Indispensable para entender los planes del NWO: Interrogatorio de Christian Rakovsky

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Madmaxista
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Recientemente he leído un libro llamado Sinfonía en Rojo Mayor. Supongo que algunos de este foro lo conocerán. Fue publicado en España en 1952 por Julián Mauricio Carlavilla del Barrio, un expolicía, gran estudioso del comunismo y de la URSS. SUPUESTAMENTE el libro es la traducción del ruso al español de un manuscrito hallado sobre los restos de Josef Landowsky en Leningrado por un miembro de la División Azul de iniciales A. I.

Y digo SUPUESTAMENTE porque tengo serias dudas de si es real o es una invención de Mauricio Carlavilla.

Pero hay elementos en él que me hacen sospechar que, o bien es cierto (posiblemente maquillado y mejorado) o bien contiene mucha verdad.

Algunos habrán leído mi hilo "El Plan". Pues bien, mucho de lo que hay en este libro básicamente es un calco de lo que comento allí y que como dije, me contaron mi padre y mis abuelos. Lo más importante de todo, la verdadera chicha, es la transcripción del interrogatorio a Christian Rakovsky llevado a cabo el 26 de enero de 1938 por la NKVD.

Rakovsky fue drogrado para inducirlo a un estado eufórico y facilitar que cantara. El diálogo entre Rakovsky y su "interrogador", Gabriel Bonín, se produjo en francés y fue grabado y posteriormente traducido al ruso.

Rakovsky hace gala de una majestuosa dialéctica a través de la cual expone el origen del comunismo, el propósito de la revolución internacional y, sobre todo, revela quien está detrás de todo: "Ellos".

"Ellos" es, precisamente, como dije en "El Plan", el término que según mi abuelo usan en las altas esferas para referirse a la élite. Rakovsky identifica a la élite con los Illuminati, identificando a varios o, mejor dicho, relacionando a varios personajes con ellos:

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Adam Weishaupt - 1748-1830

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Lionel Nathan Freiherr de Rothschild - 1808–1879

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Walther Rathenau - 1867-1922

Otra coincidencia importante, aunque esto ya ha sido documentado en varios libros, es la mención que hace a cómo los banqueros de Wall Street financiaron a Hitler. En concreto a mí mi abuelo me contó que:

La familia Warburg, a través de Felix Moritz Warburg, mandó a Hjalmar Schacht con maletines cargados de millones de dólares al partido nancy, desde 1929 en adelante.

Y Rakovsky dice:

Se conviene la financiación del Partido Nacional-Socialista en negociaciones directas con Hitler, y éste recibe en un par de años millones de dólares, enviados por Wall Street y millones de marcos de financieros alemanes, éstos a través de Schacht; el sostenimiento de las S. A. y de las S. S. y la financiación de las siguientes elecciones que dan el poder a Hitler se hace con los dólares y los marcos que le envían «Ellos».

Pongo a continuación el texto del interrogatorio:

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Christian Rakovsky - 1873-1941

Gabriel G. Kuzmin.—Según convinimos en la Lubianka, he solicitado el brindarle una última oportunidad; su presencia en esta casa le indica que lo he conseguido. Veamos si nos defrauda.

Cristian G. Rakovski..—No lo deseo ni lo espero.

G.—Pero antes, una advertencia de caballero. Ahora se trata de la pura verdad. No de la «verdad oficial», esa que ha de resplandecer en el proceso. a la luz de confesiones de todos los acusados. Algo que, como sabe, se subordina por entero a la razón política, a la «razón de Estado», como se diría en Occidente. Los imperativos de la política internacional nos harán ocultar la verdad total, la «verdad verdadera»... Será lo que sea el proceso, las naciones y las gentes conocerán lo que deban conocer..., pero el que debe saberlo todo, Stalin, lo ha de saber... Ahora bien: sus palabras aquí, sean como sean, no pueden agravar su situación. Sabe que no admite agravación. Sólo puede producir efectos en su favor. Puede ganar su vida, en este momento ya perdida. Dicho esto, vamos a ver: todos vosotros vais a confesar que sois espías de Hitler a sueldo de la Gestapo y del O.K.W., ¿no es así?

R.—Sí.

G.—¿Y sois espías de Hitler?

R.—Sí.

G.—iNo, Rakovski, no! Diga la verdad verdadera, no la procesal.

R.—No somos espías de Hitler; odiamos a Hitler tanto como pueda odiarlo usted, tanto como pueda odiarlo Stalin; acaso más aún. Pero la cosa es muy complicada...

G.—Le ayudaré... Acaso yo sepa también algo. Vosotros, los trotskistas tomasteis contacto con el Estado Mayor alemán. ¿No es así?

R.—Sí.

G.—¿Desde cuándo?...

R.—No sé la fecha exacta; pero no mucho después de la caída de Trotsky. Desde luego, antes de tomar Hitler el poder.

G.—Entonces, exactamente, no sois unos espías personales de Hitler ni de su régimen.

R.—Exacto; ya lo éramos antes.

G.—.¿Y con qué fin?... ¿Con el fin de regalarle una victoria y unos territorios rusos a Alemania?

R.—No, de ningún modo.

G.—Entonces, como espías vulgares, ¿por dinero?

R.—¿Por dinero?... Ninguno hemos recibido ni un marco de Alemania. No tiene bastante dinero Hitler para comprar, por ejemplo, a un Comisario de Asuntos Interiores de la U.R.S.S., que tiene a su libre disposición un presupuesto mayor que las fortunas de Ford, Morgan y Valderbilt juntas, sin obligación de justificar sus inversiones.

G.—Entonces, ¿por qué razón?...

R.—Puedo hablar con entera libertad?...

G.—Se lo ruego; a eso le invité.

R.—¿Es que Lenin no tenía una razón superior al recibir la ayuda de Alemania para llegar a Rusia? ¿Se han de aceptar las calumnias que fueron entonces lanzadas contra él? ¿No le llamaron también espía del Kaiser?... Su relación con el Emperador y la intervención alemana para que llegasen a Rusia los bolcheviques derrotistas, es evidente...

G.—Esa verdad o esa falsedad son extrañas a la cuestión...

R.—No; permítame terminar... ¿Es o no cierto que la acción de Lenin benefició en un principio al Ejército alemán?... Permítame... Ahí está la paz separada de Brest, en la cual se le cedían a Alemania inmensos territorios de la U.R.S.S. ¿Quién proclamó el derrotismo como arma bolchevique en 1913?... Lenin: me sé de memoria las palabras de su carta a Gorki: «La guerra entre Austria y Rusia sería una cosa muy útil para la Revolución, pero no es muy posible que Franz-Josef y Nickita nos brinden esa oportunidad»... Como ve usted, nosotros, los llamados trotskistas, los inventores del derrotismo en 1905, que luego profesa Lenin en 1913, seguimos hoy aquella misma línea. La línea de Lenin...

G.—Con una ligera diferencia, Rakovski: que hoy existe en la U.R.S.S. el socialismo y no un Zar.

R.—¿Cree usted?...

G.—¿En qué?

R.—En la existencia del socialismo en la U. R. S. S.

G.—¿No es socialista la U. R. S. S.?

R.—Para mí, tan sólo de nombre. Ahí está la verdadera razón de la Oposición. Concédame, y en pura lógica lo ha de conceder, que teóricamente, racionalmente, nosotros tenemos el mismo derecho a decir no que tiene Stalin a decir sí. Y si el triunfo del Comunismo justifica el derrotismo, quien estime al Comunismo frustrado o traicionado por el bonapartismo staliniano, tiene tanto derecho como Lenin a ser un derrotista.

