LA TUMBA DE OSIRIS EN jovenlandia
La obra de Slosman, tal como él se la había planteado poco antes de morir, constaba de tres trilogías y una tetralogía, configuradas de la siguiente manera:
TRILOGÍA DE LOS ORÍGENES:
1º El Gran Cataclismo (publicado en 1976)
2º Los Supervivientes de la Atlántida (publicado en 1978)
3º Y Dios resucitó en Denderah (publicado en 1980)
TRILOGÍA DEL PASADO:
1º Moisés el Egipcio (publicado en 1981)
2º Akhenaton el Divino Mortal
3º Y Dios olvidó a Egipto
TRILOGÍA DEL FUTURO:
1º Jesús-el-Cristo
2º El Apocalipsis de la 8ª Visión
3º La Eternidad sólo pertenece a Dios
TETRALOGÍA DEL SABER:
1º La Astronomía según los Egipcios
2º Las Matemáticas según los Egipcios
3º La Medicina según los Egipcios
4º El Evangelio según los Egipcios
veámoslo en las propias palabras de Slosman:
“Y todo se encadenó a partir de este momento para facilitarme la tarea, como si el destino me hiciera señas para que prosiguiera por esta vía. Unos geólogos marroquíes me condujeron al sur de Erfud, en el Sáhara (1), para ver allí el lugar geodésico del antiguo Polo Norte, lo que probaba que, en un cierto momento, la Tierra había sufrido un vuelco. Además, en los alrededores los tells parecían, por su textura geológica, glaciares que habían reventado, literalmente, a causa del calor súbito que los había alcanzado. Fue en esta misma región, en Tauz, donde hice el descubrimiento más impresionante, en medio de un enclave funerario sagrado muy extraño. Unos beréberes que me habían brindado su amistad me explicaron que este lugar sagrado era aquel en el que yacía un “gigante”, hijo del Dios Único, con todos los soldados que lo habían defendido contra otro “gigante” hermano de sangre, pero traidor al Padre, que lo había asesinado a lanzazos.
Si Ta Mana, en los textos jeroglíficos, significa el “lugar del Poniente” y, por extensión, el “lugar de los Bienaventurados”, Ta Uz significaría, a su vez, “lugar de Osiris”, es decir, el lugar consagrado a Osiris. Tamanar se encuentra a sesenta kilómetros al norte de Agadir (2), y Ta Uz, a la entrada del desierto sahariano, se encontraba por fin ante mis ojos. Había caído en pleno lugar histórico de manera absolutamente providencial. Durante años, este lugar había permanecido fuera de los circuitos turísticos, pues al encontrarse cerca de la frontera con Argelia, se consideraba poco seguro [...]
Fue en este momento cuando germinó en mí la idea de que, en el fondo, en Egipto no había habido más que un solo Dios y que yo debía escribir una “Historia del Monoteismo”. Todos mis trabajos deberían tener esta única meta: la supervivencia de las criaturas de Dios.
La historia que me narraron los beréberes sobre su propio origen me fortaleció en esta opinión, pues ellos se transmitían, de generación en generación, su origen “divino”: procedían de un “lugar idílico” que se perdía en la noche de los tiempos, a la vez que creían, precisamente, en este Dios justo y bueno que los guiaba, pero que los había castigado tras su desobediencia.
Esta antigua “Escuela”, cuyo origen se remonta a la mismísima llegada de los primeros supervivientes, está autentificada no sólo por los textos, sino también por las sepulturas sacadas a la luz bajo la colina de los Pontífices, a menos de tres kilómetros del templo. Allí reposan los “Sabios entre los Sabios”, los Bienaventurados que poseyeron el Conocimiento de la voluntad divina. Uno de ellos impartía enseñanza bajo un “Maestro” de la II dinastía, en el cuarto milenio antes de nuestra era; otro bajo Khufu (Keops), cuyo escriba real señala que el templo fue reconstruido por su señor (fue ésta la tercera reconstrucción) siguiendo los planos encontrados en los cimientos originales, escritos sobre rollos de cuero de gacela por los “Seguidores de Horus”, es decir, por los propios Primogénitos, mucho antes de que el primer rey de la I dinastía ocupase el trono.
Fueron, por tanto, estos descendientes directos quienes transmitieron la Ley divina, cuyas “Combinaciones-Matemáticas” permitirían a los hombres regirse por si mismos según cánones de Justicia y de Bondad.
