entre la inversión y el ahorro internos es
igual al déficit exterior no explica los procesos económicos
complejos que determinan ese déficit, en los que interviene
toda la demanda y la producción.
El resultado de los déficit crecientes en los últimos años es que la economía española ha alcanzado un endeudamiento ne-
to exterior que supera el 70% del PIB y asciende a más de 700.000 millones de euros. Ese endeudamiento, además, es producto de una alta actividad financiera por la cual se han multiplicado por varias veces en pocos años tanto los activos financieros frente exterior, que ascendían a 1.400.000 millones de euros al final de 2007, como los pasivos exteriores, que representaban el doble del PIB y superaron los 2.100.000 millones de euros, es decir más de 2 billones.
Financiar cada año el nuevo déficit, de unos 100.000 millones de euros, y atender simultáneamente los requerimientos de intereses, amortización y renovación de esos elevadísimos
pasivos exteriores empezaba a ser un problema muy serio
antes de la crisis financiera internacional, como lo revela, en-
tre otros datos, la prima de riesgo que ya pagaba el país por los
fondos obtenidos. Con el estallido de ésta y el colapso sufrido
por el sistema financiero las dificultades se han acrecentado
de modo muy acusado. Pero debe quedar claro que con crisis
financiera internacional o sin ella la evolución del sector exte-
rior de la economía española es insostenible. Y este es el pro-
blema que como un peso insoportable arrastra la economía
española para afrontar el futuro.
Culpables y responsables
El culpable de este desequilibrio incontrolado es el euro, si
cabe la expresión. Los responsables, por supuesto, son los
gobernantes que nos incorporaron a la moneda única con tan
cortas miras y tan mínima comprensión de lo que significaba
su implantación, si bien es verdad que obtuvieron la acepta-
ción ampliamente mayoritaria de la sociedad, incluida la
complicidad de las fuerzas de la izquierda y de los sindicatos.
Todo el país aplaudió la llegada del euro. Ni los intelectuales ni
los economistas sospecharon de inconveniente alguno, cuan-
do la historia e incluso acontecimientos muy recientes, como
la crisis del SME en los primeros noventa, una vez aprobado el
Tratado de Maastricht, arrojaban muchas enseñanzas y pre-
venciones. Alguna voz discrepante y “despistada” , muy pocas,
que las hubo, no halló eco.
La “culpabilidad” del euro consiste en lo siguiente. Por un
lado, el tiempo de bonanza económica y expansión financiera
ha permitido financiar el déficit exterior sin problemas, sin
ruido, en el marco creado por la moneda única y el eurosiste-
ma bancario. Bobaliconamente se exaltaba este nuevo marco,
e incluso se le se reconocían poderes taumatúrgicos: ¡qué
maravilla se pensaba, con el euro han desaparecido las crisis
recurrentes del sector exterior! Todavía en las páginas de eco-
nomía de El País, ¡en abril de 2008!, en un gran titular podía
leerse: “El euro ahuyenta la pesadilla de 1993” , seguido del si-
guiente subtítulo: “La economía se frena cada vez más, pero los expertos (el subrayado es mío) descartan una recesión” .
Y en efecto, como la financiación del déficit discurría sin dificultad y como además la inexistencia de la peseta dejaba de avisar del problema del déficit exterior, pues en los mercados de divisas ya no se podía especular contra ella y no se perdían reservas, era fácil pensar, estúpidamente por supuesto, que se había descubierto un mundo milagroso en el que todo eran ventajas, sin inconvenientes. Pero el déficit existía, se financiara como se financiara y se valorase en pesetas, euros o dólares. No se quiso entender que aunque por el euro no se encendieran las luces de alarma, un corrosivo y creciente desequilibrio se esta ba generando. Que llegaría un momento en que sería insostenible, poniendo conclusión al milagro. Los gobiernos de turno no se enteraron de nada, siendo de nuevo verdad que los sectores sociales influyentes contribuyeron con su entusiasmo a ocultar tanta incompetencia.
La segunda influencia del euro en el déficit proviene del
hecho de que, al no existir una moneda propia, la pérdida de
competitividad de la economía española no se puede podía
corregir con las devaluaciones de la peseta, como muchas
veces sucedió en el pasado, por ejemplo, en la crisis del prin-
cipio de los años 90. Antes, una economía comparativamente
débil y orate como la española contaba con el resorte del
tipo de cambio para compensar la pérdida de competitividad.