G.—Creo, Rakovski, que su gran estilo dialéctico le hace teorizar. En público, claro está, yo le argüiría; es bueno, lo reconozco, su argumento, el único posible, dada su situación; pero creo que le podría demostrar que sólo es un sofisma... Quede para otra ocasión; ya tendremos una oportunidad... Espero que me conceda la revancha... Por el momento, sólo esto: si su derrotismo, si las derrotas de la U.R.S.S. sólo tienen como razón la instauración del socialismo, del auténtico socialismo, según usted, el trotskismo, una vez liquidados sus jefes y sus cuadros, como ya los hemos liquidado, el derrotismo, la derrota de la U.R.S.S., ya no tiene objeto,ni razón... La derrota sería hoy la entronización de un Führer o un Zar fascista... ¿No es eso?...

K.—En efecto. Sin adulación, su conclusión es perfecta.

G.—Sí, según creo, lo afirma con sinceridad, ya hemos logrado mucho: yo. stalinista, y usted, trotskista, hemos remontado un imposible. Hemos llegado a un punto de coincidencia; coincidimos en que hoy no debe ser derrotada la U.R.S.S.

R.—No creía yo, lo confieso, hallarme frente a persona tan inteligente ..., En efecto, por ahora, y acaso durante años, no podemos desear ni provocar la derrota de la U.R.S.S., porque hoy, es cierto, no estamos situados en posición de aprovecharla para la toma del Poder. No seríamos nosotros, los comunistas, los beneficiados. Esta es la situación exacta, y coincido con usted. No puede interesarnos hoy la destrucción del Estado stalinista; y lo digo afirmando a la vez que este Estado es el más anticomunista. Vea si hay en mí sinceridad.

G.—La veo; así es la única manera de llegar a entendernos. Le ruego, antes de más, una explicación de lo que yo tomo por contradicción: si para vosotros es el Estado soviético el más anticomunista, ¿por qué no deseáis hoy su destrucción?... Otro cualquiera sería menos anticomunista; por tanto, menor obstáculo para que vosotros instauraseis vuestro comunismo puro...

R.—No; ésa es una deducción demasiado simplista. Aun siendo el bo-napartismo staliniano tan opuesto al Comunismo como lo fué Napoleón a la Rerolución, es un hecho evidente que la U.R.S.S. continúa teniendo aún dogma y forma comunista; tiene un comunismo formal, no real. Y así como la desaparición de Trotsky permitió a Stalin transformar automáticamente el comunismo real en formal, la desaparición de Stalin nos permitirá transformar su comunismo formal en comunismo real. Nos bastaría una hora.
¿Me ha comprendido?...

G.—Sí, naturalmente; nos ha dicho una clásica verdad, la de que nadie destruye aquello que desea heredar. Ahora bien: todo lo demás es artificio sofístico. Se basa en un supuesto que la evidencia repudia; el supuesto anti-comunismo staliniano... ¿Hay propiedad privada en la U.R.S.S.?... ¿Hay plusvalía personal?... ¿Hay clases?... No continuaré aduciendo hechos, ¿para qué?...

R.—Ya he concedido la existencia del comunismo formal. Todo eso que cita son meras formas.

G.—¿Sí?...¿Con qué fin?... ¿Por un capricho banal?...

R.—No, desde luego. Es una necesidad. La evolución materialista de la historia es imposible detenerla; todo lo más, se la frena... ¿Y a qué costa!... A costa de aceptarla en teoría para frustrarla en la práctica. Es tan invencible la fuerza que lleva a la Humanidad al Comunismo, que sólo esa misma fuerza torcida, oponiéndola a sí misma, pueden lograr disminuir la velocidad de la evolución; más exactamente, disminuir el avance de la revolución permanente...

G.—¿Un caso?

R.—Hitler; el más evidente. El ha necesitado del socialismo para vencer al socialismo. De ese su socialismo antisocialista que es el Nacional-Socialismo. Stalin necesita de un comunismo para vencer al comunismo. De ese su comunismo anticomunista que es su Nacional-Comunismo... El paralelo es evidente... Pero, a pesar del antisocialismo hitleriano y a pesar del anticomunismo staliniano, ambos, a su pesar, contra su voluntad, objetivamente, trascendentalmente, hacen Socialismo y Comunismo..., ellos y muchos más. Quieran o no quieran, lo sepan o no lo sepan, construyen un Socialismo y un Comunismo formal que nosotros, los comunistas de Marx, hemos fatalmente de heredar...

G.—¿Heredar?... ¿Heredar quién?... La liquidación del trotskismo es absoluta.

R.—Aunque usted lo dice, no lo cree. Por gigantescas que las «purgas» sean, nosotros, los comunistas, sobreviviremos. No todos los comunistas están al alcance de Stalin, por muy largos que sean los brazos de su «Ochrana»...

G.—Rakovski, le ruego, y si es necesario se lo mando, que se abstenga de hacer alusiones ofensivas... No abuse de su «inmunidad diplomática».

R.—¡Yo plenipotenciario! ¿Embajador de quién?...

G.—Precisamente, de ese inalcanzable trotskismo, si así acordamos llamarle...

R.—Del trotskismo a que usted alude, yo no puedo ser su diplomático; no me ha concedido su representación ni me la he tomado yo; es usted quien me la da.

G.—Empiezo a confiarme. Anoto en su haber que al yo aludir a ese trotskismo, no me ha negado su existencia. Ya es un buen principio.

R.—¿Y cómo negar?... He sido yo quien ha hecho la mención.

G.—Reconocida la existencia un trotskismo muy particular, por mutua conveniencia, yo deseo que usted me haga ciertas sugerencias tendentes a explotar la coincidencia señalada.

R.—En efecto; yo puedo sugerir cuanto estime pertinente, pero por propia iniciativa, sin asegurar que sea siempre el exacto pensamiento de «Ellos».

G.—Así lo he de considerar.

R.—Hemos convenido que, por ahora, no puede interesar a la Oposición las derrotas y la caída de Stalin, por hallarnos en la imposibilidad física de reemplazarlo. Es en lo que coincidimos ambos. Ahora un hecho indiscutible. El atacante en potencia existe. Ahí está ese gran nihilista, Hitler, apuntando la peligrosa pistola de la Wehrmacht contra todo el horizonte. Queramos o no, ¿disparará contra la U.R.S.S.?... Convengamos que para nosotros ésa es la decisiva incógnita... ¿Estima usted bien planteado el problema?

G.—Está bien planteado. Ahora bien: para mí no tiene ya incógnita. Estimo infalible el ataque hitleriano a la U.R.S.S.

R.—¿Por qué?...

G.—Sencillamente, porque así lo dispone quien manda en él. Hitler sólo es un condotiero del Capitalismo internacional.

R.—Le concedo la existencia del peligro; pero de ahí a proclamar como infalible su ataque a la U.R.S.S., media un abismo.

G.—El ataque a la U. R. S.S. lo determina la misma esencia del fascismo; además, lo impulsan a él todos los Estados capitalistas, que le han autorizado su rearme y la toma de todas las bases económicas y estratégicas necesarias. Es la evidencia misma.

R.—Olvida usted algo muy importante. El rearme de Hitler y las facilidades e impunidades que le dieron hasta hoy las naciones de Versalles, fíjese bien, se las dieron en un período singular..., cuando la Oposición aun existía, cuando aun podíamos heredar a un Stalin derrotado... ¿Estima el hecho casual o mera coincidencia temporal?...

G.—No veo ninguna relación entre que permitieran las potencias de Versalles el rearme alemán y la existencia de la Oposición... La trayectoria del Hitlerismo es una trayectoria clara y lógica en él. El ataque a la U.R.S.S. se halla de muy antiguo en su programa.. La destrucción del Comunismo y la expansión hacia el Este son dogmas en Mi Lucha, ese Talmud del nacionalsocialismo..., y que vuestro derrotismo haya querido aprovechar esa conocida amenaza contra la U. R. S. S., es natural dada vuestra mentalidad.

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R.—Sí, todo eso, a primera vista, parece lógico y natural, demasiado lógico y natural para que sea verdad.