Los ancestros escribieron asimismo:
Yo soy Yo, nacido de si mismo para convertirse en el Creador de Imágenes a su semejanza, tras la salida del Caos. Ellas [las imágenes] son los recipientes de las Parcelas divinas, que las convertirán para siempre, a su vez, en los Bienaventurados del Sol naciente, mientras observen una estricta obediencia a mi Ley. Pues yo soy el Pasado de Ayer que prepara el Porvenir del Sol gracias a los Doce. (4)
“Entonces, el Dios muerto, aquel que se convertiría en el Toro Celeste[...], despertó[...]“. (5)
Usir, por tanto, resucitó, aunque por tiempo limitado, a fin de poder completar la instrucción de Hor y de declararlo sucesor suyo y único heredero legítimo, primer Ahâ de los supervivientes del hundimiento de Ahâ-Men-Ptah.
A partir de este momento, a Hor se le conoce como “Hor el Puro”, es decir, Hor-Ro, o Hor-Pa-Ro, para mejor indicar la pureza de su alma.
Posteriormente, Osiris condujo al grupo a Ta Uz, a fin de que prosiguiera la extracción de hierro, tan necesaria, por parte de los supervivientes, además de ser el lugar que había elegido para su descanso eterno. Aquí permitió que Usit, con quien no habían cesado los enfrentamientos tras la llegada a Ta Mana, lo matara por segunda vez y aquí fue enterrado. Aquí encontraron también su último reposo Nut, Iset y Nek-Bet.
Por otra parte, el hijo es esta última, el Pontífice llamado Anepu, o Anubis, que había sucedido a su padre en el cargo, cuando se apercibió de que también su hora estaba próxima traspasó, a su vez, las funciones sacerdotales a su hijo, que las asumió con el nombre de Ptah-Her-Anepu, mientras él, el Pontífice saliente, por así llamarlo, se dedicaba, en sus últimos días, a recuperar la fórmula de la conservación de los cuerpos tras la muerte, que no había podido ser salvada del Gran Cataclismo, pero de la cual conocía los principales componentes, y que era imprescindible para la renovación de la teología de los ancestros de Ahâ-Men-Ptah. Sus esfuerzos se vieron coronados por el éxito y, gracias a los oficios de su hijo, el nuevo An-Nu, fue la primera persona embalsamada de entre los supervivientes del Gran Catalismo.
En los años que precedieron a la partida, los “Seguidores de Horus” habían desarrollado el arte del grabado rupestre y dejaron huellas bien visibles de sus nuevas vidas como hijos de Dios. Es por ésto por lo que las representaciones gráficas de Ta Uz difieren tanto de las de sus “colegas” de la garganta de Zenaga (6), realizadas por los Râ-Sit-U, los “Rebeldes de Set-Sol”.
Los dos clanes, tan alejados espiritualmente, habían terminado por enfrentarse con un repruebo implacable, sobre todo tras la muerte de Sit, dos de cuyos hijos tomaron sucesivamente el poder reteniéndolo tiránicamente, y si bien la supervivencia del grupo se vio asegurada porque todos sus miembros cerraron filas, el repruebo se amplificó, atizado por unos celos intensos.
Los grabados rupestres pintados y tallados en las rocas a todo lo largo de la ruta recorrida, y que se extienden desde la costa oeste del sur muy sur hasta las orillas del Nilo, recuerdan con una constancia única la época trágica de los milenios vividos tras el Gran Cataclismo, más conocida con el nombre de “Gran Duelo”. Estos dibujos dan fe de la esperanza de los supervivientes en una Tierra prometida tantas generaciones atrás, en nombre de Dios, por los sucesivos “Primogénitos”.
No obstante, la lucha fratricida que había enfrentado originalmente a dos miembros de una misma familia, prosiguió durante los quince siglos que precedieron a la llegada a Egipto y aún continuó aquí durante cuatro milenios más, oponiendo sin cesar a los “Rebeldes de Sit” a la familia reinante de los “Seguidores de Hor”, tomando el poder ora los unos, ora los otros, y así sobrevino el olvido una vez más, favorecido por los usurpadores (los Râ-Sit-U) y forzado por los invasores; y la decadencia producida por estos paréntesis, acabaría por borrar definitivamente a este pueblo elegido, “Amado-por-Dios”, cuando Cambises, a la cabeza de la armada persa en 525 a.C., en su demencia genocida, acabó con los miembros de ambos clanes . Y así fue como Ath-Ka-Ptah, el “Segundo-Corazón-de-Dios”, también desapareció…
Desde el hundimiento del continente de Ahâ-Men-Ptah, añade, la supervivencia tradicional no pudo ser practicada más que por una memorización oral intensiva y conservada perseverantemente, hasta la llegada, siglos y siglos después, a Ath-Ka-Ptah donde, en el oportuno momento, esta lengua ancestral fue reconstituida y puesta de nuevo en uso y, con ella, la historia del Gran Cataclismo y los avatares de los supervivientes del mismo fueron grabados, además de en otros materiales, sobre la perdurable piedra, como lección y recordatorio para los siglos venideros.