Con el euro se cerró esa posibilidad, lo cual supuso una renun-
cia muy grave para afrontar problemas como los que comen-
to, que aparecerían de modo inexorable. Los gobiernos que
nos condujeron e incorporaron a la moneda única actuaron
con una ceguera imperdonable.
Posiblemente no hay en el mundo en estos momentos una
economía en peor situación financiera que la española, al
margen quizás de algún país anecdótico. El déficit exterior en
valores absolutos es el segundo mayor del mundo, sólo supe-
rado por Estados Unidos, y el enorme endeudamiento le da a
todo el sistema una precariedad extrema. La crisis financiera
internacional ha despejado la niebla que cubría el abismo al
que se asoma el capitalismo español. Es un país próximo a la
bancarrota, una situación esta que suele estar adormecida,
latente, pero que puede explotar de modo repentino y en el
momento más inesperado.
No he entrado en detalles de la evolución de estos últimos
años –cotización del euro, tipos de interés, concreción de la
inversión en viviendas invendibles, facilidades crediticias para
endeudamiento de las familias, especulación, precio del
petróleo y las materias primas, comportamiento los salarios y
beneficios– que serían necesarios para explicar aspectos
secundarios de la trayectoria de la economía y los resultados
de las cuentas exteriores, porque lo fundamental, donde quie-
ro poner el énfasis es en la magnitud del déficit y en la acu-
mulación de deuda externa que ha tenido lugar.
Como era inevitable, algunos políticos y economistas han
empezado a darse cuenta del asunto entre manos. No el
gobierno, por supuesto, que tiene otras preocupaciones pro-
pagandísticas. Y han empezado a plantearse el tema con la
crudeza debida, al valorase que la economía está atrapada en
un cepo del que si no se libera hará imposible toda recupe-
ración. Lo que se plantea, en definitiva, es como acabar con el déficit exterior. Y para ello caben, sobre el papel, dos alternativas: la de un ajuste externo y la de un ajuste interno. Veamos de qué tratan, y las posibilidades y contradicciones de cada uno.
El ajuste externo
El ajuste externo supondría desvincularse del euro para
recuperar la moneda propia y el instrumento del tipo de cam-
bio. Exigiría una devaluación con la esperanza de que con el
tiempo el déficit fuera anulándose gracias al impacto que sobre las exportaciones e importaciones tendría la caída del valor de la peseta, que podría ocurrir de una vez, a escalones o a los ritmos que se fuese decidiendo. Sería como dar un salto atrás y retroceder a 1999 cuando se implantó el euro. Sin embargo, la historia no puede borrarse y lo acontecido en la última década ha dejado marcas indelebles que representan una pesada hipoteca sobre la economía española.
La recuperación de la vieja peseta como suele decirse y su
devaluación entrañaría, para empezar, una decisión política
tan dura, tan rupturista, tan acusadora con los responsables
de tan groseros errores, que ningún gobierno querrá adoptar-
la, si bien esto no sería un impedimento insuperable porque si
las dificultades aprietan, todo se andará. Desde el punto de
vista económico, la principal objeción sería que sí bien co-
menzaría a corregirse el déficit exterior, la montaña de deuda
pendiente contratada en euros supondría una carga inaguan-
table para el sistema bancario y las empresas españolas, mu-
chas de las cuales se verían arrastradas a una bancarrota irre-
mediable. Además, la posición exterior es tan precaria que ahora, teniendo que depender tanto de los mercados exteriores sin la protección que ha otorgado el euro, la economía española sería muy vulnerable y estaría permanentemente en el ojo del
huracán a la hora de obtener financiación y mantener una re-
lativa estabilidad de su moneda.
Abandonar el euro, pues, tendría un altísimo coste, no porque no pertenecer a la moneda única sea imposible -países
como Gran Bretaña, Suecia o Dinamarca están fuera del euro sino porque las secuelas e hipotecas de haber compartido el
euro son desoladoras. Se debe buscar, por tanto, otra solución:
el tema del euro aparece como indiscutible y si se desestima el
ajuste externo hay que explorar las posibilidades de recurrir al
ajuste interno.
El ajuste interno
Este tipo de ajuste tiene ya importantes defensores en la
derecha económica y política, también entre los social-libera-
les instalados en la lógica neoliberal de la Unión Europea, para
quienes el euro tiene carácter irreversible, y porque conside-
ran que acudir al ajuste interno es la solución menos perjudi-
cial. Y decir perjudicial implica adentrarse en la cuestión de
clase porque hay que aclarar quiénes soportarán las conse-
cuencias de ese ajuste.