G.—Para que no lo fuera, para que Hitler no nos atacase, deberíamos confiar en la alianza francesa..., y esto sí que sería ingenuidad. Sería tanto como confiar en que el Capitalismo se sacrificaría por salvar al Comunismo.

R.—Discurriedo sin más nociones políticas que las propias de un mitin de masas, tiene usted toda la razón. Pero si es usted sincero hablando así, perdóneme, yo estoy decepcionado; creí más elevada la cultura política de la famosa policía staliniana.

G.—El ataque del hitlerismo a la U.R.S.S. es, además, una necesidad dialéctica; es tanto como elevar al plano internacional la fatal lucha de clases. Junto a Hitler, por necesidad, estará todo el capitalismo mundial.

R.—Así, con su dialéctica escolástica, créame, yo me formo una idea más pobre aún sobre la cultura política del stalinismo. Le oigo hablar como podría escuchar Einstein a un alumno de liceo sobre la física cuatrodimensional. Veo que sólo saben del Marxismo lo elemental; es decir, lo demagógico y popular.

G.—Si no es muy larga y oscura su explicación, le agradecería que me revelase algo de esa «relatividad» o «quanta» del Marxismo.

R.—Nada de ironías; estoy hablando animado del mejor deseo. En ese mismo Marxismo elemental, que aun les enseñan en la Universidad stalinista, puede hallar una razón que contradice su tesis sobre la infalibilidad del ataque hitleriano a la U.R.S.S. Aun les enseñan como piedra angular del Marxismo que la contradicción es la enfermedad incurable y mortal del Capitalismo..., ¿no es así?

G.—En efecto.

R.—Y siendo así, aquejado el Capitalismo de la contradicción permanente en lo económico, ¿por qué no la ha de padecer también en lo político?... Lo económico y lo político no son entidades en sí; son estados o dimensiones de la entidad social, y las contradicciones nacen en lo social, repercutiendo en la dimensión económica o política o en ambas a la vez... Sería un absurdo suponer falibilidad en lo económico y, a la vez, una infalibilidad en lo político, algo necesario para que sea fatal ese ataque a la U.R.S.S. que usted cree necesario en absoluto.

G.—Entonces usted fía todo a la contradicción, a la fatalidad, al error ineludible que ha de padecer la burguesía que impedirá el ataque de Hitler a la U.R.S.S. Yo soy marxista, Rakovski, pero aquí, entre nosotros, sin escandalizar a ningún militante, le digo que, con toda mi fe en Marx, no fiaría yo la existencia de la U. R. S. S. a una equivocación de sus enemigos ..., y creo que Stalin tampoco.

R.—Pues yo sí... No, no me mire así, que no me burlo ni estoy loco.

G.—Permítame, por lo menos, tener mis dudas, en tanto no me demuestre su afirmación.

R.—¿Ve usted cómo tenía yo motivo para calificar de mediocre su cultura marxista?... Sus razones y reacciones son las mismas que las de un militante de base.

G.—¿Y no son las verdaderas?

R.—Sí; las verdaderas para el pequeño dirigente, el burócrata y la masa.. Las convenientes para los que sean luchadores de fila... Ellos las deben creer y repetir al pie de la letra... Escúcheme usted en el terreno confidencial. Con el Marxismo sucede igual que con las antiguas religiones esotéricas; sus fieles debían saber sólo lo elemental y hasta grosero si se quería suscitar la fe, algo absolutamente necesario, tanto en religión como en Revolución.

G.—No querrá usted revelarme ahora un Marxismo misterioso, algo así como una masonería más.

R.—No; nada de esoterismos. Al contrario, se lo presentaré con meridiana claridad. El Marxismo, antes que sistema filosófico, económico y político, es una conspiración para la Revolución. Al ser la Revolución para nosotros la única realidad absoluta, filosofía, economía y política son verdad en tanto y cuanto llevan a la Revolución. La verdad intrínseca, subjetiva llamémosla así, en la filosofía, economía y política y hasta en la jovenlandesal no existe; será verdad o error en abstracción científica; pero al ser para nosotros subordinadas a la dialéctica de la Revolución—únicamente realidad y, por tanto, la única verdad—, para todo auténtico revolucionario, como lo fue para Marx, ha de ser así, debiendo obrar en consecuencia. Recuerde usted aquella frase de Lenin cuando alguien le dijo como argumento que su intento se oponía a la realidad: «Lo siento por la realidad», respondió. ¿Cree usted que Lenin dijo una sandez? No; para él, toda realidad, toda verdad, era relativa, frente a la única y absoluta: la Revolución. Marx fue genial. Si su obra sólo fuera una crítica profunda del capital, ya sería una labor científica sin par; pero donde alcanza la categoría de obra maestra es como creación irónica. «El Comunismo—dice—ha de triunfar, porque le dara el triunfo su enemigo el Capital.» Tal es la tesis magistral de Marx ... ¿Cabe más grande ironía?. Para ser creído le bastó con despersonalizar a Capitalismo y Comunismo, trasmutando al ente humano en ente de razón, con un arte de prestidigitador maravilloso. Tal fue su ingenioso recurso para decirle a los capitalistas que son la realidad del Capital, que triunfaría el Comunismo por su congénita merluzez: porque sin merluzez perpetua en el homo económicus, no puede haber en él la contradicción permanente proclamada por Marx. Lograr que el homo sapiens se trasmute en homo stultun es poseer un poder mágico, capaz de hacerle descender al hombre en la escala zoológica a su primer peldaño; al de bestia. Sólo dada la existencia del homo stultun en esta época del apogeo del Capitalismo puede Marx formular su axiomática ecuación: Contradicción+Tiempo=Comunismo. Créame, cuando nosotros, los iniciados, contemplamos una efigie de Marx, aunque sea la que se ufana sobre la puerta principal de la Lubianka, no podemos reprimir una carcajada interior, y es que Marx nos contagia; le. vemos a él reírse de toda la Humanidad tras sus barbazas.

G.—¿Será usted capaz de burlarse del más prestigioso sabio de la época?

R-—¿Burlarme yo?... ¡si es admiración! Para lograr Marx engañar a tantos hombres de ciencia era necesario que él fuera superior a todos. Ahora bien, para juzgar a Marx en toda su grandeza, debemos contemplar al Marx auténtico, al Marx revolucionario, al del Manifiesto. Es decir, al Marx conspirador, ya que durante su vida la Revolución vivía en estado de conspiración. No en vano, sus avances y victorias ulteriores los debe la Revolución a aquellos conspiradores.

G.—¿Niega usted entonces el proceso dialéctico de las contradicciones del Capitalismo en el triunfo final del Comunismo?

R.—Tenga usted la seguridad de que si Marx hubiera creído que la victoria del Comunismo sólo llegaría gracias a la contradicción capitalista, jamás hubiera nombrado la contradicción ni una sola vez en los miles de páginas de su obra científico-
revolucionaria. Hubiera sido un imperativo categórico de la real naturaleza de Marx, no científica, sino revolucionaria. Un revolucionario, un conspirador, jamás revela él a su adversario el secreto de su triunfo. Jamás le da información; le da desinformación, como usted sabe hacer en la contraconspiración, ¿no es así?

G.—Pero, en fin, llegamos a la conclusión, según usted, de que no hay contradicciones en el Capitalismo, y que si Marx las señala, sólo es como recurso estratégico revolucionario... ¿No es esto?... Pero las contradicciónes colosales, en ascenso constante, del Capitalismo ahí están... A que ahora resulta que Marx mintiendo dijo la verdad...

R.—Es usted peligroso como dialéctico cuando rompe usted el freno de la dogmática escolástica y da rienda suelta a su propio ingenio. En efecto, Marx dijo la verdad mintiendo. Mintió al proclamar el error, la contradicción, como «constante» de la Historia económica del Capital y al declararla «natural y fatal»; ahora bien: a la vez dijo la verdad, ya que sabía que las contradicciones se producían y aumentarían en progresión creciente hasta llegar a su apogeo...