El ajuste interno consistiría en dejar que la recesión siga su
curso normal e incluso tomar medidas para “enfriar” la eco-
nomía. Nada por tanto de políticas anticíclicas de tipo fiscal.
Hay que deprimir la economía para disminuir el déficit exterior. Simultáneamente, además, sería necesario aumentar la competitividad de las mercancías y los servicios españoles por la única vía posible y eficaz perteneciendo al euro y tomando los demás factores que influyen en ella como dados a corto y medio plazo: rebajar los costes de producción. O lo que es lo mismo, reducir los salarios de los trabajadores. Y dada la entidad del déficit exterior, esta reducción tendría que ser drástica y general, del orden, se ha señalado, de no menos del 15% de los salarios actuales. La campaña ha empezado.
“Hay que abaratar el factor trabajo” , sostiene el BBVA, y propone reducir cotizaciones (parte de los salarios) y aumentar el IVA (principal impuesto indirecto). “España necesita extender una política de moderación salarial contundente para ganar competitividad” , resalta en su último informe el FMI. La CEOE, desinteresadamente, afirma que no es tiempo de reivindicaciones salariales, aparte de reclamar el abaratamiento del despido. Esta política contribuiría al objetivo buscado de hundir la economía, si bien nadie ha calculado hasta donde tendría que sumergirse y por cuanto tiempo para que desapareciera el déficit exterior.
Si el ajuste externo tenía como gran obstáculo político la
decisión de abandonar el euro, el ajuste interno tiene la di-
ficultad de su aplicación. Por ello, las almas bien pensantes ya
han sugerido que es necesario un acuerdo de todas las fuer-
zas políticas y sociales, del tipo del alcanzado con los Pactos
de la Moncloa, de siniestra memoria para la izquierda, para
afrontar la insostenible posición del capitalismo español.
Dejo aquí este aspecto de la cuestión y evito entrar en disqui-
siciones sobre la posibilidad política de un pacto de tal la
naturaleza.
Volvamos a la economía. Un suficiente ajuste interno podría
evidentemente reducir el déficit exterior, por la vía de hacer
menos necesarias las importaciones y estimular algo las
exportaciones. Pero poco o nada podría hacer con la deuda
externa acumulada, que seguiría pesando de un modo inten-
so sobre la situación económica. Por otro lado, la corrección
del déficit dejaría pendiente el problema de cómo evitar que
en el futuro, cuando la economía emprendiese su recupera-
ción, reapareciera el desequilibrio exterior. Sería como conde-
nar a la economía española indefinidamente a la depresión. Y
por último, y esencialmente, un ajuste de tal carácter implica-
ría una evolución del paro tan desoladora, tan catastrófica,
que cuesta trabajo pensar que la sociedad española pudiera
soportarla. Y es aquí donde entra la mención que se hizo ini-
cialmente del problema del paro nuestro país y su explosiva
respuesta a los cambios de coyuntura. Teniendo cuenta que ya
hay 3 millones de parados, se estaría hablando de alcanzar
una cifra de, digamos, unos 6 millones, contando con las faci-
lidades que da un mercado laboral donde cerca del 30% de los
contratos son precarios Lo del euro es descabellado y sus con-
secuencias inmanejables, lo del ajuste interno es una locura
parecida y de consecuencias incluso más dramáticas.
Reaparece la política
Llegados a este punto, parece justificado el título del artí-
ojo ciego, si bien aclarando ahora que alguna solución encontrará
la sociedad, porque éstas no tienden al suicidio y nada detie-
ne el devenir histórico. Es aquí cuando reaparece la política
en su significado mayor, las alternativas a los problemas de la
sociedad con el trasfondo de la lucha de clases. Una vengan-
za contra el neoliberalismo. Éste echó a la política con malas
maneras de intervenir en los asuntos económicos, y he aquí
que la política reaparece por la ventana para remediar los
desastres provocados por los dogmáticos neoliberales, en
nuestro país y en todo el mundo capitalista.
La situación política que se está viviendo en nuestro país es
de ínterin por parte de todas las fuerzas políticas y sociales,
incluidos los sindicatos mayoritarios, salvo el PP dispuesto a
sacar réditos de la crisis mientras esté en la oposición. Todas
ellas, antes que comprometerse ante una realidad tan cruda,
parecen haber optado por aguantar y dejar pasar el tiempo
con la ilusión vana de que éste solucione parte de los proble-
mas, ahora que todavía no se han hecho insoportables. No
hay que hacer el mínimo esfuerzo por resaltar la incompetencia del gobierno socialista presidido por Zapatero. El gobierno está sobrepasado por los acontecimientos, sólo pretende ir tirando y ganar tiempo con la esperanza de que la
ola de la crisis no se convierta en tsunami que lo arrastre todo con él. Actúa desorientado y bajo el pánico, dando palos de ciego, respondiendo al día día, sin plan trazado y sobre todo rehuyendo afrontar la situación extremadamente grave de la economía española. En su descarga podría reseñarse la complejidad del caso y la falta de instrumentos, ni divisa, ni política monetaria propia, ni fábrica de la moneda, cedidos tan irresponsablemente en el pasado.