G.—Entonces..., resulta usted antitético.

R.—No hay antítesis. Marx engaña, por razón táctica, sobre el origen de las contradicciones del Capitalismo, no sobre su evidente realidad. Marx sabía cómo se producían, como se agudizarían y cómo llegarían a crear la anarquía total de la
producción capitalista, como prólogo del triunfo de la Revolución comunista... Sabía que ocurrirían porque conocía él a los que las producían.

G.—Es una novedad extraña el venir ahora a descubrir que no es la esencia y ley innata del Capitalismo la que lo lleva a «matarse a sí mismo», como dijo en frase feliz, ratificando a Marx, un economista burgués, Schmalenbach. Pero me interesa, me interesa, si por ahí llegamos a lo personal.

R.—¿No lo había usted intuido?... ¿No advirtió usted cómo en Marx se contradicen la palabra y la obra?... El proclama la necesidad, la fatalidad, de la contradicción capitalista, evidenciando la plusvalía y la acumulación. Evidenciando una realidad. A mayor concentración de los medios de producción—discurre con acierto—, corresponde mayor masa proletaria, mayor fuerza para instaurar el Comunismo, ¿no?... Pues bien: a la vez que así lo proclama, funda la Internacional. Y la Internacional en la lucha de clases diaria es «reformista»..., es decir, una organización destinada a limitar la plusvalía y, si puede, a suprimirla. Por tanto, la Internacional es objetivamente una organización contrarrevolucionaria, anticomunista, según la teoría marxista.

G.—Ahora resulta que Marx es un contrarrevolucionario, un anticomunista.

R.—Ya ve usted cómo se puede explotar una cultura marxista primaria. El poder calificar de contrarrevolucionaria y de anticomunista la Internacional con rigor lógico y doctrinal es no viendo en los hechos más que su efecto visible e inmediato, y en los textos, la letra. A tan absurdas conclusiones, bajo su aparente evidencia, se llega por olvidar que palabras y hechos están subordinados en el Marxismo a las reglas estrictas de la ciencia superior a la que sirven; a las reglas de la conspiración y la Revolución.

G.—¿Llegaremos, al fin, a una conclusión definitiva?...

R.—Desde luego. Si la lucha de clases en el área económica es, en su primer efecto, reformista y contraria por ello a las premisas teóricas determinantes del advenimiento del Comunismo, en su auténtica y real trascendencia es puramente revolucionaria. Pero, vuelvo a repetir, subordinándose a las reglas de la conspiración; es decir, a la disimulación y ocultación de su verdadero fin... La limitación de la plusvalía y, por tanto, de la acumulación, en virtud de la lucha de clases, tan sólo es apariencia, un espejismo creado para provocar el movimiento revolucionario primario en las masas. La huelga es ya un ensayo de movilización revolucionaria. Independientemente de sí triunfa o fracasa, su efecto económico es anárquico. Al fin, este medio para mejorar el estado económico de una clase es en sí un empobrecimiento de la economía general; sea cual sea el volumen y el resultado de una huelga, ésta es una merma en la producción. Efecto general: más miseria, de la cual no se libra la clase obrera. Ya es algo. Pero no es el único efecto, ni siquiera el principal. Como sabemos, fin único de toda la lucha de clases en el ámbito económico es ganar más y trabajar menos; traducido a efectos económicos, es consumir más produciendo menos. Tal absurdo económico—en nuestro léxico, tal contradicción—, inadvertido por las masas, cegadas de momento por un aumento de salario, es automáticamente anulado por un aumento en los precios, y si éstos se limitan por coacción estatal, ocurre igual, la contradicción de querer consumir más produciendo menos es remediada con otra: la inflación monetaria. Y así, se provoca ese círculo vicioso de huelga, hambre, inflación, hambre.

G.—Menos cuando la huelga es a costa de la plusvalía del capitalismo.

R.—Teoría, pura teoría. Para entre nosotros, tome usted cualquier anuario de la economía de un país y divida las rentas y utilidades totales entre los asalariados y ya verá qué cociente tan extraordinario logra. Es ese cociente lo más contrarrevolucionario, y debemos guardarlo en el mayor secreto. Porque del teórico dividendo restamos los salarios y gastos de dirección que se producen al suprimir al propietario, resulta casi siempre un dividendo pasivo para los proletarios. Pasivo en realidad siempre, si computamos la disminución del volumen y la baja de la calidad en la producción. Como usted ve, proclamar que la huelga es lucha por el bienestar inmediato del proletariado sólo es un pretexto; un pretexto necesario para lanzarlo al sabotaje de la producción Capitalista; sumando así a las contradicciones del sistema burgués la del proletariado; doble arma de la Revolución... que, como es evidente, no se producen por sí mismas, porque hay organización, hay jefes, hay disciplina y, sobre todo, ninguna estupidez... ¿No puede sospechar usted que las famosas contradicciones del Capitalismo, de la Finanza específicamente, sean también organizadas por alguien?... Como base de inducción, le recuerdo que la Internacional Proletaria en su lucha económica coincide con la Finanza Internacional, produciendo la inflación..., y donde hay coincidencia puede haber acuerdo. Son sus propias palabras.

G.—Entreveo un absurdo tan enorme o un intento de tejer una nueva paradoja, que no quiero ni siquiera imaginar. Parece como si usted quisiera insinuar la existencia de una especie de Internacional capitalista, una otra Komintern..., naturalmente, opuesta.

R.—Exactamente, al decir Finanza Internacional yo personalizaba igual que si dijera Komintern; pero al reconocer yo la existencia de una «Kapintern», no digo que sea la enemiga...

G.—Si pretende usted que perdamos el tiempo con ingeniosidades y fantasías, le debo advertir que ha elegido un mal momento.

R.—¿Acaso me cree usted aquella favorita de las Mil y una noches derrochando imaginación velada tras velada para salvar su vida?... No; si estima que divago, es un error suyo. Para llegar adonde ambos nos hemos propuesto, si yo no quiero fracasar, debo ilustrarle antes sobre cosas esenciales, dada su incultura total en lo que yo llamaría «marxismo superior». No puedo prescindir de la explicación, porque sé bien que la misma incultura hay en el Kremlin... Dígame si prosigo...

G.—Puede proseguir, pero le soy leal; si todo resulta luego un mero recreo imaginativo, su diversión tendrá muy mal epílogo. Queda usted advertido.

R.—Prosigo cual si nada hubiese oído. Como usted es un escolástico de El Capital y quiero despertar sus dotes inductivas, le recordaré algo muy particular. Advierta con qué agudeza deduce Marx, frente al rudimentario industrialismo inglés de sus tiempos, todo el futuro y gigantesco industrialismo contemporáneo; cómo lo analiza y fustiga; cómo pinta al repulsivo industrial... La imaginación de usted, como la de las masas, cuando evoca la encarnación humana del monstruoso Capital, lo ven tal y como lo pintó Marx: un panzudo industrial, puro en boca, eruptando satisfecho y violando a la esposa o a la hija del obrero... ¿No es así?... A la vez, recuerde usted la, moderación de Marx y su ortodoxia burguesa cuando estudia la cuestión moneda. En el dinero no aparecen sus famosas contradicciones... La Finanza, como entidad en sí, no existe para él, y el comercio y la circulación del dinero son consecuencia del malvado sistema de producción capitalista, que lo subordina y determina en absoluto... En la cuestión dinero es Marx un reaccionario; y lo era, para mayor asombro, teniendo a la vista, llenando toda Europa con un brillo, aquella estrella de cinco puntas—como la soviética—de los cinco hermanos Rothschild, dueños con sus Bancos de la mayor acumulación de riqueza hasta entonces conocida... Este hecho, tan enorme, que alucinaba las las imaginaciones de la época, pasa inadvertido para Marx. Algo extraño. ¿no es verdad?... Acaso, de aquella ceguera tan particular de Marx proceda un fenómeno común a todas las revoluciones sociales ulteriores. Todos podemos comprobar que cuando las masas se adueñan de ciudad o nación muestran siempre una especie de temor supersticioso frente a Bancos y banqueros. Han apiolado reyes, generales, obispos, policías, sacerdotes y demás representantes del odiado privilegio; han saqueado e incendiado iglesias, palacios y hasta centros de enseñanza; pero, siendo revoluciones económico-sociales, respetaron la vida de banqueros y han resultado intactos los soberbios edificios de los Bancos... Según mis noticias, hasta ser yo preso, el mismo hecho se repite ahora...

G.—¿Dónde?...

R.—En España... ¿No lo sabe?... Pues pregunte usted; y ahora, dígame: ¿no le parece todo muy extraordinario?... Induzca, policía... No sé si habrá usted observado la extraña semejanza que hay entre la Finanza Internacional y la Internacional Proletaria. Se diría que una es la contrafigura de la otra; y, de haber contrafigura, será en la Proletaria por ser más moderna que la Finanza

G.—¿Dónde ve una semejanza en cosas tan opuestas?...

R.—Objetivamente, son idénticas. Si, como ya he demostrado, la Komintern, secundada por la Reformista y por todo el sindicalismo, provoca, la anarquía de la producción, la inflación, la miseria y la desesperación de las masas, la Finanza, sobre todo la Finanza Internacional, secundada consciente o inconscientemente por las finanzas privadas, crea las mismas contradicciones pero multiplicadas... Podríamos ya intuir la razón por la cual Marx encubrió las contradicciones financieras, que a su aguda visión no pudieron ocultarse, si tuvo en la Finanza una aliada, cuya acción, objetivamente revolucionaria, era ya entonces de una trascendencia extraordinaria.

G.—Coincidencia inconsciente; no alianza, que presupondría inteligencia, voluntad, pacto...

R.—Si le parece, aplazaremos ese aspecto... Ahora es mejor pasar al análisis subjetivo de la Finanza, y, aún más, veamos también la personalidad de sus hombres. La esencia internacionalista del dinero es demasiado conocida; de tal realidad procede que la entidad que lo posee y lo sublima sea Cosmopolita. La Finanza, en su apogeo, fin en sí, la Finanza Internacional, niega y desconoce todo lo nacional. No reconoce al Estado; por tanto, es ella objetivamente anarquía, y lo sería en absoluto si ella, negadora de todo Estado nacional, no fuera por necesidad Estado en su esencia. El Estado puro es tan sólo Poder. Y el Dinero es Poder puro. El Dinero es Estado. El Super-estado Comunista que desde hace un siglo construimos y cuyo esquema es la Internacional de Marx, analice y verá su esencia. El esquema, la Internacional, y su prototipo, la U.R.S.S., son también puro Poder. La identidad esencial es absoluta entre ambas creaciones. Algo fatal; porque la personalidad de sus autores también era idéntica; tan internacionalista es el financiero como el comunista. Los dos, por pretextos distintos y con distintos medios, niegan y combaten al Estado nacional burgués. El marxismo, para integrarlo en el Superestado comunista; de ahí que sea el marxista un internacionalista; el financiero niega al Estado nacional burgués, y su negación parece ser fin en sí; propiamente, no se muestra internacionalista, sino como anarquista cosmopolita... Esta es su apariencia hoy, pero ya veremos lo que él es y quiere ser. En lo negativo, como ve, hay una identidad individual entre comunistas internacionalistas y financieros cosmopolitas; como natural efecto, también la hay entre la Internacional Comunista y la Finanza-Internacional.

G.—Casual semejanza subjetiva y objetiva en los contrarios, borrada y rota en lo radical y trascendental.

R.—Permítame no responder ahora para no romper el orden lógico. Sólo quiero ratificar el axioma fundamental: El dinero es poder. El dinero es hoy el centro de la gravitación universal... ¿Creo que se hallará de acuerdo?

G.—Prosiga usted, Rakovjki; se lo ruego.

R.—Saber cómo llegó la Finanza Internacional a ser dueña del dinero, ese mágico talismán que ha venido a ser lo que Dios y nación fueron para las gentes, sucesivamente, hasta la época contemporánea, es algo que supera en interés científico al mismo arte de la estrategia revolucionaria; porque también es arte y también Revolución. Se lo expondré. Cegados los ojos del historiador y de la masa por el clamor y fausto de la Revolución francesa, embriagado el pueblo por haber logrado arrebatar al Rey, al privilegio, todo su poder, no advirtieron que un puñado de hombres, sigilosos, cautos, insignificantes, se habían adueñado del auténtico poder de la realeza, de un poder mágico, casi divino, que ella, sin saberlo, poseía. No advirtieron las masas que otros tomaron para sí ese poder que pronto las reduciría a una esclavitud más feroz que la del mismo Rey, porque él, por sus prejuicios religiosos y jovenlandesales y su estupidez, fue incapaz de usar de tal Poder. Así resulta que se adueñaron del mayor Poder del Rey los hombres cuya calidad jovenlandesal, intelectual y cosmopolita les permitía ejercerlo. Naturalmente, fueron aquellos que de nacimiento no eran cristianos y sí cosmopolitas.

G.—¿Cuál pudo ser ese mítico poder de que se adueñaron?

R.—Ellos tomaron para sí el real privilegio de acuñar moneda... No se sonría usted, que me va a hacer creer que ignora lo que la moneda es... Yo le ruego que se ponga en mi caso. Mi situación frente a usted es igual que la del camarada doctor si se viese obligado a explicar bacteriología a un médico resucitado anterior a Pasteur. Pero me explico su ignorancia y la disculpo. El lenguaje, utilizando palabras que suscitan ideas falsas sobre cosas y hechos, gracias al poder de la inercia mental, no proporciona nociones reales y exactas. He nombrado la moneda; naturalmente, su imaginación ha reflejado en el acto la figura de la moneda física, de metal y papel. Pues no. El dinero no es ya eso; la moneda física circulante es un verdadero anacronismo. Si existe y circula es por un atavismo; sólo porque conviene para mantener una ilusión, hoy pura ficción imaginativa ...

---------- Post added 20-jun-2018 at 12:06 ----------

G.—Es atrevida y hasta poética tan brillante paradoja...

R.—Será brillante si quiere, pero no es paradoja lo que digo. Ya sé —y eso le hizo sonreír— que aun acuñan los Estados en trozos de metal y papel los bustos reales o los escudosnacionales; pero ¿y qué?... La gran masa del dinero circulante, el de las grandes transacciones, la representación de toda la riqueza nacional, moneda, sí moneda, la empezaron a emitir aquellos pocos hombres a que aludí. Títulos, letras, cheques, pagarés, endosos, descuentos, cotizaciones cifras y más cifras, cual catarata desatada, invadió las naciones... ¿Qué fue a su lado ya la moneda metálica y el papel moneda?... Algo intrascendente, mínimo, frente a la creciente marea que todo lo inundaba de moneda financiera... Ellos, finísimos psicólogos, en la impunidad de la ignorancia general, llegaron a más. Sobre la inmensa serie abigarrada de moneda financiera, a fin de darle un volumen rayano en infinito y la velocidad del pensamiento, crearon la moneda crédito..., abstracción, ente de razón, cifra, guarismo; crédito, fe... ¿Ya comprende usted?... Estafa; moneda falsa dotada de curso legal... En otros términos, para mejor hacerme comprender, Bancos y Bolsas y todo el sistema financiero universal es una máquina gigante para cometer la monstruosidad contra natura, como Aristóteles la calificó, de hacerle al dinero producir dinero, algo, que si ya es un delito de lesa economía, en el caso de los financieros es un delito de Código penal, por ser usura. Ya sé cuál es el argumento defensivo: que cobran ellos un interés legal... Aun concedido, que ya es mucho conceder, la usura existe igual, porque si el interés cobrado es el legal, ellos fingen, falsificándolo, un capital inexistente. Los Bancos tienen siempre, prestado o en movimiento productivo, una cantidad de moneda-crédito, moneda en números, cinco y hasta cien veces mayor que la cifra de moneda física emitida. No diré las veces que supera la moneda-crédito—la moneda falsa fabricada—a la moneda desembolsada como capital. Teniendo en cuenta que devenga interés legal, no el capital real, sino el capital inexistente, el interés ha de ser tantas veces ilegal como la falsificación veces multiplique al capital real... Y tenga en cuenta que el sistema que detallo es el más inocente de los usados para fabricar moneda falsa. Imagine, si puede, a unos pocos hombres con un poder infinito de posesión de bienes reales, y los verá dictadores absolutos del valor en cambio; por tanto, dictadores de la producción y la distribución, y, en consecuencia, del trabajo y del consumo. Si le alcanza su imaginación, eleve su acción a la escala mundial y ya verá su efecto anárquico, jovenlandesal y social; es decir, revolucionario... ¿Ya comprende usted?...