Abrumado por las cifras del paro que se van conociendo,
aparte de las medidas para paliar la crisis financiera, parece
haber optado por una leve política keynesiana impulsando
pequeñas partidas de gasto, como los 8.000 millones de euros
para proyectos municipales, y aceptando el déficit público
como algo inevitable, cuando hace apenas un año se conside-
raba inadmisible y se alardeaba del superávit logrado.
Como no ha habido previsión de ningún tipo, el pequeño
superávit de las cuentas públicas de los años anteriores se ha
anulado con una rapidez sorprendente. Nunca tuvieron en
cuenta que el excedente respondía a circunstancias extrema-
damente favorables para los ingresos públicos y llevaron a
cabo reformas fiscales regresivas que nada contribuían a re-
distribuir la renta, a encauzar la economía y sobre todo a pre-
parar un futuro que podía vaticinarse con facilidad complica-
do. Otro desastre de la política económica. Ahora el impulso
que se pretende dar a la demanda se hace a la desesperada y
no deja de ser contraproducente porque la sombra del déficit
exterior es amenazante y porque todo estímulo de la deman-
da del sector público, contando con el estrangulamiento
financiero, impide la financiación del sector privado.
Keynes nació para otro contexto político, el de los Estados
con fronteras económicas y no el de la globalización neolibe-
ral, donde todo esfuerzo por aumentar la demanda interior e
impulsar la actividad se desvanece en parte por las importa-
ciones; para otras situaciones económicas, en las que la debi-
lidad de la demanda se debía a las expectativas desfavorables
de la rentabilidad de las inversiones y no por imposibilidad de
financiarlas en medio de una crisis financiera; y para otros
regímenes donde los Estados disponen de resortes soberanos
como el de crear dinero e inyectar liquidez al sistema a volun-
tad. El programa anunciado por Obama descansa en esa facul-
tad, que tiene el gobierno de Estados Unidos, o el Gran Bre-
taña, porque tienen moneda propia, y no cuentan con ella los
gobiernos de los países del euro, que la cedieron al BCE. Pero
además, como se ha dicho, en el caso español no hay plan, só-
lo reacciones espasmódicas a las complicaciones que van sur-
giendo.
Las cuestiones de fondo están por abordarse, si no por
voluntad propia, por el carácter inexorable con que se presentarán. Y utilizada esa palabra, la opinión del autor, no sólo por motivos ideológicos, es que lo que parece históricamente imposible es mantener a una economía
como la española atada al euro, lo cual es independiente del destino final de la moneda única, conmocionada como está por la crisis financiera internacional. La Europa de Maastricht está sufriendo pruebas muy duras y se ha descubierto ahora que era un proyecto precipitado, inmaduro y con más grietas de las sospechadas. Mucho mercado y moneda únicos, mucha propaganda sobre la Europa unida, pero cuando ha llegado la crisis, a la hora de la verdad, han surgido desacuerdos profundos y cada país está protegiendo sus intereses y atendiendo sus prioridades internas. Al punto de que se están cuestionando los fundamentos del mercado único, como ocurre con las ayudas financieras que cada gobierno ha articulado para la defensa de su sistema crediticio, que quiebran la neutralidad de las políticas y distorsionan la competencia entre entidades financieras.
La izquierda ante la crisis
Para la izquierda el porvenir es desolador. Como no puede ser de otra manera, el impacto de la crisis sobre los trabajadores y las capas sociales más vulnerables es inevitable. En esto no hay novedad alguna. En el capitalismo no cabe esperar otra cosa, si bien una crisis tan profunda acaba acumulando víctimas en todas las clases sociales. La tarea inmediata que tienen los trabajadores y las organiza-
ciones de izquierda es tratar que los golpes que reciban sean lo menos dolorosos posible, y para ello la lucha, la movilización y la cohesión y la solidaridad tienen un papel fundamental que desempeñar.