G.—No, aun no.

R.—Naturalmente, resulta muy difícil comprender los milagros.

G.—¿Milagro?...

R.—Sí, milagro. ¿No es un milagro ver a un banco de madera transformarse en catedral?... Pues tal milagro lo han visto mil veces sin pestañear las gentes durante todo un siglo. Porque milagro prodigioso fue que los bancos donde los mugrientos usureros se sentaban para comerciar con su dinero sean hoy esos templos que ufanan sus columnatas paganas en cada esquina de la urbe moderna, donde la muchedumbre va, posesa de la fe, que ya no le inspiran las deidades celestiales, para ofrendar fervorosa todas sus riquezas a la deidad Dinero, que habita, según cree, dentro de la férrea caja fuerte del banquero, dedicada a su divina misión de multiplicarse hasta el infinito metafísico...

G.—Es la nueva religión de la podrida burguesía.

R.—Religión, sí; la Religión del Poder.

G.—Resulta usted un poeta de la economía.

R.—La poesía es necesaria si se quiere dar idea de la Finanza, la obra de arte más genial y más revolucionaria de todas las épocas.

G.—Es una visión equivocada. La finanza, como Marx y, sobre todo, Engels la refinen, está determinada por el sistema de producción capitalista.

R.—Exacto, sólo que a la inversa: el sistema de producción capitalista es el determinado por la Finanza. El que diga lo contrario Engels, y hasta que intente demostrarlo, es la prueba más evidente de que la Finanza reina sobre la producción burguesa. Siendo, como es, la Finanza, desde antes de Marx y Engels, la máquina más potente de la Revolución—la Komintern a su lado es un juguete—no la iban a descubrir y delatar Engels y Marx. Al contrario, sirviéndose de su talento científico, debieron camouflar otra vez la verdad en beneficio de la Revolución. Y eso hicieron ambos.

G.—No es nueva la historia; me recuerda todo eso algo de Trotsky escrito hace más de diez años.

R.—Dígame...

G.—Cuando proclama él que la Komintern es una organización conservadora comparada con la Bolsa de Nueva York; señalando a los grandes banqueros como forjadores de la Revolución.

R.—Sí, él dijo esto en un pequeño libro en que vaticinaba el derrumbamiento de Inglaterra... Sí, decía eso y añadía : «¿Quién empuja a Inglaterra por el camino de la Revolución?»... Y se contestaba: «No Moscú, sino Nueva York».

G.—Pero recordará usted que también afirmaba que si forjaban la Revolución los financieros de Nueva York era inconscientemente.

R.—La explicación que ya he dado para razonar por qué camouflaron la verdad Engels y Marx es igualmente válida para León Trotsky.
G.—Sólo aprecio en Trotsky una visión, con cierto estilo literario, de un hecho ya de sobra conocido,.., con el cual ya se contaba; porque, como bien dice Trotsky mismo, esos banqueros «cumplen irresistiblemente, inconscientemente, su misión revolucionaria».

R.—¿Y cumplen su misión a pesar de que Trotsky se lo avisa? ¡Qué cosa más extraña que ellos no rectifiquen!...

G.—Los financieros son revolucionarios inconscientes, porque lo son sólo objetivamente... por su incapacidad mental para ver los últimos efectos.

R.—¿Lo cree usted sinceramente?... ¿Cree usted unos inconscientes a esos verdaderos genios?... ¿Cree usted unos idiotas a los hombres a quienes obedece hoy el mundo entero?... ¡Esta sí que sería una contradicción estupenda! ...

G.—¿Qué pretende usted?...

R.—Sencillamente, afirmo que son revolucionarios, objetiva y subjetivamente; totalmente conscientes.

G.—¡Los banqueros!... ¿Se ha vuelto usted loco?...

R.—Yo, no... ¿y usted?... Reflexione. Esos hombres son hombres como usted y yo. El poseer ellos el dinero, por ser sus creadores, sin conocido límite, no puede determinar el fin de todas sus ambiciones. Si crece algo en los hombres en razón directa a su satisfacción es la ambición. Y de todas, la qué más, la ambición del Poder... ¿Por qué no han de sentir el impulso al dominio, al dominio total, esos hombres banqueros?... Igual, exactamente igual que usted y yo.

G.—Mas si, según usted y creo yo, ya tienen el poder económico universal. ¿qué otro pueden ellos desear?

R.—Ya lo he dicho: el poder total. Un poder como el de Stalin sobre la U.R.S.S.; pero universal.

G.—¿Un poder como el de Stalin? Pero con fin contrario...

R.—El poder, si en realidad es absoluto, sólo pude ser uno. La idea de absoluto excluye la de pluralidad. Por tanto, el Poder al cual aspira la «Kapintern» y la Komintern, por ser absoluto y por ser ambos en un orden mismo en el político, han de ser un solo e idéntico Poder. El Poder absoluto es fin en sí o no es absoluto. Y hasta hoy no se inventó otra máquina de poder total más que el Estado Comunista. El poder capitalista burgués, aun en su más alto grado, el cesáreo, es un poder restringido, porque si lo hubo en teoría con la encarnación de la divinidad en los Faraones y Césares de la antigüedad, el tipo económico de vida en aquellos estados primitivos y el atraso técnico del aparato estatal dejaban siempre un margen de libertad indivividual. ¿Comprende usted que los que dominan ya relativamente sobre las naciones y los gobiernos de la tierra pretendan el dominio absoluto?... Comprenda que es el único no alcanzado por ellos...

G.—Esto es interesante; al menos, como un caso de locura...

R.—Inferior, desde luego, a la locura de un Lenin soñando con dominar al mundo entero en una buhardilla de Suiza o a la de un Stalin soñando igual en su destierro dentro de una choza siberiana... Me parece más natural tal ambición acariciada por los señores del dinero desde lo alto de un rascacielos neoyorkino.

G.—Acabemos; ¿quiénes son ellos?...

R.—¿Es usted tan ingenuo que cree que si supiera quiénes son «Ellos» estaría yo aquí prisionero?...

G.—¿Por qué?...

R.—Por la sencilla razón de que quien los conoce a «Ellos» no lo ponen en situación de que sea obligado a denunciarlos... Es una regla elemental de toda conspiración inteligente, como usted puede comprender muy bien.

G.—¿No ha dicho usted que son banqueros?...

R-—Yo no; recuerde que siempre le he dicho la Finanza Internacional y que al personalizar he dicho siempre «Ellos» nada más. Si he de informarle con sinceridad, sólo le diré hechos, no nombres, porque no los sé. No creo equivocarle si le digo que «Ellos» no son ninguno de los hombres que aparecen ocupando cargos en la política o en la Banca mundial. Según tengo entendido, desde el asesinato de Rathenau, el de Rapallo, no emplean en la política y en la fianza más que hombres interpuestos. Naturalmente, hombres de toda su confianza, con una fidelidad garantizada por mil medios distintos; así que cabe asegurar que los banqueros y políticos, tan sólo son sus «hombres de trabajo manual»..., por grande que sea su rango, y aun cuando aparezcan personalmente como autores de los hechos.