No obstante, la crisis también abre a la izquierda unas
oportunidades impensables. Objetivos que estaban hace
poco fuera del horizonte se han acercado repentinamen-
te y cobrado realidad. La nacionalización de sectores básicos de la economía, incluida la banca, por ejemplo, pueden ponerse ya sobre el tapete. No son propuestas que suenen disparatadas y que las sugieran sólo anticuados izquierdistas. No sabemos cómo la crisis evolucionará, pero con
signas por objetivos históricos de la clase obrera encerradas en el baúl, como el control obrero de las fábricas, pueden rescatarse y estar a la orden del día muy pronto.
El gran problema es, sin embargo, que estando dadas las condiciones objetivas, o mejor, que estando dadas las necesidades sociales objetivas para que la izquierda de un salto histórico en sus aspiraciones, la conciencia social está muy orate respecto a esas necesidades, las fuerzas de la izquierda se hallan muy desideologizadas para sacar provecho de la situación, y las organizaciones muy débiles
para dirigir un cambio como el que puede producirse.
Con el PSOE no cabe contar. Es patética su política en el pasado y grotesca desde que se inició la crisis. Desde
negar ésta, hasta el ufanarse de no estar a favor de un sector financiero nacionalizado o de erigirse en los más acérrimos defensores de la libertad de las empresas, incluida la libertad de hundirse. IU hace tiempo que abandonó el terreno de la política para dedicarse a sus cuitas internas y las pequeñas batallas por unas migajas de poder. La última Asamblea ha sido un fiasco para los propósitos de refundación y prepararse para entrar en el terreno de juego. La llamada declaración de Rivas sobre la crisis es un documento penoso, se mire por donde se mire, cuyo respaldo masivo conse-
guido expresa paradójicamente su irrelevancia. No se puede pensar en IU como la fuerza política capaz de dirigir los acontecimientos políticos que se avecinan. Y los sindicatos, o mejor las direcciones de los sindicatos mayoritarios, hace tiempo que abandonaron este mundo. Como se dice jocosamente, ni están ni se les espera. Tanto ha sido su entreguismo que la burguesía se atreve a indicarles
que es ahora, con la crisis, cuando de verdad tienen que hacer su trabajo de No se puede pensar en IU como la fuerza política capaz de dirigir los acontecimientos políticos que se avecinan.Y los sindicatos, o mejor las direcciones de los sindicatos mayoritarios, hace tiempo que abandonaron este mundo.control de la clase obrera y dar la talla en su colaboración.
Fuera de ellos, algo se mueve. Hay que tener en cuenta que
con la crisis la lucha de clases se exacerbará. La tentación de
recortar salarios y derechos, como las prestaciones por des-
empleo por el aumento del paro, será irresistible. Y a pesar
que se reconoce unánimemente que los trabajadores no tie-
nen nada que ver con la crisis –han sido sólo testigos de la
bonanza pasada–, se está ya aprovechando la situación para
sugerir nuevos retrocesos, como la reducción de las pensio-
nes, el abaratamiento del despido o la directiva Bolkestein.
Más descontento, agitación, miedo y desesperación surgirán
a medida que la crisis se agudice, pero no será fácil lograr la
cohesión y la fuerza que la situación requiere. Menos aún
recomponer una izquierda política bien organizada, firme y
con el programa que esta crisis demanda para que se resuel-
va a favor de los intereses inmediatos e históricos de los tra-
bajadores.
En resumen, la izquierda social está muy desarmada para
afrontar los tiempos repletos de dificultades que vaticina-
mos. Desorientada ideológicamente, con la confianza perdi-
da en sus fuerzas, se recoge en estos momentos cruciales las
consecuencias del abandono de las convicciones profundas
que la alimentaron históricamente, la confusión que intro-
dujeron muchos de sus dirigentes e intelectuales sobre que
el capitalismo era insuperable, la falta de paciencia ante los
acontecimientos políticos y, en fin, la pérdida de la perspec-
tiva de que el socialismo nos sigue esperando. Este es el gran
drama de nuestro tiempo: con el capitalismo arrastrándonos
al abismo, la llama de la esperanza de una alternativa socia-
lista apenas se vislumbra en la oscuridad. ¿Crecerá con fuer-
za al calor de las próximas luchas y de los debates de ideas
que redescubran y recuperen las viejas utopías?
Pongamos toda la voluntad y la lucidez para que así sea■
Pedro Montes ha sido economista del Servicio de Estudios del Banco de España y miembro de la Presidencia Federal de IU hasta la reciente Asamblea. Autor, entre otros libros, de
El desorden neoliberal y La historia inacabada del euro.