G.—Aunque comprensible y lógico a la vez, ¿no pudiera ser su razonada ignorancia sólo un subterfugio de usted?... A mi parecer, y según mis noticias, ha tenido usted demasiada categoría en esa conspiración para no saber ¿Ni siquiera induce usted la personalidad de alguno de ellos?

R.—Sí; pero acaso no me crea. He llegado a inducir que debe tratarse de un hombre u hombres con una personalidad..., ¿cómo le diría?... mística, un Gandhi o algo así, pero sin su espectacularidad. Místicos del Poder puro, despojado de sus groseros accidentes. No sé si me comprende usted. Ahora bien; saber yo su nombre y residencia, eso no... Imagine usted hoy a Stalin dominando realmente en la U. R. S. S., pero sin estar rodeado de murallas ni de su guardia personal, sin más garantía legal para su vida que la de cualquier ciudadano. ¿Cuál sería su recurso para librarse de atentados?... El de todo conspirador, por grande que sea su fuerza: el anonimato.

G.—Hay lógica en cuanto dice; pero no lo creo a usted.

R.—Pues créame; nada sé; si lo hubiera sabido ¡qué feliz sería!... No estaría yo aquí defendiendo mi vida. Comprendo perfectamente sus dudas y la necesidad que debe sentir su vocación policíaca de averiguar algo personal. En honor a usted, y también por ser necesario al fin que perseguimos ambos, haré lo posible por orientarle. Sepa usted que la historia no escrita, sólo conocida por nosotros, nos señala como fundador de la primera Internacional Comunista—naturalmente, secreta—a Weishaupt. ¿Ya recuerda su nombre?... Fue el jefe de aquella masonería conocida bajo el nombre de Iluminismo, cuyo nombre lo tomó de la segunda conspiración anticristiana y comunista de la Era, el Gnosticismo. Previsto por aquel gran revolucionario, semita y ex-jesuíta, el triunfo de la Revolución francesa, decidió él, o le fue ordenado —hay quien señala como jefe suyo al gran filósofo Mendelssohn—fundar una organización secreta que impulsase la Revolución francesa más allá de sus objetivos políticos, a fin de transformarla en Revolución social para instaurar el Comunismo. En aquellos tiempos heroicos, era un enorme peligro tan sólo mencionar el comunismo como meta; de ahí, todas las precauciones, pruebas y misterios de que debió rodear al Iluminismo. Aun faltaba un siglo para que, sin peligro de prisión o fin, se pudiera declarar comunista un hombre públicamente. Esto es más o menos conocido. Lo que se ignora es la relación de Weishaupt y sus secuaces con el primero de los Rothschild. El misterio del origen de la fortuna de los más famosos banqueros pudiera explicarse siendo tesoreros de aquella primera Komintern. Indicios hay de que cuando los cinco hermanos se reparten en cinco provincias el Imperio financiero de Europa, algo también oculto les ayuda a formar aquella fortuna fabulosa; pueden ser, aquellos primeros comunistas de las catacumbas de Baviera, esparcidos ya por Europa entera. Pero dicen otros, creo que con mayor razón, que no fueron los Rothschid tesoreros, sino jefes de aquel oculto comunismo primero. Se apoya esta opinión en el hecho cierto de que Marx y los más altos jefes de la I. Internacional, ya pública, entre ellos Herzen y Heine, obedecieron al Barón Lionel Rothschild, cuyo retrato revolucionario, hecho por Disraeli, premier inglés y también criatura suya, nos lo legó pintado en el personaje Sidonia, el hombre que, según el relato, conocía y mandaba, siendo un multimillonario, en más espías, carbonarios, masones, judíos secretos, etnianos, revolucionarios, etc., etc. Parece todo fantástico; pero está demotrado que Sidonia es el retrato idealizado del hijo de Nathan Rothschield, como también consta la batalla que libró contra el Zar Nicolás en favor de Herzen. Batalla que ganó. Si todo lo que se puede adivinar a la luz de estos hechos es realidad, como yo creo, ya podríamos hasta personalizar quién es el inventor de la formidable máquina de acumulación y de anarquía que es la Finanza Internacional, el cual sería, a la vez, el mismo que creó la Internacional Revolucionaria. Algo genial: crear con el Capitalismo la acumulación en el más alto grado, empujar al proletariado al paro y a la desesperación y, a la vez, crear la organización que debía unir a los proletarios para lanzarlos a la Revolución. Sería éste el capítulo más sublime de la Historia. Más aun: se recuerda una frase de la progenitora de los cinco hermanos Rothschild: «Si mis hijos quieren no habrá guerra». Es decir, que eran ellos arbitros, señores, de la paz y la guerra, y no los Emperadores. ¿Es usted capaz de imaginar un hecho de tan cósmica trascendencia?... ¿No se ve así ya la guerra en función revolucionaria?... Guerra-Commune. Desde entonces, toda guerra fue un paso de gigante hacia el Comunismo. Como si una fuerza misteriosa diera satisfacción al anhelo que Lenin expresó a Gorki. Recuerde: 1905-1914. Reconozca usted, por lo menos, que dos de las tres palancas que llevan al mundo hacia el Comunismo no son ni pueden per manejadas por el Proletariado. Las guerras no fueron provocadas ni dirigidas por la III Internacional ni por la U.R.S.S., que no existían aún. Tampoco pudieron provocarlas, aunque las ansiasen, y menos dirigirlas aquellos pequeños grupos de bolcheviques que languidecían en la emigración. Esto es una evidencia meridiana. Y menos aún pudo ni puede la Internacional ni la U.R.S.S. conseguir esa tremenda acumulación de Capital y la anarquía nacional e internacional de la producción capitalista. Anarquía capaz de hacer quemar ingentes cantidades de alimentos antes que darlos a las gentes hambrientas; capaz de lo que con frase gráfica escupió Rathenau: «Hacer que medio mundo se dedique a fabricar mi... y hacer que el otro medio se dedique a consumirla». Y, por último, no podrá el proletariado sostener que se debe a él esa inflación en progresión geométrica creciente, desvalorización, robo permanente de la plusvalía y ahorro del capital no financiero, no capital-usura, por ello, incapaz de recobrar la baja constante de su poder adquisitivo, produciendo así la proletarización de la clase media, la enemiga verdad de la Revolución... No es el Proletariado quien maneja la palanca económica ni la palanca de la guerra. Es él, sí, una tercera palanca, la única visible y espectacular, que da el golpe definitivo a la fortaleza del Estado capitalista y la toma... Sí, la toma, cuando «Ellos» se la entregan...

G.—Vuelvo a repetirle que todo eso, tan literariamente relatado por usted, tiene un nombre que ya hemos repetido hasta la saciedad en esta inacabable conversación: «contradicción natural del Capitalismo», y si, como pretende, hay una voluntad y una acción ajena a la del Proletariado, le desafío a que me señale concretamente un caso personal.

R.—¿Sólo con uno se conforma?... Pues escuche una pequeña historia: «Ellos» aislaron diplomáticamente al Zar para la guerra ruso-japonesa, y los Estados Unidos financiaron al Japón, exactamente, Jacob Schiff, jefe de la Banca Kuhn, Loeb y Cia., la sucesora, superándola, de la Casa Rothschild, de la cual procedía Schiff. Fue tal su poder, que logró que las naciones con imperio colonial en Asia apoyaran la creación del Imperio xenófobo nipón, cuya xenofobia ya la está sintiendo Europa. De los campos de prisioneros vinieron los mejores luchadores a Petrogrado adiestrados por los agentes revolucionarios que desde América se introdujeron en ellos, con permiso conseguido del Japón por sus financiadores. La guerra ruso-japonesa, con la organizada derrota de los ejércitos zaristas, provocó la Revolución de 1905, que, aun siendo prematura, estuvo a punto de triunfar, y que si no llegó a triunfar, creó las condiciones políticas necesarias para la victoria de 1917. Aún hay más. ¿Ha leído usted la biografía de Trotsky?... Recuerde su primera época de revolucionario. Es un jovenzuelo, ha permanecido con los emigrados algún tiempo en Londres, Paris y Suiza, después de su evasión de Siberia; Lenin, Plejanor, Martov y demás jefes lo consideran sólo como un neófito que promete. Pero se atreve ya, cuando la primera escisión, a quedar independiente, intentando ser arbitro de la unificación. En 1905 acaba de cumplir veinticinco afios, y vuelve a Rusia solo, sin partido ni organización propia. Lea usted los relatos no «purgados» por Stalin de la Revolución de 1905; los de Lunatcharski, por ejemplo, que no es trotskista. Trotsky es la primera figura dé la Revolución en Petrogado; esta es la verdad. Sólo él sale de ella prestigiado y con popularidad. Ni Lenin, ni Martov. ni Plejanov la ganan, la conservan o disminuye, ¿Cómo y por qué se alza el ignorado Trotsky, ganando de golpe autoridad superior a los más viejos y prestigiosos revolucionarios?... Sencillamente, se ha casado. Junto a él viene a Rusia su mujer, Sedova. ¿Sabe usted quién es ella? Es la hija de Givotovsky, unido a los banqueros Warburg, socios y parientes de Jscob Schiff, grupo financiero que, como he dicho, financió al Japón, y, a través de Trotsky, financió a la vez la Revolución de 1905. Ahí tiene el motivo de que Trotsky, de un golpe, pasase a la cabeza del escalafón revolucionario. Y ahí tiene la clave de su personalidad verdadera. Demos un salto a 1914. Tras el atentarlo del Archiduque se halla Trotsky y el atentado provoca la guerra europea. ¿Cree usted de veras que el atentado y la guerra sólo son casualidades?..., como dijo en un congreso sionista Lord Melchett. Analice usted a la luz de la «no-casualidad» el desarrollo de la campaña de Rusia. El «derrotismo» es una obra maestra. La ayuda de sus aliados al Zar está reglada y dosificada con tal arte, que sirve de argumento a los embajadores aliados para conseguir de la estupidez de Nicolás ofensivas-masacres una tras otra. Las masa de carne rusa era gigantesca; pera no inagotable. Las organizadas derrotas traen la Revolución. Cuando amenaza por todos lados, el remedio que se halla es instaurar la República democrática. La república—como Lenin la llamó—«de las Embajadas»; es decir, aseguran la impunidad de los revolucionarios. Aun hace falta más. Kerenski debe provocar otra ofensiva-masacre, y la realiza, para que sea desbordada la revolución democrática. Y más todavía: Kerenski debe hacer la entrega total del Estado al Comunismo y la consuma... Trotsky puede ocupar «invisiblemente» todo el aparato estatal. ¡Qué ceguera más extraña!... Esta es la realidad de la Revolución de Octubre, tan cantada... Los bolcheviques tomaron lo que «Ellos» les entregaron.

G.—¿Se atreve usted a decir que Kerenski fue un cómplice de Lenin?...

R.—De Lenin, no; de Trotsky, sí; mejor dicho, de «Ellos»,

G.— ¡Absurdo!...

R.—¿No puede usted comprender..., precisamente usted?... Me extraña. Si usted, como espía que es, bajo el secreto de su personalidad, consiguiese llegar a ser jefe de una fortaleza enemiga..., ¿no abriría usted las puertas a las fuerzas atacantes, a las que realmente servía?..., ¿No sería usted un derrotado y un prisionero más?... ¿Acaso no correría usted el peligro de morir al ser asaltada la fortaleza, si un asaltante, ignorando que sólo era un disfraz su uniforme, lo creía enemigo? Créame; sin estatuas ni mausoleo, le debe más el Comunismo a Kerensky que a Lenin.

G.—¿Quiere usted decir que fué Kerenski un derrotado consciente y voluntario?

R.—Sí; me consta. Comprenda que ya intervine yo personalmente en todo esto. Pero aún le diré más. ¿Sabe usted quién financió la Revolución de Octubre?... La financiaron «Ellos», precisamente, a través de los mismos banqueros que financiaron al Japón y la Revolución de 1905. Jacob Schiff y los hermanos Warburg; es decir, la gran constelación bancaria, una de las cinco de la Federal Reserve, la Banca Kuhn, Loeb y C.a; interviniendo otros banqueros americanos y europeos, como Guggenheiin, Heneawer, Breitung, Aschberg, de la «Nya Banken», ésta de Estocolmo... Yo estaba, «por casualidad»... allí., en Estocolmo, e intervine en las transferencias de fondos. Hasta llegar Trotsky, yo fui el único que intervino del lado revolucionario. Pero Trotsky llegó al fin; debo subrayar que los aliados lo expulsaron de Francia por derrotista y los mismos aliados lo libertaron para que fuera derrotista en la aliada Rusia... «Otra casualidad» ¿Quién la conseguiría?... Los mismos que consiguieron hacer pasar a Lenin a través de Alemania. Si «Ellos», los de Inglaterra, consiguen sacar a Trotsky, el derrotista, de un campo canadiense y hacerle que llegue, dándole paso franco todos los controles aliados, a Rusia, otros «Ellos», uno Rathernáu, consiguen el paso de Lenin a través de la Alemania enemiga. Si estudia usted la historia de la Revolución y de la guerra civil sin prejuicios y con el espíritu inquisitivo que sabe usted emplear en cosas menos importantes y de menor evidencia, tanto en el conjunto de los acontecimientos como en los detalles y hasta en lo anecdótico, hallará usted una serie de «casualidades» asombrosas.

G.—Bien, aceptemos como hipótesis que no sea todo suerte. ¿Qué deduce de ahí a efectos prácticos?...

R.—Déjeme terminar esta pequeña historia, y luego ya deduciremos ambos ... Trotsky, desde su arribo a Retrogrado es admitido sin reservas por Lenin. Como sabe demasiado bien, las disensiones entre ambos fueron profundas durante el tiempo que edia entre las dos revoluciones. Todo se olvida y Trotsky es el artífice del triunfo de la Revolución, quiera Stalin o no quiera. ¿Por qué? ... El secreto lo tiene la mujer de Lenin, la Krupskaya. Ella sabe quién es realmente Trotsky; ella es quien convenció a Lenin para que aceptase a Trotsky. Si no lo acepta, Lenin hubiera seguido bloqueado en Suiza; ésta ya era una poderosa razón para él y también lo fue el saber que ayuda traía Trotsky a la Revolución. Supo Lenin, desde luego, que Trotsky traía el dinero y poderosas ayudas internacionales; el vagón precintado fue la demostración. Luego, la unidad en torno al insignificante Partido bolchevique de toda el ala izquierda revolucionaria, socialistas revolucionarios y anarquistas es obra de Trotsky, no de la intransigencia férrea de Lenin. No en vano, el antiguo Bund de proletarios judíos, del cual nacieron todas las ramas revolucionarias moscovitas, a las cuales dio el noventa por ciento de sus jefes, era el verdadero partido del «simpartido» Trotsky. Naturalmente, no el Bund oficial y público, sino el Bund secreto, insertado en todos los partidos socialistas y cuyos jefes están casi todos bajo su disciplina.

G.—¿También Kerenski?

R.—Kerenski también..., y algunos jefes más no socialistas, jefes de fracciones políticas burguesas...

G.—¿Cómo así?...

R.—¿Olvida usted el papel de la Masonería en la primera fase democrático-burguesa de la Revolución?...

G.—¿También obedecía al Bund?...

R.—Como inmediato escalón, desde luego; pero, en realidad, obedecía a «Ellos».
 
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